ACTO II
LAZARILLO. (Canta a Público).—
Lazarillo, Lazarillo
que andas sin papá y mamá
caminando, caminando
a Toledo fuiste a dar.
Ni Dios ni la buena gente
te dieron una señal
cachorrito vagabundo
¿dónde tu casa hallarás?
Aunque el sol queme a Toledo
tú andas en la oscuridad
la caridad subió al cielo
nunca volverá a bajar.
(Recitado). La caridad subió al cielo
De puerta en puerta pedí
y ni siquiera me abrieron
todos decían así:
«Fuera, muchacho mendigo,
busca un amo a quien servir».
Y dónde voy a encontrarlo
me dije al ir y venir.
¿Si Dios como creó al mundo
no crea un amo para mí?
VOZ ESCUDERO. (Invisible canta).—Lazarillo, lazarillo…
LÁZARO se vuelve estremecido hacia la izquierda, no ve a nadie, por el sector opuesto avanza como un sueño o una visión el ESCUDERO, lento, señorial, como flotante, como transparente, con su espada en bandolera, su capa al viento desgarbado, flaco y ajeno a las voces exteriores ahora avanza hacia LAZARILLO por la derecha, LAZARILLO ahora se vuelve y lo ve, ahora es el ESCUDERO quien de repente ve a LÁZARO y lo mira como a un descubrimiento, los dos se miran buscándose los ojos mientras avanzan el uno hacia el otro fascinados como reconociéndose muy de adentro como iguales.
INQUISIDOR. (Desde un rincón, sonríe).—Te dejo en buenas manos. (Desaparece).
ESCUDERO.—Muchacho…
LÁZARO. (En voz baja).—Señor.
ESCUDERO. (Lo dice como una afirmación suave e inapelable).—Buscas amo… (Se acerca y le apoya la mano sobre el hombro). Ven.
LÁZARO. (Sorprendido).—¿Yo?
ESCUDERO. (Mira alrededor no menos sorprendido).—Y sí… tú…
LÁZARO. (Sin creerlo).—¿Me hará usted ese favor?
ESCUDERO. (Sonríe y asiente).—Alguna oración rezaste hoy, que pegó allá muy arriba. (Señala al cielo).
LÁZARO. (Se lleva una mano al pecho y hace una rendida reverencia).
ESCUDERO.—Alzate.
(Campanas y gran tumulto. Entran los actores en bandadas payasescas dando volteretas y haciendo juegos).
ACTOR I.—Dieron las ocho.
ACTOR II.—¿Que ya dieron las ocho?
(Aparecen por atrás, a derecha e izquierda, en tres grupos y montan sus mesas que son portátiles y se cuelgan en la cintura de correajes en bandolera mientras se dicen cosas unos a otros. Uno tiene una víbora al cuello, otro trae un mono y una cotorra en cada hombro y en el tercer grupo hay uno que revolea una gallina sobre su cabeza. Traen elementos de cotillón).
VOCES.—A comprar aquí, higos venidos de Indias…
—No, ¡aquí! Cebollas como lunas, pepinos como ballenas…
—Tocinos de maravilla que ni el rey come otro igual…
—Panes y peces, panes y peces…
(LÁZARO eufórico se acerca hacia el que tiene la víbora al cuello y tomando una mortadela de cotillón la alza mostrándole a su amo. ESCUDERO lo ignora. LÁZARO quiere ponerle la mortadela bajo los ojos pero el ESCUDERO no le presta atención y sigue de largo. Los actores lo miran a LAZARILLO y se ríen de él).
ACTOR I.—Este tío no compra. ¿Y sabes por qué?
ACTOR II.—Porque tiene en la casa las conservas de Valencia…
(El ESCUDERO no oye, por supuesto, y LAZARILLO un poco inquieto oye las pullas mirando a los actores; entonces los actores despejan de artículos comestibles las mesas y desaparecen en el rincón de los trastos viejos. El ESCUDERO camina despacio hacia el proscenio y LAZARILLO lo sigue. Suenan campanadas).
LÁZARO. (Tiene dolor de estómago de tanta hambre y musita).—Las once dio el reló, vuestra excelencia…
ESCUDERO.—Las once ya…
LAZARILLO.—Eso es. (Esperanzado).
ESCUDERO.—Entonces… (Hay una pausa, LÁZARO atento). A misa. (Empieza a sonar la sombría y fervorosa música con aire de verdadero auto de fe).
ESCUDERO.—Me gusta ir a aquella iglesia, donde (levanta suave los dedos y como si fuera un demiurgo hace salir del rincón de los trastos a la muerte con cara de calavera y manto negro) está la muerte que nos recuerda lo poco que estamos en este mundo y lo mucho que debemos hacer… Está San Jorge que lucha con el dragón para siempre… (Salen San Jorge y dragón: él con casco y espada y como a horcajadas de una hermosa cabeza de caballo mientras el dragón es un actor con una gran máscara de diablo boliviano que atrás sigue en una capa con espinas y escamas que se colocan frente a frente)… Y el Arcángel Gabriel con su gran espada vengadora. (Sale el Arcángel Gabriel con sus alas a la espalda). Y la Santísima Virgen. (Se santigua y sale la Virgen con su manto azul y el niño en los brazos). Y el Ángel de la Comunión con sus hostias. (Sale con su copón lleno de hostias. Y todas las imágenes como estatuas se ubican en un semicírculo al igual ahora entra el ESCUDERO y se santigua). Aquí, Lázaro, me siento sostenido por la Gracia… ¿Tú crees, pero de veras, Lázaro?
LAZARILLO. (Mira las hostias dentro de la copa).—Quisiera que Dios mi señor no fuera tan rabioso contra mí… que el Dios de los perseguíos y los afligíos abajara un poco su mirada y aquí, me viera…
ESCUDERO.—¿Rabias contra él? Entonces crees… yo sé que sí, con el corazón y con el alma… Estar en Dios, con eso basta, para arrancar el deshonor y la opresión del mundo…
(La dulcísima música crece y ahora el ESCUDERO se arrodilla. Coro
canta la seguidilla religiosa de Pla).
CORO.—
Tres personas en una
te muestran el cielo (Bis).
en tres personas caben
muchos misterios (Bis).
(LÁZARO ve el fervor del ESCUDERO y al mismo tiempo los retortijones de su estómago son tan grandes que se dobla de hambre. Entonces se arrodilla y mientras continúa la canción se va acercando de rodillas hasta el ángel de la comunión y comienza a comerse todas las hostias que están encima de la copa. Luego finalmente se bebe el vino de la copa).
Y aunque se oculten (bis)
está en Roma la sede (tris)
si, si que los promulgue.
ESCUDERO.—Te dieron tres virtudes en este mundo (Bis).
Caridad, Esperanza y Fe en el Justo (Bis).
CORO.—Si es que pretendes.
ESCUDERO.—Si es que pretendes.
CORO.—Hallar eterna gloria.
ESCUDERO.—Hallar eterna gloria.
CORO.—Hallar eterna gloria, sí, sí tras de tu muerte (Bis).
(Paroxismo de coro y música).
ESCUDERO. (Musita cantando en voz de bajo).—Amén.
(Los santos van abandonando silenciosamente el espacio de la iglesia y el ESCUDERO y LÁZARO quedan solos y arrodillados. Campanadas).
LÁZARO. (Tímido).—Ya… dieron la una, vuestra merced…
ESCUDERO. (Lo mira sin verlo y hace una larga pausa que incomoda a LAZARILLO ya que no sabe qué hacer).
LÁZARO.—Eh… digo por… por vuestros servidores… que el almuerzo que vuestros servidores, no sé, digo yo, en casa, esperan…
(Los actores se cambian en el rincón de los trastos desde donde ahora comienzan a entrar la casa del ESCUDERO, quien continúa de rodillas rezando en silencio y con los ojos cerrados. El LAZARILLO muy preocupado mira entrar la casa. Es una habitación de tres paredes y techo sobre una plataforma, un escenario dentro del escenario).
ESCUDERO. (Se para).—Lázaro… a casa…
ACTOR I. (Irónico).—¡A la mesa!…
(ESCUDERO muy altivo y majestuoso avanza por el escenario hacia la casa con su techo de tejas. Ahora echa atrás su capa y saca una auténtica y enorme llave oxidada que mete en una cerradura de aire. Ahora mima que abre una puerta y en el teatro resuena el chirrido herrumbrado de los inexistentes goznes; ahora LÁZARO entra y ve las tres paredes blancas y encaladas sin absolutamente nada: ni una silla ni una cama ni una mesa, nada. Sólo una manta arrollada en un rincón y un pedazo de madera de modo de gancho sobre la pared).
ACTOR III.—Ni siquiera una longaniza vomitada hay aquí…
ACTRIZ.—Pobre Lazarillo, que del trueno cayó en el relámpago…
ACTRIZ II. (Va a proscenio y canta).—
Cuando apareció este señor
el Lazarillo grito
¡Estoy salvado!
ACTOR.—
El pobre no sabía
que su horror
con el señor
recién había empezado.
En la iglesia
las hostias se comió
y como almuerzo
era un poco magro
con agua bendita las regó
y con la gracia de Dios
no fue saciado.
LAZARILLO.—
Yo nunca encontré un amo mejor.
CORO.—
Por eso todo anduvo peor.
LAZARILLO.—
El escudero era una maravilla.
CORO.—
Pero veamos que pasó.
(Los actores entre risas dejan de cantar y corren a ponerse sus máscaras mientras el ESCUDERO ajeno a todo se saca la hermosa capa y queda al descubierto su jubón y calzas raídas y rotosas puestas sobre su traje de actor, cuidadosamente cuelga su capa del poste de la pared. También se saca la espada y con mayor cuidado todavía la cuelga del mismo sitio).
ESCUDERO.—Y bien, Lazarillo, aquí, dentro de todo, no estamos tan mal…
(Como si fuera un coro de grillos en el silencio se escucha un cruic, cruic, un bombo empieza a resonar, bum bum bum bum bum. Lenta, grotesca, con el salto irreverente grosero y casi obsceno de las murgas, a los saltos, las figuras ahora pasan en fila india delante de la casa).
ESCUDERO.—Mira, Lazarillo, mira lo que es el mundo…
(Son sapo, hiena, cuervo, unicornio acaracolado, ogro de un ojo, cigüeña, rata, feto, máscaras arrancadas de una pesadilla o de un cuadro de Bosch que ni siquiera son exactamente esos animales. Simplemente son monstruos).
ESCUDERO.—¿Ves, Lázaro?
(LÁZARO mira boquiabierto. Ahora las figuras comienzan a relacionarse entre sí y emiten graznidos: cruic cruic).
ESCUDERO.—¿Ves, Lázaro, esos mercaderes?
(Las figuras miman ahora la acción de dar y recibir cosas).
ESCUDERO.—Todo se lo cambian… alfombras, pájaros, mujeres, corazones, monedas, niños… todo…
(Un actor hace ademán de atacar a otro que se defiende a chillidos. Con un graznido feroz ahora otro ataca a su compañero y este no atina a defenderse, por lo que el primero lo despedaza. Todo entre graznidos de odio, de pelea, de desafío, de celos, de deseo, en un aquelarre que crece y muere).
ESCUDERO.—Eso es el mundo, Lázaro… ¿qué son, qué quieren? Fíjate en esas caras… ¿para qué viven? Cuando dejen este mundo, ¿qué dejarán? Si no tienen honra, son polvo que vuela sin sentido. (Se enfurece). ¡Quién no los humilla, quién no los pisa, quién no les pone cuernos! ¡Si no tienen nada adentro! ¿Y acaso les importa? Si no se respetan… son como animales… se vuelven animales…
LÁZARO.—¿Y quién no, mi amo? ¿Cómo impedirlo? ¿Qué no hacemos por hambre? ¿En qué no nos convertimos?
ESCUDERO.—Ah… no… yo te hago saber que a mí nadie me faltará, en ningún instante, el respeto… ¿A quién se debe un hombre honrado? A su honor…
(Los actores durante los parlamentos del ESCUDERO han ido desapareciendo y una luz mórbida y rojiza cubre el escenario. El bombo carnavalesco ahora se convierte en un tambor, sordo, sórdido, militar. El ESCUDERO se calza la espada a la cintura y ahora se queda inmóvil con los brazos en jarras, desafiante se pone la capa. LÁZARO se adelanta al público).
LÁZARO.—Ese año era estéril de pan y había mucha hambre; entonces, el ayuntamiento de Toledo ordenó a todos los pobres, que éramos extranjeros, abandonar la ciudad… al que no lo hacía… se le daban azotes…
(Por derecha aparece el ENCAPUCHADO con un gran látigo en la mano, que con prepotencia hace resonar secamente sobre el escenario. Tiene un sayo negro con una gran cruz a la espalda. Es diferente a la cruz y a la espada que están en el escudo de la Santa Inquisición y que adorna la espada del INQUISIDOR).
LÁZARO.—Y así vi llevar a una procesión de pobres azotados por las calles.
(El ENCAPUCHADO se acerca a la casa del ESCUDERO y golpea feroz contra el aire y los aldabonazos resuenan sombríos por todo el teatro).
LAZARILLO.—Y aquel día ese cortejo que sembraba abstinencia y silencio, tristeza y espanto, llegó a la casa de mi amo…
ESCUDERO. (Con su increíblemente esplendorosa nobleza grita).—
¡Qué quieren esos falsarios!…
(LAZARILLO entra subrepticiamente en la casa y se esconde detrás del ESCUDERO. ENCAPUCHADO golpea de nuevo. ESCUDERO abre la puerta).
ENCAPUCHADO. (Prepotente casi lo atropella para entrar y adentro hace resonar su látigo).—Delataron que hay un pobre aquí, y que está oculto…
ESCUDERO.—¿Qué forma es esa de entrar en mi casa?
ENCAPUCHADO. (Ignorando al ESCUDERO, señala con el látigo a LÁZARO).—¿Quién es aquel?
ESCUDERO.—¿Qué? ¿Sabes con quién estás hablando? (Desenvaina su espada).
ENCAPUCHADO. (Cínico).—Qué dije, señor, de tan malo… sólo dije que quiero a ese… (Señala con fruición a LÁZARO).
ESCUDERO.—En guardia, villano ruin… infeliz… (Con dos pases de su espada hace saltar el látigo de la mano del ENCAPUCHADO que recién repara en la espada del ESCUDERO).
ENCAPUCHADO.—Pero ¡qué! ¿Sabéis lo que estás haciendo? ¿Sabéis contra quién alzas tu espada?
(ENCAPUCHADO desenvaina su espada y arremete contra el ESCUDERO. Luchan y las espadas se sacan chispas pero el ESCUDERO en una arremetida feroz de una lucha que ya sale de la pieza y abarca todo el escenario desarma al ENCAPUCHADO y ahora este trastabilla, cae y el ESCUDERO como si el otro fuera el demonio le presenta el pomo de la cruz de la espada, ahora el ESCUDERO recupera el pomo del arma y como si fuera un brochette le arrebata la capucha al aterrado ENCAPUCHADO y queda al descubierto su cara de lagarto. El ENCAPUCHADO tiembla y no puede quitar la vista de la espada).
ESCUDERO.—¿Así que, así entráis en una casa? (Ordena). Saluda como se debe…
ENCAPUCHADO. (A una señal se levanta y hace una reverencia).—Besoos, señor, las manos…
ESCUDERO.—Ahí vamos mejor… así que queréis a este… Nunca lo tendrás… Que esta espada libera y tiene honra, villano ruin… (A LÁZARO). ¿Ves, Lázaro, cómo hay que tratar a esta basura? ¿Ves el idioma que entienden?
ENCAPUCHADO. (Maravillado musita).—¿Pero qué tiene, señor, esa espada?
ESCUDERO.—¿Ves que es mágica esta espada que fundió el gran Antonio?
ENCAPUCHADO. (Más maravillado y aterrado aún).—¿El gran armero de España, ese gran mago?
ESCUDERO.—Y ahora… fuera… antes que esta espada mágica, honrosa y cristiana vieja te parta en dos como a bosta seca… (Le golpea en las nalgas con la espada). ¡Abur!
(El ENCAPUCHADO sale corriendo).
ESCUDERO.—Así has de tratarlos… que todos te hablan de casta y de linaje, de orden y de religión y ¿qué buscan?, ¡la rapiña!… ¡Ah, si tuviera mis bienes, Lazarillo, si los tuviera…!
LÁZARO.—¿Y cuáles son vuestros bienes, mi señor?
(LÁZARO y ESCUDERO se sientan en el suelo y dialogan).
ESCUDERO.—Lazarillo, has de saber que yo tengo allá, en Castilla la Vieja, un solar de casas, que a estar esas casas en pie, y bien labradas, valdrían más de 200 mil maravedíes… pero uno de estos que mucho cacarean de cristiano viejo y linajudo, me las robó…
LÁZARO.—¿Y por qué lo dejásteis, señor?
ESCUDERO. (Se para y camina).—Y eso no es nada… que tengo un palomar, que a no estar caído como está daría cada año más de 200 palomos…
LÁZARO.—¿Y a qué habéis venido aquí, señor escudero?
ESCUDERO.—Eso me pregunto yo…
LAZARILLO.—¿Y un caballero a quien servir no lo encontrásteis aquí?
ESCUDERO.—Caballeros… bah… ni aquel que me despojó de lo mío ni estos de aquí lo son…
LAZARILLO.—¡Qué! ¿Ya no hay más caballeros, señores de honra ya no quedan?
ESCUDERO.—
Ay, si un señor encontrase
muy su gran privado fuese
y mil servicios le hiciese
y sus negocios cuidase.
Pero ¿qué hacer? Si hoy en día
todo es mentir y adular
inquirir y delatar
a los de casa y de afuera.
¡Ay, que no hay más escuderos!
Lázaro, ¿sabes porqué?
Porque no hay más caballeros
desde Madrid a Aranjuez.
¿Para qué sirve el valor,
para qué sirve este acero,
de quién seré yo escudero?
No hay en España un señor.
(ESCUDERO toma la capa mientras entran las tres mujeres con sus sombreros y sus canastos llenos de sombreros y bonetes que ellas mismas usan y los desparraman casi a la puerta de la casa. Entran por la derecha por donde desaparece ESCUDERO. Ahora LÁZARO se acerca a la puerta y mira a las mujeres).
LÁZARO. (A público).—Mi señor se iba por ahí a soñar sus honras todo el día… con un palillo en la boca… (Se acerca a las mujeres. Se acuclilla, las mujeres le dan cosas de cotillón que le llenan los brazos y así se acerca al proscenio y abre los brazos y ve cómo todo se le cae y sonríe al público).
Cerca de casa vivían
unas mujeres que hacían
día y noche sus bonetes.
Eran sombreros que usaban
el judío en la judería,
el moro en la morería.
Cuando se fueron de España
se quedaron las mujeres
cosiendo siempre bonetes
que ya nunca nadie usaba.
Allí, entre sus sombreros,
iba yo a pedir limosna
sin que mi señor supiera
de dónde caía el pan.
(Las mujeres se levantan, recogen sus sombreros y se van. Ahora LÁZARO
vuelve a la casa por la derecha mientras su amo vuelve por la izquierda).
LÁZARO. (Eufórico).—¡Tripa, tripa! ¡Tripa de vaca, señor… mollejita!
ESCUDERO. (Lo mira severo).—¿Hurto?
LÁZARO.—No.
ESCUDERO.—Rapiña…
LÁZARO.—No, mi señor… que la pedí…
ESCUDERO. (Traga saliva mientras ve cómo LÁZARO se lleva algo a la boca y mastica y come).—¿La pediste? (Mira hacia afuera). ¡Tú pides limosna! (Mira fijo cómo come LÁZARO). Mejor que nadie sepa que vives conmigo.
LÁZARO. (Deja de comer ofendido y dolorido).—Para vos la traje… yo… hubiera comido todo afuera…
ESCUDERO.—Eh… ya he comido… por ahí… come tú, niño… (Lo sigue mirando comer y se le hace agua la boca. Lo sigue mirando comer a LÁZARO más atentamente). Oye. (Transición a eufórico). Pero ¡qué gracia tienes niño para comer!… (Sonríe). ¡En mi vida he visto un hombre que de sólo verlo comer despierte tanto el apetito de la gente!… aunque ya he comido…
LÁZARO.—Probad, probad… Escudero. (Huele).
LÁZARO. (Le da).
(ESCUDERO empieza a comer despacio, digno, mesurado, guardando las formas pero a medida que come el hambre es más fuerte y entonces empieza a comer como un desaforado y LAZARILLO también come a dos carrillos. LAZARILLO le da nuevos pedazos. A su vez el ESCUDERO saca una cantimplora y le da agua al LAZARILLO. Los dos beben y se reparten el agua. Ahora el LAZARILLO se golpea la panza y eructa feliz. Toma el manto y lo desenrolla).
ESCUDERO.—Tú aquí, yo allá…
LÁZARO. (Mientras hace la cama le habla al público).—Ese, era un colchón tan sucio, tan duro, tan flaco que cuando te acuestas te pincha acá (se toca toda la espalda) como si estuviera relleno de espinas de pescado… pero para mí, después de la teta de mi mare, fue lo más tierno que tuve nunca. (El ESCUDERO se acostó ya y ahora LÁZARO se acuesta. Los pies de uno dan en la cara del otro).
ESCUDERO.—Buenas noches…
LÁZARO. (Se alza de un salto).—¡Buenos días!
(Música suave, de amor cortés, cuyas flautas y landes anuncian la salida del sol mientras en un extremo del escenario aparecen dos mozas que están junto a un río con un canasto de merendar. La música sin letra es «No te duermas pastorcico». Ahora una voz de mujer tararea música mientras en la casa se despiertan ambos moradores y un cenital amarillo los ilumina. LÁZARO le ofrece a su amo agua en el cuenco de sus manos y este se lava la cara. Todo es invisible. Luego el amo hace lo propio y es LÁZARO quien se lava, ahora ambos se peinan el uno frente al otro como si fueran mutuos espejos. Ahora salen).
ESCUDERO.—¡A la costa del río!
(Van hacia la costa del río. Una voz de mujer dulcísima canta ahora la canción de amor muy lenta. LÁZARO lleva un cántaro de aire. Es el pretexto para el requiebro. LÁZARO se inclina y busca lugar donde cargar agua, así se acerca a ellas que siguen el juego).
MUJER.—¿De dónde venís, amore? (Con sonrisas contenidas y coqueteada indiferencia).
¿De dónde venís amore?
Caballero de hermosura
yo se bien de dónde…
(Esta canción se canta mientras los hombres se acercan).
(Amo y LÁZARO llegan hasta ellas y hacen una reverencia y mientras continua la música ellas les responden. Ellos se sientan. El amo con una joven y LÁZARO con otra que se levanta y con la falda alzada mima que entra al rio y quiere cruzar al otro lado y toca el agua con el pie. El agua está fría. LÁZARO dichoso la quiere cargar pero resbala. Hace lo propio. La señora saca algo del canasto y convida a ESCUDERO luego amo la alza y cruza el río con ella. LÁZARO torpe hace lo propio. LÁZARO le hace señas a moza que traiga algo. Moza le sirve. Este come. Luego amo se acerca a señora y la requiebra en tanto LÁZARO juega con torpeza chaplinesca y hecha manotones a la muchacha. De pronto la besa en la mejilla. Ella ríe y le da una cachetada. LÁZARO, de un brinco se acerca al proscenio mientras se oscurece la luz sobre amo que se acerca más a señora. Luz a LÁZARO).
LÁZARO.—Nunca fui tan feliz…
(Escena se alumbra de nuevo. Las doncellas desaparecieron. Amo ahora cruza la escena caminando solo hacia la casa).
LÁZARO.—
Miradle a mi amo venir
¡ay, qué garbo, qué hermosura!
Ni el propio conde de Arcos
puede igualar su postura.
Si hasta parece que está bien cenado y bien dormido
pero vosotros sabéis
que no tiene en los bolsillos
ni siquiera medio real.
Nadie da lo que no tiene
este es pobre, ya lo sé.
A este le tuve piedad
él tuvo piedad de mí
y Dios es testigo que hoy
cuando topo con alguno
que tiene su mismo paso
su gran pampa y su donaire
pienso en aquel escudero,
siempre altivo y muerto de hambre.
Yo quisiera que abajara
un poco su fantasía,
con lo mucho que subía
su hambre y su necesidad.
Pero está de Dios que aquellos
que sueñan con su honra altiva
y que andan por la calle
simulando gran comida
no tienen ningún remedio
y que el señor les proteja
toda su honra y su coraje
porque con esta locura,
con este mal morirán.
(Mientras LÁZARO dice todo esto el ESCUDERO ha llegado a la pieza y desenvainando su espada le enseña a luchar en lance caballeresco, ahora LÁZARO va a la pieza).
ESCUDERO. (Al aire).—¿Ves, Lázaro? Esta es la guardia… este el ataque, esta la estocada flamenca… y aquesta la italiana… aprende, Lázaro… aprende… (Sigue espadeando hasta que LÁZARO termina su verso y vuelve a la pieza. Ahora se sienta en cuclillas contra la pared y mira a su amo quien trémulo y profético le augura). Que un día no lejano, nos iremos de esta casa lóbrega y oscura, donde no se come ni se bebe, donde se sufre y se aguanta… Hay mansiones majestuosas, mi Lázaro, llenas de luz, encendidas de luz… y… (Deja de espadear).
LÁZARO.—¿A qué, mi señor?
ESCUDERO.—A pelear por el honor.
LÁZARO. (Con amargura).—Otra vez eso… ¿y qué es el honor, mi amo…?
ESCUDERO.—Tú… la forma en que te enciendes cuando te humillan… no lo pierdas eso, Lázaro… no lo pierdas nunca… cuando el sentimiento de la honra se apague en ti, estarás como muerto… como esa gente, como ese polvo al viento que ves ahí… (Señala para afuera).
LÁZARO.—¿Que yo tengo honra? Hambre dirá usted… Vuecencia se burla de Lázaro… que se llama Lázaro por su larga agonía, porque mil veces Dios le ha quitado la vida y otras tantas cosas se la devolvió, ¿y para qué?
ESCUDERO. (En voz baja).—Pero Lázaro… si tú eres de familia excelente…
LÁZARO. (Sonríe).—Mi señor… yo nací en medio del río… y el linaje de mis padres… no preguntéis… que yo huelo la nariz del señor inquisidor por aquí… o el alguacil que caza rateros… herejes o criminales, ¿qué se yo? Lo que sé, es que tengo un hambre rabiosa y que soy extranjero en Toledo y que nunca entendí, mi Dios, ¿por qué me pasa todo esto?…
ESCUDERO.—¿Ves, Lázaro? ¿Te oyes? Esa es tu honra… es tu fe…
LÁZARO.—Mi fe… (Escupe en el suelo). ¿Y de qué sirve…?
ESCUDERO.—Mira cómo rabias contra tu Dios… pero lo quieres… y mira cómo amo yo a mi Cristo y a mi Santísima Virgen María… nosotros seremos distintos pero somos iguales, Lázaro… estamos juntos en la fe y en la honra como rocas… somos lo único que ese viento de afuera no se puede llevar como a una hoja… nosotros somos todavía hombres…
LÁZARO.—La fe… ¿acaso puede hacer milagros? ¿Por qué no habéis conseguido que Dios tan prodigioso nos de comida?
ESCUDERO. (Grita).—Lázaro…
LÁZARO.—No, mi señor, si no me quejo… con ser esta casa tan lóbrega y oscura, con ser una casa donde no se come ni se bebe, está llena de luz, por vos, señor…
ESCUDERO.—¡Lázaro! (De pronto hace sonar sus dedos y es como si escuchara una voz aunque no se oye nada. Así como transportado susurra). Oye, Lázaro… siento algo aquí. (Abre la mano y se la rasca y luego la cierra). Cierra, cierra tu mano… (LÁZARO la cierra). Ahora… (Como escuchando órdenes invisibles e inaudibles que recibe de alguna parte el ESCUDERO ordena). Ahora, ábrela…
LÁZARO. (Levanta su puño cerrado y lo abre y lo que ve lo llena de estupor y alegría).—¡Aleluia, aleluia! Señor. (Susurra y se pone de pie de un salto). Señor… ¡un real, un real! (Se lleva el real de aire a la boca y lo muerde). ¡Y es de verdad… de verdad!
ESCUDERO.—¿Ves, Lázaro, cómo Dios provee? ¿Ves que nos dio su señal…? Anda niño, compra pan y vino y carne… (Cae de rodillas).
LÁZARO. (Sale gritando).—Milagro, milagro…
(Mientras LÁZARO desaparece por la izquierda empiezan a sonar campanas de muerto. Por derecha entra el cortejo llevando a pulso el cajón. Delante hay una mujer que llora y grita y se tira de los pelos. Todos con máscara).
MUJER.—Ay, ¡adónde te llevan, mi amor, adónde mi esposo vas!
(LÁZARO reaparece por la izquierda con las manos cargadas de cosas. Y ve eso).
MUJER.—¡Ay, qué te vamos a llevar a esta casa, tan lóbrega y oscura, donde nunca se come, donde nunca se bebe! (Con rabia). Sí, ahí iremos todos, a esta casa iremos todos y cuanto antes mejor… a comer y a beber.
LÁZARO.—¿Qué?, ¿qué no me pueden ver a mi comer tranquilo…? ¿Será posible? (Corre a la casa antes que el cortejo pase por allí). Señor… señor…
ESCUDERO.—¿Qué pasa Lázaro?…
LÁZARO.—La puerta… hay una multitud que viene aquí, con muerto y todo… ¡Y todos quieren comer, hasta el muerto!
MUJER. (Pasando frente a la casa donde LAZARILLO que se puso con las manos abiertas para no dejarlos entrar y ESCUDERO se asoma tras él y mira mientras la mujer mesándose los pelos grita).—¿Por qué tan pronto, Señor, se acaba todo?
(Procesión pasa frente a la casa).
MUJER. (Sigue).—¿Por qué te llevan a una casa tan lóbrega y oscura?
ESCUDERO. (Se santigua y en voz baja a LÁZARO).—Pero Lazarillo, si van al cementerio… y a nosotros… (Sonríe). Todavía no nos toca… ven…
(Mientras pasa la procesión y LÁZARO y ESCUDERO se sientan y el primero reparte la comida y ambos comen. Terminan las campanadas y con la última se está acabando la comida. El cortejo desapareció por izquierda. Ahora por derecha aparecen una mujer y un hombre con sus máscaras de cuervo y rata. Se acercan a la puerta y golpean. LÁZARO traga con apresuramiento y mira las miguitas y se las levanta y se las come. Golpean de nuevo. LÁZARO va a atender).
HOMBRE CUERVO.—Cruic, cruic. (Entra). Señor, que vengo por el alquiré… ya van pa dos meses que debéis… cruic, cruic…
MUJER RATA.—Ji, ji, ji. (Con un graznido). Y también debéis la cama. (Voz de rata). Ji, ji, ji.
LÁZARO.—Si a eso se le puede llamar cama…
RATA.—Si no os gusta, ya sabéis… Ji, ji, ji.
LÁZARO. (Se asusta).—Mi señor… que ya veo a estos como vos los véis… aquí un cuervo… allá una rata…
CUERVO.—Cruic, cruic, son doce reales… Cruic, cruic.
LÁZARO.—(Ríe).—¡Doce milagros más! ¿No es mucho lo que pedís al cielo?
ESCUDERO. (Digno).—Callad, Lázaro. (Los mira largo rato en silencio mientras a la mujer se le escapa gemido de rata ji, ji, ji, y al hombre como si juera un hipo o algo ajeno a sí mismo cruic, cruic, cruic, pero inevitable e inconsciente deja escapar por lo bajo graznidos quedos). Fuera de aquí. (Desenvaina).
CUERVO.—Cruic, mire su señoría cruic que volveremos cruic… y no solos Cruic…
LÁZARO. (Los espanta haciendo resonar sus pies sobre el tablado).—Vuelve con quien quieras… te sabremos recibir…
(CUERVO y RATA salen).
LÁZARO.—¿Qué hacemos, mi amo? ¿Los destruimos? Con esa espada ¿a quién temer?
(ESCUDERO lo mira a LÁZARO largamente y en silencio. Suspira. Envaina su espada. Va a la pared. Toma su capa).
LÁZARO.—Mi amo… ¿Qué… nos vamos? (Espada en mano).
ESCUDERO. (Se acerca y le pasa la mano por el pelo y luego en voz baja y bajando los ojos y desviándolos susurra).—Lázaro… espérame aquí…
(Sale violento y rápido sin volver la vista atrás. Como un conjunto de erinias los actores con sus máscaras se precipitan sobre él desde todos los lados y cantan).
CORO.—
Pobre Lazarillo que creyó
en las promesas
que hizo el escudero
que el mundo de nuevo
iba a crear
con el furor
y el brillo de su acero.
LÁZARO. (Canta solo canallesco).—
La puerta del cielo
me entreabrió
y me mostró un resplandor
pero con su fuga
sólo me dejó
en este
(recitando, irónico, rabioso, guarango, brutal) zoológico…
LÁZARO. (Se acerca a público con una amargura que se va trocando en ironía. Mientras desaparecen los actores mostrando la casa del ESCUDERO. Aparece el INQUISIDOR vestido como un fraile de la merced con toga blanca y con una cara muy lasciva y relamiéndose ahora con sus ojos hambrientos mira al LAZARILLO mordiéndose pornográficamente el labio inferior mientras lo mira de pie a cabeza. Ahora revolotea en torno a él y se agarra las manos y mira el cielo).—Las cosas que hay que aguantar pa vivir, su merced ni se lo imagina… (El fraile lo abraza, lo cachetea, lo palpa). Y este fue un frailecito, mi cuarto amo, un tío muy apasionado… (Fraile lo toquetea). Las manos quietas… epa… este medio…
¡Pero, dejame hablar pues!… Este me dio tantas cosas… y las que quería dar… por ejemplo me dio el primer par de zapatos que tuve en mi vida… pero tanto troté siguiéndolo que se me rompieron… ¡Que no le gusta el convento sino andá de visita y juntá monedita…! Y por eso, y por otras cosillas que no digo, escapé de sus manitos… (LÁZARO se escabulle de las manos toconas del frailecito). Para seguir subiendo adonde me véis ahora… (El fraile se saca la toga blanca y se coloca una roja y se le endurece la cara. Un actor se acerca a LÁZARO y le da un antifaz de comedia del arte muy narigón con cierto aire de pájaro. También le viste un jubón. Que es una vieja chaqueta ajustada y después le pone un sayo, que es una casaca larga y sin botones que a medida que se la ponen LÁZARO se va irguiendo). Convertido en hombre ya, y sobre todo, hijos míos, en hombre de bien…
(El fraile ya dejó de serlo porque compone una máscara de hombre que se parece a esas caras planas adustas y unidimensionales de los santos medievales los ojos en el cielo siempre. Ahora otro actor se acerca a él y le ciñe una gran espada a la cintura. La música empieza a sonar: es un «Dies-irae» lleno de timbales y sórdidos y amenazantes instrumentos de viento. El BULDERO avanza ahora. El actor le dio una ristra de bulas que se las colgó al cuello).
LAZARILLO.—Y de todos los amos que tuve después, que fueron muchos… ¿Cómo no acordarme del señor buldero? (A BULDERO). ¿Qué pasa señor buldero? ¿Por qué esa cara, por qué ese aire tristón?
BULDERO.—Hombre, que nadie quiere ir para arriba… que éste es un pueblo de cabrones, de réprobos, de pecadores… (El BULDERO sigue caminando y ahora saca su gran espada y va golpeando con ella en el suelo como un báculo de CIEGO). Salva tu alma… compra tu salvación… comprate una bula… una bula fresquita en dos cuotas mensuales y un anticipo que recién lo firmó el Papa… ¿al cielo quieres ir pecador sin que te cueste un real? El infierno te está esperando inconsciente. (Se acerca a público y lo arenga). Y tú ahí, tan campante, tan tranquilo… ¿Te crees qué vivirás pa siempre? ¿Sábes lo qué es ir al Infierno pa toda la eternidad? Que no hay rebajitas ahí, que cuando diga que te vas a ir pa siempre al fuego eterno, oye que no me anda con chiquitas, ni con cuchufletas… ¿Y cuál es la salvación? (Saca un rollo de los que le cuelgan del cuello). Aquí está… en este documento autenticao que dice (abre): «Yo, el Papa, garantizo al que esto adquiera, que esta es una bula escrita para los que van a la Santa Cruzada y para los que la compren, se les garantiza una ubicación cómoda, en el Paraíso, con todas las bendiciones, y muy cerca de la diestra de Dios Padre».
LAZARILLO.—¿Y qué pasa, señor buldero?
BULDERO.—Bueno, que nadie compra nada… ¡y eso no es lo peor!… ¡Que además yo estuve ya por este pueblo el año pasado y me coloqué unas bulas y ahora he vuelto a cobrar las cuotas! ¡Y no hay nadie en casa!
LAZARILLO.—No se preocupe, señor buldero, que si usted me toma por amo, yo hablo con el alguacil y en un soplido y un silbido, ¡qué digo!, en menos de eso… le arreglo todo…
BULDERO.—Qué vas a arreglar… si ya fui a las iglesias de este pueblo y les hablé como un Santo Tomás, todo el tiempo en latín, pero los curas de aquí, no hay caso… no ponen entusiasmo, no convencen a los fieles de las bondades de este pasaporte al paraíso…
LAZARILLO.—Vea usté que aquí, en la Sagra de Toledo, en este pueblo infecto, yo tengo una experiencia hecha… y yo le digo que hablando con el alguacil…
BULDERO.—Y llámalo…
(Entra el ALGUACIL. LÁZARO le habla al oído. El ALGUACIL tiene máscara hecha con parte de comidas y frutas y el bofe se mezcla con las uvas y el ananá con los chinchulines en el estilo de las cuatro estaciones de Archimboldo. Luego el ALGUACIL asiente. LÁZARO los presenta. Le habla al oído al BULDERO).
LÁZARO. (A ALGUACIL).—¿Hecho?
ALGUACIL.—Hecho…
LÁZARO. (A BULDERO).—¿Vamos y vamos?
BULDERO. (A LAZARILLO).—A la gente, a la iglesia, a la iglesia… (Se lleva manos a la boca como trompeta y hace el ruido que hacen las bocinas de los Ford T. Corre a colocar el biombo de la iglesia. Entran tres actores o cuatro ya se verá. Traen biombo de iglesia. Sale ALGUACIL).
ACTORES.—Bah…
OTRO.—Otra vez este…
BULDERO.—Hijos míos…
OTRO MÁS.—Que yo me voy…
BULDERO.—Que la salvación está de paso, y si no la toman, ¡ay, cómo van a lamentarlo!
ALGUACIL. (Entra y se santigua).—Pero miren quién está aquí. (ACTORES lo miran y se ríen).
BULDERO.—Ilumínalos, Señor…
ALGUACIL.—Cuervo, cuervo…
BULDERO.—Señor… (Junta las manos). Que después van a arrepentirse y va a ser tarde, porque van a ir de aquí derecho a la oscuridad de las tinieblas exteriores… porque van a ser excomulgados por mí si no te respetan…
ALGUACIL.—Cuervo, cuervo… (A actores). Son falsas.
ACTORES.—Claro.
ALGUACIL.—Son todas falsas esas bulas… No les creáis, no las toméis… yo, ni directe ni indirecte, quiero tomar parte de esta farsa… y si vosotros tomáis una bula, una sola de ellas, pues que yo tiro mi vara de alguacil y renuncio… que no quiero ser testigo, ni cómplice, ni arte ni parte, en toda esta falsía que hace este hombre…
BULDERO.—Ay, Señor, no… Ay, perdónalo que no sabe lo que dice… Ay, no, por favor no lo castigues…
ALGUACIL.—Que un mal rayo me parta si tú eres buldero de verdad… Mira, cuervo… si todos esos papeles sirven para ir al cielo… y si tú traes la salvación… pues que yo me vuelva un monstruo…
(ACTORES ríen).
BULDERO.—Transportado en tu divina esencia estoy, Señor… que en lo que a mí me toca yo lo perdono… y que si estas bulas son falsas que agora se abra este púlpito y me entierre siete metros bajo tierra y nunca más nadie sepa más nada de mí… Pero… si yo digo verdad, y es el demonio el que habla por boca de este pobre hombre y si es el demonio que quiere privar a todos estos fieles de este gran bien (alza la bula) que tu castigo de fuego caiga sobre él…
ALGUACIL.—Agárrate cuervo que viajarás pa abajo…
BULDERO.—¿Y Señor? ¿Él o yo?
(ALGUACIL ríe. ACTORES ríen).
BULDERO.—Estamos esperando aquí… muestra tu señal…
(ALGUACIL se empieza a reír en forma descomunal: ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, de pronto se atraganta. Se detiene. Y empieza a toser más y más y a descontrolarse y a poner ojos en blanco y a mover la cabeza y a saltar epiléptico y a lanzar aullidos y a tirarse al suelo y a golpear con la cabeza sobre el piso. BULDERO con los ojos en alto parece completamente sordo a todo. ALGUACIL tuerce el cuello y pega alaridos y salta en cuatro patas y se retuerce en el suelo. ACTORES lo miran asustados. ALGUACIL ruge. ACTORES se le echan encima y no pueden contenerlo. El ALGUACIL tira coces. Finalmente entre todos lo contienen y queda hecho un trapo de piso en el suelo. Los actores entonces se miran y luego se acercan al BULDERO y obedientes sacan monedas y se las dan y BULDERO entrega bulas).
BULDERO.—Gracias, Señor, gracias por tu señal… ¿Otra por aquí? (LAZARILLO que estuvo mirando todo).
LAZARILLO. (A público en proscenio).—Y así mi amo el buldero desagotó su stock en menos de un suspiro y tanto se corrió la voz que en diez o doce lugares más adonde fuimos ni sermón hizo falta… los clientes venían solos… compraban sin mediar palabra…
BULDERO. (A ALGUACIL que ahora se recupera y va de rodillas hasta el púlpito o banquito donde está parado el BULDERO).—Ego te absolvo… el diablo salió de ti… sin mácolas estás de nuevo, señor alguacil…
LAZARILLO.—Y después, entre los tres, nos dividimos las ganacias… (Apagón a todo menos a LAZARILLO).
LAZARILLO.—Y así, de a poco, fui aprendiendo a vivir… y tuve muchos otros amos. Y del tonto del escudero y de su honra… me olvidé…
(Redobles de tambores).
LAZARILLO.—Y de niño me puse hombre… (Se cala unos cuernos). ¿Dónde están esos animales que me contó el escudero?, a fe mía, no los veo… ¿Y no hay entre ustedes ningún perjuro, ningún hereje, ningún lazarillo, eh? (Amenazador sórdido con la cordialidad de los prepotentes). Porque si lo hay… cuidado… he llegado muy alto. Ahora, soy pregonero. (Le dan un látigo y lo hace resonar en el suelo). Hay mucha hambre acá, en este pueblo y hay que echar a los pobres extranjeros… que ya somos muchos, que así no se puede vivir… y hay muchos delincuentes también… y mi tarea… es… (hace golpear el látigo) …acompañar a los malhechores por la calle y pregonar sus delitos y su castigo… que algo habrán hecho, que bien se lo tienen merecía… Y como hombre de bien Que ahora soy, como cristiano viejo que me volví, me aposenté con el señor inquisidor.
(Aparece el INQUISIDOR con el biombo del principio, que es el señor arcipreste de San Salvador. Entra la mucama que se acerca al biombo y lo corre de modo que el público ahora no ve lo que pasa adentro).
LAZARILLO.—Y esta que acaban de ver, que se ha encerrado con él, es mi querida esposa… mi amigo el arcipreste, como todo el mundo aquí, no pregona nada, ni vinos ni aceitunas ni nueces, ni castigo a los herejes, ni nada sin consultarme… porque como pregonero se puede decir que he llegao: soy el más alcahuete, el que más fuerte grita, el que mejor pregona, el que más vende… y por supuesto, los comerciantes de aquí, la gente de pro, hasta la gente de la corte, me buscan, me distinguen con su aprecio… vamos, que ya me tratan como a un igual… es que yo soy igual… lo dicho… llegué… El señor arcipreste es tan bueno… nos hizo alquilar una casita al lado de la suya y mi esposa se pasa el día arreglándole las habitaciones al señor arcipreste… siempre solos los dos… claro… ¿qué tiene?, ¿qué hay con eso, qué tiene de malo? Estas calzas viejas que eran de él, ahora son mías… para las pascuas siempre nos arrima su carne… nos hace regalos y nos mima, y nos cuida… y los domingos y las fiestas, casi siempre las pasamos en su casa… Pero, las malas lenguas que no faltan, ni faltarán… no nos dejan vivir y dicen no sé qué… y si sé qué… ¿y todo por qué?, porque mi mujer, antes de serlo, era su criada… y todavía lo sigue siendo… y por eso se pasa el día con él… pero no falta quien ande diciendo que vio a mi mujer irle a hacer la cama varias veces al día y cocinarle en exceso y cierta vez se lo pregunté, no crean que yo me callo…
(Sale la mujer con el INQUISIDOR que se arregla el cinturón. Desaparece mujer).
INQUISIDOR.—Lázaro… quien ha de mirar lo que dicen las malas lenguas nunca va a progresar. Te aseguro que ella entre muy a tu honra en mi casa… ¿y qué tiene eso de malo? Antes fue mi criada y ahora… pues sigue haciéndome favorcicos, limpia, barre… tú me entiendes…
LÁZARO.—Señor… yo ya elegí… yo quiero arrimarme a los buenos… Pero… ya que usted trae el tema… algunos de mis amigos me han dicho que mi esposa, antes de casarse, con el perdón de la palabra, había parido como tres veces…
INQUISIDOR.—No les creas, hijo… no le creas…
LÁZARO.—No… qué voy a creer… si yo quiero vivir tranquilo y vuesa merced me ha hecho tantos favores, tantos regalos, tantas muestras de cariño que el próximo que me diga esa mentira, yo juro sobre la hostia, que no le permitiré que jamás se dude de las bondades de mi esposa…
(Se escuchan fanfarrias y en el circular aparece una gran mesa llena de alimentos. Entonces aparece el emperador con su séquito. Por cerca del proscenio aparece mujer de LÁZARO que tiene máscara de cerdo. Por supuesto que todos empezando por el emperador tienen máscaras. Mujer entrega capa de gran señor muy ostentosa y muy quiero y no puedo y rastacueril a LAZARILLO. Arcipreste señala hacia la imagen del fondo. Los tres van caminando hacia el cortejo y lo integran. Sentándose a la mesa el LAZARILLO antes de hacerlo se vuelve hacia el público).
LAZARILLO.—Y este fue el año en que nuestro glorioso emperador entró en Toledo y sentó aquí sus cortes… entonces se hicieron grandes regocijos… yo, como gran pregonero de todo lo bueno y lo santo, no podía faltar, claro… es que… como véis… yo estaba entonces, en mi prosperidad más grande y en la cumbre de toda buena fortuna. (Se integra a la mesa).
(Ahora todos comen, beben, eructan, y el circular comienza a girar y los actores a cantar. Todos esos monstruos miran al público y alegremente moralizan):
Cuando vine al mundo
mi mamá
me dijo que
tenía que ser bueno
y por cierto mucho me costó
el comprender
qué es un hombre honesto.
Si a este banquete quiere venir
a compartir la mesa de los buenos
el diablo les traerá
y él les enseñará
cómo hacer para llegar.
(La mesa gira y gira y los animales gruñen, rebuznan, eructan, se palmean, se muerden, se pegan, se abrazan, mientras la música crece y crece y crece. Gran apagón para el circular. Ahora los actores se sacan las máscaras y saludan al público avanzando al proscenio).
LAZARILLO. (A público).—Vamos, mis actores, vamos a otra parte… (Los actores salen, la música crece).
FIN