21
La visita misteriosa.
La luz temblorosa de las antorchas iluminaba los lóbregos pasillos de las mazmorras de Griäl, un paraje oscuro y poco tranquilizador donde reinaba el silencio la mayoría de las ocasiones. Aquel lugar era el nuevo hogar de Glórophim y Vior, al menos ellos lo denominaban así en tono de burla, sus estancias privilegiadas en la capital de Cáladai. Ambos estaban separados, sus captores no habían sido tan estúpidos de encerrarlos en una misma celda, por lo que pudiesen hacer juntos, pero al menos estaban uno en frente del otro. A la izquierda de Glórophim estaba la celda del conde Ilebrom, que les amenizaba sus largas jornadas de cautiverio con sus desvaríos, sus frases incoherentes y su risa desquiciada y demente. Pese a todo, los dos atelden compartían la teoría de que, dentro de la locura del conde de Theadurion, había mucha lucidez y cordura.
- ¿A qué esperarán para matarnos? - preguntó distraídamente Vior, apoyando su espalda en la pared de piedra de su celda.
- Nos han capturado, amigo mío - respondió Glórophim. - Esa era la parte relativamente sencilla. Ahora tienen que buscar una excusa para justificar nuestra ausencia. Pronto empezarán a preguntarse todos dónde estamos, y nuestros anfitriones tendrán que dar alguna explicación.
- Puede que digan que nos hemos marchado sin más.
- Quien se conforme con esa respuesta es un necio ignorante.
- Eso me ha parecido el regente Átethor.
- Más ignorante que necio. En cualquier caso, los nuestros no lo aceptarán. Nos siguen esperando aunque los caladinos lo ignoren.
- Los hombres son bastante ingenuos, ¿no crees, Glórophim?
La risita nerviosa y el cuchicheo que se traía Ilebrom consigo mismo les interrumpió. El conde de Theadurion se sentaba en el suelo, en una esquina de su celda, y comenzaba con su diálogo interno. A continuación, se levantaba y caminaba entre las cuatro paredes mirándose las manos, y volvía a sentarse en otra esquina distinta.
- Tu plan de dejarnos encerrar, para conseguir información de nuestro amigo el loco, no está saliendo como pensábamos… - Vior miraba con curiosidad al conde.
Glórophim pegó el oído a la pared que compartía con Ilebrom.
- Mi señor - intentó una vez más, - ¿dónde está la Piedra? ¿Qué fue de ella cuando os capturaron?
Ilebrom corrió hacia la pared y se chocó contra ella con violencia, haciendo que retumbara toda la estancia. Por un instante, Vior creyó que el conde se habría hecho mucho daño, ya que el impacto fue colosal, pero se sorprendió al ver cómo Ilebrom se levantaba con agilidad y volvía a mirarse las manos como si sostuviese algún objeto.
- No hay nada que hacer - resopló el elfo. - Está completamente loco, Glórophim.
- Hay cordura en su locura - reflexionó en voz baja, acariciándose el mentón. - Estoy seguro.
- Demasiado… Saben demasiado… Mucho riesgo, sí… Demasiado riesgo… - Ilebrom murmuraba sin cesar, ignorando la presencia de los atelden.
Vior escrutó el rostro oculto parcialmente entre las sombras del conde.
- ¿Crees que lo que vio ha sido la causa de que esté aquí encerrado?
- No lo dudo - sentenció Glórophim.
- ¿Qué crees que pudo ver en la Piedra?
Los ojos verde esmeralda de Glórophim resplandecieron en la oscuridad de su celda.
- Lo que puede poner en peligro a aquellos que le apresaron - de pronto el elfo frunció el cejo y se levantó, aguzando el oído. - Silencio, alguien viene. He oído pasos.
Vior se levantó como un resorte y dirigió la mirada hacia donde se escuchaba un casi inaudible arrastrar de pies.
- Yo también lo oigo.
Los dos atelden guardaron silencio, a la espera de ver quién se dejaba caer por aquel lugar, mientras que Ilebrom continuaba con sus bisbiseos sin importarle mucho lo que sucedía a su alrededor. Su mundo se reducía a su celda, y su realidad a su locura.
Quien quiera que fuese, trataba de pasar desapercibido. Un mortal jamás hubiera escuchado sus pasos ni hubiera alcanzado a ver su silueta entre la oscuridad de las mazmorras, pero nada se escapaba a los agudos ojos y oídos de los elfos. Era una figura alta, que caminaba con porte regio embozado en una oscura túnica con capucha que ocultaba su rostro. No hizo ninguna intención de querer ocultar su presencia a los prisioneros, caminó con decisión hasta el final del pasillo donde había una silla de madera, demasiado vieja y estropeada, y se sentó. Ilebrom ni se inmutó con la presencia del encapuchado, pero Glórophim y Vior le miraban atentamente. Hubo un largo silencio que parecía ser tan denso como el aire que se respira en un pantano, y que nadie parecía dispuesto a romper.
- El mundo que conocemos se desmorona - dijo al fin el extraño, con la voz entre susurros. - Las tinieblas avanzan y nada podrá posponer su llegada.
Aquellas palabras carecían de sentido para los elfos, de hecho pensaron, por un momento, que aquel personaje embozado en el manto oscuro era otro loco como Ilebrom. Pero la reacción del conde les sorprendió. Dejó de cuchichear consigo mismo y fijó la mirada en el desconocido, con los ojos desmesuradamente abiertos y la boca medio abierta, como si sus ojos fueran testigos de alguna extraña aparición o suceso. Su semblante estaba más lívido que de costumbre y delataba la sorpresa que le habían causado las palabras del encapuchado. Muy lentamente, se fue incorporando agarrando los barrotes de su celda con las manos crispadas. Tenía los nudillos blancos.
- Yo… no estoy loco - balbució, mientras le temblaba el mentón. - Yo lo vi…
Los elfos no acababan de salir de su asombro.
- ¿Quién sois? - preguntó Vior con recelo en su tono de voz. El encapuchado ni se movió.
- Eso ahora no importa - dijo, aún inmóvil entre la penumbra. - Os basta con saber que el desmorone de la Tierra Antigua ha comenzado, y empezará por Cáladai.
- Lo vi, lo vi, lo vi… - Ilebrom siseaba fuera de sí.
- ¿Cáladai? - Glórophim enarcó una ceja. - No entiendo…
- Las intrigas que se tejen entre los muros de Griäl no son más que el comienzo de una vasta red que nos atrapara a todos. En esta hora oscura todos caminamos sobre filo de la navaja.
- ¿Queréis decir que el taimado maese y la arjona conspiran para derrocar a Átethor? - preguntó con cautela Vior.
- Átethor lleva siendo un títere cuyos hilos mueven sus consejeros desde hace ya demasiado tiempo. La presencia de la arjona no ha hecho más que acelerar el proceso. Ahora el gran señor de Cáladai está anulado, con el juicio y la razón enturbiadas con aquellas palabras que él desea oír.
- Todo esto responde al nocivo interés de los hombres, que los corrompe hasta llegar a anteponer sus ansias de poder a bien común.
El encapuchado giró la cabeza hacia donde estaba Vior encerrado.
- No olvides que tu pueblo también sufrió la maldición de la codicia y la traición, elfo.
Vior bajó la mirada, azorado.
- Si Átethor ya no es dueño del gobierno de Cáladai - volvió a reconducir la conversación Glórophim, - ¿quién los liderará en esta guerra?
- Ya no quedan líderes en Cáladai que puedan definirse como tal, y los pocos que queden se afanarán en defender sus ideales, sin prestar atención al verdadero peligro - explicó el encapuchado.
- ¿Una guerra civil? - inquirió Glórophim, de nuevo.
El extraño personaje mantuvo un silencio que parecía congelar el ambiente.
- Pronto Cáladai se sumergirá en la oscuridad de sus propios temores y complejos.
Los dos elfos intercambiaron miradas llenas de zozobra y de tensión. Una guerra civil sería devastador para aquel reino venido a menos, y al enemigo le allanaría el camino bastante ante una más que previsible invasión.
- Debemos salir de aquí - la ansiedad se hizo eco en la voz de Glórophim. - Aún hay tiempo si conseguimos alertar a Átethor de…
- El tiempo se ha consumido - sentenció el encapuchado.
- ¿Qué podemos hacer, entonces?
El extraño personaje, que amparaba su anonimato en las sombras, se incorporó y comenzó a caminar en dirección a la salida. Parecía que la conversación había llegado a su fin.
- Esperad el momento y estad preparados - dijo, un instante antes de desaparecer bajo la oscuridad de las mazmorras de Griäl.