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El Kraken.

 

 

   Las aguas celestes del río Rívenor ya habían quedado muy atrás. Y el verdor de los árboles del Bosque Perenne. De hecho, todo Asuryon ya había quedado a sus espaldas.

   Apenas se distinguían ya las costas del reino élfico, y todo lo que se extendía ante los ojos de Thil Ganir y su séquito era mar. Un mar oscuro y en ocasiones feroz, que tan pronto facilitaba la travesía de los navegantes como se la dificultaba con grandes rachas de fuerte marejada, cuya consecuencia era la rectificación del rumbo casi constantemente.

   Elbérohir, el adusto capitán de los Kurthlénthëpi (la guardia de los reyes), era el que había tomado el mando del timón, ante la ausencia de Vior, de misión en Cáladai con Glórophim, y Faobereth era el que interpretaba los mapas y marcaba los rumbos.

   - Tendremos que abandonar este cabo cuanto antes - dijo el señor del Bosque Perenne cuando se echaron a la mar. - Si nos desviáramos y tomásemos dirección sur, podríamos encallar con los arrecifes que rodean el sur de Undraeth. Debemos seguir rumbo oeste.

   Y dentro de lo posible, así lo hacían… Siempre que el mar se lo permitía.

   - Jamás llegué a pensar que un trayecto tan corto a simple vista en el mapa fuese tan dificultoso - le confesó Thil Ganir a Faobereth, la misma mañana que ya sólo divisaban mar.

   - Hemos tenido que variar el rumbo por culpa del mar en varias ocasiones, mi señor - explicó el elfo, siempre con ese brillo misterioso en la mirada. - Se ha perdido mucho tiempo. En ocasiones ni nos hemos movido del mismo sitio, tan sólo manteniéndonos firmes contra el oleaje.

   Thil Ganir levantó la vista y miró al horizonte, allá donde se suponía que estaba Asuryon.

   - La firmeza que demostramos aquí también tiene que verse reflejada allá donde vamos.

   - No dudéis de ello, mi señor.

   - Debo hacerlo. Ni siquiera yo mismo sé qué vamos a encontrar, en caso de encontrar algo. Muchos de los que nos acompañan pueden pensar que esta misión no tiene sentido, que es una locura y que los estoy arrastrando a la muerte.

   - Undraeth es un destino maldito, sin duda. La tierra de nuestros más viscerales enemigos. Pero, mi señor, no creo que nadie cuestione vuestras decisiones. La gente que aquí ha embarcado os es leal y fiel.

   El rey atelden se encogió de hombros.

   - Hacen lo que deben hacer, lo que está establecido. Nadie osaría volver a desestabilizar el equilibrio de nuestro pueblo. Mira a Elbérohir, por ejemplo. No ha dicho nada desde que le informé personalmente del cometido. Tan sólo acata, sin cuestionarse nada.

   - Y eso es bueno, mi señor. Pero creo que a estas alturas, vos más que nadie deberíais saber que el pueblo de Asuryon os reconoce como rey, que fuisteis elegido para ser quien sois. No deberíais dudar de vos mismo, pues recordad que una vez ya se rompió ese equilibrio… Podría haber vuelto a pasar si alguien albergara dudas sobre vos…

   - Eso o tener miedo a otra secesión.

   - Siempre que la causa sea justa para uno mismo, merece la pena morir o vivir condenado. Los varelden así lo consideraron en su momento, y así lo hacen a día de hoy.

   - ¿Los justificas? - Thil Ganir arrugó la frente.

   - Intento comprenderlos. Llevo siglos haciéndolo. Yo viví esa época, mi señor, yo luché en esa guerra y maté a gente que me era muy querida porque traicionaron a nuestro pueblo. Lo que hay que entender es que todos luchamos por algo, y si lo descubrimos… podemos vencer al enemigo.

   - O acabar como él.

   - Toda decisión tiene sus riesgos.

   Thil Ganir suspiró, dando sensación de agotamiento.

   - En cualquier caso, a veces pienso que el equilibrio de Asuryon se mantiene por Élennen, no por mí.

   Faobereth le miró con intensidad a los ojos, pero no dijo nada. Se limitó a esbozar una media sonrisa enigmática. Y es que, aunque a veces le hacía sentirse incómodo, Thil Ganir sabía que las palabras y actos del guardián del bosque enterraban una verdad que no se creía preparado para conocer. Bastaba con saber que era un gran explorador y un diestro guerrero. Lo demás no importaba… de momento.

   - ¡Barcos a la vista! - gritó desde el palo mayor el vigía. - ¡Barcos de velas negras!

   Aquella voz de alarma resultó ser tan fría e inesperada como una lluvia en mitad de un día soleado. La reacción de los atelden no se hizo esperar, y corrieron todos a mirar en dirección donde el vigía señalaba, justo a estribor. Thil Ganir no tuvo que forzar mucho la vista para reconocer las embarcaciones que se alineaban justo delante suya, amenazantes y expectantes. Parecían sombras malignas meciéndose a merced del mar.

   - Varelden - dijo el rey de los elfos, girando la cabeza para ver el rostro circunspecto de Faobereth.

 

 

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   Si en algún momento los atelden pensaban que los siervos del rey Mathrenduil no considerarían la posibilidad de que pudieran huir de Asuryon, es que eran unos necios y unos ignorantes. Aún así a Lohi, el más temible corsario de todos los varelden, le sorprendió que zarparan con dirección a Undraeth, los dominios de los elfos oscuros.

   Pese a que sus naves mantenían en completo bloqueo la costa norte de Asuryon, Lohi estaba convencido de que el río Rívenor podría ser una vía de escape para sus enemigos, ahora que la invasión a la isla era un hecho. Y estaba seguro que, si alguien debía escapar por el bien de su pueblo, esos eran los reyes atelden. Thil Ganir y Élennen.

   Tras movilizar a varias de sus naves, para ver si su intuición era acertada, el capitán de los Leviatanes del Crepúsculo decidió tomar rumbo sur, siguiendo la costa de Asuryon. Ni siquiera se sorprendió cuando vio la embarcación atelden con el escudo real en las velas. Tal vez se desconcertó al ver una única nave carente de una fuerte escolta, como se le podría suponer. Mejor así. Todo sería más sencillo.

   - El barco de los atelden parece habernos divisado, capitán - le dijo uno de sus corsarios a Lohi. - Parece que están realizando una maniobra evasiva.

   El capitán varelden alzó la vista al cielo y luego miró a las velas de su nave.

   - Tenemos el viento a favor y nuestras naves son más rápidas que las suyas. A toda vela, y que se preparen las ballestas de fuego.

   Las órdenes se transmitían a gritos, entre improperios y maldiciones. Todas las naves, como si de una sola se tratase, comenzaron con sus maniobras, izando las velas para ganar velocidad, y disponiendo a los arqueros con sus ballestas prestos para el ataque, con sus flechas ardientes amenazando la frágil embarcación de los atelden.

   La nave de los elfos de Asuryon parecía batirse en una retirada desesperada, marchando hacia el oeste. No parecían dispuestos a plantar cara a la pequeña flota de Lohi, estaba claro que no eran tan estúpidos para hacer tal cosa, pero no dejaba de ser gracioso ver aquellos inútiles esfuerzos por escapar.

   - Disparad - ordenó, cuando los tuvo a tiro.

   Las saetas llameantes surcaron a toda velocidad el cielo, dejando una pequeña estela luminosa tras de sí. Algunas llegaron a clavarse en la madera del barco atelden, otras se hundieron en el mar. Las que dieron en su objetivo eran escasas y tampoco supondrían problemas para los altos elfos.

   - Lanzad otra oleada - en la voz de Lohi había un atisbo de rabia al haber errado el primer golpe. Sus ojos amarillos refulgían como dos zafiros dorados.

   Otra tanda de flechas en llamas voló. Esta vez el desastre fue mayor, pues ninguna alcanzó su objetivo.

   - ¡La nave de los atelden está cogiendo velocidad! - gritó el vigía. - ¡Se alejan de nuestro alcance!

   - No puede ser - dijo entre dientes Lohi, comprobando que, efectivamente, el barco atelden se iba escapando de sus garras.

   Se giró bruscamente y subió como un rayo al castillo de popa. Empujó violentamente al timonel y agarró con fuerza los mandos de la nave.

   - Sacad los remos. Tenemos que darles alcance y abordarlos.

   Del navío de Lohi salieron, de cada lado, una hilera de remos, que eran accionados por prisioneros varelden traidores a Mathrenduil y los suyos (tal era la traicionera naturaleza de los elfos oscuros) y que acababan el resto de su eterna y sufrida vida sirviendo como esclavos en las galeras que formaban la flota del rey. No tardaron ni un segundo en ponerse en movimiento. El Leviatán del Crepúsculo ganaba velocidad y se aproximaba a su presa.

   Pese a ello, los atelden parecían tener una embarcación muy liviana, pues mantenían una velocidad considerable que los dejaba bastante alejados de sus perseguidores, dándoles cierta ventaja. Pero algo comenzó a ir mal.

   - Detened el barco - ordenó Lohi, forzando la vista en dirección al barco de los altos elfos. - ¡Que se detengan todas nuestras naves!

   Toda la flota que perseguía a Thil Ganir y su séquito se paró en seco, preguntándose qué habría hecho que su capitán decidiera renunciar a la persecución. Lohi soltó el timón y se dirigió a proa. Escrutó un poco el horizonte, donde se intuía perderse la nave atelden. El mar parecía formar pequeñas olas y remolinos en torno a aquella zona, como si algo se agitara bajo el mar y bajo el barco hostigado.

   - Capitán - uno de sus corsarios varelden se acercó, - ¿qué sucede? ¿Dejamos que se marchen?

   Lohi talló en su rostro grisáceo una siniestra media sonrisa.

   - Ya no hace falta perseguirlos. No irán más allá.

 

 

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   Pese a que las flechas de fuego de sus enemigos habían conseguido meterles cierto miedo en el cuerpo, habían conseguido aguantar sus envites.

   No sólo habían logrado que las saetas se clavaran en puntos poco importantes del barco, llegando incluso a apagarse gracias a las salpicaduras del mar, sino que además lograban alejarse de ellos. Las naves atelden aún seguían siendo más rápidas que las de sus hermanos oscuros, y poco a poco se alejaban de sus perseguidores. Incluso ganaban cierta distancia cuando, a la desesperada, el barco que parecía líder sacó los remos en un vano intento de alcanzarlos.

   - ¡Las naves varelden se han parado! - gritó el vigía. - ¡Renuncian al abordaje!

   En el timón, Elberohir, siempre con su gesto adusto y señorial, se permitió esbozar una sonrisa, satisfecho de su maniobra de evasión.

   - Victoria - sentenció Thil Ganir mirando a Faobereth, mientras observaba cómo iban quedando muy atrás sus enemigos.

   Pero el señor del Bosque Perenne no parecía muy satisfecho. Frunció el ceño y se alejó de la borda, mirando hacia todos lados en completa alerta, como si esperara que algo fuese a suceder de un momento a otro.

   - Faobereth - Thil Ganir enarcó una ceja, extrañado, - ¿qué sucede?

   De pronto el barco se paró en seco, como si hubieran chocado con algo. La violenta frenada hizo que muchos de los elfos cayeran al suelo de la cubierta.

   - Parece que hemos encallado - dijo Elbérohir desde el castillo de popa, asiendo con fuerza el timón. - No conseguimos movernos.

   A partir de ahí, todo sucedió muy rápido. Aquello en lo que parecían haber quedado atrapados, pareció moverse bajo la nave élfica, que se bamboleó sinuosamente. El agua parecía agitarse, como si bajo ellos se estuviera desatando una pequeña tormenta.

   - ¿Qué sucede? - Thil Ganir se agarró a un mástil, intentando mantener el equilibrio mientras el barco continuaba meciéndose.

   No dio tiempo para más palabras. Surgiendo de las profundidades del oscuro mar, apareció de forma rápida y violenta un enorme tentáculo, elevándose por encima del palo mayor. Con la velocidad de un rayo, se dobló un poco y descendió, enroscándose en el cuerpo de uno de los atelden. Sólo se pudo escuchar un segundo su voz, justo antes de desparecer bajo el mar, que salpicó como si algo hubiera estallado.

   Thil Ganir tenía los ojos como platos, no daba crédito. ¿Qué criatura era aquella? Tampoco pudo pensar más. Esta vez emergieron varios tentáculos, el rey elfo creyó contar seis, pero no podría asegurarlo.

   - ¡Por eso han dejado de perseguirnos los varelden! - gritó Faobereth, mientras desenfundaba sus dos espadas. - ¡Por el kraken!

   La tripulación comenzó a reaccionar, tomando arpones, espadas, arcos y flechas. Cualquier cosa con la que poder defenderse de aquel ser. Los tentáculos, como si fueran serpientes, reptaban por la cubierta y trataban de atrapar a alguna víctima, cuya vida podía darse ya por perdida. Los elfos intentaban, desesperados, cortar los tentáculos, pero era demasiado difícil. Cuando uno lograba asestar un buen tajo, no lograba el efecto deseado, y acababa atrapado entre ellos sin esperanza alguna.

   De pronto, una de las velas del barco se vino abajo. El palo se partió en dos ante el golpe sufrido por los tentáculos del kraken. Thil Ganir se debatía de un lado a otro, sin terminar de ubicarse, viendo cómo muchos de sus súbditos morían bajo el terrible poder de aquella bestia.

   - ¡Proteged al rey! - se escuchó gritar a Elbérohir, que lanzaba tajos a diestro y siniestro, zafándose de las garras del monstruo. - ¡Poned a salvo al rey!

   Pero Thil Ganir sabía que no había salvación posible. Estaban condenados. Por mucho que se defendieran del kraken, la criatura siempre tendría ventaja. Nunca sabías por dónde iba a salir un tentáculo que previamente se había sumergido de nuevo. Era lanzar palos de ciego. La nave estaba perdida.

  El final no se hizo esperar. Uno de los tentáculos se elevó en toda su magnificencia, como una columna que uniera el mar y el cielo, y se dejó caer con todo su peso sobre el barco atelden. El crujir de la madera y los gritos desesperados de la tripulación fueron ensordecedores. La nave cedió bajo el peso y se partió en dos, saliendo algunos elfos disparados por los aires. La embarcación comenzó a irse a pique, los elfos se lanzaron al agua, desesperados, buscando entre los restos del naufragio algún bote.

   Thil Ganir pasó de ser testigo de aquella catástrofe a hundirse en la completa oscuridad de la profundidad del mar. Los oídos parecía explotarle y los pulmones comenzaban a inundarse. Estaba claro que aquel iba a ser su fin.

   O quizá no. Cuando parecía resignado a su fatal destino, una fuerte mano le agarró de una axila y lo sacó del agua.

   - ¡Lo tengo! - el rey reconoció la voz de Faobereth.

   Aturdido, se dejó arrastrar hasta subir al bote donde también estaba Elberohir y otro soldado más.

   Tosió con fuerza, como si se ahogara, y salió algo de agua de su boca tras dar una bocanada. Estaba mareado, pero no lo suficiente como para ver cómo el barco donde navegaban se hundía en el mar, bajo la terrible presa de los tentáculos del kraken. Muchos cuerpos sin vida flotaban a su alrededor, otros en cambio subían a botes o a aquello que pudiera hacer las veces de ello. Aún quedaban vivos dentro de la tragedia de la muerte.

   - Debemos alejarnos de aquí - dijo con gesto circunspecto Faobereth. - Las costas de Undraeth no quedan muy lejos si continuamos con este rumbo.

   - De todas maneras, no podemos dar la vuelta - apuntó Elbérohir, que remaba con fuerza. - Hacerlo significaría enfrentarnos de nuevo a la bestia, y no volveremos a tener esta suerte.

   Thil Ganir se incorporó un poco y volvió a observar la catástrofe.

   - Nuestra esperanza es escasa en cualquier caso. Continuemos hacia Undraeth.