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Al final hemos decidido ir a El Cangrejo, al lado del monumento a Colón. Al poco de llegar he conocido a un tío que se llama Manel, sin más. No conozco a mucha gente que se llame Manel y tenga unos treinta años. Vaqueros pitillo; camisa blanca; zapatos negros impecables. Bailaba «Rockabye» en la pista y hemos cruzado una mirada. Dos horas más tarde estábamos en mi casa desnudándonos y besándonos como si no hubiera un mañana. Versátil. Arriba y abajo. Abajo y arriba. Bien armado hasta la victoria final. Gritos. Un disfrute general. Un polvo como Dios manda.
—Joder, Manel. Qué pasada.
Sonríe y me pregunta dónde está la ducha. Se levanta y veo cómo le baila la polla. El péndulo de Foucault.
Miro el móvil. Un whatsapp.
Hola, Albert. Gracias por la cena de anoche.
Y otro mensaje:
Espero no haber sido demasiado impertinente. Te fuiste muy rápido y no pude decírtelo.
Y un tercero:
Espero volver a verte en breve.
Y un cuarto, seguido de un emoticono de llorar de risa:
Y espero que hayas follado bien.
Al final respondo:
Todo perfecto.
Y un segundo whatsapp:
Y tú, Pol, has follado bien con Rubén?
Respuesta:
No, no. Esta noche no hemos dormido juntos.
Mi turno:
Vaya. Qué pena.
Y la respuesta final de Pol:
He estado pensando demasiado en ti.