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Justo cuando se apagan las luces.
Cuando, poco a poco, se oscurece la platea y nadie sabe qué pasará. Es en ese preciso instante cuando todo es posible, en ese espacio de tránsito en que la gente apaga el móvil y se acomoda en el asiento.
En ese momento, todo podría cambiar de golpe.
Que todo fuese distinto, como en un truco de magia. Lo imposible está al alcance de la mano.
Pero solo dura unos breves segundos, porque después llega la oscuridad, empieza el espectáculo y todo aquello que habíamos imaginado acaba siendo un poco menos de lo que habíamos deseado. Así he vivido yo: siempre esperando la oscuridad, siempre vencida por la realidad en contra del deseo. Ojalá el cuerpo de Paula, su muerte, hubiera sido tan solo una ficción, una mentira pactada que pudiésemos repetir todas las noches. No lo digo para que resucitara, eso me da igual, lo confieso, sino porque querría asesinarla cada día, cada hora, y no me cansaría nunca.