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Adónde vais?
Cómo que adónde vamos?
Sí. Adónde vais con Rubén?
No. Rubén no quiere salir.
Mañana podré dormir un rato más. Me presentaré a media mañana en casa del segurata, a ver si hay suerte. Tendré que preguntarle a Pérez Navarro si desde los Mossos me pueden buscar las cámaras de seguridad del mercado. Tendríamos que saber si quedó grabado algún movimiento extraño en la Boquería aquella noche.
Antes de sacar el coche del aparcamiento he enviado unos mensajes a Pol, un problema innecesario en mi vida. La pareja de mi mejor amigo, un amigo que mataría por mí aunque yo lo mataría a él. Me excitan mucho tanto la historia como él. ¿Por qué cojones se ha cruzado este tío en mi vida? ¿Por qué cojones este tío se encontró primero con Rubén y no conmigo? ¿Por qué me pidió Rubén que lo conociera?
¿Cómo es que Rubén no quiere salir?
No está muy católico.
Respondo reivindicando mi papel de mejor amigo del enfermo:
No me ha dicho nada. Es raro, siempre me lo cuenta todo.
Me lo ha dicho hace un rato y hemos quedado en que ya nos veríamos mañana, y entonces he pensado… y si voy con su amigo Albert a tomar una copa?
Arranco el coche. No quiero responder. Ya estoy en la rampa de salida del parking de la Gardunya. Tomo por la calle Hospital para adentrarme en el corazón del barrio del Raval. Me pongo música en el bluetooth que conecta con el Spotify del teléfono móvil. Me saltan The Vaccines, «Post Break-Up Sex». Buena banda sonora para pensar. Un mensaje equivocado a Pol lo haría saltar todo por los aires. Como me dice también el amigo Carreras, «Cuando tengas una decisión importante, divide un folio en blanco en dos partes. Aunque no tengas papel, imagina que lo tienes. En la derecha apunta los beneficios. En el lado izquierdo, los perjuicios. El lado que pese más es la decisión que debes tomar».
Me imagino el folio. Hay un hándicap que pesa mucho: es la pareja de mi mejor amigo. No hay beneficio alguno que supere este desastre. ¿Qué le escribo, cojones? The Vaccines se acaban y la calle Hospital también, lo mismo que el tiempo para responder. Parece que tuviera una cuenta atrás. Como si me sintiese obligado a darle una respuesta inmediata. Y si le digo que sí, ¿qué? Y si le digo que no, ¿qué?
Cojo el móvil. Busco en la lista de mensajes de whatsapp de las últimas horas los que nos hemos enviado Rubén y yo. Lo abro. Última conexión, hoy hará una media hora. Le escribo:
Rubén. Cómo te encuentras?
Al cabo de menos de un minuto recibo respuesta y paro el coche delante mismo de la Bodega Sepúlveda, donde cenamos los tres.
No estoy muy bien, la verdad. Mocos, dolor de cabeza, un poco de tos…, síntomas de gripe.
Espero que te mejores. Por cierto, tener que enterarme por Pol de que estás enfermo, la verdad, me parece triste.
Silencio. Soy un gran hijo de puta.
Hostia, perdona, Albert. Te lo iba a decir más adelante si se confirmaba la gripe.
Ahora el silencio es mío. El dulce cabroncete vuelve a la carga:
No estarás celoso? Ja, ja, ja.
No son celos, melón. Es amistad o algo parecido.
El atontado, que me está tocando la moral, vuelve a escribir:
Uyuyuyuyyy, los celos. Por cierto, cómo sabe Pol tu número de teléfono?
Porque le di una tarjeta, como suelo hacer con la gente a la que conozco, y allí está mi teléfono y mi mail.
Y dices que te ha enviado un mensaje?
Sí, preocupándose por tu estado de salud y, además, me ha dicho que si nos vemos un rato los dos.
Más silencio. La historia se acerca a su fin. La reacción de Rubén será clave en el desarrollo. «Escribiendo», me dice el bocazas del whatsapp.
Oooh. Ve. Claro que sí. No hay nada que le pueda gustar más a una persona que la amistad entre su pareja y su amigo del alma.
Estoy cansado. No sé qué hacer.
Venga, Albert. Hazlo por mí. Me hace gracia.
Me lo pienso.
Mientras tanto, abro la conversación con Pol y le escribo:
Le he contado a Rubén que me habías propuesto tomar una copa contigo como sustituto suyo. Se ha puesto a reír y me ha exigido que quedemos. Es muy pesado, el tío. Si quieres quedamos en breve.
Y, a la vez, como un trío en perfecto estado de coordinación, recibo dos mensajes simultáneos. Uno de Rubén, mi amigo. Uno de Pol, su pareja.
OK.