30. Las piñas

“También el cielo sufre de la próstata”, dijo Mauro, pues el día estaba nublado como queriendo llover sin poder.

El Petróleo se había quedado recorriendo las calles del barrio para investigar a los vecinos.

“A veces me siento como un mal olor encerrado en un retrete. Pero otras me creo el rey de los guaruras, tanto me amo”, Mauro ese día estaba muy platicador. En Constituyentes me recetó la frase de un gobernador de Chihuahua, ex jefe de su padre:

“Si metemos a la cárcel a los corruptos, ¿quién cierra la puerta?”

Con los ojos ocultos detrás de gafas negras, mientras atravesábamos el bosque de Chapultepec, dijo:

“Disculpe que insista en el código de la orden de los guaruras, pero como un aymara del lago Titicaca nosotros los guaruras estamos sin estar, vemos sin que nos vean y, ante el escrutinio de la gente, somos y no somos. Nuestra humildad es como una olla exprés: explota bajo la presión del vapor reprimido.”

Se pasaba los altos, se metía en sentido contrario y transgredía las señales de tránsito mientras musitaba:

“En el Instituto Nacional de Guaruras había competencia entre nosotros para ver quién era el más servicial y el más controlado. Pero en la preparatoria abierta para uniformados que quisieran realizar estudios de nivel superior, aprendí ciertos principios: Uno. Ser obediente, como un rottweiler. Dos. Controlar la cólera que roe las entrañas, como un hindú. Tres. No hacer daño a los demás, como un cristiano. Cuatro. Aspirar a ser alguien más que yo mismo, como mis compañeros.”

“Fíjese”, le reñí, “estuvo a punto de atropellar a un albañil.”

“¡Pendejo!”, le gritó al posible atropellado.

Eso no se hace. En vez de disminuir la velocidad la aceleró; en vez de pedir al peatón disculpas lo insultó.

“Nunca mire a un escolta a los ojos, la mirada puede resultarle mortal”, me advirtió cuando en Avenida Chapultepec miré de frente a un enorme guarura en un Mercedes Benz.

“Vayamos por Florencia”, le pedí.

“El otro día me topé con un hombre de pelo gris y traje gris, y tan respetable de modales que quise darle de bofetadas”, me contó mientras una furiosa agua mineral que salió a borbotones de una botella corría por sus manos: “Lo seguí por la calle con la intención de pegarle por la espalda. Pero cuando se volvió hacia mí descubrí su superioridad física y su determinación de enfrentarme, y me dio miedo. ¿Por qué se lo cuento? Ah, ya sé, la otra noche soñé que le daba de balazos y al despertar hallé junto a mi cama su zapato perforado.”

No sé qué decirle.

“La calle de Amberes está llena de locas. Todos se llaman Marissa, Marta o Marijuana. Nada más vislumbre a esos gays que acaban de salir de un bar de género.”

“¿Le despiertan agresión?”

“Una poca. Vislumbre esos pollos rostizados. Parecen Lupitas en cueros. Dan vueltas en el asador hasta que alcanzan la temperatura perfecta.”

“Nunca había oído una comparación semejante.”

“Vislumbre a esa vieja, a pesar de las razzias, las palizas y la enfermedad, no se le quita lo puta. Con muletas y una pata coja, tiene unas piernas y un culo que ya quisiera La Venus de Oro.”

“Qué ocurrencia.”

“¿No está contento de que su custodia esté en mis manos?”

“Si en sus horas libres no se convierte en secuestrador.”

“Vislumbre, nada más vislumbre.”

En la calle de Florencia una pareja formaba el animal de dos espaldas. Eran hombre y mujer, hombre y hombre, mujer y mujer, no pude saberlo. En ese momento se desabrazaban. Él o ella, con labios blancos; ella o él, con ojos enrojecidos, cogieron direcciones opuestas. Pero antes de alejarse para siempre de su lado, dando uno la vuelta en Varsovia y otro pasando de largo por Londres, al voltear para mirarse no lo hicieron al mismo tiempo y nunca supieron de esa mirada.

“¿Me permite comprar unas piñas?”, preguntó Mauro.

“¿No compró ayer?”

“Las que compré están madurándose.”

“¿Cuántas piñas come al día?”

“Tres, una en la mañana, otra al mediodía, otra en la noche. Me fascina su pulpa carnosa, su jugo amarillento. Estoy loco por las piñas. Empieza a preocuparme mi obsesión.”

“No se preocupe, a mí también me gustan.” “Entonces lo invito a casa para que se harte de piñas, tengo un cuarto lleno.”