CAPÍTULO 12

La clase estaba en silencio. Sara intentaba, al igual que sus alumnos, tomar conciencia sintiendo sus cuerpos y eliminando todo tipo de tensión. Empezaron por alojar el cuello, los hombros y así fueron descendiendo poco a poco. Todos obedientes, escuchaban su dulce tono de voz. Ello les hacía sentirse bien. Disfrutaban de ese espacio de tiempo. Un tiempo que les permitía poder desconectar absolutamente de todo, del trabajo, de la casa, de los niños, del estrés diario, recuperando su equilibrio y armonía.

Alejandra se encontraba entre ellos. Su hermana todavía no daba crédito a tenerla delante haciendo los ejercicios que ella misma le iba indicando. Habían transcurrido tres días desde que entregaran las llaves al comercial de la inmobiliaria del piso de la calle Navellos. Por suerte, Lluís se había esmerado con el papel y las paredes habían quedado de lujo. Después de la clase y aprovechando que era el día libre de Alejandra, irían los tres a visitar la iglesia de los Santos Juanes. La curiosidad les hervía por dentro y les había creado una especie de adicción. Solo pedían conseguir otra pista para poder seguir adelante.

Era la una del medio día cuando las dos hermanas entraban por la calle San Vicente para desembocar en María Cristina. Aparcar por allí era un sueño imposible y más en hora punta. Así que decidieron buscar un parking, ya que sería lo más rápido y eficaz.

A los pocos minutos, estaban frente a la iglesia de los Santos Juanes.

El móvil de Alejandra empezó a sonar.

—Sí, dígame… de acuerdo. Te esperamos en la puerta.

—¿Es Lluís? —preguntó Sara.

—Sí, está a punto de llegar.

Mientras esperaban dejaron que los rayos del sol les acariciaran, paseándose y curioseando la fachada y alrededores. La parroquia estaba situada en un sitio clave, frente a la Lonja de la Seda y junto al Mercado Central. Fue construida sobre una antigua mezquita en 1240. Su origen era de estilo gótico y su estructura típica valenciana, con una gran nave única y las capillas entre los contrafuertes. Varios incendios obligaron a reedificarla de nuevo. En el siglo XVII y comienzos del siglo XVIII adquirió una forma barroca, quedando de su estructura gótica la nave y el gran óculo cegado. De la fachada que da a la plaza del mercado, destacaba, entre otras, la escultura central de la Virgen del Rosario. Sobre ella se encontraba la torre del reloj, franqueada por los dos Santos Juanes: San Juan Evangelista y San Juan Bautista. En lo alto de la fachada se encontraba la veleta conocida como el pardal de Sant Joan.

Las dos hermanas admiraban la fachada de la parroquia. Algo en la parte inferior les llamó la atención. Tenía como una plataforma elevada parecido a una tribuna. Bajo ésta había unas pequeñas habitaciones llamadas covachuelas o casillas de San Juan. Eran semisótanos en los que antaño se ubicaban chatarreros y tiendas de viejo. Ahora, cerradas desde hacía mucho tiempo, estaban en un estado verdaderamente lamentable.

Lluís llegó por detrás sorprendiéndolas.

—Casi no llego. Entre el tráfico y una reunión a última hora… —su respiración era más agitada de lo normal.

—Tranquilo… —dijo Sara—. ¿Entramos?

La nave estaba en penumbra y el cambio brusco de luz hizo que sus pupilas se dilataran. La temperatura era unos grados inferior y Alejandra se frotó los brazos sintiendo un escalofrío. Estaba prácticamente vacía, salvo dos beatas arrodilladas en uno de los primeros bancos. Sara se untó el dedo corazón en la pila de agua bendita y se santiguó. Alejandra la imitó.

Era la primera vez que ponían los pies en esa iglesia. Les pareció preciosa. Tenía una desbordante decoración barroca. Por un instante, se imaginaron a sus padres vestidos de novios en el altar, contrayendo matrimonio. A pesar de necesitar una restauración urgente, sus adornos eran de tal magnitud que invadía toda la atmósfera de la nave una sensación de grandeza y, al mismo tiempo, de humildad. La bóveda estaba adornada con frescos del artista Antonio Palomino. Ahora, tras el último incendio de 1936 eran dominados en su mayor parte por un color negruzco producido por el hollín del humo y el paso del tiempo, dejando entrever los dibujos sobre los pasajes de la Biblia y el Apocalipsis. Sentados en uno de los bancos, los tres jóvenes intentaban localizar el posible rosetón que adornaba la pared del despacho de Jorge. Aparentemente, no existía ninguno en toda la iglesia o, por lo menos, ellos no eran capaces de encontrarlo. Sara empezó a contar una serie de figuras de escayola, casi a tamaño natural, situadas alrededor de la nave central, y colocadas sobre unos pedestales. Eran doce, ese número ya le hizo ponerse en guardia.

Al principio, pensó que serían los Apóstoles. Estaban ubicadas al pie de cada una de las divisiones de las capillas laterales en los grandes pilares, y bajo de ellas, sus nombres. Empezó a leerlos en voz baja: Rubén, Simeón, Levi, Judá, Isajar, Zebulun, Dan, Neftalí, Gad, Aser, José, Benjamín. Sus sospechas se esfumaron. Esos nombres no correspondían a los Apóstoles. Pero… ¿quiénes eran? Discretamente le preguntó a Lluís.

—¿Sabes quienes son esas figuras? —dijo mientras las señalaba.

Lluís, necesitó pocos instantes para adivinar de quién se trataba.

—Son los doce hijos de Jacob —contestó en voz baja y muy seguro de lo que decía.

—¿Los hijos de Jacob? —preguntó Alejandra.

Lluís asintió sin más explicación. Su vecina pensó que estaba muy enterado en todo lo relacionado con lo eclesiástico. Por un momento, se le pasó por la cabeza la idea de que quizá hubiera sido monaguillo en su niñez.

El retablo mayor era sencillamente majestuoso, constaba de dos cuerpos en madera policromada y dorada, con una hornacina central albergando la imagen de la Inmaculada. A ambos lados, las de San Pedro y San Pablo. El cuerpo superior lo componía la imagen del cuerpo de Cristo en la cruz. En los extremos del retablo y sobre sendas repisas, se encontraban en amplias hornacinas San Juan Evangelista con un águila representando su visión mística elevada, y San Juan Bautista con un cordero.

Se levantaron y se dirigieron hacía la capilla. Era pequeña pero muy adornada. Dominaba el oro por todos los rincones y la bóveda con dibujos geométricos y pinturas de la biblia. Después de recorrer la iglesia de nuevo, salieron a la calle por la puerta principal, en la Avenida del Barón de Cárcer. Avanzaron unos metros para poder ver la fachada con más perspectiva. Arriba de la entrada había un círculo gigante cubierto de palomas.

—Eso es lo único redondo que hemos visto en toda la iglesia —dijo Alejandra señalándolo. Y lo más parecido a un rosetón, si se puede llamar así.

—No vas descaminada —añadió Lluís—. Que sepáis que antes de venir, yo he hecho mis deberes —su tono era de puro sarcasmo.

Las dos muchachas se miraron con una sonrisa.

—Muy bien… ¿qué has averiguado? —dijo Sara impaciente.

—Como bien ha dicho tu hermana, es lo más parecido a un rosetón porque estaba concebido para ser un rosetón, pero debido a la magnitud de su diámetro y temiendo que no fuera seguro, no se atrevieron, por lo que quedó como un óculo cegado; lo llaman la O de Sant Joan.

—Un rosetón sin terminar. Al igual que la búsqueda de mi padre… es curioso —dijo Alejandra con nostalgia—. Claro… —sus ojos se iluminaron—. ¿Acaso no recordáis lo que comentó Tía Rosa?

—Sí —dijo Sara con una pequeña luz en la mirada.

Lluís no entendía nada en absoluto.

—Os importa explicármelo.

—Mi padre, primero dibujó el rosetón en la pared y le dio forma —continuó Alejandra—. ¡Y ahí lo tenemos! —dijo señalando el óculo cegado que había en la fachada de la iglesia—. Más tarde, hizo el agujero y al final lo rellenó de cristales de colores.

—Y… ¡no veo qué quieres decir! —dijo Lluís con incertidumbre en la cara.

—Pues que lo tuvo parado hasta que encontró un camino a seguir, y entonces lo abrió y después cuando dio con la clave, lo terminó —concluyó Sara.

—¿De verdad lo creéis? —preguntó Lluís un poco incrédulo.

—¡Pues no sé!… —dijo Alejandra—. Ya me has hecho dudar. Pero creo que estamos en el buen camino. Llámalo intuición femenina.

Lluís lo dejó pasar. Con la intuición femenina no quería jugar ya que siempre salía escaldado.

Alejandra dio unos pasos hacia delante aproximándose a un pequeño jardín. En el centro había un busto de piedra. Se quedó helada al leer la inscripción.

Mientras tanto, Lluís y Sara continuaban hablando, ignorando la sorpresa de su hermana.

—¿Qué me dices de los doce hijos de Jacob? —preguntó Sara dirigiéndose a su querido vecino.

—Pues que precisamente ellos son los doce representantes de las tribus de Israel —añadió Lluís.

—¿Quieres decir que tienen algo que ver con las doce puertas de la Jerusalén Celeste que comentaste hace unos días? —preguntó Sara desconcertada.

—Por supuesto. Anoche estuve sacando información de Internet. De hecho tengo unos apuntes en mi casa. Me gustaría enseñároslos y es posible que saquemos algo en claro.

De repente, Alejandra llamó a su hermana con una voz congestionada.

Ésta se acercó a su lado.

—¿Te has fijado en ese busto?

Sara lo observó durante unos segundos y luego miró a su hermana. No tenía palabras.

—¿Crees que será otra señal? —preguntó Sara.

—Estoy segura.

Lluís, estaba mudo e intrigado. No tenía ni idea a qué se referían.

—Si no es mucha molestia ¿Os importaría ponerme al día? —dijo en tono casi de suplica.

—¿De quién es el busto que tienes delante Lluís? —preguntó Alejandra.

Éste leyó en voz alta y con tono de sarcasmo añadió:

—De Lluís Vives ¡Se llama como yo!

—No seas egocéntrico —añadió Alejandra malhumorada.

—Perdona… pero no veo la relación —su tono era de verdadera disculpa—. Me he debido perder algo.

—Lluís Vives era el instituto donde mi padre dio clases de Historia durante diez años —explicó Sara.

—De verdad… ¿pensáis que puede ser una señal? —preguntó el joven.

—No cuesta nada visitar el colegio. Tal vez algún antiguo profesor lo recuerde y nos pueda ayudar en algo —continuó Sara.

Los rayos del sol se disipaban por el oeste dejando paso al crepúsculo. Sara había terminado la consulta más tarde de lo habitual y se dirigía a casa. Hoy no estaba de muy buen humor. Sus pacientes le habían contagiado la nostalgia y el desanimo. Ella que era una persona positiva y fuerte e intentaba estar siempre al margen de cualquier problema de los demás. Ahora se sentía vulnerable. El tema de su padre la estaba afectando mucho más de lo que creía. Saber que se fue sin conseguir su meta en la vida, aparte de formar una familia, le estaba carcomiendo por dentro. La incertidumbre de no saber qué estaba buscando y que cuando lo encontrara si es que de verdad llegaba a conseguirlo alguna vez, ¿qué pasaría después? Estaba hecha un verdadero lío. Había quedado con su hermana y con Lluís en cenar una pizza en casa y hojear los apuntes que éste había sacado de internet. No estaba con ganas de revisar papeles esa noche. Pero procuraría no ser maleducada. Solo quería acostarse pronto y descansar. Llevaba varias noches que no conseguía dormir lo necesario y eso le estaba alterando el estado de ánimo. Ya ni tan solo podía concentrarse y entrar en la relajación que tan acostumbrada estaba a hacer.

Bajó del autobús en Guillem de Castro. A tan solo unos metros, se alzaban las Torres de Quart. Por una décima de segundo las recorrió con la mirada. Pensó en el dibujo que su padre le había hecho cuando era niña, en la cabecera de su cama. Eran las torres que tenía delante de ella.

¿Qué era lo que le quería decir? ¿Qué significado tenían para su padre?

¿Se las dibujó sólo porque eran Monumentos Históricos de Valencia y de ahí su afán por la Historia, o realmente, había algo más escondido que no terminaban de descifrar? Siguió caminando con la mente colapsada de preguntas sin respuestas. Levantó la vista en el momento en que pasaba a través de ellas. En uno de los bancos de piedra, un hombre hablaba solo en voz alta y acompañado de una botella. Agudizó la vista y reconoció que era Pepe, el hombre que le asustó al poco de instalarse en su piso. Había tenido varios encuentros fortuitos con él y siempre estaba borracho. Pensó… ¡qué pena de hombre! En el fondo parecía buena persona ¿Qué le habrá llevado a terminar así? ¿Habrá sido por vicio o simplemente por un cúmulo de mala suerte? ¿Hasta dónde puede llegar la fuerza o la paciencia y resistencia de un hombre, para perderse de semejante manera? Cuando entró en el portal camino de su casa, en su cabeza no cabían más preguntas, estaba totalmente embotada. Mientras esperaba el ascensor, oyó como la cerradura del portal se movía ¡No se lo podía creer! Su vecina Elisa intentaba entrar en el patio. ¡Hasta donde le llegaba la mala suerte! En ese preciso momento no estaba para muchas conversaciones superfluas. El ascensor llegó en el mismo instante que su habladora vecina se entretenía con alguien que pasaba por la calle. Sin pensarlo dos veces subió rápidamente.

Alejandra ya estaba dentro. Había preparado una mesa para tres y había encargado una pizza familiar. Sara pensó qué otro día más con comida basura. Estaba claro que hoy no le cuadraba nada. Suerte que el día estaba terminando. Mañana ya veríamos…

Sara se había puesto cómoda cuando sonó el timbre. Ésta se dirigió a la puerta. No había terminado de abrirla cuando algo se le abalanzó a la altura de la cadera.

—Thor… ¡qué susto me has dado! —dijo mientras le acariciaba la cabeza.

—No he podido dejármelo —dijo Lluís en tono de disculpa—. Es como si hubiera adivinado que venía a vuestra casa. Ha salido al rellano y no quería entrar.

—Sabes que en esta casa sois bien recibidos los dos —dijo Sara con una sincera sonrisa.

Sentados los tres jóvenes a la mesa como buenos amigos, dieron buena cuenta de la pizza y unos helados. Thor, obediente, estaba tumbado en el suelo y los miraba con atención. Lluís cogió una carpeta y empezó a desplegar folios y más folios. Por suerte Sara se había despejado. Tenía la mente abierta a cualquier explicación. Alejandra dejó una bandeja con tres cafés encima de la mesa, y la cafetera por si la cosa se alargaba demasiado. Lluís empezó a organizar sus apuntes. Las dos mujeres lo observaban por su cuenta, aunque sus pensamientos eran muy similares.

Se le veía muy organizado y meticuloso en el tema de trabajo. No les extrañaba nada que ocupara un alto cargo en la empresa. Estaban seguras de que se lo merecía y lo desempeñaría a la perfección. Además de ser bastante atractivo y oler como los propios ángeles, parecía muy inteligente. Iba vestido con un vaquero, una camiseta de algodón y unas chanclas, pero aún así no perdía el menor atractivo.

Lluís levantó la cabeza después de organizar sus papeles y vio como sus vecinas lo observaban.

—¿Nadie me va a ofrecer un café?

Alejandra le acercó una de las tazas junto con el azúcar.

—Gracias —dijo con una dulce sonrisa.

—¿Qué has encontrado que pueda ser de interés? —preguntó Sara.

—Esta mañana me has hecho una pregunta y tenía parte de la contestación. Pero antes de subir he averiguado algo más. Es bastante interesante y posiblemente nos aclare muchas dudas.

—Pues empieza ya, por lo que más quieras. Nos tienes con la miel en los labios —prosiguió Alejandra impulsiva.

Lluís empezó con su explicación:

—Las doce estatuas que hemos visto en la iglesia de los Santos Juanes son los doce hijos de Jacob. Que quiere decir que son los representantes de las doce tribus de Israel.

—¿Te importaría ser un poco más explicito? —añadió Alejandra mientras le daba un sorbo al café.

—¿Conocéis el Apocalipsis? —preguntó Lluís.

—Poca cosa.

—Imagino que sabréis —continuó Lluís— que el Apocalipsis es el último libro revelado del Nuevo Testamento. Es de carácter profético y significa revelación. El número doce es el número sagrado en el pueblo de Israel.

Jerusalén representa un espacio sagrado. Es el lugar de los elegidos, la ciudad santa por excelencia fundada por el rey David en el monte Sión.

En el Apocalipsis se describe como Jerusalén nueva, Jerusalén futura, Jerusalén celeste. Son tres términos sinónimos para hablar de la Ciudad Santa. Os voy a leer un pasaje del Apocalipsis 21:9 de San Juan. Dice así:

“Me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto y me mostró la gran ciudad, la Santa Jerusalén que desciende del cielo de parte de Dios…”

“Alrededor de la ciudad había una muralla grande y alta, con doce puertas, y en cada puerta un ángel; en las puertas estaban escritos los doce nombres de las tribus de Israel.”

“Tres puertas daban al este, tres al norte, tres al sur y tres al oeste”

“La muralla de la ciudad tenía doce piedras por base, en las que estaban escritos los nombres de los doce Apóstoles del Cordero.”

“El ángel que hablaba conmigo llevaba una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y la muralla…”

“La muralla estaba hecha de diamante y la ciudad de oro puro, como vidrio pulido. Las piedras de la base de la muralla estaban adornadas con toda clase de piedras preciosas: la primera, con diamante, la segunda, con zafiro, la tercera, con ágata, la cuarta, con esmeralda, la quinta, con ónice, la sexta, con rubí, la séptima, con crisolito, la octava, con berilo, la novena, con topacio, la décima con crisoprasa, la undécima, con jacinto, la duodécima, con amatista.”

“Las doce puertas eran doce perlas…”

Después de leer los pasajes dejó los papeles a un lado, cogió la taza de café y le dio un largo trago. Observó la cara de sus vecinas. Éstas estaban pensativas y al mismo tiempo algo confusas.

—¿No vais a decir nada? —preguntó al in.

Fue Sara quien habló primero.

—Nos has mostrado como San Juan veía la ciudad de Jerusalén. Por un momento, se me han puesto los pelos de punta. Pero al mismo tiempo… lo he visto más o menos claro. Mi padre, según nos comentó Tía Rosa, estaba obsesionado con la ciudad de Valencia. Leía todo lo relacionado con ella y además todo respecto a su historia. Da la casualidad de que Valencia, como muchas otras ciudades, también tenía una muralla, lo que no sé es cuantas puertas tenía exactamente —miró a Lluís y éste le sonrió—. No me digas que también tenía doce puertas —este asintió con la cabeza ¡No se lo podía creer!

—Eso explicaría los dibujos de nuestra habitación —dijo Alejandra emocionada—. Las Torres de Serrano y las Torres de Quart eran dos de las principales puertas de la ciudad cuando ésta estaba amurallada, y las únicas que permanecen hoy en pie ¡No puedo creerlo!

—Me alegro mucho de que lo hayáis visto tan claro —añadió Lluís—. Lo cual quiere decir, que esas doce llaves… corresponden a las doce puertas de la antigua muralla cristiana de Valencia.

Una enorme sonrisa se dibujó en sus caras…

Acababan de dar con la clave. Pero aún les quedaba mucho camino por recorrer. Eso solo era el principio de una larga búsqueda. Las dos jóvenes estaban realmente emocionadas. Alejandra llena de congoja y de nostalgia recordó las frases que su padre le pronunció en sueños, e inconscientemente las enumeró en voz alta:

“Algún día lo conseguiré”. “Algún día, ya lo verás”. “Alejandra, todavía eres muy pequeña y no lo entiendes, pero llegará el momento en que tenga en mis manos las llaves de la ciudad”. “Ese día será grande, y todos me creerán”.

Con los ojos empañados y apenas, sin poder hablar dijo:

—¡Yo te creo papa! ¡Yo te creo…!

Las doce llaves
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