CAPÍTULO 52
Había amanecido un día espléndido a pesar de estar a finales de enero. El frío se debatía con los rayos del sol y el resultado era un cielo azulado y una apacible mañana. Miguel Roselló llevaba varios días sin salir de casa. La gripe le había afectado bastante fuerte y después de pasar unos días con fiebre y dolor de articulaciones, parecía que los síntomas remitían y volvía a sentirse de nuevo un hombre. Con barba de tres o cuatro días, había perdido la cuenta, y el pelo alborotado, se levantó de la cama. En ese periodo de tiempo que la enfermedad le había acusado con fuerza, pensó en lo triste que era la soledad.
El no tener fuerzas para levantarse de la cama, le hizo darse cuenta de lo solo que se había encontrado gran parte de su vida. Se dirigió al cuarto de baño y se miró en el espejo. Los años se le echaban encima. Cincuenta y seis años que había llevado bastante bien. De hecho, las personas que lo conocían no le ponían más de cincuenta. Pero esa semana se habían vengado de él.
—Miguel, te haces mayor… —pronunció en voz baja.
Se miró con detalle, la barba veteada de canas, los ojos verde esmeralda que en otros tiempos, quitaban el hipo de cualquier mujer, siendo vivos y expresivos, ahora, resultaban apagados y cansados. Abrió el grifo y se lavó la cara. Hoy se encontraba mejor y estaba dispuesto a recuperar los días perdidos. De hecho, llevaba todo este tiempo sin salir de casa y sin poder ir a visitar el Mercado Central. Tenía que continuar su búsqueda y tenía que recuperar su autoestima. No podía rendirse. Si eso llegaba a suceder, ¿qué podía esperar de la vida? Minutos después, se afeitó y se metió en la ducha. Al cabo de un rato, estaba vestido y perfumado igual que un pincel.
Se aproximó al enorme ventanal que tenía en la terraza. Abrió las cortinas y salió fuera. Las vistas que tenía ante sus ojos eran uno de los lugares más privilegiados de la ciudad de Valencia. La Ciudad de las Artes y las Ciencias lucían ante él al final del cauce del río Turia y rodeada de jardines. Era un complejo arquitectónico, cultural y de entretenimiento, diseñado por Santiago Calatrava y Félix Candela. Cinco edificios totalmente diferentes y que componían dicha ciudad siendo su conjunto el mayor reclamo de la ciudad.
Miguel no se cansaba de admirar tanta belleza. Daba igual la hora que fuese del día. El paisaje era único. Miró el reloj y decidió continuar buscando a Rosa. A los pocos minutos, salió de casa. Por el camino recordó la mujer que había visto de lejos en el mercado hacía tan solo unos días y que le había recordado a la que iba buscando. Cruzó los dedos, y pidió en silencio que sus sueños se cumplieran, y sobre todo, que se cumplieran lo antes posible.
En la central de policía, el comisario Morales abroncaba a los inspectores Moreno y Roque. Con la cara desencajada y las gafas de pasta negra en la punta de la nariz les llamaba la atención afanosamente.
—¡No me lo puede creer que en un mes todavía no hayáis dado con ese tal Andreu Subies y su amiguita! Me ha pedido explicaciones el conseller y como de costumbre, me habéis dejado en ridículo.
—Estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos —replicó Roque.
—¡Pues no es suficiente! —gritó Morales dando un fuerte golpe en la mesa.
—Estamos sobre la pista… —puntualizó Moreno harto ya de escuchar al comisario.
—¿Ah, sí… y en cuánto tiempo crees que lo tendréis resuelto? —preguntó Morales lleno de sarcasmo.
—No puedo precisar un tiempo determinado —continuó el inspector muy seguro de sí mismo—. Pero sé que estamos cerca.
—¡Pues más vale que sea así, porque os estáis jugando mucho! De hecho, hay un tugurio en la segunda planta que necesita dos personas para pasarse todo el santo día lleno de papeles, y tenéis todos los boletos para ser los elegidos ¡Ya podéis iros!
Cuando salieron del despacho del comisario, a Roque le ardían las orejas, y a Moreno se le había agriado el desayuno.
—¡Joder! Tenemos que dar con ellos y tenemos que hacerlo ya —dijo Moreno lleno de rabia.
—¿Has conseguido hablar con el director del Instituto Lluís Vives donde estudió Andreu Subies? —preguntó Roque preocupado.
—Si, he quedado dentro de una hora con él. A ver si de una puta vez sacamos algo en claro. Este caso se está haciendo demasiado largo.
A la hora en punto el inspector y subinspector se presentaron ante el despacho del director Vicente Martí. Éste les recibió intrigado y algo confuso.
—Ustedes dirán… —dijo mientras les ofrecía asiento.
El inspector Moreno tomó la palabra:
—Son solo unas preguntas rutinarias señor Martí, pero creemos que nos puede ayudar ¿Cuánto tiempo lleva en el Instituto?
El director se sorprendió ¿A qué venía semejante pregunta?
—Llevo treinta años en este colegio. Pero no entiendo a qué viene…
—Se lo voy a explicar enseguida. Andamos buscando el paradero de un ex alumno, se llama Andreu Subies —terminó de decir Roque.
El director se estremeció. Después de veintitantos años sin tener noticias suyas y en pocos meses era la segunda vez que preguntaban por él.
Primero Alejandra, la hija del profesor de historia Jorge Ferrer, y ahora, la policía ¿Qué demonios estaba pasando?
—Pues no sé su paradero si es eso lo que buscan —respondió un poco descolocado.
—¿Pero sí que lo recuerda? —preguntó el inspector Moreno.
—Si, perfectamente. Pero también hace más de veinte años que he perdido totalmente el contacto con él.
—¿No sabe dónde podemos localizarlo? —insistió Moreno.
—Creo recordar que sus padres tenían un bar en la Avenida de la Plata. Es cuanto sé.
Roque miró a Moreno. Era cierto, de hecho, ellos ya habían visitado el bar sin obtener ninguna respuesta a sus incógnitas.
—Si, lo sabemos. Pero hay algo que me llama la atención —puntualizó Moreno—. ¿Dice usted que hace más de veinte años que no tiene noticias de Andreu?
El director asintió con la cabeza.
—¿Y es normal que usted recuerde el nombre de todos sus exalumnos por mucho tiempo que haya trascurrido? —preguntó Moreno hábilmente.
—No, normalmente no —se limitó a contestar adivinando a donde quería ir a parar.
—¿Pero sí que recuerda a ese alumno en particular? —insistió de nuevo.
—Sí —contestó el director dispuesto a contarles todo lo que sabía—. Es cierto que llevo más de veinte años sin saber nada de él. Pero casualmente, en menos de un año, ustedes son las segundas personas que han preguntado por él.
Los agentes se miraron de nuevo sorprendidos y llenos de curiosidad.
Les faltó tiempo para preguntar.
—¿Quién fue la primera vez? —preguntó uno de ellos.
—Una mujer —contestó Vicente Martí—. En la primavera pasada una joven se presentó en mi despacho al igual que ustedes. Quería información sobre un antiguo profesor de Historia que había ejercido en este centro hacía veintitrés o veinticuatro años. Al principio, no le presté demasiada atención. Le dije que no podía acordarme de todos los docentes que habían pasado por aquí en todo ese periodo de tiempo. Pero ella muy habilidosa me llevó a su terreno.
—¿Qué tipo de información quería? —preguntó Moreno intrigado y sin entender la relación con Andreu Subies.
—Ese profesor de Historia se llamaba Jorge Ferrer y había descubierto ciertas claves para resolver algún enigma. Parece ser que era algo importante. Nunca supe realmente lo que se llevaba entre manos.
—¿Usted lo conocía bien? —preguntó Roque.
—Si, de hecho cuando yo empecé a trabajar aquí, él llevaba un par de años. Éramos compañeros y una buena persona. Le gustaba su trabajo y le apasionaba la Historia. Antes de morir… —el director se detuvo unos instantes.
Moreno, aprovechó para preguntar:
—¿De qué murió? —preguntó intrigado.
—En un accidente de automóvil. Falleció él y su mujer. Dejaron a dos niñas huérfanas. De hecho, la joven que vino a mi despacho era una de sus hijas.
El inspector Moreno se quedó mudo ante esas palabras. Una palidez y al mismo tiempo una inmensa alegría le invadió por dentro. Sus más profundas sospechas se confirmaban.
—Perdone… pero todavía no veo la relación con Andreu Subies —preguntó el subinspector Roque confuso y viendo que su compañero se había quedado mudo.
—Andreu Subies… era alumno de Jorge Ferrer y les unía una estrecha relación. He de decir que el trato de ese hombre con los alumnos era espléndido y lo adoraban. Sólo que Andreu, era especial para él. Esa primavera en que fallecieron Jorge y su mujer fue la última vez que vi a Andreu Subies. Tenía matriculado el curso siguiente y era muy buen estudiante. De repente, no apareció. Hablamos con la familia pero dieron una serie de excusas poco convincentes.
—¿Ha vuelto a ver a esa joven en todo este tiempo? —preguntó Roque.
—No, y desconozco si ha podido localizarlo.
—¿Sabe cómo contactar con ella? —preguntó Roque.
—Sí, me dio su número de móvil. Debo de tenerlo por alguna parte.
El director empezó a remover en los cajones de su escritorio y a revolotear los papeles de su mesa. Mientras, los agentes lo miraban nerviosos esperando que tuviera éxito en su búsqueda. El director se detuvo. Al parecer, ya lo tenía en su poder.
—¡Aquí está! —murmuró mientras se lo anotaba en una hoja de papel.
Fue el inspector Moreno quién tomó la nota y leyó en voz baja: Alejandra Ferrer, acompañado del número de teléfono. Sonrió disimuladamente para sus adentros. El director se ofreció a ayudarles en todo lo que estuviera en su mano. Estuvo a punto de preguntarles por qué lo buscaban, pero se contuvo, no le pareció prudente. Mientras se despedían y a punto de salir del despacho, Moreno sacó su cartera y desdobló el retrato robot de Sara. A continuación, se lo enseñó al director.
—Tan solo una cosa más señor Martí. Dígame si esa joven se parecía a ésta.
El director sorprendido por semejante retrato, la miró con atención y después de unos segundos, asintió.
—No es ella, pero se parece bastante —agregó.
—Muchas gracias, nos ha sido de gran ayuda.
Cuando el inspector Moreno y el subinspector Roque salieron del instituto y subieron al coche patrulla, sonrieron. Las piezas parecían encajar. Por el policía de la estación, sabían que Sara, la muchacha que estaban buscando, tenía una hermana y que ambas se parecían bastante físicamente. Ahora, también sabían el nombre de la hermana; Alejandra Ferrer y además, también tenían un teléfono de contacto. El camino parecía abrirse ante sus pies. Investigarían a Jorge Ferrer y ahora más que nunca estaban seguros de descifrar el enigma.