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Sentado en mi despacho de Vía Augusta, 17. A un tiro de piedra de la Diagonal, a un tiro de piedra de Travessera de Gràcia. A un tiro de piedra de todo. También del papeleo que, desorganizado, en situación de caos ordenado, reposa en una mesa donde es imposible encontrar lo que buscas. En mi caso siempre es en apariencia, porque todo se acaba encontrando.
Pérez Navarro me ha enviado un mensaje con la «Lista de gente que tenía permiso para acceder al mercado de la Boquería la noche de autos».
Rosa Maria Pérez Fusté - Frutas Fusté
Aina Muñoz Ballber - Comidas Boquería - Especialidades en celiaquía
Jan Llombart Mas - Bebidas Llombart Mas
Alba Bruñá Girona - Insectos Girona
Adrià Gaya Ortuño - Cafetería Ortuño
Elna Anducas Ussart - Carnicería
Cuco Torrent - Charcutería
Joan Ferrer - Herboristería
Eulàlia Piulachs - Frutería Sort
Lluc Saumell Caballé - Comer sin freno
Nada. Nadie del puesto de Fidel. ¿Cómo cojones entraron? En un momento de debilidad, cojo la Moleskine. Miro y remiro. Y vuelvo a mirar los apuntes.
Tres chicas (al parecer son chicas, según el sintecho) entran en la Boquería por un lateral del mercado. Aquella madrugada, la puerta está incomprensiblemente abierta. Según el guardia de seguridad que tenía turno, podría ser que la puerta quedara abierta unos diez minutos, veinte como mucho.
¿Podrían haber entrado entonces las chicas? Sí, por supuesto. Pero sería demasiada casualidad. Porque si la actriz asesinada apareció colgada quiere decir que la mataron ahí dentro, ya que el único testigo visual afirma que entró viva; en mal estado, pero viva. Por lo tanto, las chicas sabían que aquella puerta de barrotes estaría abierta.
Pero ¿con qué llave y, sobre todo, quién había dejado la puerta abierta? Y, si la mataron dentro y la colgaron, quiere decir que abrieron las persianas de la pollería con tanta precaución que solo podría haberlo hecho alguien que conociera el mercado. Es decir, matan a Paula Cellar. Pero en aquel momento, como mínimo, hay tres personas más que lo saben e, incluso, lo presencian en vivo y en directo: las otras dos chicas y una tercera persona que les abre la puerta desde dentro y se queda para ayudarles.
Joder, qué gentío.
No puedo más. No avanzo. Tengo mensajes de Rubén, de Pol, de Jan y hasta del pelopanocha de Andy. No quiero ni responderles. Ya sé de qué va todo, ya afrontaré los problemas de cintura para abajo más adelante. Me falla la perspicacia. La intuición está bloqueada. El sentido común no aparece. Todo está desordenado. ¿Con quién tengo que hablar ahora? ¿Vuelvo al mercado? ¿Voy a ver al sintecho? ¿A los actores?
Tengo la mesa del despacho llena de papeles. Repaso notas, dibujitos… He trazado hasta un hipotético recorrido de Paula desde la salida del teatro hasta el puesto del mercado. Pero nada encaja, joder. No la vieron salir sola hacia medianoche. ¿Dónde fue, si un rato más tarde, medio drogada, medio borracha o absolutamente drogada o absolutamente borracha, o todo a la vez, iba acompañada por la calle Jerusalem hasta entrar por el culo de la Boquería, la puerta de barrotes donde la vio un indigente? Horas más tarde la actriz aparece colgada en una pollería del mercado.
Si se fue después de la obra y el sintecho la vio al cabo de poco, ¿quiere decir eso que fue a cenar con aquellas otras dos mujeres? No hubo tiempo ni de cenar ni de emborracharse. ¿Droga? Es lo que más se acercaría a la realidad pero… ¿droga con qué? Según el informe forense, la envenenaron. Pero ¿cómo, cuándo, dónde, quién y por qué? No respondo a ninguna de las preguntas clave. Ni una. Cero. Un desastre.
Necesito desayunar algo. Son las diez y media de la mañana, en Vía Augusta hace un sol que raja las piedras y ya hace seis días que intento resolver el final de la historia. Los Mossos me llaman cada dos por tres, a pesar de que nos reunimos por skype, para avanzar e intercambiar datos. No hay manera. TV3 ha emitido un 30 minuts dedicado a Paula Cellar, los periódicos van cargados de medias verdades y enormes mentiras sobre el asesinato. Por suerte no se filtra nada desde los Mossos y la única información es la que se consensúa con la gente de comunicación de la policía catalana. El resto, rumores. Sí que he leído, en La Vanguardia y el Ara de hoy, entrevistas a vendedores del mercado o a casi todos los miembros de la compañía de Medea, que hoy tienen página doble en El Periódico.
Mucha información, pero pasan los días y no encontramos la salida del laberinto.
Suena el móvil. El comisario Pérez Navarro.
—Dime, comisario. ¿Cómo? —Me levanto de golpe de la silla del despacho mientras me dirijo al ventanal que da a la calle.
Por la Vía Augusta, coches que suben y bajan, hormigueo de gente por los laterales, y en el teléfono el anuncio de un nuevo cadáver que ha aparecido en el panorama. Solo nos faltaba eso.
—Ahora voy. Envíame la ubicación y el nombre de la calle, puerta y piso. Cojo la moto y llego lo antes que pueda.
Me guardo el móvil en el bolsillo interior de la americana. Encima de la mesa busco un papel donde he dibujado el croquis de la Pollería Fidel. Del nombre del dueño cuelgan tres más: Diana, Carlos y Ramos. Cojo el bolígrafo y tacho el de Ramos.
—Un sospechoso menos.
Un muerto más.