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Pago la entrada. No quiero follones ni ayuda. He hecho cola. Hace veinte horas que hemos cerrado el caso de la actriz y, por lo tanto, las palomas de la Boquería ya pueden volar tranquilas. He decidido ir al Arena a ver qué me encuentro y, sobre todo, a quién me encuentro. Hoy ni Rubén, ni Pol, ni el panocho ni el del péndulo de Foucault me han dejado ningún mensaje de whatsapp. La sala está a reventar. Ya hemos cambiado de día, ya ha pasado la medianoche y vengo de comerme un canelón de cangrejo real y un cabrito enfangado en el Fermí Puig para celebrar la resolución de los asesinatos en Barcelona. De postre me han traído unos fresones con nata. Y que no pare la música, ¡qué cojones!
Voy un poco contento porque me he cascado media botella larga de un vino blanco del Penedès que me servían en copas. He acabado perdiendo la cuenta. Menos mal del café doble que me ha cortado la hemorragia alcohólica.
Entro en la sala y veo al final de la barra (hostia, no) a Rubén con Pol. No tengo escapatoria porque Rubén, que siempre ve lo que no debería, me ha avistado. Levanta la mano con una cara de euforia, el pobre, que no merezco. Pol bebe de su vaso con una mirada que interpreto cínica.
Au dessus des vieux volcans,
glisse tes ailes sous le tapis du vent,
voyage, voyage,
éternellement.
De nuages en marécages,
de vent d’Espagne en pluie d’équateur,
voyage, voyage,
vole dans les hauteurs
au dessus des capitales,
des idées fatales,
regarde l’océan…
Voyage, voyage
Suena Desireless en la sala. El otro día, en el programa del pesado aquel de la radio por las mañanas dijeron que la cantante de «Voyage, voyage» ya podía pedir la pensión de jubilación porque había cumplido los sesenta y cinco. ¡Cómo pasa el tiempo!
—Felicidades, Sherlock Holmes —me dice Rubén después de darme dos besos.
—No me vaciles, Pepe Gotera —le respondo.
—Felicidades, Albert —me dice Pol discretamente, estirando el brazo para que le estreche la mano.
—Gracias, gracias.
—Ya hemos leído los periódicos, hemos visto los telediarios… caso resuelto. Punto final. Vaya par de locas.
—Sobre todo una, Clara —dice Pol convencido.
—Sí. Mònica pringará porque ella era la guarnición del filete: ayuda a llenar el plato.
—Venga, ¿qué quieres tomar? —pregunta eufórico Rubén, guapo como él solo, con una jaquette azul marino, unos vaqueros claros agujereados y una camisa azul celeste. Limpio y arreglado.
—Un gin-tonic poco cargado, por favor.
Rubén se gira y busca al chico de la barra. Pol me toca el brazo.
—Desde la cena en que cortamos cualquier vínculo no me has querido decir nada, Albert.
—Porque ya te lo dejé claro, Pol. No quiero nada. Me equivoqué.
El malnacido se me acerca a la oreja.
—No te equivocaste. Te equivocas ahora. No sabes cómo podría continuar esta noche. Me entusiasman las celebraciones victoriosas.
—Eres la pareja de mi mejor amigo y no te perdono este juego. Si no fuese porque formo parte de la historia…
—… se lo contarías a Rubén, ¿eh? ¿Eso querías decir?
—En efecto —le contesto.
—Estamos el uno en las manos del otro. Por lo que he leído en el periódico, es lo mismo que pasaba con esas chicas asesinas, ¿verdad? —ironiza Pol—. ¿Por qué no lo aprovechamos?
Rubén trae el gin-tonic.
—Felicidades de nuevo, amigo. Brindemos.
Y allí nos encontramos los tres, haciendo la comedia.
Si no quieres aguantar
y te quieres liberar,
una frase te diré:
solo se vive una vez.
Si no quieres discutir
y te quieres divertir,
escúchame bien:
solo se vive una vez.
Apaga el televisor
y enciende tu transistor,
y siente unas cosquillitas por los pies.
Prepárate pa’ bailar
y cuenta luego hasta tres.
One, two, three, ¡caramba!
Las Azúcar Moreno. Las que faltaban en la fiesta. Observo en lo alto de la discoteca a Jan y Andy montándose la fiesta ellos solos, besándose, frotándose como si fueran de una sola pieza. Aquí todo el mundo hace lo que dé la gana. Andy le tira los trastos a todo lo que se mueve, Pol, todavía en el armario, pero se follaría los conos de las obras, y yo le pongo los cuernos a mi amigo con el ninfómano armariado. Un vodevil.
—¿Qué, bailamos? —me pregunta Rubén, dispuesto a irse con un grupo que hace rato que no para de sudar de tanto bailar.
—No, gracias, muy amable.
—Aburrido. ¿Y tú, amor? —le pregunta a Pol, mientras yo ruego que le diga que sí.
—No, gracias. Me quedo a tirarle los trastos a tu amigo Albert —responde sonriendo el hijo de la gran puta.
—Cuidado que os vigilo —dice el pobre Rubén.
Bebo un trago largo de gin-tonic.
—¿Qué, vamos al baño? —me pregunta Pol.
Paro, cuento hasta diez y le respondo acercándome a su oreja derecha:
—Mira, ve al baño con tu puta madre, guapo. No me gusta este juego. Odio el beso que te di anteayer, reniego de ti y de haberte conocido, pero sobre todo de saber que mi mejor amigo vive engañado por un mierda como tú. Déjale en paz. Déjame en paz. Vive la vida de otra manera.
Dejo el vaso sobre la barra del local. Le doy un beso en la mejilla a Pol y le digo, una vez más al oído:
—Dile a Rubén que me duele la cabeza y que me voy a dormir.
Pol no dice nada.
Si te quieren amargar
con problemas y demás,
no te dejes convencer:
solo se vive una vez.
Me voy. Antes de salir a la calle me vuelvo y veo a Rubén morreándose con Pol. Este me mira mientras besa a su pareja y me dice adiós con la mano sarcásticamente. Tendría que contarle a Rubén toda la verdad. Lo que he hecho no ha sido tan importante. El problema es con quién. Dos desgracias en una: su pareja y su mejor amigo. ¿Qué coño tengo que hacer? No puedo vivir con estos remordimientos. Un amigo es aquella persona con la que puedes pensar en voz alta. ¿Le confieso que he estado morreando y tocando a su pareja?; ¿le digo que su pareja es ninfómana?; ¿le tranquilizará saber, con todo, que no nos acostamos? ¿Cómo reaccionará? Y, si no se lo digo, ¿podré resistirlo? Y, si lo resisto, ¿podré volver a cenar con ellos dos sabiendo lo que sé de Pol y sabiendo lo que no sabe Rubén? Vaya nudo.
Tiro hacia arriba por Balmes. Subiré hasta Aragó a buscar un taxi. Cojo el móvil. Lo miro. Vuelvo a mirar. Voy a la agenda del whatsapp. ¿Lo hago? Busco la «E». Eduard. Empiezo a escribir un mensaje.
Hola, Eduard. Estás despierto? Estoy en un lío y necesito ayuda.
Doble tic azul. Lo ha recibido.
Y, de repente, me suena el móvil.
—Hola, Eduard.
—Hola, Albert.
Y entonces confirmo que el mejor sitio donde podemos cambiar las cosas es el presente.