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Punielden.
- Tal y como os cuento, mi señora - el rostro de Lord Údel era una máscara de pesar y de dolor. - Qüénel está invadida. Fuimos incapaces de controlar el feroz ataque de los krulls. Mi intención era reagruparnos e intentar hostigarlos y causarles las suficientes bajas como para poder volver a retomar la cuidad.
Danéleryn meneó la cabeza mientras fruncía el ceño. Su marcha por las tierras de Páravon rumbo el bosque de Thanan había sido tranquila y sin percance alguno. Aquel contratiempo ni siquiera se lo había planteado.
- ¿Decís que son muchos, Lord Údel? - le preguntó, aunque sospechaba cuál sería la respuesta.
- Es posible que sean unos diez mil. Toda la orilla oeste del Élbor es suya, mi señora.
- Así es - intervino Célestor, que había sido testigo de toda la conversación entre la reina de Páravon y el Mariscal de la Orden del Oso Negro. - Mis exploradores me lo han confirmado, tal y como yo sospechaba. Marchan buscando un paso para cruzar el río - los ojos del paladín atelden se pararon en Lord Údel. - Os siguen el rastro.
Danéleryn soltó una maldición. Esperaba que los elfos de Célestor tuvieran mejores noticias, pero estaba claro que la suerte que habían tenido hasta el momento había desaparecido.
Cuando dejaron la posada Las Alas del Hipogrifo la compañía encabezada por Danéleryn, Célestor, Celdan y Élennen decidieron remontar el cauce del río Élbor, que llevaba hasta el bosque de Thanan. En lugar de marchar hacia el norte y tener que ir corrigiendo el rumbo con los mapas, prefirieron desviarse un poco y avanzar pegados a la orilla del río, que les llevaría hasta las mismas lindes del bosque, de esta forma se ahorrarían bastante tiempo. Célestor ordenó que una partida de exploradores atelden se adelantaran al resto del grupo, de esa forma evitarían sorpresas desagradables. Danéleryn quiso incorporar a alguno de sus caballeros, pero el paladín le quitó la idea de la cabeza, ya que ralentizarían el ritmo de los elfos con sus monturas pesadas y sus armaduras. Para este tipo de cometidos lo mejor era marchar liviano y evitar ser descubierto.
Tan sólo llevaban media jornada de camino cuando los exploradores regresaron portando noticias. Habían descubierto que, en la otra orilla, un grupo de caballeros marchaba en la misma dirección que ellos. Los estuvieron siguiendo y observando, y llegaron a la conclusión de que lo que pretendían era cruzar hacia la otra orilla del Élbor, buscando un paso adecuado por donde no corriesen peligro. Danéleryn pensó que tal vez pudiesen ser caballeros errantes, jóvenes hidalgos de casa venidas a menos que perseguían la fama y la gloria buscando aventuras. La mayoría de ellos sólo querían hacerse un nombre y que algún mariscal de las órdenes de caballería de Páravon les requiriese para entrar a formar parte de ellas. Lo que a la reina le extrañaba era que fuesen un grupo, ya que por lo general los caballeros errantes recorrían el reino solos, como mucho en compañía de un escudero, pero jamás en grupo. Aquello hizo que Célestor tuviera ciertos recelos, aunque no parecía que las intenciones de los caballeros fuesen hostiles, por lo que le dijeron sus rastreadores. Eran pocos y no se arriesgarían a enfrentarse a la compañía que ellos comandaban, de modo que decidieron apretar el paso y salir a su encuentro.
Marcharon rápido. Decidieron dejar atrás a parte del grupo, escoltando a Élennen y Celdan, y el resto se apresuró a seguir los pasos de los misteriosos caballeros. Dieron con ellos más pronto de lo que imaginaban ya que, lejos de seguir dirección norte, avanzaban en sentido contrario, hacia el sur. No eran caballeros errantes, tal y como Danéleryn había sospechado, reconoció el estandarte plateado con el oso negro de la orden de Lord Údel, que al ver a su reina rodeada de elfos se quedó tan desconcertado como su señora al verlo lejos de Qüénel. Las conversaciones que les siguieron fueron un intercambio de explicaciones, donde Danéleryn le puso al corriente de todo lo que había acontecido tras la llegada de los atelden a Cárason. Údel, por su parte, les explicó cómo perdieron su ciudad bajo el terrible potencial de los krulls, cómo se había visto obligado a evacuar la ciudad y sus intenciones de reagruparse para intentar atacar a aquellas bestias que habían tomado Qüénel. Cuando la noche cayó, el resto del grupo, a cuya cabeza iban Celdan y Élennen, se los unió. Tras acampar y pasar la noche allí, al día siguiente cuando el alba despuntó, se reunieron los capitanes.
- Esperaba que los krulls nos siguieran - dijo Údel, pasándose la mano por el rostro. - Pensaba que marcharían hacia Cárason, por eso envié cuervos para alertar al rey.
- Si consiguen cruzar el río estamos perdidos - sentenció Célestor.
Danéleryn suspiró profundamente. Un rebaño de tantos krulls no tendría problemas para aplastarlos, incluso los elfos parecían contrarios a la idea de enfrentarse a ellos. Los exploradores de Célestor dijeron que el grupo del que hablaba Údel debía marchar mucho más lento del que les seguía, y por lo tanto aún estaban a una gran distancia como para preocuparse, pero que la avanzadilla de bestias era mucho más numerosa de lo que ellos eran. No podían arriesgarse a que les dieran alcance.
- Creo que lo mejor sería dar media vuelta e ir hacia Cárason - opinó Údel. - Desde ahí podremos enfrentarnos a los krulls con cierta ventaja, mermar sus fuerzas y marchar hacia Qüénel con un mayor número de caballeros para acabar con todos ellos.
Célestor le miró enarcando una ceja.
- ¿Pretendéis marchar hacia el sur? - le preguntó sin ocultar su profundo rechazo a ello. - Las bestias que os siguen el rastro van justo en dirección contraria. Correréis el riesgo de encontraros con ellos.
- Mejor encontrarnos con los krulls a acercarnos a Thanan - Údel adoptó una posición a la defensiva.
Danéleryn levantó la vista del mapa que escudriñaba para mirar al Lord Comandante con expresión de extrañeza.
- ¿Tanto teméis acercaros al bosque que preferís arriesgaros a encontraros con los krulls? - le preguntó.
Údel apartó la vista frunciendo el ceño, visiblemente incómodo. Carraspeó con fuerza para que la voz no le traicionara.
- Prefiero enfrentarme a un enemigo que puedo ver y sentir a tener que luchar contra aquello que no conozco, mi señora.
La reina de Páravon dirigió una rápida mirada a Célestor, cuyos ojos estaban fijos en el caballero. El rostro del elfo no mostraba signos de ningún tipo y era completamente imposible adivinar qué se le pasaba por la mente.
- Nosotros marchamos hacia Thanan, Lord Údel - dijo Danéleryn, retomando el tema de nuevo. En su voz no había nada que hiciera presuponer que pudiese cambiar de opinión. No era un comentario aislado, era una decisión.
- Mi señora - Údel parecía nervioso, - os suplico que lo reconsideréis. Regresad con nosotros a Cárason. Estos caminos no son seguros, y menos para vos.
- ¿Qué es lo que tanto teméis, Lord Údel? - inquirió Célestor. - Y os rogaría que nos fueseis sincero.
El mariscal de los Osos Negros parecía incómodo. Desplazaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, desviaba la mirada. No estaba pasando un buen rato. Tras unos segundos sin decir nada, chasqueó la lengua y meneó la cabeza resignado.
- A los espíritus que habitan en el bosque.
- ¿Os referías a las driades, a los hombres árbol? - Danéleryn esbozó una sonrisa, traviesa
- Mi señora, no temo a los cuentos de viejas - dijo el caballero a la defensiva. - Dejé de temerlos cuando dejé de ser un niño. Pero guardo respeto a aquello que, sin ver ni oír, sé que existe.
- Explicaos.
- Cuando los krulls comenzaron sus incursiones ordené a varios de mis caballeros organizar una batida. No atacaban en rebaños tan numerosos como este que nos sigue, y supongo que su idea era desviar nuestra atención persiguiendo a pequeños rebaños. Mis hombres los siguieron hasta llegar a las lindes de Thanan, donde las bestias tenían pensado emboscarlos. La lucha debió ser encarnizada, por lo que me cuentan, pero algo más sucedió. De la espesura surgieron formas, sombras que lanzaban certeras flechas. Al principio los míos pensaron que podrían ser aliados, pero aquella idea se desvaneció cuando las flechas también los hostigaron a ellos. Se vieron obligados a retirarse, y entonces… entonces apareció.
- ¿Apareció? - Danéleryn sentía la tensión que transmitía aquel relato.
- Una figura montada luciendo una armadura oscura como las tinieblas. Su espada, según me contaron, brillaba como un rayo en mitad de una tormenta. Cargó el sólo contra los aterrados krulls, dándolos muerte sin el menor esfuerzo. Entonces, las bestias intentaron huir de la ira del extraño y misterioso caballero adentrándose en el bosque. Y os juro que he de creerme lo que mis hombres me contaros, puesto que son guerreros curtidos en batallas poco dados a las fantasías. ¡El bosque cobró vida! Ellos me juran, con lágrimas en los ojos, que las ramas atraparon a los krulls, que los árboles se movían. Ese lugar esta embrujado o algo peor.
Guardaron un momento de silencio cuando Údel terminó de relatar lo que les había sucedido a sus caballeros. Danéleryn no pudo evitar relacionar aquella historia con lo que les había contado la joven hija del tabernero en las Alas del Hipogrifo. El Caballero Fantasma. ¿Realmente Thanan era un lugar seguro para los atelden o los estaba guiando hacia un terrible mal?
- Nuestros pasos nos llevan allí - sentenció Célestor, con una voz firme y segura. - No os obligamos a seguirnos más allá de donde vuestra voluntad os permita. Pero nosotros debemos llegar a Thanan.
La mirada que Údel le dedicó a Danéleryn era una súplica encubierta. Los ojos del caballero pedían a gritos el refugio de Cárason. Ella bajó la vista y reflexionó unos instantes. ¿Era posible que en Thanan habitase un misterio tan grande? Toda su vida había soñado con ese momento, con verse rodeada de elfos y aventurarse a conocer lo desconocido. Aquel era su momento y nadie iba a arrebatárselo.
- Podéis hacer lo que queráis, Lord Údel - Danéleryn se incorporó dando por terminada la reunión. - Mis hombres y yo marcharemos con los elfos. Sois libre de hacer lo que os plazca.
- Pero, mi señora - el Lord Comandante parecía conmocionado, - os suplico que lo reconsideréis.
- Es mi última palabra. Os recomiendo que, de querer dirigiros a Cárason, no os demoréis mucho más y partáis de inmediato. Nosotros no estaremos aquí por mucho más tiempo.
Acto seguido, salió de su tienda de campaña, acompañada de Célestor. El rocío había perlado todo el verde campo que se extendía ante ellos y una fresca brisa soplaba e hinchaba sus pulmones.
- ¿Por qué lo hacéis? - la pregunta de Célestor le pilló de improvisto. El paladín debió de verlo en sus ojos. - ¿Por qué no regresáis a vuestro castillo y os ocupáis junto con vuestro esposo de los krulls?
Danéleryn se encogió de hombros. Sonrió.
- He aprendido a ser buena anfitriona.
Célestor le devolvió la sonrisa.
- Decidme por qué lo hacéis. ¿Acaso desconfiáis del relato de vuestro vasallo?
La reina negó con la cabeza.
- Vos no habéis dudado en decidir que vuestro camino ha de continuar, que vuestra meta es Thanan. No habéis vacilado ni un solo instante, mi señor Célestor, aún estando la reina Élennen en el estado en el que se encuentra. Si pensaseis que corréis más peligro en el bosque que frente a los krulls, no tengo duda alguna sobre que daríais la vuelta, aunque sólo fuese por poner a salvo a la reina. Pero no lo habéis hecho, y seguís con la firme idea de llegar allí. Eso me da confianza, desde luego. Aunque he de admitir que también siento curiosidad por ver qué moral en él.
Los ojos de Célestor eran indescifrables, siempre parecían que estaban escrutando en tu interior.
- Confiáis demasiado en mi intuición - dijo, con una media sonrisa en los labios. - ¿Y si me equivoco?
Danéleryn hizo un gesto con la mano, como quitándole importancia.
- De todas formas si regresamos nos toparemos con los krulls…
- No vais a cambiar de opinión, me temo.
- Desde luego que no.
No se tardó mucho en levantar el campamento y en estar preparados para el último tramo del viaje, los caballeros y los elfos trabajaban codo con codo para no demorarse mucho en esta tarea. Aún así, Danéleryn observó que en los rostros de algunos de sus hombres se reflejaba la preocupación al sentir la cercanía del bosque de Thanan y al ser más conscientes de hacia dónde se dirigían. No obstante nadie dijo una palabra. Incluso Údel tomó la decisión de acompañarlos en aquella marcha.
- Pero sólo hasta las lindes - dijo vehementemente. - Más allá no iremos, y vos deberíais hacer lo mismo, mi señora.
Danéleryn dio la callada por respuesta. No estaba dispuesta a llegar hasta allí para luego darse la vuelta. Era una oportunidad única de adentrarse en lo desconocido e indagar en primera persona lo que conocía tan sólo por los libros que antaño había leído. Célestor, por su parte, ordenó a sus exploradores vigilar los pasos de los krulls para saber más o menos a qué distancia se encontraban y cuánta ventaja les daba.
Al reanudar la marcha, Danéleryn volvió a montar junto con Élennen y Celdan, dejando que Célestor fuese a la cabeza del grupo y ocupando ellos el centro de la formación. La reina atelden tenía aspecto cansado y fatigado, su bello rostro estaba más pálido que de costumbre y unas finas ojeras comenzaban a asomar por debajo de sus ojos. Seguía enfundada en su capa de viaje, con la capucha cubriéndole hasta los ojos. Danéleryn se acercó con su caballo hasta ponerse a su altura y tomó una de sus manos. Estaba fría.
- No os preocupéis - le dijo con dulzura a la reina elfa. - Seguro que en Thanan encontramos algo que palie vuestro pesar.
Élennen le dedicó una frágil sonrisa.
- Esperemos encontrar algo más que eso - la voz sería de Celdan las sorprendió a ambas. El vidente no apartaba la vista del camino y su rostro parecía ensombrecerse por momentos.
- ¿Qué quieres decir, mi buen Celdan? - le preguntó extrañada Élennen.
- Las cosas no son tan fáciles como suponemos que son o que pueden ser. A menudo solemos tomar por semejantes al reflejo que proyecta un espejo y a aquel que se refleja en él. Pero cuando uno levanta la mano derecha es la izquierda la que eleva el reflejo.
Aquellas enigmáticas palabras no eran tranquilizadoras en absoluto.
- ¿Queréis decir que, de habitar elfos en el bosque de Thanan, no tienen por qué ser amistosos? - Danéleryn formuló la pregunta sin saber bien si deseaba conocer la respuesta. Celdan debió intuir que así era, porque se limitó a mirarla de soslayo, sin decir una palabra.
- Si existiera algún peligro - intervino Élennen - aún estamos a tiempo de darnos la vuelta y volver a Cárason, tal y como propuso el caballero Údel.
Celdan se giró bruscamente para mirar a su reina. Era una mirada llena de extrañeza, como si hubiera dicho algún disparate.
- ¿Acaso no correremos miles de peligros ahora o más adelante con los tiempos que nos han tocado vivir? - el valido de los videntes parecía indignado. - Atrás sólo tenemos muerte con forma de bestias que caminan como hombres, y puede que delante nos la encontremos vestida con otras sedas. Al menos aún tenemos la libertad de poder elegir cómo enfrentarnos a todo lo que el destino disponga en nuestra contra. Mi señora, vuestro sino está ligado a Thanan, para bien o para mal. Intentar evitar lo que acontecerá no sirve de nada.
Celdan siempre hablaba con acertijos. Danéleryn se había acostumbrado a su ambigua forma de expresarse, y se maravillaba de ver cómo Élennen le escuchaba y prestaba atención. Era una relación alumna y mentor, al menos a sus ojos, pasaban mucho rato hablando juntos de quién sabía qué. Danéleryn sospechaba que eran cosas confidenciales que no les interesaba que se enterasen quienes les rodeaban, y menos los páravim. Pasaban de la lengua común al élfico, con un acento cerrado y opaco que a la reina de Páravon le era imposible seguir. Sólo cogía palabras sueltas y ninguna tenía sentido por sí sola.
De pronto, los caballos comenzaron a inquietarse, soltaban bufidos y piafaban obligando a sus jinetes a intentar reconducirlos o calmarlos. Algo iba mal. Danéleryn fue a adelantarse un poco, para ver qué sucedía, pero llegó Célestor antes. Su semblante tenso no hacía presagiar nada bueno.
- Algo sucede en la otra orilla del río - se adelantó a cualquier pregunta que le pudieran hacer. - Creo que nos han dado alcance.
Danéleryn tragó saliva. Aquello no entraba dentro de sus planes.
- ¿No se supone que los teníamos detrás? - la pregunta de Danéleryn sonó con cierto matiz de ansiedad.
Célestor apretó la mandíbula, mirando hacia la otra orilla del Élbor, intentando traspasar con su vista la boscosidad que crecía en ella. Se escuchaba movimiento, pero bien podrían ser las alimañas que se agitasen ante el paso de la compañía, pero no parecía ser aquello. Los habían rodeado.
- ¿Son el rebaño del que hablaba Lord Údel? - preguntó Celdan.
- No lo creo - respondió Célestor sin dejar de mirar el otro lado del río. - Un grupo tan numeroso no puede avanzar tan rápido. Será una avanzadilla que habrá seguido nuestro rastro, captando nuestro olor. El resto habrán cruzado el río.
- ¿Intentan hostigarnos para cuando los suyos nos alcancen?
Célestor negó con la cabeza.
- No creo que tengan intención de retrasar nuestra marcha. Han venido a matarnos.
De súbito, una flecha cruzó la orilla, silenciosa y rápida como la misma muerte, y fue a parar al cuello de uno de los caballeros de Lord Údel. El infeliz soltó una exhalación ahogada antes de caer de su montura como un saco de patatas, emanando sangre de su pescuezo como si fuera una fuente. Ya los tenían encima. Bramando y bufando, los krulls salieron de la espesura. No eran una simple avanzadilla, eran un grupo bien nutrido de aberrantes bestias chillonas que amenazaban con acabar con todos ellos.
- ¡Cuidado! - gritó alguien de la vanguardia. - ¡La orilla oeste!
Los krulls no esperaron a que los elfos y los páravim estuviesen preparados y soltaron su lluvia de saetas. Les pillaron desprevenidos, y eso se reflejó en el caos que reinó. Los caballos se encabritaron y los caballeros daban órdenes contrarias, los atelden se replegaron rápidamente y cerraron filas en torno a Élennen, mientras Célestor les dirigía en élfico. Danéleryn sacó su espada, pero cuando quiso darse cuenta estaba rodeada de sus caballeros, que trataban de ponerla a salvo.
- ¡Proteged a la reina! - escuchó la voz de Údel por encima del bullicio. - ¡Ponedla a cubierto!
Las flechas no cesaban de volar y se chocaban con los escudos y las corazas haciendo un pequeño sonido metálico cuando erraban su destino. Otras veces, ese ruido era sustituido por un grito de dolor, al traspasar la armadura y clavarse en la carne.
- ¡Alejaos de la orilla! - ordenó Célestor en la lengua común. - ¡Avanzad hacia el bosque!
El grupo comenzó con su maniobra de evasión, pero si creían que con eso bastaría estaban muy equivocados. Los krulls continuaron asediándolos con flechas, y se lanzaron a la carrera siguiéndolos. Los elfos, diestros jinetes, se giraban en sus monturas, sin sujetar las riendas, y les respondían con sus saetas. Era una persecución sin tregua y los krulls no tardaron en cruzar al otro lado del río.
Poco a poco, los enormes árboles de Thanan fueron apareciendo delante de ellos. La espesura de aquel lugar al que todo el mundo miraba con recelo, incluso aquellos que no creían en las historias que se contaban sobre el bosque lo respetaban y nunca se acercaban más de la cuenta. Danéleryn pensaba en lo irónico que resultaba el hecho de que ahora ellos pretendieran adentrarse en él en busca de refugio. Pero los caballos no estaban por la labor, y comenzaron a encabritarse. Los jinetes intentaron tranquilizar a las bestias, tiraban de las riendas y los acariciaban del cuello, mas nada de eso servía. La proximidad al bosque les ponía nerviosos.
- ¿Qué les pasa a los caballos? - dijo Danéleryn, que luchaba con su yegua para corregir su marcha. El animal quería volver sobre sus pasos.
- Es el bosque, mi señora - respondió Údel, con la voz atenazada por el pánico. - Los caballos han olido al Caballero Fantasma y a los espíritus que habitan aquí.
- Si no podemos adentrarnos en Thanan con los caballos lo haremos sin ellos - Danéleryn, tras decir aquello, dio un hábil salto y desmontó. Intentó dar unos tirones de las riendas y obligar a la yegua a avanzar, pero en animal se negaba con terquedad.
- ¡Subid al caballo inmediatamente! - le gritó Údel, que parecía sucumbir al terror.
- Mi señora - Célestor se le acercó, aunque no le era fácil dominar a su montura tampoco, - volved a montar. Tenemos a los krulls encima.
- Y los caballos no quieren adentrarse en el bosque, de modo que…
- ¡Cuidado! - la voz de alarma de uno de los caballeros la silenció. A continuación volvieron a escucharse los silbidos de las flechas enemigas. Les habían alcanzado y no podían escapar. - ¡Espadas!
Los atelden ocuparon las primeras filas, cruzando flechas con los krulls que ya los tenían prácticamente encima. Las bestias ruidosas se les iban a abalanzar en cuestión de segundos, ya notaban su hediondo aliento sobre ellos. La acometida fue brutal. Los krulls atacaban con furia y sin ningún tipo de orden, lo cual les otorgaba cierta ventaja a los páravim y a los elfos, pero eran muy numerosos y les costaba mantenerlos a ralla. Un grupo bastante nutrido de atelden cerraron filas en torno a Élennen y Celdan, buscando en vano un lugar donde ponerlos a salvo, mientras que Danéleryn desenfundó la espada y se lanzó a la pelea. Incitaba entrar en combate el ver a Célestor, que segaba las vidas de sus adversarios con su acero élfico, era glorioso verlo luchar con aquella fiereza y determinación. Danéleryn también lo hacía. Nunca le gustó que los hombres que la rodeaban cuando era niña la intentaran inculcar la serena vida de una dama en la corte. La sangre guerrera de su padre corría por sus venas y lo demostraba a cada golpe que lanzaba, a cada krull que mataba. Su espada no tardó en teñirse de la sangre enemiga. Pero aquello no era suficiente para frenar a aquellas abominaciones y poco a poco ibas viéndose rodeados por los enemigos.
- ¡Son demasiados! - le gritó Célestor al tiempo que cortaba la garganta de un krull con un tajo rápido. - ¡Debemos refugiarnos en el bosque!
Danéleryn apartó la vista un segundo de la batalla, lo justo para que su esperanza se viniera al suelo.
- ¡Nos están rodeando! - dijo. - ¡No podemos avanzar ni retroceder!
La emboscada de los krulls había resultado. El grupo de elfos y páravim se hallaban metidos dentro de unas fauces que amenazaban con cerrarse de un momento a otro. Tanto la vanguardia como la retaguardia luchaban y se veían desbordados por el implacable azote enemigo, sin posibilidad de huir. Danéleryn buscó con la mirada a Élennen, pero no la consiguió ver. Un grupo de elfos formaban en círculo alrededor de ella, impidiendo que ni el aire la rozara. Célestor se abría paso a golpe de espada para llegar a ellos, estaba claro que para el paladín su reina era la prioridad. Aunque Danéleryn no creía que pudieran resistir mucho más.
Y entonces se escuchó un terrible berrido, tan horrible e impresionante que todos dejaron de luchar para intentar localizar de dónde provenía. El alarido continuaba, como una súplica reiterada de un niño caprichoso que pretende conseguir de sus padres aquello que sabe que no está a su alcance. Y entonces lo vieron. Uno de los krulls estaba suspendido en el aire, enredado entre las ramas de un árbol. Si no fuera por lo agónico que resultaba verlo intentar zafarse en vano de aquella presa y de sus balidos hubiera resultado cómica la escena. ¿Cómo demonios había ido a parar allí aquel engendro?
Una fina niebla pareció brotar del bosque, tenue pero lo suficiente como para dotar al bosque de un aspecto fantasmagórico, casi tétrico, y de pronto surgieron varias figuras de las lindes de Thanan. Eran siluetas delgadas, gráciles, sus movimientos eran felinos e hipnóticos. Las figuras poco a poco se fueron definiendo más y más hasta descubrir a hermosas mujeres desnudas, de melenas largas y salvajes de distintos colores que iban desde el verde musco hasta el pardo de las hojas caducas del otoño. Sus pieles tenían una leve tonalidad verdosa, casi imperceptible si no se prestaba la suficiente atención. Los ojos parecían brillar a través de la bruma. Una de las extrañas doncellas se adelantó al resto. Era un poco más alta que las demás, con la leonina melena del color del tronco de los árboles flotando tras ella, con unos enormes ojos verde intenso que refulgían en su rostro fino y delicado. Se fue aproximando poco a poco a lo que había sido el fragor de la batalla, ahora detenida ante aquella extraña y a la vez hermosa visión, empañada tan sólo por los incesantes chillidos del krull atrapado en el árbol.
Aquella joven transmitía paz, serenidad. Caminaba descalza y desnuda por la tierra sin importarle las miradas de los desconcertados elfos y hombres, y las que le lanzaban los krulls carentes de toda emoción, salvajes como su naturaleza. Y se hizo el silencio. Todo quedó sumido en una calma tensa, antinatural, algo que hacía sospechar que lo que allí ocurría era cosa de magia o brujería. Incluso los lamentos del atrapado terminaron. Así, en aquella quietud, se quedaron durante un tiempo indeterminado. Danéleryn no supo decir si fueron segundos, minutos u horas. El tiempo tomaba una dimensión diferente en aquel momento. Hasta que se escuchó un crujido similar al de la madera de un ajado barco, un sonido lento y ronco. Danéleryn levantó la vista y no quiso creer lo que veía. El árbol que tenía atrapado al krull se movía, se movía lentamente como un ser bípedo, de forma pesada y pausada. Incluso aquello dejó de parecerle tan árbol como al principio y fue distinguiendo matices, como lo que se perfilaba que era un rostro anciano, surcado de las arrugas del grueso y enmohecido tronco. Las ramas que hacían presa sobre la bestia eran largos y finos dedos, o al menos eso se asemejaban, al igual que las raíces que se desprendían de la tierra a cada lento paso que daba. Danéleryn jamás lo hubiera jurado. Aquello había cobrado vida.
Y a partir de ese momento todo dio un giro. El ser arbóreo levantó una de aquellas ramas que parecían brazos, el que sujetaba al krull, dejando ver a todos su presa. Entonces sus dedos comenzaron a cerrarse más y más en torno al torso de la bestia, que volvió a berrear, presa del dolor y de la histeria, hasta que sus gritos fueron silenciados. Aplastó al krull con la misma facilidad que un hombre estruja un limón para sacarle su jugo. Su cuerpo se convirtió en una masa sanguinolenta que chorreaba por las ramas de aquella criatura del bosque, mezclando carne, sangre y vísceras en uno solo. La escena fue lo suficientemente impactante como para hacer que el rebaño de krulls, en medio de una tremenda algarabía, intentara batirse en retirada. Tan sólo intentara, pues la joven dama que se les había acercado con calma y determinación decidió que ya era suficiente en mostrar aquella máscara de paz y dulzura para dejar ver su verdadera naturaleza.
La dama del bosque se desprendió de su bello aspecto. Su melena se transformó en un zarzal, su rostro en una terrorífica faz de ojos brillantes y rasgos crueles, su cuerpo y sus extremidades se volvieron gruesos troncos y ramas animadas acabadas en garras capaces de despellejar o ensartar a cualquiera que pudiera ser su víctima. Era la viva imagen del terror. El resto de las doncellas se transformaron en seres similares, lanzando agudos y amenazantes chillidos al viento, al mismo tiempo que el bosque cobraba vida. Algunos de los árboles más retorcidos y extraños comenzaron a moverse, dejando claro que no eran tal cosa. Y se acercaban, se acercaban a ellos.
- ¿Pero qué clase de brujería es está? - musitó Danéleryn, que tenía los ojos abiertos de par en par.
- ¡Driades! - gritó Célestor - ¡Driades y dendriántropos! ¡Cuidado!
Aquellos espíritus del bosque se lanzaron contra ellos, sin importarles que fueran krulls, elfos u hombres. No entendían de intenciones, y para ellos todos eran intrusos y enemigos, aunque la verdad era tan sólo a los hombres bestia les daban muerte atravesándolos y empalándolos con sus afiladas ramas o aplastándolos con las raíces de los dendriántropos, los hombres árbol, como el que mata a una cucaracha de un único pisotón. A los atelden y a los páravim sólo los golpeaban y desarmaban, dejándolos fuera de combate. Danéleryn, en mitad del fragor de la batalla, fue reptando espada en mano hasta llegar a Élennen, cuyo rostro perplejo indicaba que aquello la superaba incluso a ella.
- Mi señora Élennen, no temáis - la agarró de un brazo y fue protegiéndola, tratando de sacarla de la confusión. - Estoy con vos.
- ¿Dónde está Celdan? - preguntó, buscando con la vista al vidente. Pero era imposible distinguirlo entre la lucha y el tumulto.
Como pudieron, consiguieron escabullirse de la batalla sin que nadie se percatara de que trataban de huir. Realmente Danéleryn se sentía dividida entre aquello que le dictaba el corazón, que era luchar al lado de los suyos, y lo que le ordenaba la cabeza que era poner a salvo a Élennen en Thanan. Habían llegado hasta allí y ahora no podían errar. Cuando se dispusieron a salir corriendo para adentrarse en la espesura sucedió algo con lo que jamás hubieran contado. Una imponente figura montada en un corcel negro se plantó delante de ellas impidiéndolas ir más allá. Su jinete vestía una sencilla armadura también negra, como la capa que le cubría los hombros y los guantes y el tabardo. Su rostro permanecía oculto tras la visera del yelmo. No había duda, era el Caballero Fantasma.
Danéleryn no pensó cuando empuñó su espada con ambas manos, dispuesta a enfrentarse a aquel hombre, fuese mortal o un espíritu. Algo la impulsó a la reina de Páravon a ponerse delante de él, desafiante. El Caballero Fantasma echó mano a la empuñadura de su espada y fue sacándola poco a poco, el acero producía un ligero silbido al salir de la vaina, hasta que la sostuvo con una sola mano. La hoja brillaba con intensidad, como el trueno. Espoleó a su caballo, dispuesto a cargar, mientras que Danéleryn apretaba los dientes y protegía con su cuerpo y su espada a Élennen.
Justo cuando parecía que ambas serían arrolladas por la carga del caballo, el caballero hizo un quiebro y las sorteó a ambas, dejándolas vía libre y cargando contra los krulls, a los que cercenaba la cabeza de un solo tajo. Pese a que la visión era pavorosa había que admitir que era a la par gloriosa, ver cómo les arrancaba la vida a los enemigos. Danéleryn intentó recomponerse, y de nuevo asió del brazo a Élennen y tiró de ella para entrar en el bosque, pero la reina atelden se paró en seco, sobrecogida mirando al frente. Señaló con el dedo hacia los árboles de Thanan, al ver que Danéleryn la miraba extrañada.
- ¿Qué os sucede? - la pregunta tenía cierta dosis de impaciencia.
Élennen no decía nada, permanecía en silencio con el brazo extendido. Cuando abrió la boca sólo consiguió articular una palabra:
- Punielden.
Danéleryn, con el ceño fruncido, comenzó a darse la vuelta poco a poco para ver qué señalaba la reina elfa. Cuando tuvo Thanan a la vista supo por qué había dicho aquella palabra. No habría sabido decir el número, pero de la espesura surgió una gran multitud de elfos, pero no eran como los atelden. Estos parecían más salvajes, más primitivos. Sus melenas eran más largas y más revueltas que las de los elfos que luchaban con ellos. Iban vestidos con cueros, con pieles, con cualquier elemento de protección ligero. Algunos incluso iban con el torso al descubierto, luciendo pinturas y tatuajes tribales por el cuerpo, por la cara. Eran los guardianes de Thanan. Eran los elfos silvanos. Se lanzaron contra los krulls, para rematar la matanza que estaba aconteciendo, con flechas y arcos, con espadas cuerpo a cuerpo, moviéndose con tal gracilidad que parecían que estaban bailando. Una danza letal.
Los atelden y los caballeros de Páravon quedaron relegados a un segundo plano, espectadores de la cacería que tanto los punielden como los espíritus de los bosques, acompañados del Caballero Fantasma, estaban llevando a cabo contra los krulls, que intentaban emprender una precipitada huída, siendo perseguidos por los habitantes de Thanan. De pronto, Danéleryn fue empujada por la espalda. Le pilló de improvisto pues fue a parar de bruces contra el suelo, soltando su espada y quedando esta fuera de su alcance. Gateó un par de metros, descolocada por completo, y se giró con rapidez para ver quién la había tirado. Un elfo silvano encapuchado y con una capa verde se erguía delante de ella, sujetando un gran arco de madera clara. No se le distinguía bien el rostro ni el color del pelo, pero lo que sí le llamó la atención a la reina de Páravon fueron sus ojos verdes, que clavaba en ella.
- Levántate y ve con el resto de tu grupo - le dijo en élfico. Afortunadamente para Danéleryn, hablaba su lengua de modo que obedeció.
Los atelden y los caballeros estaban rodeados en círculo por los elfos del bosque y por las driades, que aún conservaban su maléfica forma. Le abrieron paso a Danéleryn hasta que se unió al grupo. ¿Los habían hecho prisioneros o tan sólo trataban de protegerlos de los krulls? No estaba aún muy segura de sus intenciones, pero algo no debía ir bien cuando vio a Célestor al lado de Élennen, y cómo esta se mantenía oculta tras su capucha. Era la reina de los altos elfos de Asuryon. ¿Por qué escondía su identidad ante semejantes? Danéleryn no dijo nada, se limitó a quedarse al lado de estos dos y esperar.
- Extraña bienvenida - le susurró a Célestor al oído, mientras que cientos de ojos punielden los observaban.
- No creo que lo sea - respondió el paladín, que no quitaba ojo de sus captores.
- Quizás deberíamos presentarnos - sugirió Élennen, que se mantenía detrás de Célestor. - Parecen más calmados que antes. Mirad, aquella dríade que encabezaba el grupo ha vuelto a su forma original.
Danéleryn echó un vistazo fugaz hacia la dríade a la que Élennen hacía referencia. Volvía a representar a una bella y frágil doncella. No quedaba rastro de su apariencia más terrorífica.
- De hacerlo, no deberíais ser vos - le sugirió Celdan que se había acercado hasta ellos. - No me parece prudente que os mostréis aún.
- ¿Quién propones? - le preguntó Célestor.
Celdan no dijo nada. Se alisó la túnica y carraspeó un poco. Les hizo un gesto para que le dejaran pasar y dio unos pasos hacia delante. Danéleryn observó cómo Élennen le sujetaba del brazo y le pedía con la mirada que no lo hiciera, pero la amable sonrisa del vidente dejaba claro que no temía nada.
- Hermanos de los bosques, yo, Celdan, Ministro y Valido de los Sabios y Videntes de Asuryon, os saludo - comenzó a decir en élfico. - Nuestra gratitud y la de nuestros nobles acompañantes, los caballeros de Páravon, por protegernos de la maldad y la furia de los hombres bestia.
La dríade le miraba de una forma fría, casi parecía una advertencia. El punielden que había empujado a Danéleryn se abrió paso hasta llegar a la primera línea.
- ¿Protegido? - seguían hablando en élfico. - Habéis osado traer el mal hasta las mismas lindes de nuestro hogar. No os protegíamos, Celdan el Vidente. Habéis sido sensatos al no alzar una espada contra nosotros y eso os ha salvado del mismo destino que el de los krulls.
- No pretendíamos soliviantar a los venerables y ancianos espíritus de los bosques, y mucho menos a vosotros.
- No des ni un solo paso más, te lo advierto.
Aquellas palabras sonaron agresivas, casi amenazantes. La mirada de la dríade no era lo único capaz de dejar claro que no eran bienvenidos. Pero Celdan no se amedrentó, y siguió dando un paso tras otro para acercarse al elfo silvano.
- No hay motivo para ser descortés, hermano - dijo el vidente con tono conciliador. - Además no pretendemos…
Celdan no pudo acabar la frase. Todo sucedió en un par de segundos. La dríade, quizá sintiéndose amenazada o simplemente llevada por el ánimo de la reciente lucha contra los krulls, volvió a soltar un chillido agudo que obligó a los presentes a taparse los oídos. Retomó su aspecto de demonio forestal y ensartó a Celdan con sus garras, con determinación y sin vacilar. El Valido de los Videntes abrió mucho los ojos y se miró el estómago, por donde se le había clavado la rama que era el miembro de la dríade, y que le asomaba por la espalda. La boca se le llenó de sangre un instante antes de que aquel ser le retirara la puntiaguda rama y cayera al suelo fulminado. Élennen lanzó un grito de horror y Danéleryn no pudo reprimir llevarse las manos a la boca, incrédula y aterrada mientras observaba el cuerpo de Celdan tirado en la tierra desangrándose. Célestor, a su vez, desenfundó la espada a la velocidad del rayo, seguido de sus elfos y de los caballeros de Páravon. Pero aquello no servía de nada, pues cientos de elfos silvanos les apuntaban con sus arcos. Un movimiento en falso y todos estarían muertos.
- ¡Quietos! - les ordeno una voz que no pertenecía a ningún punielden. - ¡Os prohíbo que les hagáis daño!
El Caballero Fantasma había aparecido, tan silencioso como una sombra. Todos se volvieron para mirarlo para abrirle paso hasta llegar donde yacía Celdan.
- No debiste hacerlo, Dyrzza - le dijo a la dríade, que le siseó. - No era una amenaza - el jinete hablaba en élfico, pero su acento era extraño, según pudo reconocer Danéleryn, y le resultaba vagamente familiar.
Siguiendo al Caballero Fantasma, se abrió a empujones una elfa silvana hasta que estuvo junto a él. En su rostro lucía pinturas de guerra, símbolos arcanos de protección muy antiguos, tenía el cabello largo y de naranja rojizo, unos ojos azules grandes y expresivos. Llevaba puesto un tabardo y lucía los brazos desnudos, también pintados. Sujetaba dos espadas con cada mano.
- ¿Está vivo? - le preguntó el Caballero Fantasma.
La punielden se agachó para comprobarlo. Al girarlo, Celdan aún permanecía con los ojos abiertos, boqueaba como un pez fuera del agua e intentaba balbucear débilmente unas palabras. La elfa silvana se inclinó y acercó el oído a sus labios. ´
- No puede ser… - dijo la elfa, sorprendida.
- ¿Qué es lo que ha dicho? - le preguntó el encapuchado del gran arco.
- Está aquí. La Reina Imperecedera, ha venido.
Se extendió un murmullo generalizado, haciendo un sonido semejante al de una colonia de abejas todas zumbando a la vez. Danéleryn miró de reojo a Élennen, que se mantenía detrás de Célestor. El paladín no podía ocultar la tensión de su rostro.
- Desea hablar con ella - anunció la punielden, mirando al Caballero Fantasma.
Tras escuchar estas palabras, Élennen reaccionó de inmediato. Se adelantó unos pasos, pese a que Célestor trató de impedirlo extendiendo un brazo, mas ella se lo apartó. Se plantó delante de todos y se retiró la capucha, dejando su rostro al descubierto. Al hacerlo, los punielden elevaron el tono del murmullo y el rumor, sorprendidos por aquella revelación.
- Yo soy Élennen - anunció con voz firme. - Soberana de Asuryon y del pueblo atelden.
La elfa de la cara pintada la miraba con estupor, con aquellos ojos inmensos. Ninguno de los presentes daba crédito. Incluso las driades. Era un momento de máxima tensión.
- Acercaos, mi señora - le invitó el Caballero Fantasma.
Élennen no vaciló a la hora de acercarse hasta el moribundo Celdan, se agachó junto con la otra elfa y acarició la cara del vidente.
- Mi señora - el valido apenas podía hablar, - que no os… pueda la… desesperanza… Aún… aún hay vida… en toda esta muerte… Vuestra vida… estará ligada a una… muerte… El Elegido… Debéis… encontrar al… Elegido…
Celdan se atragantó con su propia sangre, gorjeó y dejó de respirar. Sobre el rostro lleno de paz del vidente cayeron las lágrimas de Élennen, una cascada llena de tristeza y congoja.
- No deberíais estar aquí, mi señora - le dijo la elfa pintada. - No ha sido buena idea venir a Thanan.
- Entonces, dejadnos marchar - Danéleryn intervino en élfico, sin poder aguantar guardar silencio. - Dejadnos, no era nuestra intención perturbaros.
El Caballero Fantasma desmontó con gracia y agilidad del caballo, enfundó su espada y dio unos pasos hacia delante, poniéndose frente a Danéleryn. La reina de Páravon vaciló un instante, incluso se atrevió a dejar que el pensamiento de poder asestar un rápido golpe al extraño jinete ahora que estaba con la guardia baja vagara por su mente. Pero algo se lo impidió. Quizá el temor que le inspiraba aquella oscura figura, quizá el miedo a lo desconocido. El Caballero Fantasma se quedó unos instantes ahí parado, observando a Danéleryn desde las sombras que ocultaban su rostro. Sus manos se movieron, agarraron el yelmo de ambos lados y descubrieron el misterio que se escondía tras él. Danéleryn ahogó un grito de sorpresa y se llevó una mano a la boca.
- No puede ser - balbució. - Muras, ¿eres tú?
Allí estaba. El Lord Comandante de los Cuervos Errantes, al que muchos daban por muerto igual que a toda su orden. Lord Muras hijo de Josha estaba allí, hablando en élfico inexplicablemente, luchando al lado de elfos silvanos y otros espíritus ancianos del bosque. Era él, aunque su mirada había cambiado. No mostró signo alguno de sorpresa, de felicidad o alegría al reencontrarse con su reina, con su amiga de la infancia. Sus ojos no mostraban sentimientos de ningún tipo, simplemente permanecían fijos en los de Danéleryn, de los cuales brotaban lágrimas de emoción.
- ¿Sabes quién es? - le preguntó el elfo del gran arco. Muras asintió con la cabeza.
- Han traído el mal a nuestro hogar - siseó la dríade, adoptando su forma humana. - Deberíamos matarlos y que la voz continúe corriendo por todas las tierras de este mundo, que quienes nos amenacen sepan que Thanan es su perdición.
- No - dijo Muras. A Danéleryn, al reconocer la voz de caballero, ya no le quedó duda alguna. - Es la reina de Páravon, y os recuerdo que a su lado está la soberana de los atelden. No podemos matarlos.
- Muras, por el amor de una madre - la voz de Danéleryn temblaba como una hoja al viento, - ¿qué está pasando? ¿Qué te ha sucedido?
El caballero volvió la cara para mirarla a los ojos, con esa mirada desconocida y fría. A continuación, dijo en la lengua común:
- Estáis bajo la custodia del pueblo punielden. No podéis regresar.