43. Las cuatro bandas

“Cuatro grandes bandas operan en el país, además de la de Montoya”, me dijo Ruiz, a cargo de la investigación del secuestro de Beatriz. “Las cuatro se disputan el territorio del crimen.”

“Me interesa saber cómo van los operativos para hallar a mi esposa.”

“La persecución de El Cortaorejas continúa, pero el hombre más buscado del país sigue prófugo. Si lo detenemos, llegaremos a la casa donde mantienen cautiva a su esposa.”

“¿Está viva?”

“Hasta donde sabemos.”

“¿Qué hay de las llamadas anónimas que aseguran que Miguel Montoya anda en compañía de dos hombres conduciendo un automóvil color negro?”

“Los rumores sobre su paradero están a la orden del día, y también las pistas falsas.”

“Se dice que el jefe de los secuestradores sigue gozando de la protección de jefes policiacos.”

“Sólo puedo decirle que El Niño, el encargado de recibir el dinero del rescate de los secuestros, se pasea por la ciudad con un millón de pesos en efectivo.”

“¿Es él quien lleva alimentos al secuestrador en sus escondites y el que le paga la protección a los policías?”

“El mismo.”

“¿Disponen de un perfil?”

“Tiene 20 años de edad. Mide un metro 56 centímetros de estatura. Padece problemas hormonales que le han detenido el crecimiento. En una pasarela de gays de Ciudad Moctezuma, Montoya lo reclutó por chaparro, flaco y bizco. Reunía las condiciones de resentimiento necesarias para tenerlo en su banda. Su relación afectiva de Montoya es más fuerte desde que murió su perra Pelusa.”

“¿Hay posibilidades de atrapar a Montoya?”

“Está atrapado en su escondite. Su refugio es una cárcel. Su banda está desintegrada. Sus cómplices están presos o trabajan para la policía. El problema es que por lo que sabe, si los policías corruptos lo agarran antes que nosotros tratarán de matarlo.”

“Me dijo que hay cuatro bandas de secuestradores, que el negocio del secuestro no es exclusivo de Miguel Montoya.”

“Una es la de Carlos Sandrini, un ex asaltante de bancos que se fugó del Reclusorio Oriente y se integró a la banda de El Marino, un desertor del Ejército. Al morir El Marino en una balacera con federales, Sandrini formó su propia banda. Preso por homicidio, se fugó del penal de Puente Grande. Procesado seis años después por asociación delictuosa y asalto, volvió a escaparse. Desde entonces, su actividad principal es el secuestro.”

“He oído que Sandrini es sádico como Montoya.”

“Por si se topa con él en la calle, sus señas son: uno ochenta de estatura. Cuarenta y tres años de edad. Cuando negocia los rescates amenaza con matar a los secuestrados. Trabaja cada víctima como si fuera una mercancía. Pide por liberarlos entre dos y cuatro millones de pesos, y no baja el precio.”

“La banda de El Señor de los Murciélagos es la más feroz. Pero no sabemos quién es él. Se sospecha que puede ser un gobernador o un alto mando policiaco, y hasta se ha llegado a mencionar al Almirante RR (no lo repita). Nunca hemos podido establecer su identidad. Cuenta con treinta o cuarenta miembros tan despiadados que cuando la policía los sorprende en algún ilícito se lanzan al ataque con rifles de alto poder. Se desplazan en motocicletas, por eso también los llaman Los Motociclistas; levantan gente en carreteras, ciudades y pueblos. Capturamos el año pasado al comandante Johnny Alejo, uno de los jefes, pero a las pocas horas otros policías lo dejaron ir. Para despistar, la banda usa camionetas Suburban y uniformes de agentes de la Policía Judicial Federal con insignias de mamíferos voladores. Mantienen a los secuestrados en cuevas tan oscuras y apartadas que algunos se mueren de frío. Sólo le hablan a la víctima cuando la alimentan. Al comunicarse con los parientes del secuestrado son parcos: ‘Entrega el dinero o tu familiar regresa en un ataúd’.”

“Espero que no sean ellos los que se llevaron a Beatriz.”

“Yo también.”

“¿Qué sigue?”

“El Chimal, acribillado hace diez años en Sinaloa, produjo una camada de plagiarios, Los Chimales. La comandan los hermanos Heriberto y José Limón, unos tipos bastante violentos que en su trato con los familiares les infunden terror psicológico, pues a gritos amenazan con matar a las víctimas. Son originarios de Playa Segunda. De allá eran los integrantes de la banda que secuestró al empresario japonés de la Sanyo, Mamoru Konno, en Tijuana, en agosto de 1996.”

“Gracias por la confianza, con esa información dormiré a pierna suelta”, intenté despedirme.

“Los Hijos de la Culebra operan en Tlayca, un pueblo de las costas del Golfo de México. Tlayca, con 500 habitantes, es conocido como el pueblo de los secuestradores. Allá los niños no sueñan con irse a Estados Unidos, como en otras comunidades rurales, sino con ser secuestradores. La entrada a Tlayca está restringida, y cuanto policía se asoma es recibido a balazos.”

“¿No hizo famosa a Tlayca La Culebra, el maestro de Montoya y Sandrini?”, pregunté.

“La Culebra murió hace cinco años en un enfrentamiento con la policía, pero quedaron los culebritas: El Ronco, El Rojo, El Reidor y El Culebrón, temporalmente preso.”

“¿Sigue siendo Tlayca un nido de secuestradores?”

“Se estima que en el pueblo hay cuarenta jóvenes que se dedican al secuestro, con la protección de la policía y de la familia. Son secuestradores natos, secuestran hasta por un quítame allá esas pajas. Creen que arrebatarle el dinero a un rico es bueno. En una oficina de la Policía Judicial de la región hay un mapa marcado con chinches de colores para señalar los pueblos y ranchos que son refugio de secuestradores.”

“No quisiera pensar que mi esposa pudiera estar en Tlayca.”

“Su esposa no se aparta de nuestra mente”, Ruiz me acompañó hasta el elevador.

“Señor, ¿Ruiz le dijo algo de interés?”, abajo Mauro salió a mi encuentro.

“¿Sabe la policía dónde tienen los secuestradores a su esposa?”, me preguntó El Petróleo.