Capítulo 2

Londres, 30 de diciembre

Owain Chancellor abrió la puerta del dormitorio con la esperanza de que Sax estuviera solo.

Por lo general, echaba fuera a las mujeres antes de quedarse dormido, pero de vez en cuando alguna se las ingeniaba para permanecer allí. No obstante, aquella mañana, el conde de Saxonhurst estaba solo, tendido a todo lo ancho sobre la cama deshecha, con la rojiza cabellera desordenada y los músculos tersos, lo que le daba un aspecto de león ahíto.

Seguramente no le costaría mucho convencer a sus amantes, les bastaría con ver que él ocupaba toda la cama.

Owain corrió las doradas cortinas con brocados de una de las largas ventanas, para dejar que entrara la tenue luz del sol invernal.

Sax se desperezó, al tiempo que musitaba una queja adormilado y abría un ojo.

- ¿Qué?

Dijo aquello con un tono plano, sin atisbo de alarma, pero con algo de advertencia; más valía que hubiera una buena excusa.

- Una carta de tu abuela.

Abrió el otro ojo y volvió la cabeza hacia el reloj que estaba sobre la chimenea, el que estaba incrustado en el vientre de una figura oriental que a Owain le recordaba a un enorme y grotesco gusano.

- ¿Me despiertas antes de las diez para eso? Será sólo una súplica de clemencia desde su lecho de muerte.

- Siento informarte de que la duquesa viuda de Daingerfield goza de su habitual buena salud. Pero supongo que te interesará leer esto sin tardanza.

Sax volvió a cerrar los ojos.

- Extraordinaria suposición.

Owain tocó la campanilla y esperó. Al poco tiempo hizo su entrada un criado con librea y perfectamente empolvado, trayendo consigo una bandeja en la que había una cafetera de plata y algunos dulces. Inmediatamente detrás del criado, casi empujándolo, venía un enorme podenco, feo y nervioso, que no tardó en subirse a la cama para poner la cabeza junto a la de Sax, al tiempo que dejaba ver los dientes como si acabara de encontrar la más suculenta comida.

- ¿Qué? ¿Ha habido bronca? -preguntó el criado alegremente, mientras depositaba la bandeja-. Su corta estatura, el rostro vivaz y los ojos grandes le hacían merecedor del apodo de Mono, y en verdad que el perro parecía tener más importancia que él.

Sax no abrió los ojos.

- Tú sí que te vas a ganar una bronca, Mono, si te muestras tan exultante de alegría a estas horas de la mañana.

- Algunos llevamos despiertos desde el amanecer, señor, no podemos estar tristes sólo para seguiros. Hemos oído algo de que ha llegado una misiva de la duquesa viuda.

- Pero ¿es que ya la habéis leído?

- No, señor, nos ha resultado imposible arrancársela de las manos al señor Chancellor.

- ¡Malditos seáis todos! No sé por qué os enseñé a leer. ¡Largo de aquí!

Alegremente, el criado se marchó.

Owain llenó una de las tazas de humeante café y echó en ella tres terrones de azúcar.

Sax inspiró profundamente.

Ya con los ojos abiertos, gruñó amistosamente ante los dientes del podenco, a lo que el animal respondió golpeando el rabo contra el suelo como un tambor. Después, el joven se sentó, se estiró como un enorme gato y cogió la taza de café.

No era un hombre excesivamente grande; vestido tenía una complexión elegante sin más, pero era puro músculo, como un depredador rebosante de salud; y la desnudez le sentaba bien.

Se bebió la taza entera en silencio y estiró el brazo para que se la volvieran a llenar, al tiempo que se entretenía en saludar al perro, Brak, con la mano que tenía libre. Sólo entonces, echó un vistazo a la carta desde lejos.

- Dado que tú no eres ningún tonto, Owain, me invade un mal presentimiento.

Owain tendió hacia él la hoja de papel. Sax la cogió y la tocó con los dedos como si quisiera palpar el contenido.

- Esa vieja bruja no puede hacerme nada; ni en mi fortuna ni en mi libertad, así que… ¿No vendrá a visitarme, verdad?

- Por lo que yo sé, la duquesa pasará las fiestas en la Corte de Daingerfield.

- ¡Menos mal!

Su transición al estado de vigilia era evidente, pensó Owain, y de ser un león pasaba a convertirse en un tigre en su forma más peligrosa: la de hombre inteligente.

Tras beberse de un trago la segunda taza de café, Sax se decidió entonces a leer la carta. Owain lo miraba con interés, pues no tenía ni idea de cómo su amigo iba a tomarse aquella situación.

- ¡Maldición de maldiciones! -dijo Sax por fin, aunque con cierto aturdimiento.

Preparándose para uno de los famosos ataques de ira de los Saxonhurst, Owain lanzó un suspiro de resignación. Cuando Sax alzó la vista, tenía por primera vez el aspecto de estar bastante perdido.

- ¿Cuándo es mi cumpleaños?

- Mañana, como tú bien sabes. El día de Año Nuevo.

Sax se levantó con parsimonia de las sábanas revueltas y empezó a caminar por la habitación, magnífico en su desnudez.

- ¡Vieja bruja!

Lo dijo con rabia, sí, pero con un punto de admiración. Sax y su abuela llevaban enredados en una guerra desde hacía quince años; en realidad desde que ella la tomó a su cargo. Era una guerra de poder entre las dos personas más testarudas y arrogantes que Owain había conocido.

Y dos de los temperamentos más irritables. Owain debía haber previsto que se avecinaba la tormenta, sobre todo al ver que Brak se escabullía bajo la cama.

Sax se enrolló en la mano una de las doradas cortinas y tiró con fuerza, con la que casi consiguió sacar de la pared la barra de la que pendía. Con el siguiente estirón, logró arrancarla por completo en una lluvia de polvo y cal. Owain suspiró y volvió a tocar la campanilla. Después, cogió la túnica de su amigo, de color negro y oro, y se la lanzó. Sax se la puso sin hacer ningún comentario y siguió andando por la habitación, casi gruñendo entre dientes.

- Creo que esta vez te ha pillado.

Sin querer, Sax golpeó con el dorso de la mano un jarrón grande y pesado de color morado, que se estrelló contra el suelo.

- ¡Qué el diablo la lleve! No, no me ha pillado. Prometí que me casaría el día que cumpliera veinticinco años y lo haré. Un Torrance puede quebrantar muchas cosas, pero nunca su palabra.

- ¿Mañana? -dijo Owain intentando desesperadamente que imperara algo de cordura en la habitación-. Si es imposible. ¿Por qué demonios tuviste que hacer una promesa tan absurda?

- Porque con veinte años yo era tan absurdo como la mayoría de los jóvenes, y los veinticinco me parecían un futuro difuso y distante. -Cayó también contra el suelo el otro jarrón que hacía juego con el anterior.

- Yo estaba seguro de que no tardaría en enamorarme de la perfecta damisela, bella y elegante.

Con impaciencia, golpeó un cascote que se interpuso en su camino.

- He hecho cuánto he podido por encontrarla.

- Creí que huías de las damas como de la peste.

- Únicamente desde que he descubierto que todas van sólo detrás de una cosa: una corona.

Tras un instante de reflexión, agarró una vaca de porcelana amarilla que estaba sobre la chimenea y la arrojó contra el suelo, a los pies de la caterva de criados que se agolpaban a la puerta, armados de escobas, trapos y cepillos, y con los rostros rebosantes de expectación. Una de las doncellas empezó a barrer los trozos de porcelana. Los criados se apresuraron a arreglar lo de la cortina. Con ironía, Owain señaló que todos los sirvientes de dentro de la casa, a excepción de los cocineros, estaban entregados a sus obligaciones. Nadie quería perderse un ataque de ira de un Saxonhurst. Owain no lograba acostumbrarse a la forma en que Sax dejaba a su extraña servidumbre participar de sus asuntos privados como si fueran parientes entrometidos.

- Lo ha planeado todo, ¿sabes? -dijo Sax, haciendo caso omiso de todo el personal y sin dejar de pasear por la habitación. Tampoco tenía en cuenta que su ligero atuendo no cumplía las mínimas normas de la decencia, pero a aquellas alturas sus criados lo habían visto todo. Y en absoluto se refrenaban las criadas de lanzar miradas valorativas.

Una de ellas, Babs, que no se esforzaba lo más mínimo por disimular su anterior ocupación, cogió un ramito de muérdago de su bolsillo y lo colgó con optimismo del volante que bordeaba el dosel de la cama. -Me ha mandado la carta justo para que llegara hoy, y hacerme pasar así un día de angustia antes de que me llegara la hora del fracaso. Sax agarró el toro naranja que hacía juego con la vaca, al otro extremo de la chimenea.

- Susie, cógelo. - Y lo lanzó a la criada tuerta, que llevaba un parche en el ojo. Entre gritos estridentes, ella lo alcanzó y, después, lo dejó caer deliberadamente. Con expresión pícara, la criada añadió-: Aposté una corona por ese objeto.

- Eso no está bien, señorita.

- Deberíais haberme pillado por mi lado ciego, señor. Pero, ¡mirad por dónde pisáis! -dijo, mientras se entregaba a la tarea de barrer los fragmentos cortantes que rodeaban los pies de Sax.

El conde siguió andando con paso majestuoso por el camino despejado, agarró un sable enorme que pendía de la pared, lo desenvainó y lo clavó en el centro de un cojín de satén rosa. Después lo levantó y, mientras lo sujetaba en el aire, cortó el almohadón por la mitad, con lo que la habitación empezó a llenarse de suaves y sedosas plumas.

Sin parar de reír, Owain se arrellanó en la silla, apoyó las piernas en la cama y se dispuso a observar. Aquello era un verdadero espectáculo, en el que todos representaban su papel a la perfección.

Sax sólo daba rienda suelta a sus rabietas en aquella habitación, por lo que se intentaba que no hubiera allí nada de valor. De hecho, los sirvientes escudriñaban todo Londres buscando objetos que no importara destruir, para ponérselos a mano. Como Susie había sugerido, tenían una verdadera lotería en las dependencias de la servidumbre sobre cuál sería la siguiente pieza que Sax acabaría destrozando.

Prácticamente la casa entera veía aquellos raptos de ira de Sax con una especie de orgullo. Owain también se divertía bastante en tales ocasiones. Él mismo había apostado una guinea a la posibilidad de que llegara entera hasta Pascua una sonriente pastora de porcelana que había sobre la mesita de bambú. Por regla general, Sax solía ser respetuoso con las mujeres.

Su abuela era la notable excepción.

El cocinero había apostado la misma cantidad por la mesita. Se trataba de una pieza poco afortunada, ya que estaba lacada de manera llamativa en verde y rosa. Owain miraba a su amigo frente a ella, espada en mano. ¿Sería capaz de destrozarla sin aplastar a la pastora?

Tal vez por aquella razón, Sax arrojó la espada sobre la cama y centró su atención en un retrato grande de un monje muy feo, de cara lúgubre. ¿Sería capaz de romper…? Lo arrancó de la pared, de forma que el clavo salió volando por el aire, agarró el cuadro y lo aplastó contra el respaldo de una sólida silla.

Owain se lo agradeció sobremanera. Él mismo había estado a punto de romperlo muchas veces. ¿Cómo dormir, y menos aún hacer el amor, con aquella cara desagradable y antipática mirándole a uno? Incomprensible.

- Un Torrance -repetía Sax, prácticamente exhausto y enjugándose el sudor de la frente- puede quebrantar muchas cosas, pero nunca su palabra.

- Ha dicho.

Sax se volvió hacia Owain.

- Sí, he dicho. -Se quedó entonces mirando a los expectantes criados.

- ¿Dónde está Nims? ¡Nims! -gritó-. Ven aquí ahora mismo y aféitame, maldito holgazán.

Como parecía que el espectáculo ya se había terminado, los criados se dispusieron a recoger todo el estropicio, pero lo hicieron con lentitud, no fuera a haber una segunda parte.

El ayuda de cámara de Sax, un hombrecillo de corta estatura pero de complexión fuerte, entró de espaldas en la habitación desde la sala contigua, con bastante agilidad pese a tener una pierna de palo. Traía en la mano una jarra de agua caliente, y un paño colgando del hombro.

- Aquí estoy, aquí estoy. Pero ¿cómo iba a figurarme que me necesitaríais a estas horas de la mañana? -El hombrecillo miró alrededor y abrió los ojos con sorpresa-. Ha habido zafarrancho, ¿eh? Sentaos, sentaos. ¿Deseáis que os afeite o que os rebane el pescuezo?

Detrás de él llegó volando un loro de color azul grisáceo y fue a posarse en el hombro de Sax.

Buenos días, encanto -dijo el pájaro, exactamente con el tono de voz de Sax.

El conde se relajó y sonrió, dejando que el adorable lorito le acariciara la oreja.

- Buenos días, encanto. -Acto seguido, Sax se puso serio. -¡Maldita sea! A Knox le va a dar un ataque.

En efecto, en aquel preciso instante, el loro miró fijamente a los criados.

¡Mujeres, mujeres! ¡La verdadera perdición!

Cuando Sax se hubo sentado en la silla para que Nimbes pudiera afeitarlo, Babs empezó a contonearse alrededor y se sacó una avellana del bolsillo.

- ¡Vamos, Knox! Si a mí me quieres mucho…

El pájaro se quedó mirándola, sin parar de tambalearse.

¡Eva! ¡Dalia!

La criada le ofreció entonces la avellana.

- ¡Venga, sé bueno, Knox!

Ella esperó unos instantes y sólo cuando el loro hubo mascullado «Dama guapa», le dio la avellana y le lanzó un beso. El asimilado se dio media vuelta para deleitarse con la chuchería.

- ¿Veis? -dijo Babs, dirigiéndose a todos los presentes-. Es fácil manejar a cualquier macho si una sabe exactamente lo que quiere.

- Babs -dijo Sax-, es que tú eres un peligro ambulante para los machos de cualquier especie. Pero, dime, ¿de dónde has sacado tiempo para domesticar a Knox?

La criada no contestó, sino que se limitó a guiñarle un ojo al ayuda de cámara. Para gran sorpresa de Owain, Nims se sonrojó. Por Dios que acabaría volviéndose loco en aquel sitio, si es que no estaba ya echado a perder.

- Muévete, Knox -dijo el ayuda de cámara, al tiempo que desplegaba en el aire el níveo paño de una sacudida. Cuando el loro estaba ya bien seguro, posado sobre el respaldo de la silla, puso el paño alrededor de los hombros de su amo y empezó a afeitarle.

- Ve diciendo nombres, Owain -dijo Sax.

- ¿Nombres?

- De posibles novias.

Knox dio un brinco.

¡No te cases! ¡No te cases!

Sax abrió los ojos con exasperación.

- ¡Nombres! Y, ¡por todos los santos!, no utilices palabras que le saquen de sus casillas.

Con la conocida sensación de que estaba atrapado en una casa de locos, Owain sacó el cuaderno. El anterior dueño de Knox le había enseñado a mostrar alarma ante cualquier unión con mujeres, en especial, si se trataba de matrimonio. Sax tenía razón. Una esposa en la casa sería motivo sobrado para que al loro le diera un ataque.

- ¿Qué tipo de nombres? -preguntó.

- Pues…de posibles candidatas a…la felicidad connubial.

- Pero, ¿de qué tipo?

En ese instante, Nims estaba pasando la afilada cuchilla por la mejilla de Sax, por lo que éste habló con mucha calma.

- Del tipo de las que estarían dispuestas a acompañarme mañana mismo en la ceremonia. Lo que significa, de cualquier tipo.

Knox debió de notar la tensión de Sax, pues se le puso encima del hombro y empezó a restregarse suavemente contra su oreja. Sax se relajó y dio una palmadita al ave.

- ¿Quién fue aquélla que se hizo un esguince al salir por la puerta hace un par de semanas?

- La señorita Cathcart. Dijiste que te hubiera gustado retorcerla por alguna parte.

- Me refería a que me hubiera gustado enderezarle el tobillo.

Owain tomó apuntes en una página en blanco.

- ¿Quieres que mande una nota diciendo que te interesaría hablar con su padre? Ni siquiera estoy seguro de que estén todavía en la ciudad.

- Probablemente no quedará casi nadie en Londres. ¡Qué desastre!

Sax chasqueó los dedos de la mano izquierda y Brak salió dubitativamente de debajo de la cama, mostrando los dientes, como si estuviera preparado para la lucha, pero con los ojos llenos de inseguridad. El pobre podenco no podía evitarlo. Nació con una deformidad en la boca que le daba un aspecto feroz, cuando en realidad era un miserable cobarde, e incluso en semejante situación se mostraba tembloroso, olisqueando el peligro en el ambiente.

- No pasa nada, Brak -dijo Sax-. ¡Venga, sal!

El perro sacudió su gran osamenta y fue a sentarse dignamente junto a su amo, como si jamás hubiera conocido lo que era el miedo. El loro y él intercambiaron una mirada, rivales por captar la atención del adorado dueño de ambos. Owain se preguntaba si Sax sentiría alguna vez cierto cansancio por tener que satisfacer las demandas de aquellas dos criaturas, junto con las de todos los demás desventurados que le rodeaban.

Sax acarició la cabeza del podenco.

- La mayoría de la gente debe haberse marchado a sus casas de campo para pasar las Navidades. ¿Por qué demonios fui yo a nacer en esta época del año? No entiendo cómo pudo planearlo así el dragón. En fin; seguro que hay alternativas mejores que la señorita Cathcart; se ríe estúpidamente sin parar. ¡Venga, Owain!, empieza a decir nombres. ¿Es que no va a haber condesas en los condados de los alrededores de Londres? Si es preciso, estoy dispuesto a ir a caballo hasta allí.

- Entiendo que para ti es muy importante cumplir la palabra dada, pero…

- No pienso desdecirme.

Owain movió la cabeza con resignación. Se temía que, por esta vez, la duquesa viuda de Daingerfield se apuntaría un tanto. Sax no encontraría esposa en un día, o al menos, no a una que a él le gustara. O se casaba de mala manera o no tendría más remedio que admitir ante la duquesa que no había sido capaz de cumplir su palabra.

Jamás lo haría.

Así que, acabaría embarcándose en un desastroso matrimonio.

Owain empezó a tomarse en serio la situación.

- Lady Mary Derby -dijo, al tiempo que escribía aquel nombre en el cuaderno-, lady Frances Holmes, lady Georgina Pitt-Stanley…

Algunas páginas más tarde, por mucho que escarbo en su memoria, sólo consiguió acordarse de una más:

- ¿La señorita Witherton?.

- ¡Por todos los demonios, Owain! Habrá cumplido los cuarenta.

- La edad no importa si lo que quieres es cumplir tu palabra y fastidiar a tu abuela. Solía gustarte su compañía.

- Si me meto en esto, que sea con alguien que al menos pueda darme uno o dos renacuajos. -Nims retiró el paño, y Sax se levantó-. Sé lo que me digo. Vuelve a leer esos nombres.

- ¡Por Dios, Sax! -Owain pasó de nuevo todas las páginas del cuaderno y leyó la ristra de nombres. Cuando hubo terminado, lo cerró.

- ¿Y bien?

Sax estaba apoyado en la pared, con los brazos cruzados, mientras el loro y el perro permanecían a su lado, pendientes de su reacción, como en un curioso cuadro heráldico.

- El dragón debería haber invocado a mi adorado tío Grendel.

Ante la mirada atónita de Owain, Sax añadió:

- De ese modo, ella sería la madre de Grendel. El monstruo de Beowulf. -Ladeó la cabeza-. Tú necesitas ampliar tu mente y yo tengo que casarme.

Se mordió la lengua en el momento en que escuchó a Knox gritar:

¡No! ¡El que se casa, se abrasa! ¡El que se casa, se abrasa!

Aun así, Sax añadió:

- Mañana.

Todos los criados seguían rondando por allí, haciendo como que trabajaban.

- Vamos a poner a prueba el aguante de Knox. -Sax agarró a Babs de la cintura, la inclinó bajo el muérdago y la besó apasionadamente.

El pájaro se marchó volando a otra posición más segura, sobre la cama, pero no lanzó ninguno de sus agudos gritos de alarma, sino que se limitó a decir, con tono sumiso:

Quiero una avellana.

- Muy bien, Knox-. Babs metió la mano por debajo de la túnica de Sax.

Él se la retiró, al tiempo que lanzaba una carcajada.

- Para, para, para. No vayamos a poner fuera de sí al pobre loro. Además, tú estás reformada.

Guiñando un ojo, Babs dijo:

- Por eso, señor; ya no cobro.

- ¡Caramba! Ahora entiendo por qué todos mis criados varones están siempre medio dormidos.

- ¡Eres imposible, Babs! y supongo que yo debería estarte agradecido. -Con aire de broma, ella lo empujó sobre la cama y se alejó, contoneando las amplias caderas, hasta situarse junto a Nims.

Aquel lugar era realmente una casa de locos, pero a Sax no parecía importarle. De hecho, él mismo creaba ese ambiente con su amable dejadez y su absoluta falta de respeto por la intimidad. Solía decir que los criados siempre se enteraban de todo por mucho que uno intentara ser discreto; y que podían ser muy útiles porque también estaban al corriente de los asuntos del resto del mundo.

Owain no creía que, en aquella ocasión, ni el más informado de todos ellos pudiera ser de alguna utilidad.

Se guardó el cuaderno y, con escasa esperanza, decidió imponer la cordura. -Sax, tal vez debieras aceptar que la vieja bruja te gane un tanto. Se regodeará un poco, pero al menos tú no te encadenaras de por vida a una mujer que no te guste.

Sax saltó de la cama, dejando que Knox jugueteara con la arrugada carta. Sin preocuparse por todos los presentes en la habitación, se quitó la túnica y se puso los calzoncillos y la camisa que le sujetaba Nims. -Seguro que no te has leído toda la carta ¿A qué no?

- Por supuesto que no.

- Eres mi secretario, Owain, y estás autorizado a leer mis cartas.

- No si son personales.

- Deberías deshacerte de ese mal hábito de la prudencia. Si te la hubieras leído entera, sabrías que mi promesa tenía una segunda parte. O me encadenaba a una mujer de por vida el día de mi veinticinco cumpleaños o aceptaría que fuera mi abuela quien me eligiera la cadena.

Owain arrebató la carta del pico inquisitivo de Knox, y después de leerla rápidamente, exclamó:

- ¡Qué promesa tan absurda!

En ese momento, Sax se estaba poniendo la camisa.

- Sin duda, pero di mi palabra y debo cumplirla. En ningún caso voy a permitir que sea mi abuela quien me elija…-miró deliberadamente hacia la cama- una esposa.

¡Una esposa te cava la fosa! ¡Una esposa te cava la fosa!

- Es muy probable; por eso prefiero ser yo quien elija mi propia fosa, y lo haré mañana.

Owain empezó a caminar por la habitación.

- Pero es imposible, Sax. Aun cuando te decidas por alguna de esas jovencitas, ella no dará su consentimiento para hacerlo de una forma tan extraña.

- ¿Crees que no?

Owain se paró.

- Tal vez alguna acepte; pero imagínate las habladurías.

- ¡Al diablo las habladurías!

- Piensa entonces en cómo vas a contárselo a ella y a su familia.

- Desde luego que ésa no es una perspectiva demasiado agradable; pero infinitamente mucho mejor que entregarme a las garras del dragón. La cuestión es: ¿qué joven será la que resulte agraciada? -Se volvió súbitamente hacia la audiencia de los criados que se encontraban por allí-. ¿Y bien? Seguro que tenéis algo que decir.

- Sí, mi señor -dijo Mono-, elegid a la que tenga más dinero.

- Tan pragmático como siempre. Entonces, tu plan es elegir a la más rica.

- Eso es lo que yo haría si encontrara a alguna, señor; aunque fuera jorobada y tuviera la cara plagadita de verrugas.

Susie, que en absoluto reunía aquellas características, le dio una patada en la espinilla. Mono se quejó blasfemando de dolor e hizo muchos aspavientos, pero sin dejar de reírse.

- Pero yo no necesito dinero.

- ¿Qué es lo que vos necesitáis, señor? -preguntó Susie.

- Buena pregunta. -Volvió a sentarse para que Nims pudiera arreglarle el lazo de la corbata. Contento, Brak se sentó encima de los pies de su amo, que llevaba cubiertos únicamente por los calcetines-. Que tenga buena salud, una buena dentadura, hábitos moderados… No quisiera acabar mis días teniendo que meter en cintura a una esposa derrochadora.

¡Una esposa te cava la fosa! ¡ Una esposa te cava la fosa!

- Ojalá que estés equivocado, Knox. Además, me temo que vas a tener que acostumbrarte. Discreción -prosiguió Sax-; no me agradaría tener que batirme en duelo constantemente por ella. Entonces -dijo volviéndose bruscamente hacia Owain-, ¿cuál crees que podría ser?

- ¡Sabe Dios! Supongo que tú podrás juzgar mejor que yo lo de la buena dentadura.

- No creas; llevo meses evitando tener relaciones íntimas con esas prometedoras jovencitas, que son como una plaga de sanguijuelas. Pero puedes borrar de la lista a lady Frances, a lady Georgina y a la señorita Stewkesly. He oído decir que ninguna de ellas se caracteriza por la discreción.

Obedientemente, Owain tachó los tres nombres.

- Tal vez debería poner el resto de los nombres en un sombrero para que saques uno al azar. -Acto seguido, él mismo dijo-: Mejor no.

Pero Sax se apresuró a decir:

- ¿Y por qué no?

Owain se maldijo por ser tan irreflexivo.

Entonces, Susie se decidió a intervenir:

- Con vuestro permiso, mi señor…

Sax y Owain la miraron sorprendidos, no porque hubiera hablado, pues en aquella casa los criados tenían absoluta libertad para decir lo que les viniera en gana, sino porque parecía nerviosa. -¿Sí?

La criada, al tiempo que se enrollaba una y otra vez los dedos en el mandil, se atrevió finalmente a decir:

- Con vuestro permiso, señor, si en verdad no os importa con quién vais a cas…-miró al loro, haciendo un gesto de alarma con los ojos-, a ir al altar…

- Yo no he dicho eso exactamente.

- Pero…

Sax la sonrió con dulzura.

- Si esto es una proposición, Susie, la respuesta es no; seguramente, no te iba a gustar.

La criada se ruborizó de inmediato y emitió una risita nerviosa.

- ¡Sois imposible! ¡Como si yo quisiera! Además…-Lanzó una mirada de complicidad a Mono, que estaba tan colorado como ella-. Sea lo que sea -continuó, ya en tono más serio-, a mí me parece que os convendría una joven necesitada de un marido.

Con la corbata perfectamente anudada, Sax se levantó, sacando los pies de debajo del podenco.

- ¿Traer aquí a una majadera? ¡De ningún modo!

- No, señor, no es eso, sino alguna dama joven que se halle en una situación difícil, por ejemplo. Así, no tendríais que suplicarle. Sería ella la agradecida.

- ¡Hummm! ¡Aguda observación!

Al ver interesado a su amigo, Owain se preguntó si debía intervenir. Su posición era muy delicada; mitad amigo y mitad administrador, una de sus obligaciones tácitas consistía en evitar que Sax se dejara llevar por sus impulsos y acabara en medio de algún desastre.

Pero aquella vez Sax parecía estar en plenas facultades.

- ¿Tienes en mente a alguien, Susie?

- Sí, señor.

- ¿Una dama?

- Sí, señor. Al menos su padre era un caballero de estudios.

Nims sacó un chaleco bordado y lo depositó en los brazos de Sax.

- Suena francamente prometedor. ¿Por qué se halla en una situación difícil?

- Sus padres, señor, murieron de repente hace tres meses, dejando a la pobre señorita Gillingham a cargo de sus hermanos, sin un solo penique.

- Una historia conmovedora. ¿De qué la conoces? -Nims abrochaba la botonadura de plata, y Knox fue a posarse en el brazo que Sax tenía extendido en aquel preciso momento.

- Mi hermana trabajaba allí de criada, señor. Incluso se quedó un tiempo sin cobrar; sentía lástima por ellos, pero al final tuvo que buscarse otra casa. Yo no digo que debáis cas…, uniros a la señorita Gillingham. Apenas sé nada de ella. A lo que me refiero es a que debe de haber muchas otras en su misma situación. Contentas de ir al altar, aun con prisas, y agradecidas de que alguien les dé semejante oportunidad.

Con Knox en el brazo, Sax se quedó pensativo, recorriendo la estancia con los ojos.

- No exigirá falsas promesas de amor -comentó, dirigiéndose a Owain-. Ni serán precisas las cursilerías. Es poco probable que sea extravagante o veleta…

- También puede ser más fea que un pecado.

Sax miró a Susie.

- Mi hermana no me comentó nada de su aspecto, señor.

- ¿Dónde está tu hermana?

- Fuera de la ciudad. Se ha ido con su familia a Shropshire para pasar las fiestas.

Tras unos instantes, Sax puso al loro en su hombro y se volvió hacia Owain con la palma de la mano abierta.

- Una moneda. -No demasiado contento con la situación, Owain sacó un florín y se lo lanzó. Sax lo cogió al vuelo-. Cara: la señorita Gillingham; cruz: el nombre de cualquiera de esas otras que salga del sombrero.

Antes de que Owain pudiera protestar, la moneda ya brillaba aleteante por el aire; Sax la cogió y se la puso en el dorso de la mano.

- ¡Cara! -dijo, y lanzó la moneda de dos chelines a Susie-. Ve e informa a la señorita Gillingham de los placeres que le aguardan.

- ¿Yo? -gritó Susie.

- Tú. Y para que tengas un acicate, si ella acepta, os daré a ti ya Mono lo suficiente para que os establezcáis por vuestra cuenta.

Los dos criados se intercambiaron una mirada de sorpresa.

- ¿De veras, señor? -preguntó el criado.

- Palabra de Torrance. -Sax se volvió hacia Owain-. Consigue una autorización especial.

- Pero…

Sax se dirigió entonces a Susie.

- ¿Está en edad de merecer?

- Cumplió los veintiuno hará casi un año.

- ¡Para vestir santos! -observó Owain, cada vez más incómodo con todo aquello.

- Me importa un comino. Susie, ¿Cuál es su nombre de pila?

- No lo sé, señor.

- Entérate cuando haya aceptado. Owain, pon en marcha lo de la autorización especial. Apresúrate, Susie, y convéncela. y ve bien vestida. Seguramente habrá que hacer un montón de papeleo. ¿Dónde vive?

- En la calle Mallet, señor, atravesando St. James hacia el sur, pero…

- Un barrio respetable y, sin embargo, modesto. Buen augurio.

Cambiándose el loro de mano con habilidad, metió los brazos en la chaqueta azul marino que Nims le sujetaba pacientemente.

- Averigua cuál es su parroquia. Supongo que tendremos que saberlo para la autorización. y dile que la ceremonia será mañana por la mañana, a las once.

- Pero, señor…

Owain consideró que había llegado el momento de intervenir.

- Sax, ¿no sería más correcto para la dama que le dieras la oportunidad de conocerte antes de que ella tome la decisión? Así tú también podrías conocerla.

- Si yo hago una apuesta a ciegas, no veo por qué ella no puede hacer lo mismo. Ninguno de los dos tenemos tiempo para que la situación sea racional. Todo queda en manos del destino.

- Pero no es una cuestión que pueda echarse a cara o cruz. Es para el resto de tu vida.

- Así la apuesta resulta más interesante.

- ¿Y qué vas a hacer si ella no acepta?. Con los brazos en jarras, Sax se quedo pensativo, mirando alrededor..

- Establezcamos las reglas del juego. Si la señorita Gillingham no acepta, sacaré del sombrero el nombre de una de esas jovencitas prometedoras e intentare convencerla por todos los medios para que acepte. Si lo consigo, pero luego se echa atrás en el último minuto, me arrastraré ante la duquesa y aceptare su veredicto. Pero si la señorita Gillinghan cumple todas las condiciones me uniré a ella en santo matrimonio sin pensar en lo que pueda ocurrir después..

Knox revoloteó hasta la cama y lanzo uno de sus gritos de alarma.

¡El matrimonio es el demonio! ¡El matrimonio es el demonio!

- Supongo que tienes razón, Knox. Estaré condenado para siempre en lo malo y en lo bueno. Pero vas a tener que acostumbrarte, lo mismo que yo.

Cogió al loro con las dos manos y lo acarició, al tiempo que miraba a todos los presentes con una de esas sonrisas encantadoras con las que era capaz de romperle el corazón a cualquiera.

- Todos sois testigos. ¡Que sea lo que el destino nos depare!