CAPÍTULO 9
Los Viveros o Jardines del Real se multiplicaban de flores de colores, y el aroma a primavera era cada vez más latente en toda la ciudad. Sus laberintos de sendas estaban repletas de visitantes, unos paseando, otros dando de comer a los patos en el estanque, o simplemente tomando el sol en el césped. El resto acudía a la feria del libro, donde miles de ellos se exhibían en decenas de casetas. Sara, en compañía de Lluís, se había detenido en una de ellas admirando portadas y releyendo títulos y autores. Después de una complicada criba Lluís se decantó por dos de los cientos de ejemplares que se exponían ante sus ojos, sin saber cuál adquirir.
—¿Ya lo tienes claro? —preguntó Sara mirando el reloj.
—No sé —respondió dudoso—. Creo que al final me quedaré con los dos —terminó de decir Lluís haciendo una seña al hombre de detrás del mostrador y entregándoselos para que se los cobrara—. ¿Cómo vamos de tiempo?
—Un poco justos —respondió Sara con claros signos de ansiedad—. Hemos quedado a las seis de la tarde y faltan veinte minutos.
—Tranquila… —añadió el joven intentando calmarla—. De aquí a la calle Navellos si vamos deprisa en un cuarto de hora nos plantamos.
En cuanto Lluís recibió el cambio salieron disparados hacia una de las puertas. Pasaron por el Museo Pío V y cruzaron el puente de la Trinidad.
Habían quedado con Alejandra en la Casa de los Caramelos y por in sus anhelos se estaban cumpliendo. Varios días después de que Sara regresara del retiro de Gilet, recibieron una llamada de teléfono de una inmobiliaria, ofreciendo la venta de un piso en la calle Navellos tal y como Sara había solicitado. No se lo podían creer. Parecían tener la suerte de su lado, por lo menos de momento.
Las dos hermanas sopesaron y comentaron la situación en la que se estaban viendo envueltas. Si pretendían descifrar qué significado tenían las anotaciones de la libreta de su padre, y por supuesto que su intención era averiguarlo a toda costa, decidieron poner al día a su vecino Lluís ya que les inspiraba toda la confianza del mundo, y por ser un as en el mundo informático posiblemente les pudiera ser de gran ayuda. Éste se sintió halagado al ver que lo hacían participe de sus preocupaciones, y le pareció excitante el misterio que podía esconder la libreta y sus enigmáticas anotaciones. De hecho, se la enseñaron para valorar su opinión, aunque no les pudo ayudar gran cosa. Pero se ofreció desinteresadamente a acompañarles donde hiciera falta y que contaran con él para todo.
Su nuevo cargo en la empresa, además de estar mejor remunerado, le permitía poder tener más tiempo libre, algo inusual y más en los tiempos que estaban, pero así era. Sara y Alejandra ya le habían comentado medio en broma medio en serio que, si había vacantes en su empresa y con esas condiciones, no dudara en llamarlas, y los tres se habían reído juntos.
Prácticamente habían llegado a su cita, Sara vio a su hermana a tan solo unos metros del lugar de encuentro. Tenía los nervios a flor de piel, la boca seca y el pulso más que acelerado. Cuando llegaron a su altura Lluís miró el reloj.
—¿Qué te dije? Quince minutos exactos —dijo Lluís mirando a Sara.
—¡Sí, claro, con semejantes zancadas! —añadió ella señalando a Lluís y sus largas piernas.
—¿Que venís corriendo? —preguntó Alejandra al verlos acalorados.
—Pues casi… —alegó su hermana recuperando el ritmo cardíaco.
Los tres jóvenes se adentraron en la calle hasta llegar al final de ella y darse de morros con la Plaza de la Virgen. Unos metros antes se detuvieron en el portal en cuestión esperando al comercial. Sara dio un vistazo a la fachada e intentó recordar todos los detalles que había visto en la regresión. Había sido todo tan claro y parecía tan real… incluso el niño que les acompañaba. Sus facciones todavía estaban frescas en su recuerdo. Aún podía percibir el sonido de sus risas y su voz infantil cuando pronunció su nombre: Jesús Valdés… ¿Quién narices era ese muchacho?
Y, ¿por qué si ella lo tenía en muy buena estima como parecía a través de la visión, no lo recordaba en absoluto?
—¿Estás bien? —le preguntó Lluís preocupado al verla distante.
—Sí —respondió ella volviendo a la realidad—. No sé cómo vamos a distraer al comercial… —murmuró confundida—. Si nos lo pudiéramos quitar de encima, aunque solo fuese un rato.
—Yo tampoco… —dijo Alejandra—, pero necesitamos revisar la casa con paciencia e inspeccionarla con detenimiento. Algo imposible —susurró entre dientes—. A lo mejor, conseguimos recordar datos que hasta ahora están olvidados. Si pudiéramos tenerlo por los menos unos días, sería perfecto.
La joven hizo un barrido de la fachada y de las ventanas del tercer piso. No guardaba ningún recuerdo, o por lo menos no era consciente de ello, claro que cuando dejó la casa para irse a vivir con Tía Rosa y con su abuela al piso de María Cristina, tan solo tenía cuatro años.
Pasados diez minutos, apareció un hombre de mediana edad. Por el aspecto pensaron que no podía fallar, era la persona que estaban esperando. Se acercó a ellos y les preguntó:
—¿Sara Ferrer?
—Sí… soy yo —después de los saludos de rigor, avanzaron hasta el portal.
—Me comentó por teléfono que era para vivir su hermana y usted, ¿verdad?
—En efecto. Nos gusta la zona —contestó Sara—. Me dijo que tenía tres habitaciones. ¿No?
—Sí, eso es —continuó el comercial—. El piso está sin reformar desde hace más de veinte años. Durante todo este tiempo ha sido una consulta de ginecología y el señor no se ha molestado en cambiar ni un solo ladrillo.
Las dos hermanas se miraron con una leve y esperanzadora sonrisa. El hombre continuaba:
—Después del fallecimiento del dueño, su sobrino, como único heredero, quiere venderlo a toda costa. Sabe que está en un buen lugar y que la zona se paga —haciendo un gesto accionó el botón del ascensor.
El indicador señalaba que la puerta estaba abierta. Permanecieron unos minutos mientras el comercial les daba una información más detallada de la vivienda.
—El ascensor debe estar estropeado ¿Les importa si subimos andando? —preguntó el hombre—. Es el tercero.
—No, no hay problema —contestaron los tres casi a la vez.
Cuando pasaron del segundo al tercer piso, Sara se detuvo en la inscripción de la barandilla y, señalándola discretamente, se la mostró a su hermana. Ésta verificó que era cierto lo que le había comentado.
—Bien, pues ya hemos llegado —añadió el comercial casi sin resuello. Después de unos segundos buscando la llave, lo que le permitió recobrar parte del aliento, la encontró y abrió la puerta.
Los tres jóvenes, nerviosos, se adentraron en el recibidor. Olía a cerrado y a rancio. Pudieron observar que el papel pasado de moda de las paredes estaba amarillento por el paso del tiempo. Siguieron a lo largo del pasillo hasta la cocina. Se podía ver que hacía años que no se utilizaba.
—Cómo verán la cocina está intacta. Aunque antigua, claro está —comentó el comercial.
Alejandra no tenía palabras, estaba en la cocina de su niñez. De repente y por espacio de una décima de segundo tuvo un flash, una ligera y tenue visión. Se vio allí, en ese mismo lugar con su madre sonriendo y cocinando a su lado. Lluís, detrás de ella, pasó los dedos por el banco de la cocina, luego levantó la palma de la mano y se miró la yema de los dedos oscurecidas por el polvo acumulado.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó el joven al verla como ausente.
—Sí, perfectamente —dijo ella con tono seguro.
Siguieron adentrándose. Alejandra observó el suelo, era el granito blanco y negro que ella había visto en su sueño. Solo que en sus recuerdos estaba resplandeciente y se relejaban los muebles, ahora podía apreciar que estaba mate y viejo. Llegaron a una pequeña habitación empapelada.
Los tres jóvenes se quedaron admirando la estancia. Estaba casi vacía, salvo una mesa en el centro, un sofá de piel raído y varias sillas alrededor.
Debía de ser una sala de espera. Después de atravesar una segunda habitación empapelada igualmente, se fijaron en un pequeño rosetón a modo de ventana que unía las dos estancias. Alejandra, se aproximó a él y lo acarició, los variados y vivaces colores de los cristales que lo componían ahora se veían apagados y muertos. Continuaron a la tercera y última habitación, supusieron que debió de ser la de matrimonio, y estaba acondicionada ahora como consulta. A simple vista no podían saber cuál de las tres habitaciones era el despacho de su padre. Necesitarían quitar el papel pintado de sus paredes para ver si bajo todavía persistía la pintura.
Pero… ¿Cómo iban a hacerlo con el hombre de la inmobiliaria pisándole los talones? Tenían que improvisar algo, pero qué…
—¿Qué les parece? —preguntó el comercial.
—Bien… pero necesita una reforma en general —contestó Lluís.
Las hermanas asintieron dándole la razón mientras ojeaban todo a su alrededor. Estaban en el espacioso salón. El vendedor se acercó a los ventanales y restándole importancia al comentario de Lluís, les enumeró las deliciosas vistas.
—Sí, de acuerdo que necesita una pequeña inversión. Claro que miren el lado bueno, así se lo pueden reformar a su gusto. Pero no me negaran que el punto es inmejorable. Como hace esquina, tienen la Plaza de la Virgen justo a sus pies. Sin moverse del balcón, pueden ver la Catedral, la Basílica y la torre del Miguelete. Los jueves en la Puerta de los Apóstoles de la Catedral podrán presenciar los juicios del Tribunal de las Aguas. En Fallas, podrán admirar la ofrenda de flores en primera línea y, el día de la Virgen de los Desamparados, que como sabrán es el segundo domingo de mayo, pueden ver el traslado de la Virgen sin empujones, que ya sabrán que en la plaza no cabe ni un alfiler del gentío que acude.
Los tres le miraron sin pestañear mientras el hombrecillo seguía adulando la ubicación del pisito. Comercial hasta la médula, pensaron en silencio.
Sara se quedó pensativa por unos instantes respecto a lo que acababa de decir ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Hoy era tres de mayo, faltaban tan solo unos días para la Festividad de la Virgen. También sabía que a veces alquilaban balcones o incluso pisos para poder presenciar el acontecimiento de una manera más cómoda. Si tuviera la suerte de que sus hipótesis se cumplieran… Por su mente, pasaba parte de la solución.
Y sin pensarlo dos veces, dijo:
—¿El precio que nos comentó es negociable? —preguntó Sara secamente.
—No demasiado. El heredero sabe que vale lo que pide —contestó el comercial contento de entrar por in en el tema de la negociación.
—Sí, pero… hay que hacer una gran inversión, entienda que el estado en el que se encuentra es pésimo —siguió Sara—. ¡Si es así, entonces no nos interesa! Se pasa de nuestro presupuesto.
Lluís y Alejandra la miraron sin saber muy bien lo que se traía entre manos. Sara continuaba hablando:
—También es cierto que como usted bien ha dicho, desde estos balcones hay unas vistas magnificas de la plaza y teniendo en cuenta que el día de la Virgen está a la vuelta de la esquina. Estaríamos interesados en alquilar el piso por ese in de semana y ello nos ayudaría a tomar una sensata decisión. Valoraríamos de verdad si nos compensa su situación con la diferencia de precio que estábamos dispuestas a pagar.
Su hermana y su vecino se quedaron boquiabiertos con el planteamiento de Sara. Ninguno de ellos lo hubiera hecho mejor. Una sonrisa mezclada de complicidad y satisfacción se dibujó en la cara de los tres jóvenes cuando observaron el rostro de desconcierto del hombrecillo sin saber muy bien cómo reaccionar. Estaba claro que le había pillado por sorpresa. El comercial se quedó sin palabras ante semejante proposición.
—Pues no sé… —refunfuñó—. Tendría que consultarlo con el dueño.
Pero no se ha contemplado la posibilidad de alquilarlo, y menos por un in de semana.
—Le agradecería que hiciera la gestión —continuó Sara decidida—. Hágale saber a su nuevo dueño que puede ganar un dinero extra, y es posible que ello nos ayude a decidirnos por la compra, además como nosotros tan solo lo tendremos un fin de semana, ello no le supondrá ningún tipo de problema para poder enseñarlo ante nuevos posibles compradores.
El hombrecillo se quedó pensativo durante unos instantes, valorando la imprevista proposición.
—¿Me disculpan?, voy a hacer una llamada —repuso el hombre.
—Por supuesto —murmuraron los tres asintiendo y con los dedos cruzados.
A los pocos minutos, regresaba de la cocina de hablar por teléfono.
—No hay ningún problema, siempre que lleguemos a un acuerdo con el precio.
—Usted dirá… —repuso Sara muy decidida.
Minutos más tarde, estaban cerrando el trato. Parecía que todo iba viento en popa.