CAPÍTULO 58
Era veintiocho de Febrero, último día de mes. El reloj del Mercado Central marcaba las siete de la mañana. Todavía no había demasiada afluencia de clientes salvo los que se suministraban para bares o restaurantes y hacían sus compras al por mayor. Miguel Roselló entraba triunfante esa mañana mucho más temprano que de costumbre. Pero es que esa noche había sido muy especial. Un hermoso y paradisíaco sueño le había cautivado y le había hecho recuperar todo tipo de esperanzas que día a día había empezado a perder. Cuando abrió los ojos se sintió tremendamente feliz. Todavía podía revivir las imágenes tan bellas que había tenido. Un campo lleno de vistosas y perfumadas margaritas le acariciaba sus pies descalzos. El olor a flores y a tierra húmeda aún perduraba en su olfato. Agachado sobre ellas confeccionaba un enorme y precioso ramo. Una mujer a lo lejos se dirigía hacia él con una enorme cinta roja en las manos. No podía ver las facciones de su cara, pero su manera de moverse le hacía adivinar de quién se trataba.
Paso a paso la unían más a él. No podía dejar de mirarla. Era como si estuviera hipnotizado. Su melena dorada y ondulada brillaba con el relejo del sol y su tierna sonrisa le convertía en la mujer más atractiva y sensual de toda la faz de la Tierra. Miguel, extasiado de felicidad, la esperaba ansioso. Tan solo unos pasos la separaban de ella. Él extendió la mano y rozó sus dedos. Seguidamente la abrazó y la besó apasionadamente. Ella le correspondió dulcemente. A continuación, le entregó el ramo de margaritas blancas que había cogido expresamente para ella, y después de hacerle una lazada con la cinta de raso roja, le colocó una flor en el pelo.
Cuando abrió los ojos, todavía se relamía del contacto de los labios de su amada. Había sido un sueño tan real, que a partir de ese momento no había podido conciliar el sueño contando los minutos que le separaban para levantarse y acudir en busca de Rosa. Ese sueño era un anticipo, una premonición de lo que iba a ocurrir. Lo presentía. Estaba tan convencido de ello. Desde que había regresado a Valencia, y de eso hacía ya más de cinco meses, y a pesar de no dejar de pensar en Rosa en ningún momento, no había logrado introducirla en sus sueños. Dicen que los sueños no se pueden controlar y es cierto. Y sin embargo, esa noche había aparecido como por arte de magia. Algo le decía que esa mañana no sería como las demás. Algo le decía que esa mañana encontraría a su antigua novia, al amor de su vida.
Mientras entraba en el mercado, recordó el sueño de hacía unas horas y recordó también como hacía veintiocho años la conquistó. Se aproximó a los puestos de flores y sonrió al ver unas frescas y olorosas margaritas blancas, al igual que en su sueño. Revivió la escena en que conquistó a Rosa intentando ayudarla en varias ocasiones a llevar sus bolsas y ésta negársele con mucha educación. Dicen que a la tercera va la vencida y efectivamente a la tercera, Rosa cedió a que le ayudara aceptando un ramo de margaritas similares a las que ahora tenía delante. Sin pensarlo dos veces, encargó un ramo con veintitrés unidades. Una por cada año que habían estado separados, y muy importante, tenían que estar rodeadas de una ancha cinta de raso roja. Quedó en pasar a recogerlo a lo largo del día aunque solo fuera para adornar la mesa del salón.
Se paseó por los pasillos que conocía al dedillo con los ojos bien abiertos, aun a sabiendas de que era demasiado pronto. Pero no le importaba, se encontraba como un chaval repleto de energía. Su corazón palpitaba más rápido de lo normal. Tenía por delante muchas horas hasta la hora de cierre. No pensaba irse ni un momento de allí. Daría las vueltas necesarias. No estaba dispuesto a salir de allí sin ella.
Paco canturreaba mientras colocaba el género en el mostrador. Esa mañana tenía una fruta que era la envidia de muchos de la competencia.
De hecho, se había ganado una fiel clientela y el negocio prosperaba de lo más bien. Y es que había que saber moverse y conseguir buen producto, y eso precisamente era de lo que él mismo se sentía orgulloso. A pesar de su edad, a punto de cumplir los cincuenta y cinco años, tenía una vitalidad que muchos de su quinta quisieran. Tenía que reconocer que Rosa había influido bastante en su estado de ánimo y gracias a ella recobraba la fuerza de seguir sintiéndose todavía joven. No quería perderla por nada del mundo y lucharía con quien hiciera falta para conservarla. La relación entre ellos funcionaba a las mil maravillas. Y después de aclarar las dudas que le surgieron a Rosa tras la conversación con su ex mujer Pilar, la cosa había quedado más que clara. Además, tenía que celebrar que llevaba casi un mes sin tropezarse con Miguel Roselló. Lo cual le alegraba enormemente. Eso le hizo pensar que posiblemente se hubiera cansado de buscar o simplemente, esos encuentros fortuitos se hubieran debido exclusivamente a pura casualidad. Recordó la última vez que lo vio por esos pasillos, y fue a finales de enero. Se acercó y le compró naranjas y algo más. En esa ocasión no le preguntó por Rosa, cosa que Paco agradeció. No le remordía la conciencia en absoluto haber negado que la conocía cuando él se lo preguntó el día de Nochevieja. En la guerra, al igual que en el amor, estaba permitido cualquier tipo de defensa y en ese caso, si le hubiera confesado que la conocía y que sabía dónde encontrarla, le hubiese hecho ser el hombre más desgraciado de toda la faz de la Tierra, porque a pesar de que su relación iba como la seda, él sabía de antemano que Rosa tenía debilidad por ese tal Miguel. Sospechaba que si tuviera que elegir entre los dos, él sería el primero en perder la partida.
Aunque no estaba dispuesto a ello.
Eran las ocho y media de la mañana y el ambiente se iba animando.
Presentía que iba a ser un buen día de caja. Acababa de despachar a una señora que solía frecuentar la parada habitualmente cuando… su mirada captó la imagen de un hombre que ya conocía. No cabía la menor duda de que esas facciones eran las del Miguel Roselló. Su rival por excelencia.
Una oleada de rabia e impotencia se apoderó de él. No podía prohibirle a ese individuo la entrada al mercado. Quién era él para hacer semejante barbaridad. Ni tampoco podía prohibirle la entrada a Rosa. Para ello tendría que darle una serie de explicaciones que preferiría omitir ¿Qué podía hacer? Se veía acorralado. Sus ojos disimuladamente le siguieron hasta que lo perdieron de vista, y entonces logró respirar con más tranquilidad. Quizá estaba de paso y ya se marchaba de allí, pensó para consolarse. A toda costa, intentaba autoconvencerse de que no había tal peligro. No podía vivir con esa angustia y ese temor. Miró el reloj, eran las nueve de la mañana. Gracias a Dios, todavía era muy pronto. Rosa no llegaría hasta las diez y media o poco más. Seguramente en ese tiempo Miguel Roselló se habría largado.
Había transcurrido poco más de una hora desde que el corazón de Paco se alterara por la presencia de Miguel. Desde entonces, le había dejado con el temor alojado en el cuerpo, y distraído y pensativo en sus quehaceres rutinarios. Aún le perduraba el susto y la incertidumbre, cuando lo volvió a ver enfilado por el pasillo de la izquierda. Se fijó en su aspecto y le llamó la atención que iba como un pincel. Era la segunda vez en esa mañana. Eso le daba mala espina. Miró el reloj. Eran las diez y cuarto. Rosa no tardaría en llegar. Empezaba la cuenta atrás. Un temblor localizado en sus piernas se manifestó de la manera más vil, dejándole indefenso. Eso no era una casualidad, se dijo abrumado. Presentía que ese hombre irremediablemente iba a cambiar el rumbo de su vida ¡No podía ser! Se dijo una y otra vez ¡Tenía que hacer algo! No podía permitir que Rosa se encontrara con ese individuo que estaba claro que algo buscaba.
Tenía que actuar rápido. Una idea le vino a la mente y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, mientras, veía como su enemigo y rival se alejaba de nuevo. Se dijo a modo de consuelo: no hay mejor ataque que un buen contraataque.
La Avenida del Puerto estaba repleta de tráfico. Rosa, asomada desde el balcón, podía divisar gran parte del puerto y de la playa de la Malvarrosa. Multitud de gente esperaba ansiosa. El día acompañaba y el sol brillaba con todo descaro. Habían organizado un Festival Aéreo donde se lucían, con multitud de piruetas acrobáticas, aviones ultraligeros, cazas a reacción, avionetas y distintos helicópteros de la Guardia Civil, de la Dirección General de tráfico, de la Policía Local y de las Fuerzas Armadas. Rosa estaba entusiasmada con el espectáculo y a punto estuvo de avisar a Paco para decirle que hoy sábado no acudiría al mercado.
Instantes antes de llamarle, cambió de opinión. Perezosa, se desconectó del Festival Aéreo y decidió arreglarse. No le costó demasiado. Se maquilló lo justo y apenas se repasó el pelo, justamente, el día anterior había ido a la peluquería y lo llevaba casi perfecto. Unas finas mechas rubias suavizaban sus facciones y le daban mucha más luz a su cara. Se miró en el espejo y se gustó. Sus cincuenta y dos años estaban muy bien llevados.
A pesar de todo el sufrimiento que llevaba adosado a su espalda y por todas las adversidades que el destino le había hecho pasar, se sentía bien.
Gracias a Dios ninguna enfermedad le rondaba y tenía toda la agilidad que ella necesitaba. En esos momentos, tan solo le preocupaban sus sobrinas. Ese era su mayor temor. Y lo que más le dolía, era que ella no se veía capaz de echarles una mano o las dos si hiciera falta. A pesar de que a ojos cerrados daría su vida por ellas, y sobradamente lo había demostrado, y ahora en uno de los momentos más difíciles de sus vidas se veía totalmente impotente. Lo había intentado buscando desesperadamente a Miguel Roselló por Noruega, tenía las esperanzas de que él fuera una pieza clave en la investigación, por la proximidad y confianza con Jorge Ferrer, ya que eran uña y carne, como se solía decir. Pero la suerte no le había acompañado y había sido un autentico fracaso. Si por lo menos no hubiera perdido el contacto con él durante tantos años… si le hubiese contestado a las cartas… si no se hubiera empeñado en dejarle ir libre… cuántas cosas hubieran cambiado. Rosa se arrepentía de tantas cosas que mientras salía de casa su mente estaba transportada a una nube de reproches.
Rosa caminaba hacía el Mercado Central. Miró su reloj y pasaban de las once de la mañana. Era más tarde de lo habitual, seguramente Paco estaría preocupado. Pensó en avisarle que iba de camino, pero tan solo le faltaban unos diez minutos para llegar, así que cambio de idea. Estaba entrando en la calle María Cristina, por su antigua casa. No podía evitar siempre que pasaba por allí echarle un vistazo a su antiguo portal y a su antiguo balcón. Cuántos años había vivido allí, y cuántas cosas buenas y malas habían sucedido. El recuerdo de su madre la invadió de nostalgia, al igual que el recuerdo de su padre. Seguidamente la sombra del recuerdo de Miguel volvió a acosarla de nuevo. Sería posible que no consiguiera eliminarla de su vida. Ahora, ese lugar lo había ocupado Paco y estaba contenta con su relación, o por lo menos eso era lo que ella creía. De acuerdo que no era lo mismo que su noviazgo con Miguel, pero tampoco era una jovencita como entonces, ahora era una mujer hecha y derecha y no estaba la cosa para ir con tonterías. Además, ya estaba cansada de estar sola. La tranquilidad y seguridad que le había brindado Paco no era de despreciar. Se desvivía por ella y no trataba de ocultarlo. La mimaba constantemente y a Rosa le gustaba ser mimada. A su lado se dejaba querer y eso le hacía sentirse bien ¿Plenamente satisfecha? Se preguntaba.
No lo sabía, pero lo que sí sabía era que se conformaba.
Sin darse cuenta ya había llegado. Esa mañana parecía haber más gente de lo habitual. Lo primero que hizo fue dirigirse a la parada de Paco.
Desde lejos lo vio muy atareado. Le llamó la atención la expresión de su rostro. Estaba como disgustado. Después de ocho meses de relación, empezaba a conocerlo. Cuando estuvo casi a su lado le sonrió, esperando ser correspondida. Paco, la vio cuando la tuvo prácticamente encima.
Algo enturbiaba sus pensamientos y no le permitía actuar con total lucidez. Una fina línea lejos de ser una sonrisa se dibujó en su cara y Rosa verificó que algo le sucedía.
—Buenos días Paco ¿Qué ocurre?
—Hola preciosa… nada. No sé por qué lo preguntas —su tono trataba de ser cordial.
—No hay más que verte la cara —replicó Rosa segura de que algo le preocupaba y estaba contrariado.
—Estaba intranquilo por ti —agregó Paco con gran parte de verdad.
—¡Cómo eres! —añadió Rosa sintiéndose halagada—. Tan solo he llegado una hora más tarde que de costumbre —dijo ella justificándose.
—Ya lo sé, los minutos me han parecido horas ¿Vas a estar mucho por aquí? —añadió Paco con temor.
—No demasiado —dijo ella inocentemente—. Apenas tengo que comprar. Hoy la vuelta será bastante rápida.
—Eso espero —concluyó él recobrando la expresión normal en su rostro—. Contaré los segundos que estés fuera.
—¡Qué tonto eres! —le susurró ella al oído.
Eran casi las doce del mediodía, la hora del Ángelus, cuando Rosa iba de regreso a despedirse de Paco. Había comprado un par de cosas que necesitaba y daba por concluido su paseo matutino por aquellos pasillos que la entusiasmaban. De repente, se le antojó comprar unas lores, las últimas se habían marchitado y las había tirado a la basura hacía un par de días. Se dirigió a uno de los puestos de flores donde solía comprar con frecuencia.
—Buenos días, Toñi —dijo mientras echaba una ojeada buscando sus flores preferidas.
—Buenos días, Rosa. Si estas buscando margaritas, siento decirte que se me han terminado. Además —continuó la mujer—, hoy han entrado muy pocas, eso sí, el tamaño era excepcional.
—¿No me digas que no te queda ninguna? —dijo en tono de fastidio.
—Lo siento… si me lo hubieras dicho, te las habría guardado. Tan solo me queda ese ramo —dijo la mujer mientras señalaba un rincón del mostrador—. Pero no puedo vendértelo porque el cliente las ha encargado y me las ha pagado.
Rosa siguió con la mirada donde Toñi le había señalado. Dentro de un búcaro de cristal, se alojaba un precioso ramo de margaritas blancas.
Unas margaritas más grandes de lo habitual. La pureza del color blanco contrastaba con una lazada de raso rojo. Rosa se quedo sin aliento. No era posible ¡Si era una broma no tenía ninguna gracia! Un estremecimiento unido a un sofocante calor, recorrió de pies a cabeza su cuerpo.
Inmediatamente, recordó el primer ramo que Miguel le regaló. Era exactamente idéntico a ese. Al igual que todos los ramos que le había regalado durante los cinco años de relación, que habían sido muchos. Su pulso se aceleró rápidamente. Por una décima de segundo, le pareció que estaba perdiendo el sentido. La visión se le emborronaba. No era consciente del semejante ruido que había a su alrededor. Tan solo lograba escuchar un zumbido que se alejaba cada vez más y más de ella.
Toñi se le acercó al verla pálida como la horchata.
—Rosa, ¿te encuentras bien? No tienes buena cara.
—No muy bien. Creo que me voy a desmayar —dijo a duras penas.
—¡Siéntate mujer! ¡No te vayas a caer! —dijo la mujer preocupada mientras le acercaba una silla y le hacía aire con un abanico.
Habían transcurrido varios minutos y Rosa parecía recobrar la sensibilidad en todo su cuerpo. La silueta de Toñi aparecía con total nitidez, al igual que el resto del mercado y la ola de calor que la había azotado instantes antes había menguado. Se encontraba bastante floja y sobre todo sensible, muy sensible. Miró de reojo el ramo de flores y respiró hondo tratando de ser lo más sensata posible. Tenía que pensar con la cabeza, no con el corazón. No tenía por qué tratarse de su ex novio. Cualquier persona podría haber encargado un ramo así. A in de cuentas, no era nada extraño, era de lo más normal del mundo. Pensó en preguntar a la mujer como era la persona que le había encargado el ramo, pero, inmediatamente lo descartó ¡Ya estaba bien de dar vueltas al asunto! ¡Estaba sacando las cosas fuera de lugar! Y presentía que si continuaba por ese camino, llegaría a perder la cordura.
Poco a poco se levantó, y a pesar del desacuerdo de Toñi, Rosa decidió irse de allí. Tenía la sensación de que la proximidad del ramo le absorbía toda su energía y el aire de alrededor. Le agradeció todo su interés, y con pasos cortos pero seguros se marchó.
Se hubiera ido derecha a casa. Hubiera tomado un taxi y se habría acurrucado en el sofá con una manta. En ese momento tenía algo de frío. Había sido un sobresalto demasiado fuerte e inesperado. Aunque reconocía que todo había sido producto de su imaginación. Tan solo eso.
Creía que estaba curada del mal de amor, pero no… Reconocía que a pesar de todos estos años aún estaba susceptible con respecto a Miguel Roselló.
Pasaría primero para despedirse de Paco. No podía irse sin decirle nada. Ya lo tenía acostumbrado a decirle adiós. La flojedad de piernas todavía era latente y prefirió salir fuera para que le diera el aire. Si Paco la veía con semejante aspecto, no quería ni pensar… El sol le hirió en los ojos nada más salir fuera. Rápidamente, dentro de su torpeza momentánea, sacó sus gafas de sol y decidió tomar un café en un bar cercano. Eso la espabilaría. Mientras tomaba el refrigerio, su mente atascada por la emoción iba por libre mostrándole imágenes que ella hubiera preferido no recordar. A los pocos minutos, salía del bar en dirección al puesto de Paco. Se despediría y regresaría a casa. En ese momento, ese era su mayor consuelo.