Capítulo 63

Ben había llamado a Fairfax para anunciarle que la misión había concluido y que se disponía a regresar. Le quedaban unas horas antes de que el avión privado llegase al aeropuerto cercano a Montpellier para recogerlo.

El padre Pascal se estaba ocupando de su pequeño viñedo cuando oyó el chirrido de la puerta. Alzó la vista y vio que Ben se dirigía hacia él luciendo una amplia sonrisa. El sacerdote lo abrazó afectuosamente.

—Benedict, sabía que volverías a visitarme.

—No dispongo de mucho tiempo, padre. Solo quería darle las gracias de nuevo por toda la ayuda que me ha prestado.

Los ojos de Pascal se dilataron a causa de la preocupación.

—¿Y Roberta? ¿Está…?

—Sana y salva en los Estados Unidos.

El sacerdote exhaló un suspiro.

—Gracias al Señor que está bien —susurró—. En fin, ¿tu trabajo aquí ha terminado?

—Sí, voy a volver esta tarde.

—Bueno, entonces adiós, mi querido amigo. Cuídate, Benedict. Que el Señor te acompañe y te proteja. Te echaré de menos… Ah, qué tonto soy, no me acordaba. Tengo un mensaje para ti.

Ben estaba avergonzado cuando la enfermera le hizo pasar a la habitación privada. Los agentes que montaban guardia se habían retirado después de que hubiese llamado a Luc Simon.

Anna estaba sentada en la cama leyendo un libro. A sus espaldas, la luz del sol entraba a raudales por la ventana. Estaba rodeada de jarrones con rosas amarillas, blancas y rojas que colmaban la estancia de una dulce fragancia. Alzó la vista al entrar Ben y sus facciones se distendieron en una sonrisa. La mejilla derecha estaba cubierta con un amplio vendaje de gasa.

—Me alegro de volver a verte —dijo Ben. Confiaba en que no se percatase del tono nervioso de su voz.

—Esta mañana he encontrado todas estas flores tan bonitas al despertarme. Muchísimas gracias.

—Es lo menos que podía hacer —repuso. Observó turbado los moretones manchados que le rodeaban el ojo y la frente—. Anna, siento mucho lo que te ha pasado. Y tu amigo…

Ella le puso la mano en el brazo y Ben agachó la cabeza.

—No fue culpa tuya, Ben —le dijo suavemente—. Si no hubieras aparecido me habría matado. Me salvaste la vida.

—Si te sirve de consuelo, ese hombre ya está muerto.

Ella no contestó.

—¿Qué planes tienes. Anna?

Ella suspiró.

—Me parece que ya he visto suficiente de Francia. Es hora de que vuelva a Florencia. A lo mejor consigo recuperar mi antiguo empleo en la universidad. —Emitió una risita—. Y tal vez algún día termine mi libro, quién sabe.

—Estaré pendiente —le aseguró Ben. Comprobó su reloj—. Tengo que irme. Me está esperando un avión.

—¿Vas a volver a casa? ¿Has encontrado lo que estabas buscando?

—No sé lo que he encontrado.

Ella le asió la mano.

—Era un mapa, ¿verdad? —susurró—. ¿El diagrama? Se me ocurrió mientras estaba aquí tumbada. Soy estúpida por no haberlo pensado…

Ben se sentó en el borde de la cama y le apretó la mano.

—Sí, era un mapa —admitió—. Pero sigue mi consejo y olvida todo lo que sabes sobre este asunto. Atrae a personas indeseables.

Anna sonrió.

—Ya me había dado cuenta.

Se quedaron sentados en silencio en la tranquilidad de la habitación llena de flores un poco más, y después ella lo miró interrogativamente con sus ojos almendrados.

—¿Vas a Italia alguna vez, Ben?

—De vez en cuando.

Suavemente, pero con insistencia. Anna atrajo su mano hacia ella, y Ben se inclinó. Ella se incorporó en la cama y le apretó los labios contra la mejilla. Eran cálidos y suaves y su contacto se prolongó unos segundos.

—Si alguna vez te encuentras en Florencia —le murmuró al oído—, llámame.