CORTE IV
Corte a galería de la casa. LUISA espera en el barroco clima de esa noche de verano en el Delta. Entran OSCAR y LUCHO.
OSCAR (Borracho y culpable): ¿Qué hacés levantada? Luisa (Lo mira, juzgándolo): ¿Dónde estuviste?
OSCAR (Como un chico): Estuve por ahí, perdí noción de la hora. (Ruego) Perdoname.
LUISA (Implacable): Son las dos. (Enojada en víctima) Estaba asustada ya… Imaginate si le pasa algo al nene, y yo sola. ¿No te importa un pepino tu hijo, no? (Insiste) ¿Dónde fuiste?
OSCAR (Va a seguir dando explicaciones pero por la presencia de LUCHO se corta y una oscura agresión le explota adentro, sin embargo, primero dice): Te dije… No me di cuenta. (Transición) ¡De farra anduve! (Ahora ya libre crece su bronca) A la isla de la chica rubia. (Explica con fruición) Esa, de la bikini, cerca del almacén.
LUISA (Herida): Estás borracho.
OSCAR: ¿Sabés cómo bailamos? Toda la noche. (Lucho) No le gusta la rubia. ¿Y sabés por qué? Porque es linda. Se parece a Anita Ekberg. Luisa le tiene envidia.
LUCHO (Apenado): No le hagas caso. Estuvimos remando como locos toda la noche. Me mostró ese enorme arroyito que tienen atrás y después se puso a remar y si no la paramos llegamos al Paraná.
OSCAR: ¿Sabes como me apretaba la rubia? Qué bomba… (Su entusiasmo feroz decae y con desfallecida tristeza) Dejala. ¿Para qué le dijiste? ¿No ves que le gusta sufrir a ella?
LUISA (Todavía muy íntegra ordena): Andate a dormir.
OSCAR: ¿No ves? (Implorante) ¿Por qué me trata así? (Del ruego al grito) No me mandes. ¡Por favor! ¡No me mandes!
LUISA (A LUCHO): ¿Está contento ahora?
OSCAR: ¡Con Lucho no te metas!
LUISA (Con LUCHO, asustada y destruida): Pará. ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? ¿Para qué vino? ¿Qué quiere de mí?
OSCAR: La víctima. (La mira pensando cómo agredirla) Sos fea. ¿Eh? Mirá que sos fea, la pucha. ¿Cómo pude casarme con vos?
LUISA (Humillada): Hay extraños, Oscar…
LUISA (Estalla ofendida, humillada): Me revienta vos también. ¿Te creés que sos Alfredo Alcón vos?
OSCAR (Cansado): Ya sé, ya sé… Si lo fuera ¿Me creés que si lo fuera me hubiera dejado embalurdar en el comedor de mi casa por tus viejos y mis viejos y por vos? (Con decisión. Borracho) Me voy a divorciar. (Cabecea)
LUISA: Sí. Andá a dormir ahora.
OSCAR (A LUCHO): La buena samaritana. (Infantil) No aguanto más Luchito. El taller, mi papá, las cuotas. ¡Esta! ¡Uno tiene que reventar alguna vez!
LUISA (Trata de agarrarlo al ver que se está cayendo. Quiere protegerlo, maternal y tierna, a pesar de todo): Vení, Oscar…
OSCAR (En brazos de LUISA dice desgarrado a LUCHO): ¿Por qué Lucho? ¿Por qué me salió así, todo mal? Voy a cumplir treinta y dos años, ¿te das cuenta? ¿Y qué hice de mi vida? ¿Eh? (Se va quedando sentado con la cabeza apoyado contra las manos de codos en la mesa, abrumado, hasta que se duerme un poco, hablando solo)
LUISA (A LUCHO, que, muy dolorido, quiere llevarlo): Déjelo. Lo va a despertar. (LUCHO no sabe qué hacer. LUISA saca cigarrillos. Eso provoca pausa. También empieza hablando un poco sola para sí misma) No entiendo, no entiendo nada… Éramos tan felices. (Llora con lágrimas pero sin muchos gestos, como si no pudiera evitarlo, y después lo mira a él fríamente como si tratara de desentrañar un misterio o establecer un negocio) ¿Quién es usted? ¿Por qué hizo esto? ¿Para qué lo hizo?
LUCHO (Destrozado): Yo vine a pasar el día.
LUISA: A divertirse, ¿no? Oscar dijo que con usted nos íbamos a matar de risa. (Sonríe sombría)
LUCHO: Mire, señora. Yo lo quiero mucho a Oscar. Hace tantos años que no nos veíamos… Le pregunté lo que un amigo que se interesa de verdad le pregunta a otro. Si era feliz, si le iba bien. Después le juro que no sé qué pasó. Perdóneme señora. Yo no quise armar este lío. (Está muy mal)
LUISA (Llorosa): ¿Pero por qué tuvo que preguntarle? ¿Por qué le dio ginebra? ¿Qué mal le habíamos hecho? (Lo mira sospechando) Porque algo más le ha dicho. (Se pone ferozmente despreciativa y agrede) Usted nunca me gustó. ¿Sabe? Desde el primer momento no me gustó. (Fuma) Y ya me imagino lo que le habrá dicho. Y claro. Le calentó la cabeza.
LUCHO: Señora le juro que no. Quería saber cómo estaba, nada más.
LUISA: Si usted la goza. Porque es un fracasado y no puede aguantar que los demás sean felices. Claro que la goza. Apenas lo vi me di cuenta que usted no era compañía para Oscar. Envidioso. Fracasado. (De insulto a amenaza y luego a ruego) Usted es como la manzana podrida. Y ándese con cuidado, ¿eh? (Estalla en llanto) Él no es ninguna luz. ¿Por qué no lo deja en paz? ¿Por qué no deja en paz a la pobre gente? ¿Qué pedía yo? ¿Pedía mucho? Un poquito de felicidad. ¿Es mucho pedir? ¿Por qué va a echar abajo la que tenemos? ¿Se cree que no nos costó sangre llegar a esto? ¿Y usted qué tiene a fin de cuentas? Este hombre tiene una casa, una familia, no le hizo mal a nadie… ¿Por qué no lo deja tranquilo? ¿Con qué derecho vino acá a meterle cosas raras en la cabeza? ¿Para qué tuvo que venir?
LUCHO (Con infinita piedad y embarazo la deja hablar, lleno de tristeza y confusión): Tiene razón… Para qué vine… Nunca debí venir… Y siempre me pasa lo mismo. No crea que es la primera vez que me pasa esto. (Muy confuso) ¿Pero por qué todo el mundo me deja solo? ¿Por qué me dispara? ¿Tengo la peste? Si no hice nada… Le juro que no hice nada… (Enfurecido con si mismo y agobiado. Ella llora) Qué sé yo… (Él con profunda piedad evangélica casi le acaricia la cabeza a ella. Después se para) Me parece que me voy a ir… (Mira la hora) Las tres casi.
LUISA: Sí. Váyase de una vez. Y no vuelva nunca más. LUCHO entra y sale con bolso.
LUCHO (Suspira y no sabe qué decir): ¿Qué puedo tomar?
LUISA (Enciende un cigarrillo con el pucho de otro): No sé. (Vaga) En el río Capitán pasan lanchas almacén. O sino nado… (No lo mira más. Está envejecida)
LUCHO agarra la botella de ginebra, comprueba que está vacía y la tira. Después agarra el bolso, los mira, quiere decir algo pero se va, sin saludar, agobiado por lo que pasó y también por su espantosa soledad. La cámara muestra después la desolación de LUISA fumando junto a su hombre que duerme escapado de todo eso a su lado. Quizá un cenicero o film da noción del paso del tiempo. Amanece. Quizá murmuran los pájaros. Es la luz de una lívida aurora.
OSCAR (Despierta despacio, pesadamente. Ve a LUISA y su primer impulso al hacerse todo presente es huir de allí y trata de dormirse pero no puede refugiarse en eso. Abre los ojos. Suspira tenso. Silencio angustiante. Toda la verdad pesa como una montaña sobre ellos. Carraspea y con voz tomada): ¿Y Lucho?
LUISA: Se fue.
OSCAR (Suspira y asiente vagamente): ¿Qué hora es?
LUISA: Cerca de las cinco y media.
OSCAR (Saca cigarrillos y renace): Menos mal.
LUISA: ¿Qué?
OSCAR (Le duele la cabeza pero va cobrando entusiasmo): Es temprano. Voy a hacer muchas cosas hoy. (Pausa. Se miran. Tienen miedo de hablar de eso terrible que pasó) Tengo que arrancar los yuyos del fondo. (Con cierta euforia)
LUISA (Suspira ansiosa): No. Aprovechá la mañana en el agua hoy. Bastante trabajás en Buenos Aires. ¿No?
OSCAR: Pero tengo que picar la pared de la cocina. (Ansioso como ella por taparlo todo. Por reconstruir el aroma de la felicidad) ¡Chorrea de humedad ya!
LUISA (Ansiosa): Hay tiempo, hay tiempo… Después de tomar sol en el muelle. ¿Eh?
OSCAR: Esa pared. (Con bronca) Tengo tanto miedo que venga abajo… ¿Y después qué hacemos? ¿Eh? ¿Qué hacemos después? Con lo que nos costó esta casa…
Llanto de nene.
OSCAR: Prepará la mamadera. (Está por decirle algo más pero al final teme que su euforia desaparezca y calla tragando saliva)
LUISA: ¿Refresco, no?
OSCAR: Sí. (Apaga el farol, cansado de pronto, triste) ¿Tenés frío? Luisa (Cansada, desamparada): Sí.
OSCAR entonces se acerca, la agarra del brazo. Ella se apoya, aferrándose a él, y así, como dos huérfanos o dos convalecientes, se acercan agarrados a la puerta de alambre tejido y entran, sin hablarse, a la casa.