De tres en tres
De tres en tres
—Joder, qué frío hace —musitó Shy.
Los huecos que formaban las raíces heladas de los árboles eran lo más parecido a un abrigo, aunque tan precario que, cada vez que soplaba el viento, recibían una bofetada en la cara. A pesar de la manta bien doblada con la que Shy se cubría la cabeza para dejar al descubierto sólo sus ojos, tenía la cara tan colorada como si hubiese recibido aquel bofetón, pues le escocía. Estaba echada de lado, aguantándose las ganas de ir a orinar porque no quería bajarse los pantalones, no fuera a ser que, para colmo de males, acabase con un carámbano amarillo pegado en el trasero. Se cruzó aún más la chaqueta sobre los hombros, luego la piel de lobo que Sweet le había proporcionado, para entonces tiesa por la escarcha, retorció sus dedos insensibles dentro de las heladas botas que calzaba y se tapó la boca con las puntas de sus dedos casi muertos, para calentárselos mientras le quedase algo de aliento.
—Joder, qué frío.
—Esto no es nada —comentó Sweet—. En cierta ocasión nos perdimos en la nieve durante dos meses, cerca de Torrealta. Hacía tanto frío que el licor se congelaba en la botella. Tuvimos que romper el vidrio y emborracharnos masticándolo.
—Shhh —musitaba Roca Llorona, lanzando una débil bocanada de vaho por sus labios azulados. Hasta entonces Shy no había dejado de preguntarse si no se habría quedado congelada con la pipa entre los dientes. Apenas había parpadeado durante toda la mañana, vigilando fijamente Almenara a través de las ramas y matojos que se habían echado por encima la noche anterior.
Pero no había mucho que ver. El campamento parecía abandonado. La nieve ocupaba su única calle, amontonándose ante las puertas a causa del viento y cubriendo con una buena capa de espesor los tejados, por otra parte adornados con unos carámbanos que parecían dientes. Con excepción de las huellas dispersas que había dejado un lobo demasiado curioso, la nieve estaba intacta. Por las chimeneas no salía humo, ni se filtraba luz alguna por los congelados faldones de las tiendas medio enterradas. Los viejos túmulos sólo eran blancas jorobas. La torre derruida, donde antaño ardiese la hoguera que daba nombre a la ciudad, sólo albergaba nieve. Aparte del viento que agitaba los pinos carcomidos y que obligaba a una contraventana a emitir un monótono tap, tap, tap, el lugar estaba tan muerto como la tumba de Juvens.
Aunque a Shy no le gustase quedarse sentada y esperar, el hecho de agazaparse en la maleza para vigilar le recordó los lejanos días en que la perseguían. Apoyando la barriga en el suelo mientras Jeg no hacía otra cosa que masticar y escupir cerca de su oreja, soportando a Neary, que sudaba a chorros, esperando que algún desafortunado viajero llegara por la carretera situada más abajo. Pretendiendo ser una bandolera llamada Humo que aparentaba estar medio loca, cuando realmente se sentía como una niñita desgraciada y medio muerta de miedo. Miedo de quienes la perseguían y, sobre todo, de quienes la acompañaban. Sin saber qué sería lo siguiente que iba a hacer. Como si algún lunático repugnante la hubiese atado y amordazado para convertirla en una marioneta. Sólo con pensarlo, le entraban ganas de echar a correr.
—No os mováis —dijo Lamb en voz baja, tan inmóvil como un árbol caído.
—¿Por qué? Aquí no hay nadie, este sitio está tan muerto como una…
Roca Llorona levantó un dedo que más parecía un garfio y lentamente apuntó con él hacia la linde de los árboles que delimitaban el asentamiento.
—¿Ves esos dos pinos altos? —preguntó Sweet en voz baja—. ¿Y las tres rocas parecidas a dedos que están entre ellos? Pues ahí se esconden.
Shy se quedó mirando aquella mezcolanza de piedra, nieve y madera hasta que le dolieron los ojos. Y entonces observó que algo parecía moverse muy despacio.
—¿Es uno de ellos? —preguntó sin alzar la voz.
Roca Llorona levantó dos dedos engarabitados.
—Siempre van de dos en dos —dijo Sweet.
—Vaya, es muy buena —comentó Shy, sintiéndose como una simple aficionada ante gente tan experta.
—La mejor.
—¿Y cómo haremos que salgan?
—Saldrán por sí solos. Siempre que ese borracho enloquecido de Cosca cumpla su palabra.
—No lo creo —musitó Shy. A pesar del parloteo de Cosca acerca de que tenían que darse prisa, sus mercenarios, con el pretexto de reaprovisionarse, habían permanecido en Arruga dos semanas más como si fueran moscas alrededor de una boñiga, dando lugar a todo tipo de situaciones desagradables y caóticas, así como a la rápida deserción de buena parte de ellos. Estaban tardando mucho más de lo usual en recorrer los escasos veinte kilómetros de meseta que separaban Arruga de Almenara, porque el tiempo había empeorado sin previo aviso y, también, porque un número considerable de putas, las más ambiciosas, de tahúres y de comerciantes que ansiaban llevarse el poco dinero que aún les quedaba a los mercenarios los habían entretenido por el camino. Durante todo el trayecto, el Viejo se había limitado a sonreír como si él mismo hubiese planificado aquel retraso, desgranando para beneficio de aquel idiota que era su biógrafo historias inverosímiles acerca de su glorioso pasado—. Creo que la palabrería y la acción son dos cosas que ese bastardo no puede conciliar…
—Shhh —dijo Lamb.
Shy se apretujó contra el suelo cuando dos bandadas de cuervos enfadados echaron a volar por el cielo helado. El viento traía gritos y tintineo de arneses, anunciando la llegada de los jinetes que no tardaron en aparecer a la vista. Veinte o quizá más, que avanzaban a duras penas por la nieve del valle, hundiéndose en ella y estando a punto de caer de sus caballos mientras les clavaban las espuelas para que siguiesen avanzando.
—Pues el borracho enloquecido ha cumplido su palabra —musitó Lamb.
—Esta vez. —Shy estaba por jurar que eso no debía de ser muy frecuente en Cosca.
Los mercenarios desmontaron y se dispersaron por el campamento, abriendo a patadas puertas y ventanas, destripando tiendas cuyas lonas estaban tan rígidas como la madera a causa del hielo, creando una algarabía tan grande que en medio de aquel invierno tan muerto sonó como la batalla con la que finalizará el mundo. El hecho de que aquella escoria estuviese en su mismo bando le llevó a preguntarse a Shy si no se encontraría en el bando equivocado. Pero eso era algo que ya no podía cambiar. Resistir como pudiese con toda la mierda que le caía encima seguía siendo la historia de su vida.
Lamb le tocó un brazo con un dedo, y ella siguió dicho dedo hasta el escondrijo al que apuntaba, distinguiendo una silueta oscura que pasó rápidamente entre los árboles situados más atrás para desaparecer entre la maraña de ramas y de sombras.
—Ése era uno —dijo Sweet, ya sin molestarse en hablar en voz baja, pues los mercenarios hacían un ruido de mil demonios—. Seguro que va derecho a donde se oculta el Pueblo del Dragón, para decirles que veinte jinetes acaban de llegar a Almenara.
—Cuando el fuerte parece débil —decía Lamb—, el débil parece fuerte.
—¿Y dónde está el otro? —preguntó Shy.
Roca Llorona guardó su pipa y sacó su maza picuda, respondiendo de manera elocuente a la pregunta que Shy acababa de hacer, para luego, rodeando con la agilidad de una serpiente el tronco donde se apoyaba, desaparecer entre los árboles.
—A trabajar —dijo Sweet, y comenzó a culebrear tras ella, moviéndose mucho más deprisa que cuando Shy lo había visto caminar. Contempló la manera en que aquellos viejos exploradores se arrastraban entre los negros troncos, la nieve y las agujas de los pinos, llegando al escondrijo y desapareciendo de su vista.
Seguía al lado de Lamb, tiritando en el suelo helado para intentar ver algo más.
Era como si tras afeitarse la cabeza en Arruga, el norteño se hubiera desprendido de los sentimientos junto con el pelo, dejando al descubierto no sólo aquellos rasgos y pómulos tan marcados, sino la vida azarosa que había llevado. Al quitarse los puntos de la cara con el cuchillo de Savian, las señales del combate mantenido contra Glama Dorado comenzaban a desaparecer. Pronto no serían más que recuerdos. Y como la violencia de toda una vida aparecía marcada de manera tan evidente en aquel yunque que era su rostro, Shy se preguntó cómo era posible que nunca antes se hubiese fijado en ella.
Le resultaba difícil creer lo fácil que siempre había sido hablar con él. O hablar por él. Aquel viejo cobarde de Lamb nunca la sorprendía. Hablar con él había sido tan fácil como hablar consigo misma. Pero en aquellos momentos, el abismo que los separaba se iba haciendo cada vez mayor. Por eso, aunque le rondaran muchas preguntas por la cabeza, la que le formuló apenas abrir la boca fue completamente intrascendente.
—¿Entonces, te follaste a la Alcaldesa?
Como Lamb se tomaba mucho tiempo en contestar, Shy pensó que no se molestaría en darle una respuesta.
—De todas las maneras posibles, y no lo lamento en absoluto.
—Supongo que echar un polvo seguirá siendo algo maravilloso para las personas de cierta edad.
—Por supuesto. Sobre todo si antes no se han echado muchos más.
—Eso no le impidió clavarte un cuchillo en la espalda en cuanto le convino.
—¿Te hizo Temple muchas promesas antes de saltar por la ventana?
En aquel momento era Shy la que necesitaba tomarse un respiro.
—La verdad es que no.
—Uhh. Supongo que follarse a alguien no evita que quienes quieren joderte dejen de intentarlo.
Ella lanzó un largo suspiro que se condensó al momento.
—Eso sólo aumenta la probabilidad de que algunos de nosotros…
Sweet, que caminaba despacio tras abandonar los pinos que rodeaban el escondrijo y que parecía perdido en el grueso abrigo de piel con el que se cubría, les saludó con una mano. Roca Llorona, que seguía sus pasos, se agachó y limpió su maza en la nieve, dejando en ella una ligera mancha rosada que alteraba su blancura inmaculada.
—Supongo que se acabó —dijo Lamb, haciendo una mueca al sentarse en el suelo.
—Sí. —Shy se apretujó contra él, demasiado helada para sentir otra cosa que no fuese aquel frío. Luego lo miró por primera vez desde que habían comenzado aquella conversación—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
A Lamb se le marcaron los músculos de la cara cuando dijo:
—Hay ocasiones en que la ignorancia es la mejor medicina. —Y posó en ella aquella extraña mirada suya tan llena de culpa y de cansancio, tan parecida a la del hombre que, al ser descubierto cometiendo un crimen, sabe que el juego ha terminado—. Pero sé que eso no te detendrá. —Entonces Shy sintió una punzada en la boca del estómago que casi le impidió hablar. Aun así, habló, porque sabía que tampoco podía quedarse callada.
—¿Quién eres? —le preguntó en voz baja—. Quiero decir… ¿quién fuiste? Me refiero a… ¡mierda!
Entonces captó un movimiento… el de una figura que se dirigía rápidamente entre los árboles hacia Sweet y Roca Llorona.
—¡Mierda! —exclamó, levantándose y echando a correr a toda prisa, tambaleándose, resbalando y tropezando, por culpa de un pie entumecido, con el tocón situado al borde de la oquedad, para luego caer en la maleza, revolcarse por ella y bajar por la pendiente, metiendo las piernas en la nieve virgen a tanta profundidad que luego, al querer sacarlas, le pareció que llevase puestas un par de enormes botas de piedra.
—¡Sweet! —dijo, resollando. La figura salió fuera de los árboles y avanzó hacia él, pisando aquella nieve impoluta. Shy vio una cara que le pareció una inmensa mueca, así como el brillo de una espada. No podía llegar a tiempo. No podía hacer nada.
—¡Sweet! —repitió, casi gimiendo, y el explorador la miró, sonriendo, y luego miró a derecha e izquierda, abriendo mucho los ojos y agachándose cuando aquella forma oscura saltó hacia él; pero no llegó a donde estaba, porque antes se retorció en el aire, cayó a cierta distancia de Sweet y luego rodó por la nieve. Roca Llorona llegó corriendo y le propinó un mazazo en la cabeza. Instantes después, Shy escuchaba el ruido que hacía su cráneo al partirse.
Savian apartó las ramas que se interponían en su camino y avanzó por la nieve en su dirección, frunciendo el ceño mientras giraba lentamente la manivela de su ballesta.
—Buen disparo —dijo en voz alta Roca Llorona, metiendo la maza por dentro de su cinto y mordiendo la pipa con los dientes.
Sweet echó hacia atrás su sombrero y exclamó:
—¡Dice que es un buen disparo! Si por poco me atraviesa con el dardo…
Shy tenía las manos en las caderas mientras intentaba contener el aliento, porque el pecho le quemaba cada vez que intentaba respirar.
Lamb se acercó a su lado y envainó la espada, diciendo:
—Pues, por lo visto, también van de tres en tres.