CAPÍTULO 67
Hacía siete días desde que salió la primera noticia en televisión en la que comunicaban la denuncia que había cursado Augusto Fonfría con referencia al robo de unas llaves antiguas en las que acusaba a su colaboradora Alejandra Ferrer. Desde ese día, las dos hermanas junto con Lluís y Pepe habían procurado extremar las precauciones respecto a su posición y por supuesto a su nuevo domicilio, tanto por parte de la ley, como por los secuaces que los perseguían desde hacía casi un año. Tenían el temor metido en las entrañas y vivían con el cuerpo en vilo. De manera que no podían dormirse, ya que el tiempo apremiaba. En cualquier momento podían ser víctimas de un posible arresto, cosa que intentaban asumir. Solo que por todos los medios disponibles debían conseguir las doce llaves de una puñetera vez, sino todos sus esfuerzos hasta ahora no habrían servido de nada.
Miguel y Rosa, por su parte, intentaban aportar su granito de arena.
Se habían puesto de acuerdo en no verse pasara lo que pasara con el in de no dar pistas sobre el paradero de sus sobrinas. Tan solo se comunicaban por el móvil de Miguel a través de breves mensajes. Llevaban varios días buscando desesperados la llave número once. Si todo salía como ellos pensaban pronto podrían resolver el enigma que se ocultaba detrás de ellas. Por mutuo acuerdo habían decidido buscar la llave de la Puerta del Real, pero por más vueltas que le daban, todos los caminos les llevaban al mismo sitio. Mientras tanto, Lluís y Pepe, junto con Sara y Alejandra, se habían centrado en conseguir la llave perteneciente a la Puerta de Ruzafa. Sabían que supuestamente se escondía en la Plaza de Toros y también sabían que a esas horas, cerca ya de las nueve y media de la noche y si todo había salido como ellos esperaban, ya la tendrían en su poder. Rosa miraba de reojo el móvil de vez en cuando esperando recibir un mensaje que la tranquilizara. Pero de momento todavía no habían tenido noticias de ellos.
Llevaban todo el día enclaustrados en el piso de Miguel sin ver la calle salvo por los ventanales del balcón. La mesa del salón y el sofá estaban atascados de papeles. Rosa se encontraba agotada y con la cabeza totalmente embotada. Una vez más confirmaba que se estaba haciendo mayor y que distaba mucho de sus años de estudiante. Por lo menos, algo habían sacado en claro: que la Puerta del Real, construida en 1801, llamada así por estar ubicada enfrente del puente del mismo nombre, y desaparecida desde 1865 cuando derribaron las murallas, tenía una réplica casi exacta y a parecida escala a pocos metros del lugar. Concretamente en la Glorieta. Se trataba de un Arco del Triunfo, monumento a los caídos, llamado también Puerta del Mar. Días atrás habían visitado el sitio en cuestión, haciendo las fotografías pertinentes y también el punto aproximado donde se encontraba la puerta que buscaban, donde hoy solo florecía un pequeño jardín junto a una parada de autobús.
—Fíjate en la Puerta de la mar —dijo Miguel mirando fijamente las fotografías hechas días antes por ellos mismos y comparándolas con otras de la Puerta del Real antigua, donde los detalles no se apreciaban con la misma nitidez.
—No son exactamente iguales —puntualizó Rosa mientras se colocaba sus gafas de presbicia.
—Fíjate aquí —dijo mientras señalaba la foto de nuevo. La puerta antigua tenía en el centro una escenificación victoriosa, mientras que en la réplica de hoy hay una inscripción en su lugar.
Rosa asintió sin saber muy bien qué tenía de importante. Sorprendida, miró como Miguel se levantaba y buscaba algo entre los cajones de su escritorio. A los pocos instantes, regresó con una potente lupa que utilizaba para su colección de monedas y billetes antiguos. Sin mediar palabra, miró una y otra vez las fotografías.
—¿Qué ves? —preguntó ella llena de curiosidad.
—Todavía no lo sé… —Miguel se quedó pensativo durante unos segundos.
En voz alta detalló sus impresiones, mientras Rosa lo escucha atentamente.
—¿Ves los relieves alegóricos, la cruz de piedra en el vano central y los trofeos?
Rosa asintió de nuevo.
—Solo que en este caso en la parte central han colocado el escudo de la ciudad, en lugar de la diosa Minerva… —Miguel seguía pensando en voz alta.
—No termino de entender…
—Aparentemente, no tiene la mayor importancia —intentó aclarar Miguel sin dejar de mover la lupa de un lado a otro—. Pero hay algo que no me encaja. Es como si mi subconsciente estuviera trabajando por su cuenta intentando hacerme ver algo que se me pasa por alto.
—Quizá tendrían sus motivos. Han hecho una copia de la porta del siglo XVIII pero con detalles más nuevos. No tenían porque calcarla.
—Sí, estoy de acuerdo contigo, Rosa. Pero casualmente cuando estuve ayudando a tu cuñado Jorge con la investigación… esta puerta precisamente, la Puerta del Real, fue una de las que más guerra nos dio y estoy queriendo hacer memoria en detalles que entonces resultaron claves y que ahora los tengo anulados por completo.
—Tranquilízate, Miguel —dijo Rosa mientras le cogía del brazo en señal de apoyo—. Piensa que han transcurrido veinticuatro años, es lógico y normal que no lo recuerdes.
Un mensaje cifrado sonó en el móvil de Miguel. Rosa desesperada lo cogió rápidamente, decía:
“Todo bien. Solo quedan dos”
Rosa sonrió de satisfacción y al mismo tiempo de tranquilidad. La confirmación por parte de sus sobrinas de que todo había salido bien la llenó de alegría.
Después de comunicárselo a Miguel, éste se levantó de la silla como si estuviera llena de alfileres y apenas sin mirarla dijo:
—¡Creo que tengo algo!
Rosa lo siguió con la mirada intrigadísima. Vio como entraba en la habitación y subido en un taburete empezaba a rebuscar en los altillos del armario. Pocos instantes después y con una caja grande entre las manos se sentó a su lado.
—¿Puedo saber qué es eso? —preguntó llena de curiosidad.
—Mi colección de billetes y monedas antiguas —respondió Miguel muy orgulloso.
Rosa lo miró con una dulce sonrisa. Al parecer todavía conservaba esa afición.
—No sabía que hubieses continuado. Claro, ha pasado tanto tiempo… —Rosa pensó en cuantas cosas más referente a él desconocía, tendría que ponerse al día.
—Mi afición creció cuando estaba en Noruega. Era una manera de matar el tiempo libre.
—¿Y crees que eso nos va a ayudar? —preguntó Rosa algo incrédula.
—Las casualidades de la vida… —murmuró él mientras abría el álbum de los billetes.
Empezó a ojearlo despacio ante la atención de Rosa. Todas las páginas estaban marcadas con el país a que pertenecían y su correspondiente valor con una meticulosidad envidiable. Los había de todos los tamaños y colores. Después de pasar varias hojas se detuvo en la que ponía: España.
Con sumo cuidado sacó un billete antiguo de cien pesetas: era de Felipe II e iba fechado del 1 de julio de 1925. A continuación, cogió otro billete de mil pesetas, en él figuraban los Reyes Católicos y su fecha era de 29 de Noviembre de 1957. Por último y con la imagen de Velázquez, sacó uno de cincuenta pesetas, fechado el 15 de agosto de 1928. Sin decir ni una sola palabra, les fue dando la vuelta uno por uno. Rosa se sobresaltó.
En cada uno de ellos había algo escrito. Rosa leyó en voz alta: “Minerva”, “Damiata de Mompalau”, “Convento de la Puridad”.
—Estas son las claves que tenemos que buscar —puntualizó Miguel.
Rosa no terminaba de entender.
—¿Cómo estaban en tu colección de billetes? —preguntó despistada—. ¿Me he perdido algo?
Miguel la miró sonriente.
—Todo tiene una explicación. Como te he dicho antes, la Puerta del Real nos dio bastante guerra a Jorge y a mí. Cuando conseguimos des-cifrar el enigma estábamos en una situación un poco delicada. Nos encontrábamos a altas horas de la madrugada en una de las salas del Museo Cervelló, que, como os comenté hace unos días, nos permitió sacar bastante información al respecto. Jorge sobornaba al guardia de seguridad cuando podía, solo que esa noche lo sustituyeron por otro con cara de pocos amigos. Tuvimos que entrar a hurtadillas y no disponíamos del tiempo suficiente. Cuando Jorge consiguió dar con lo que buscaba, tan solo me pudo decir esas palabras. Palabras que yo anoté en los billetes que llevaba en el bolsillo y que acababa de adquirir hacia tan solo unas horas. Me dolió en el alma hacerlo en ellos, pero no se me ocurrió nada mejor. Con el tiempo y colocados en el álbum olvidé lo que contenían en su reverso, hasta hace tan solo unos minutos.
—¿Y crees que con esas claves vamos a dar con lo que buscamos? —Rosa creía que era imposible.
—Creo que sí —dijo con un tono de seguridad en su voz. Miguel repasó por enésima vez las fotografías y rascándose suavemente la barbilla intentaba recordar todos los detalles. Había algo más que se le escapaba—. Si pudiera retroceder en el tiempo… —se oyó susurrar.
—Empecemos por la primera palabra. Quizá eso refresque mi olvidadiza memoria.
—Minerva —pronunció Rosa con el billete de cien pesetas en la mano.
—Es la diosa de la sabiduría y del arte —añadió Miguel.
Rosa cogió el billete de mil pesetas y volvió a leer:
—Damiata de Mompalau —a continuación se quedó parada, sin dejar de mirar a Miguel—. ¿Quién sería esa mujer? —se preguntó Pero no se rindió y cogió el tercer billete; éste de cincuenta pesetas y volvió a leer por tercera vez. Estaba dispuesta a no parar de hacerlo hasta que dieran con la solución.
—Convento de la Puridad… Miguel, nos está diciendo el nombre del Convento; el lugar donde debemos buscar ¿No lo ves?
—No, Rosa. Hay algo más que no consigo recordar. Si la memoria no me falla, cuando dimos con estas claves fue pocos días antes de que Jorge y tu hermana Carmen tuvieran el accidente. Por eso no le dio tiempo a formar un acertijo como los demás. Él sabía de sobra el lugar exacto donde se encontraba esta llave, pero no podía buscarla supongo que por temor a no sé qué. Era muy disciplinado y bastante perfeccionista. Ya teníamos los perfiles de la posición exacta de once de las doce llaves. Tan solo nos quedaba la Puerta del Real para completar la serie. Jorge prefirió tener todas las claves en su poder antes de empezar a buscar. Sabía que el resto sería pan comido y con eso podría jugar a su verdadero antojo.
Lo que no sabía era que —hubo unos instantes de verdadero y sincero silencio— nunca podría encontrarlas y que se llevaría a la tumba su afán por conquistarlas.
—Eso no es así —rectificó Rosa—. Recuerda que Augusto Fonfría tenía dos llaves en su poder. Lo confirmó mi sobrina Alejandra al enseñárselas él personalmente, y por ello la están acusando.
—Tienes razón. Lo había olvidado por completo. Después de nuestro último encuentro debió de ir en busca de alguna de ellas y parece ser que lo consiguió.
—¿Por qué no contó contigo? —preguntó Rosa con nostalgia—. Al in y al cabo estabais embarcados los dos en esa aventura.
—No lo culpes —prosiguió Miguel intentando disculparle—. Eran los días previos a nuestra boda y de nuestra partida a Noruega. Yo era un saco de nervios. No podía concentrarme en nada que no fuera mi futuro trabajo. Solo habría sido un estorbo a su lado y él lo sabía. Me conocía tan bien como yo a él. Actuó con sensatez.
De repente, Miguel se incorporó y acercándose al ordenador que yacía encima de la mesa empezó a aporrear las teclas.
—¿Qué buscas?
—Creo que ya lo tengo —dijo nervioso mientras buscaba en Google—. Sí… sí… —se oyó gritar victorioso.
—¿Te importaría explicarme qué ocurre? —preguntó Rosa a punto de estallar.
—Damiata de Mompalau: era la abadesa del Convento de la Puridad de Valencia.
Rosa le miró con gran curiosidad, esperando que de un momento a otro dijera algo que la sacara de ese túnel en el que solo veía oscuridad.
—¿Y?…
Miguel continuó:
—En la Capilla de la Concepción de dicho convento, Sor Damiata realizó el patrocinio del Retablo Eucarístico de la Purísima Concepción.
—¿Quieres decir que lo que buscamos está en ese retablo? —dijo dejando escapar una suave sonrisa.
—Me temo que sí —dijo Miguel triunfante.
—Pues solo tenemos que ir al Convento de la Puridad y buscarlo —dijo Rosa inocentemente.
—¡Espera un momento! —añadió Miguel sin parar de buscar página por página en internet—. El Convento que buscamos ha cambiado varias veces de ubicación. En estos momentos se encuentra entre la Plaza de la Virgen y la Plaza Manises, solo que no sabemos si lo que buscamos todavía continúa en él.
Miguel seguía sin parar de buscar en el portátil y dominando las letras con gran maestría.
—Espera un momento… —añadió con una mueca de agrado—. Acabo de dar con él.
Rosa se aproximó a la pantalla y con sus gafas de presbicia pudo ver con detalle semejante retablo.
—Es precioso… —sus palabras fueron sinceras.
—¡Y grande, bastante grande! Seguro que mide más de cinco metros de alto —murmuró Miguel intentando adivinar en qué lugar de todo ese tamaño estaría escondida la llave que buscaban.
—¿Has podido averiguar dónde se encuentra? —preguntó Rosa intranquila y nerviosa viendo que el final se aproximaba.
—Ten paciencia Rosa, ten paciencia…
Ella se levantó y se paseó por la casa como un tigre enjaulado. Los nervios la estaban destrozando. Abrió el enorme ventanal y se asomó al balcón. Necesitaba algo de aire fresco, o no podría soportarlo. Al apoyarse en la barandilla con la intención de recrearse con las vistas de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, un coche aparcado enfrente le llamó la atención. Hubiera jurado que era el Mercedes de Paco y que había alguien dentro ¡Pero no podía ser! ¿Qué iba a hacer él allí precisamente en la casa de Miguel? A no ser… que la estuviera vigilando… No, se dijo con un leve movimiento de cabeza. Desechó la idea de inmediato. Qué imaginación tienes, se decía a sí misma.
—¡Rosa, ya lo tengo! —gritó Miguel desde el interior.
Ella retrocedió sobre sus pasos dejando a un lado sus últimas impresiones.
—¿De veras? —exclamó todavía nerviosa.
—En la actualidad el Retablo de la Purísima Concepción se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Valencia, San Pío V.
—Ese Museo está al lado de los Jardines del Real —concretó Rosa situándose.
—En efecto —concluyó Miguel cogiendo a Rosa por la cintura y dándole un beso de alegría—. Mañana iremos de excursión.