CAPÍTULO 49

La noche había sido larga sin poder pegar ojo. Había amanecido y ya bien entrada la mañana Rosa estaba tumbada en la cama sin alientos para levantarse. La persiana permanecía cerrada y con la tenue luz de la lamparilla de noche estaba pensativa y con la mirada fija en los dibujos de la talla del techo. Apenas si podía respirar del peso tan increíble que se había alojado en su pecho. No le dolía la cabeza, ni tampoco el cuerpo. Solo le dolía el corazón. El dolor era tan fuerte que no le permitía moverse. El mal de amores, lo llamaban algunos. Su más temido enemigo y el que le había hecho compañía gran parte de su vida.

Otra vez se sentía mal. Otra vez, se repetía, en cierta manera la historia de hacía veintitrés años. Otra vez, volvía a estar sola. El teléfono no había dejado de sonar en las últimas horas insistentemente y siempre había sido Paco. Ella se había negado a descolgar. No tenía ánimos para hablar con él. La conversación mantenida con Pilar, su ex mujer, la había dejado a la deriva. Quizá era injusta, dando crédito a ella sin escuchar la versión de Paco. Tenía que escucharlo, tenía que darle la oportunidad de defenderse. Pero el temor que le acechaba, era que la convenciera y se la llevara al huerto como lo había conseguido hacer hábilmente en otras ocasiones.

Por su profesión, tenía don de gentes. Estaba segura que la volvería a camelar, por eso se resistía a mantener una conversación con él, por lo menos, hasta que el tema lo hubiera madurado lo suficiente y pudiera obrar con frialdad. Necesitaba desconectarse. Rosa pensó en la vuelta que había dado la situación cuando la relación iba como la seda. Tenía que darle una segunda oportunidad, a lo mejor Pilar exageraba en sus afirmaciones. Su cabeza era un ir y venir de suposiciones, de conjeturas sin sentido. De hecho, hoy no pensaba salir de casa. La visita al Mercado Central sería suspendida por otro día. Quería meditar sobre la situación.

Estaba claro, hablaría con él y le pondría las cartas sobre la mesa.

Sin pensarlo dos veces, se levantó, caminó descalza y se dirigió a la cómoda. Abrió el último cajón y escarbó entre la ropa de cama. Al final, consiguió encontrar lo que buscaba. Lo cogió y se tumbó de nuevo en la cama. Una foto raída sujetaba entre sus manos. Su mirada se quedó fija en la figura que representaba. Se acurrucó entre las sabanas y con la luz encendida y la foto entre las manos, se quedó dormida.

No sabía el tiempo que había transcurrido. Estaba claro que se había quedado traspuesta, pero algo la había sobresaltado despertándola y dejándola aturdida y descolocada. Miró el reloj y eran más de las once de la mañana. De repente, el timbre de la puerta la sobresaltó de nuevo. Eso era lo que la había despertado. Atontada, se levantó descalza y se dirigió a la entrada. Miró por la mirilla y su sorpresa fue mayúscula cuando vio que Paco estaba al otro lado. No podía abrirle, pensó. Ahora no. A lo mejor se daba media vuelta y se iba por donde había venido. Pero Paco, volvió a insistir una y otra vez. Rosa, al otro lado, nerviosa e indecisa, optó por abrir.

—Rosa… ¿te encuentras bien? Estaba asustado. No me coges el teléfono y ahora no abres la puerta, yo…

—Estoy bien —dijo débilmente—. Bueno no muy bien… ¿Quieres pasar?

—Creía que no me lo ibas a pedir nunca —contestó él, cohibido.

—Debo de tener un aspecto horroroso —se disculpó Rosa mientras se arreglaba el pelo.

—Estás preciosa de cualquier manera —añadió él adulándola.

—Paco, no estoy de humor… he dormido fatal.

Rosa se quedó pensativa por unos instantes ¿Qué día era hoy? ¿Era festivo?

—¿Tú no deberías de estar trabajando en el Mercado? —preguntó al darse cuenta de que era un día hábil.

—Sí, pero al ver que no me cogías el teléfono he pensado que te había ocurrido algo y me he dejado allí al chico solo.

Rosa pensó si estaba exagerando la situación. Miró a Paco y se sentó en el sofá. Un estornudo se interpuso entre ellos.

—¡Estás descalza! —pronunció Paco mirando a ambos lados y buscando las zapatillas.

—Están en la habitación. No te preocupes. Siento haberte asustado —dijo ella arrepentida de su rabieta.

Paco se adentró en la habitación. La cama estaba deshecha, la lamparilla permanecía todavía encendida. Abrió la persiana de la ventana y dejó que entrara algo de luz. Hacía un día de invierno precioso. Se dirigió a la mesita y apagó la luz mientras cogía las zapatillas. A punto de salir de la habitación, se dio la vuelta para estirar un poco las sabanas hechas un ovillo. Pero cuál fue su sorpresa al descubrir una foto camuflada entre ellas. La cogió y se quedó perplejo observándola. Había dos personas, una de ellas era Rosa con veintitantos años menos, la otra, un hombre aproximadamente de su misma edad. Paco fijó su vista en el rostro de aquel desconocido. Pero en ese mismo instante, un terrible escalofrío le recorrió de pies a cabeza.

—¡Santo Dios!… —murmuró.

Acababa de conocer al sujeto en cuestión. Era el antiguo novio de Rosa. El tal Miguel Roselló. De hecho, lo conoció en aquella época. Tenía un vago recuerdo de él. Esos ojos no se olvidaban así como así. En ese preciso instante cayó en la cuenta y recordó el individuo que había visto en dos ocasiones merodeando por el Mercado Central. Era él sin ninguna duda. Era Miguel Roselló el que se paseaba por los pasillos del Mercado.

¿Buscando qué? ¿Iba simplemente a comprar enseres… o realmente a quien buscaba era a Rosa? Ahora entendía ese temor inexplicable que le acosaba sin saber porqué cuando lo veía. Su subconsciente lo había reconocido antes que él. Una pregunta le surgió envuelta en angustia ¿Sabría Rosa que estaba en Valencia y por eso se encontraba tan mal?

Llevaban más de dos horas hablando y Rosa parecía mucho más tranquila. Como ella imaginaba, Paco la había convencido plenamente. Ella le había contado el encuentro fortuito con su ex mujer y, con todo lujo de detalles le había comentado su conversación. Éste le dio la razón en pequeñas cosas y en otras se las quitó. El caso es que la relación volvía a estar casi como antes y sin apenas secuelas al respecto. Paco la observaba intentando adivinar si ella le ocultaba la existencia de su antiguo novio en la ciudad. De momento, no parecía estar muy enterada del tema y él tampoco se lo pensaba decir de ninguna de las maneras. Aún así, dejó caer una pequeña china para tirarle de la lengua.

—Rosa, cuando he pasado por las zapatillas a tu habitación… he visto una fotografía encima de la cama… Quizá no debía… pero no he podido evitarlo.

Ella, en ese preciso instante se acordó que se la había dejado entre las sabanas y por un momento sintió vergüenza.

—Es cierto —admitió—. Me sentía tan mal y tan sola en ese momento que…

—Pero sabes que me tienes a mí para todo lo que necesites. Yo mismo romperé esa foto si tú quieres.

Paco hizo intención de levantarse para cumplir su objetivo.

—No… ya lo haré yo. No te preocupes —dijo Rosa a media voz.

—Sabes que Miguel no va a volver. Hemos hablado mucho tiempo de ello y creía que ya lo tenías en el olvido.

—Lo sé… —contestó Rosa sumisa—. Ha sido un impulso.

—Rosa te quiero y siempre te querré. Lo sabes… ¿verdad?

—Por supuesto.

Un beso culminó su frase. Rosa se sintió protegida y eso le hizo sentirse bien. Paco la abrazó apasionadamente y una tranquilidad reinó en su interior. Al parecer, ella no tenía noticias de su antiguo novio ¡No podía volverlo a ver! Si eso ocurría, se jugaba su felicidad.

Quedaban pocas horas para la noche de in de año y cada uno de los visitantes del Mercado Central ultimaba sus compras. Paco, esa mañana, no estaba centrado, a pesar de ello, su puesto de fruta se cubría de gloria con los kilos y kilos de uva que había vendido. El año terminaba bien, solo esperaba, empezarlo con buen pie. Al igual que en Nochebuena lo pasaría en casa de Rosa, solo que sería mucho más íntimo, ya que estarían tan solo ellos dos. Ella estaba a punto de llegar. Solía hacer siempre el mismo recorrido y sobre la misma hora. Solo que esa mañana Paco estaba intranquilo y un gran temor le acechaba ¿Y si Rosa se cruzaba con su antiguo novio por unos de esos pasillos? ¿Se conocerían nada más verse después de veintitrés años? ¿Sería casualidad haberlo visto en dos ocasiones, o visitaría el mercado con frecuencia? ¿Qué demonios hacía de vuelta en la ciudad? Lo que más deseaba en el mundo era que si eso era así, por lo menos se hubiera casado y hubiera formado una familia.

De ese modo, no sería un obstáculo en su relación.

—¡Buenos días! —se oyó a su espalda.

Paco se giró al oír la voz de Rosa.

—Buenos días, preciosa… —dijo intentando ahuyentar los malos pensamientos ¿Llevas mucho en el Mercado?

—No, acabo de llegar —dijo ella ajena a lo que se cocía en la mente de Paco—. Hoy se me ha hecho más tarde de lo habitual. Pero como no tengo prisa, recogeré el encargo de la carne y daré una vuelta.

—Si quieres lo recojo yo —contestó Paco inquieto, intentando evitar que permaneciera más de lo necesario en el mercado.

—No… de eso nada. Tú estás trabajando. Volveré dentro de un rato —añadió mientras se alejaba.

Paco la siguió con la mirada hasta que se perdió por uno de esos interminables y enredados pasillos. Hubiera ido detrás de ella si no fuera porque la parada la tenía repleta de gente y no podía desatenderla.

Rosa, pasó por uno de los puestos de carne, después, se detuvo comprando algo de marisco y también frutos secos. Cómo le gustaba pasear por esos angostos pasillos. Oír el zumbido de los rumores de la gente y oler la infinidad de aromas diferentes. Su mente se transportó al pasado durante unos segundos y ella se dejó llevar inocentemente. Pasado ese breve espacio de tiempo, continuó su marcha y se plantó en la realidad.

Ese era el momento que tenía que vivir y olvidarse de turbios recuerdos, se dijo.

Por segunda vez esa misma mañana, Rosa pasaba por el puesto de Paco. Éste, al verla, le cambió la cara. La angustia le estaba ahogando y la ausencia de no verla se le había hecho interminable.

—¿Ya te vas? —le preguntó.

—Sí, nos vemos esta noche —contestó ella sonriente.

—Ponte bien guapa para despedir el año.

—Tú también.

Rosa le dedicó una de sus mejores miradas y se dio la vuelta alejándose de allí.

Unos minutos antes y en el mismo mercado, Miguel llevaba casi dos horas paseando y dando vueltas y más vueltas. No desistía en su empeño de poder encontrar a su antigua novia Rosa. Esa noche la pasaría solo, en compañía de una buena botella de vino y esperaba dar in de ella, al igual que la Nochebuena pasada. Compraría un racimo de uvas y le pediría al Año Nuevo que le ayudara a encontrarla. Ahora que había adquirido un piso estupendo con unas preciosas vistas panorámicas de la Ciudad de las Artes y las Ciencias invirtiendo parte del capital ganado durante todos estos años. Tan solo necesitaba vestirlo y llenarlo de muebles dándole un toque femenino. Por eso, solo había comprado lo indispensable con la esperanza de que Rosa pudiera derrochar su buen gusto. Todavía confiaba en volver a verla y sobre todo en poder unir sus vidas y reanudar lo que dejaron a medias hacía veintitrés años. No quería pensar que ella hubiese rehecho su vida, aunque, lógicamente, cabía la posibilidad y estaba en todo su derecho. Si fuese así, tendría que apechugar con ello, por mucho que le doliera. Pero una pequeña llama desde su interior le decía que no perdiera la esperanza, que iba por buen camino.

Había decidido regresar a casa, tan solo le quedaba comprar las uvas y la búsqueda de hoy habría concluido, por lo menos en esa zona, porque por la tarde y como de costumbre seguía buscándola recorriendo parte de la ciudad.

Decidió acercarse a un puesto en el que había visto fruta con muy buen aspecto en otras ocasiones aunque todavía no se había decidido a comprar. Tan solo le quedaban unos pocos metros y, efectivamente, desde donde se encontraba podía admirar unos racimos realmente golosos.

De repente, se detuvo en seco y el corazón le dio un vuelco. Una mujer de unos cincuenta años aproximadamente hablaba con el dueño del puesto en cuestión. Los dos sonreían, parecían conocerse bien. Miguel Roselló no podía precisar con exactitud quién era esa mujer, pero había algo a su alrededor que la envolvía y que le resultaba extrañamente familiar. Nervioso y ansioso al mismo tiempo aceleró el paso para colocarse a su lado.

La distancia que le separaba de ellos le impedía verle la cara lo suficiente como para identificarla, pero… ¿por qué los nervios se habían apoderado de él y las piernas no le sostenían? Acto seguido, la mujer se dio la vuelta despidiéndose del hombre y se alejó de allí. Miguel, la siguió con la mirada procurando no perder su rastro pero había demasiada gente.

—¡No!… —gritó viendo como la perdía entre la multitud.

Sus zancadas aumentaron de velocidad y a empujones se abrió paso por los pasillos a pesar de las quejas e insultos recibidos. Por mucho que se esforzaba en abrir los ojos para localizarla, se daba cuenta de que irremediablemente la había perdido. Aquello tenía todo el aspecto de una terrible pesadilla. Necesitaba ver a esa mujer de frente. Ver los rasgos de su cara para averiguar si realmente era la persona que llevaba buscando varios meses. Pero la suerte no le acompañaba. Lo que en un principio le había dado pie a que no perdiera las esperanzas, en cosa de unos minutos se había convertido en un autentico suplicio. Por más vueltas que daba, no la veía por ningún sitio. La desesperación se había apoderado de él.

Había sido todo tan rápido que…

—¡Maldita sea! —se dijo—. Cerró los puños y se maldijo mil veces por su torpeza y lentitud en actuar.

Desanimado, retrocedió sobre sus pasos y se encaminó al puesto de fruta. Pensó que posiblemente el hombre que estaba hablando con ella le pudiera ayudar.

—Perdone… —dijo cortésmente— la mujer con la que acaba de hablar ¿la conoce?

La cara del frutero cambio de expresión al ver la cara del cliente ¡No podía ser! Se dijo Paco mientras intentaba disimular su sobresalto. Su temida pesadilla se estaba haciendo realidad.

—Perdone… ¿cómo dice? —preguntó Paco fingiendo no haberle escuchado.

—Qué si conoce a esa mujer que estaba hablando con usted hace tan solo cinco minutos —la voz de Miguel Roselló se había convertido en angustia. Una angustia palpable en el ambiente.

—No sé de quién me habla —Paco intentaba interpretar su papel lo mejor posible—. Por aquí pasan centenares de mujeres y no puedo recordarlas a todas.

—Escuche… es muy importante —añadió Miguel en tono casi suplicante—. ¡Tiene que recordarla! Llevaba un abrigo marrón. Hace tan solo unos pocos minutos que ha hablado con ella, y además, se reían. Seguro que la conoce. Por favor, intente hacer memoria.

Paco notó como si le hubiesen tirado un jarro de agua fría, al recordar las palabras de ese desconocido. “y además, se reían. Seguro que la conoce”.

—Pues no sé… —murmuró mientras fingía pensar.

—Dígame… ¿sabe si se llama Rosa? ¿Rosa Solers? —Concluyó con un tono de voz quebrado.

Paco notó como un figurado golpe le acribillaba a la altura del estomago al oír el nombre de Rosa.

—Me temo que no. Lo siento —dijo falsamente—. Quizá la haya confundido con otra persona —Paco continuó colocando la mercancía intentando ocultar su mentira ¿Quiere uva para esta noche?

—Sí, tan solo un pequeño racimo —respondió Miguel desanimado.

—Seguro que no quiere más para la familia —preguntó intentando sonsacarle.

—No, gracias… tan solo es para mí —añadió Miguel tristemente.

Un ficticio tercer golpe le destrozó por dentro al descubrir que su antiguo novio estaba solo, si no tenía familia con quien compartir. Así aumentaba el peligro de perder a Rosa. Inconscientemente y de pura impotencia, apretó la mandíbula mientras le pesaba la uva.

Las doce llaves
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