Escena I
La escena se desarrolla en casa de la periodista. Un living que no puede ocultar un dormitorio. Sillas, mesas, un afiche en la pared, cierto desorden. En el suelo, un grabador enchufado.
Están sentados en círculo:
Periodista.
Roberto M. Cossa, 30 años, autor de Nuestro fin de semana.
Rodolfo J. Walsh, 38 años, autor de La granada.
Germán Rozenmacher, 29 años, autor de Réquiem para un viernes a la noche.
Chana, mujer de Rozenmacher, joven y bonita.
Antes de comenzar la escena se oyen confusas voces en donde se mezcla el ruido de hielo y vasos, palabras sueltas y superpuestas: Santo Domingo, Caamaño, turros, yanquis, etc.
Per.—El reportaje que les voy a hacer es para Tiempos Modernos, la que era El Grillo de Papel. La primera pregunta —aunque tengo pocas ganas de trabajar y voy a dejar que ustedes conversen— es: ¿para qué y por qué hacen teatro?… (Mirando el artefacto).
Cossa.—Sí, está grabando. Si se mueve ahí, es que está grabando…
Per.—Bueno, Cossa, aparte de tu experiencia breve, como actor y crítico literario, ¿cómo te pusiste a escribir Nuestro fin de semana?
Cossa.—Empecé a armar diálogos, quería una obra en un acto. Lo hacía un poco espontáneamente porque me gustaba dialogar…
Walsh.—Esa debe ser una experiencia común… Además es una pregunta que siempre se hacen. (Fastidiado). ¿Y qué sé yo por qué?
Per (Agarrándose a la única pregunta que se le ocurrió).—Pero yo pregunto por qué eligieron la forma teatral, y no el cuento, el poema…
Cossa.—Poema es difícil que uno no haya escrito, cuento ya había intentado. Uno se pone a narrar una carilla y después la rompe. Vos llegás al teatro porque el diálogo te carbura, te resulta fácil, es una expresión directa en uno. Además yo vengo de una familia de actores…
Per.—Y antes del teatro, ¿qué hacías?
Cossa.—Nací.
Per.—¿Y así chiquito empezaste?
Cossa.—No, tuve una «infancia muy dura». (Lo dice en chiste y todos ríen).
Per.—Vamos a dejarlo, lo de la infancia dura, vamos a dejarlo entre comillas, para eso hay un grabador acá…
Cossa.—Antes hacía lo de siempre, un primer año en alguna facultad como todos nosotros…
Walsh.—¿En cuál, che?
Cossa.—Medicina.
Walsh.—Yo hice filosofía en La Plata.
Per.—¿Vos, Germán?
Cossa.—No, Germán es el único que rompe aquí con el…
Rozenmacher.—Yo estoy terminando, gracias a Chana, Letras. Me faltan cinco materias…
Chana.—Le damos al latín hasta las cuatro de la mañana.
Rozenmacher.—Dejé Derecho, con gran drama de mis viejos. Empecé a hacer lo que quería, estudiar y ponerme a escribir.
Walsh.—¿Tu viejo quería que fueras abogado?
Rozenmacher.—Sí… bueno, quería…
Walsh.—Que fueras alguien.
Chana.—¡Un doctor!
Rozenmacher.—Sí, claro, como todos los padres…
Cossa.—«Alguien». Pero que aparte ganara plata…
Per.—Ya lo logró tu padre, ¿no?
Rozenmacher.—¡Nooo!
Walsh.—¿No está satisfecho?
Rozenmacher.—No, él creía que esto era una especie de escalafón. Uno escribía una obra… Me decía: «Ahora vas a hacer otra, y después otra, y te vas a comprar un coche…».
Cossa.—Bueno, es la opinión de Mottura, en alguna medida, ¿no?
Rozenmacher.—Cuando le expliqué que la cosa era más ambigua, que no había ninguna garantía de que a uno le fuera bien o mal, independientemente de la calidad de la obra, se quedó pensando: «¿Dónde está la manija de la pelota ésta, para qué sirve todo esto?».
Per.—Ese es el punto de vista de tu papá, pero por qué ustedes tres…
Rozenmacher.—No sólo de mi papá… sino…
Per.—Bueno, de tu papá, de Mottura, en fin… (Risas generales).
Walsh (Candorosamente).—¿Quién es Mottura?
Rozenmacher.—¿Contamos la anécdota, Cossa?
Cossa.—Bueno, Mottura tiene dos anécdotas, una sobre…
Rozenmacher (Interrumpe, se levanta).—¡No, no, no! ¡No la contés que va a salir!
Cossa.—Yo se la cuento igual…
Rozenmacher.—¡Ay! ¡Qué huevón! ¡Vos no la conocés! (A Periodista). ¡Si la ponés te saco en la revista Así, en la tapa, con los cadáveres! (Risas).
Cossa.—Bueno, no creo que Mottura dirija una obra nuestra nunca, y segundo, espero que Pirí la publique, pero que lo haga en un diálogo salpicado, entonces nos comprometemos los tres.
Per.—Yo te pongo los cómplices, no te preocupés.
Walsh.—A mí me contaron que fue a ver una obra, ¿no era la tuya?, y dijo: «Muy bien, muy linda, muy intelikente ¡pero no entendí un karako!».
Cossa.—No, conmigo no fue. Fue a verlo a Gené y le dijo: «Muy linda la obra, muy lindo tu trabajo, Gené. La obra está muy bien, é muy verdadera, tan verdadera, ¿eh?, ¡ma tan verdadera que me rompió la pelota!». (Risas de todos). Y a Rozenmacher le dijo…
Per.—No, que lo diga Rozenmacher.
Rozenmacher.—Bueno, va a ser una contribución a la mitología del teatro argentino, no a Mottura director. Me presentó Gutiérrez. «Ah, é muy buena su obra», me dijo, «sí, muy buena, é muy fluida, questa pluma fáchile que usted tiene. E dígame, ¿per ché se quedó en la casa del muchacho? Per qué no va a casa de la chica, e toda la familia de la chica, questa cosa. Claro, questo é un tema que Carolina Invernizzio ha tratado ya, pero tratarlo ahora con mucha altura, con questa prosa fáchile, siga, siga».
Per.—Eso es la fama, ¿no?