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La cacería.
Atrás habían quedado los lagos de Onun y la Mazmorra de Cristal, y también quedaban atrás las aldeas que los habitantes de Onun habían abandonado intentando escapar de la furia y la devastación del gran ejército de Sártaron. No habían sido tan estúpidos como Haoyu y sus seguidores, al menos había alguien inteligente y coherente como para temerlos y huir en aquel reino que ahora yacía sobre sus pies.
Pero lo que no quedaba atrás, y acompañaba a Lédesnald todo el camino, era la indignación y la exasperación que sentía por cómo le había tratado su señor por no conseguir rendir el último bastión de los ónunim a sus pies. Miraba de cuando en cuando atrás y notaba como le embriagaba la sensación de repugnancia y desprecio al verse capitaneando un maldito rebaño de krulls, acompañado de un borse bruto y piojoso al que despreciaba tanto como a aquellos seres. No soportaba su olor, no soportaba su gutural lenguaje, ni su forma de comer y de caminar. No soportaba aquella presencia con la que Sártaron le había castigado.
El desprecio por su señor crecía a cada paso dado, a cada milla recorrida. El Gran Caudillo y Señor de Mezóberran era un ingrato y un desagradecido. Maldijo en su mente mil veces el nombre de Sártaron con toda su ira, con odio y rencor. Había sido él el que tomó el mando en la Garganta Negra cuando Haoyu derrotó a los hombres de Órgalf, fue él el que rompió la férrea defensa ónunim, el que se abrió paso matando a sus hombres hasta que dio con el rey de Onun y le quitó la vida. La piel de su oso reposaba sobre sus hombros y lo que quedaba de la cabeza de Haoyu adornaba su estandarte. Y como pago a esas victorias, como premio tras haber acabado con un enemigo poderoso y temible, Sártaron le enviaba a la Muralla rodeado de engendros, incluido Órgalf.
Miles de pensamientos se cruzaban en su cabeza, su ira potenciaba que así fuera. Él nunca había entendido de lealtades y nunca se había fiado de nadie que fuese él mismo. Se vio obligado a depositar su espada a los pies de Sártaron no por reconocimiento, ni por miedo, ni si quiera por salvar a su clan. Lo había hecho porque sabía que era lo que más le convenía a largo plazo. Sártaron pudo someter a varios caudillos, ¿por qué no podría él someter a Sártaron y convertirse en el auténtico líder? Aquella idea irrumpió como un rayo en mitad de la noche, pero… No… No podría… Aún no. Sártaron tenía a su lado a los demás señores de la guerra. Arvílcar, Zárrock, incluso el bastardo borse de Órgalf le era leal. No podía jugársela por una pataleta, por sentirse herido en el orgullo. Habría tiempo de resarcirse, mientras tanto le tocaba seguir representando aquel papel y continuar consiguiendo victorias para su señor. Al menos ganaría buena fama entre la tropa, quizá aquello le sirviera en un futuro.
Ahora marchaba hacia lo que él pensaba que era una misión menor, un mero entretenimiento para mantenerlo lejos del grueso del ejército y de los elfos oscuros. Presentarse con los krulls en la Muralla era completamente absurdo. ¿Qué iban a hacer? ¿Trepar por la roca y asaltar el mayor puesto defensivo de todos los reinos? Meneó la cabeza y rió entre dientes ante aquel pensamiento. Estaba claro que los enviaba allí a modo de advertencia, como el que enseña la punta de una lanza antes de mostrar a los diez mil lanceros que le acompañan. Un movimiento del todo absurdo, se dijo Lédesnald, lo cual le llevó a preguntarse si Sártaron, antes de lanzarse a una batalla épica donde doblegaría a todos los reinos libres del sur, buscaba algo más. ¿Pero qué podría ser? Algo importante, sin duda. Los elfos oscuros no se separaban de su lado, seguro que también sospechaban algo. Incluso Órgalf parecía barruntarlo.
- ¿Qué quiere que hagamos nuestro señor Sártaron cuando lleguemos a la Muralla? - le preguntó como de forma casual. A Lédesnald de sorprendió descubrir que, detrás de aquella melena leonina y su fiera barba, el borse tenía algo de inteligencia. - ¿No habría resultado más sencillo mandarnos a nosotros a inspeccionar el castillo y que él hubiera marchado para aplastar las defensas enemigas?
Lédesnald ocultó su respeto por Órgalf tras una mirada altiva. Mejor que aquel bruto no supiera nada o no dudaría en traicionarlo.
- Tu cometido en esta misión es simple - le respondió con hastío. - Obedecer las órdenes de tu señor sin cuestionarlas. De modo que cierra la boca y no me molestes, a menos que tengas alguna idea sobre cómo podríamos tirar abajo ese muro fronterizo.
El bárbaro borse entrecerró los ojos y gruñó sordamente, pero no dijo ni una palabra más. Lédesnald se enorgulleció de sí mismo, sabía que Órgalf lo odiaba a muerte pero también lo respetaba y lo temía.
Onun se seguía extendiendo ante sus ojos. Habían avanzado durante mucho tiempo siguiendo la sombra y el amparo que les proporcionaban las Cumbres Infinitas, aquellas majestuosas montañas escarpadas y de color grisáceo, siguiendo la vereda de los árboles, pero ahora se veían obligados a marchar en campo abierto, pues si continuaban alcanzarían la Muralla por uno de sus flancos, y aquello no les convenía en absoluto. Los soldados que vigilaban desde allí los divisarían y sería muy sencillo que les acorralaran. Al menos, si llegaban de frente ellos también disfrutarían de mejor visión y control de todos los flancos. Aunque a Lédesnald no le gustaba tener que salir y recorrer un prado, prefería seguir oculto de cualquier ojo que pudiera estar acechándolos. Sólo les quedaba un pequeño y frondoso bosque que atravesar y continuar por aquel camino.
Justo cuando llevaban unos escasos metros recorridos en la espesura, Izhkad, el jefe del rebaño de krulls, se adelantó unos pasos a Lédesnald. Husmeaba el aire y olfateaba el suelo. Aquello no le dio buena espina al señor de la guerra arjón, Izhkad se había mantenido siempre en un segundo plano y sólo destacaba cuando tenía que meter en cintura a sus siervos. Que aquel ser comenzara a comportarse como si notase alguna presencia no le entusiasmaba en absoluto. Puso una mano en el enorme pecho de Órgalf, haciendo que este se parase, y se acercó al enorme krull.
- ¿Qué hueles? - le preguntó casi en un susurro.
Izhkad giró la testa coronada con su impresionante cornamenta y clavó sus ojos color sangre en Lédesnald.
- Humanos - dijo con su voz gutural.
Lédesnald si giró hacia Órgalf, que tenía los ojos como platos. Alguien les observaba. Quizá fueran simples campesinos ónunim que no habían abandonado su hogar en busca de refugio más allá de sus tierras, o podrían ser… La idea de que los guardianes de la Muralla hubieran abandonado sus puestos y marcharan para la guerra no le era grata en absoluto.
- Estamos en un bosque - dijo Lédesnald, dirigiéndose al grupo, - eso nos hace ser un blanco fácil para ser emboscados. De modo, que permaneced alerta.
Pero los krulls, que habían pasado muchas calamidades desde que marcharon de Mezóberran junto con Sártaron y el resto de su ejército, hicieron oídos sordos a aquella advertencia. La idea de poder matar a un humano y, por consiguiente, darse un buen y merecido festín era mucho más seductora que la cautela. Sus berridos profanaron la quietud del bosque y se lanzaron corriendo hacia delante.
Lédesnald tragó saliva. Hasta ahora marchar con los krulls había sido sencillo, ¿pero cómo atajaba aquel brote de agitación? Esas bestias no razonaban aunque ajusticiara a un par de ellos. Eran imprevisibles. Podrían darles muerte a Órgalf y a él por intentar reprimir su ira. Podría pasar de verdugo a víctima en cuestión de segundos. Decidió quedarse quieto y no hacer ni un solo gesto que pudieran interpretar como desafiante para ellos.
Aquella salvaje acometida no duró mucho. De repente, los berridos de las bestias se convirtieron en aullidos de dolor y sorpresa. Lédesnald, que no dejo de seguir con la vista a los krulls, vio cómo los que corrían en cabeza se los tragaba la tierra, literalmente. Alguien había cavado fosos para que ellos cayeran.
- ¡Emboscada! - gritó, desenfundando su espada.
Y en aquel momento reinó el caos.
Varias ramas de los árboles se soltaron violentamente, descargando un golpe similar al de un potente látigo, e impactaron contra los krulls, que se movían desorientados de un lado a otro. Caían al suelo aturdidos, se levantaban, intentaban avanzar y volvían a ser golpeados por las ramas o caían en algún agujero. Otros en cambio bramaban de dolor y se frotaban con ganas el cuerpo con las manos, incluso se lanzaban a suelo y se revolcaban, envueltos en una nube de una especie de polvo que, como Lédesnald, dedujo, sería urticante.
- ¡Quietos! - tenía que intentar controlar esa situación. - ¡Quietos, son sólo trampas! ¡Sólo trampas, maldita sea! ¡Aquí no hay nadie!
Estaba claro que estaban solos, de lo contrario ya habrían caído sobre ellos aprovechando el desorden y el caos.
- ¡No podemos dar un paso! - gritó Órgalf, intentando que Lédesnald le escuchara. - ¡En cualquier momento podemos caer en una de estas argucias de cobardes!
Tardaron unos minutos en calmarse. Lédesnald y Órgalf se desgallitaban intentado tranquilizar a los krulls, que poco a poco parecían comprender que no existía un peligro real. Les habían gastado una broma de mal gusto, y sus artífices se escondían de sus ojos como cobardes conejos. Izhkad tuvo que golpear con violencia a varios de los miembros de su rebaño para tranquilizarlos, mientras que Lédesnald trataba de pensar a toda velocidad cómo aprovechar aquella situación y que no se le volviese en su contra.
Las bestias estaban realmente muy irritadas y, aunque ya procuraban moverse con cautela y conseguían reprimir sus básicos instintos asesinos, aquello debía tratarse con mucho cuidado. Lédesnald se acercó al bárbaro borse, mientras Izhkad bramaba en la extraña e ininteligible lengua.
- Si damos un paso en falso - le dijo bajando la voz todo lo que pudo, - estamos muertos.
Órgalf asintió con ansiedad.
- Nos devorarán sin contemplaciones - los ojos del borse estaban desorbitados. - Si vuelven a descontrolarse…
- No habrá otra oportunidad - Lédesnald se sorprendió a sí mismo teniendo miedo. Posiblemente, era la primera vez que experimentaba algo parecido. Ni siquiera cuando se enteró de que Sártaron avanzaba contra su clan para someterlo tembló. ¿Por qué temer a aquellas bestias que no razonaban? Precisamente por eso, porque no lo hacían.
La frente se le perló de sudor al observar cómo el Izhkad parecía ejercer de auténtico líder del rebaño, congregando a todos los krulls a su alrededor. Los arengaba en su idioma blasfemo y gutural, y les lanzaban furtivas miradas asesinas a los señores de la guerra. Lédesnald comprendió que su tiempo al frente de aquel contingente estaba pasando, ya no los veían como seres a los que respetar. Parecía que aquel incidente había encendido una pequeña luz en su limitada inteligencia, y parecía que comenzaban a cuestionarse por qué debían guardar respeto a dos humanos que no eran capaces de encontrar un camino seguro por el que marchar. Tenía que actuar, tomar las riendas ya.
Apretó los dientes y empujó todo su orgullo más abajo del vientre cuando comenzó a caminar despacio hasta ponerse al lado de Izhkad. El gran krull de pelaje negro carbón posó sus ojos rojos en él, dejando entrever un atisbo de recelo.
- Tu gente puede estar calmada - Lédesnald intentó sonar lo más amable y manso posible, esbozando una sonrisa ladina. - Tan sólo son pequeñas trampas sin importancia, un método burdo de intentar asustar a la temida y fuerte raza de los krulls.
- El miedo no existe en nuestros corazones - gruñó Izhkad, dejando ver sus afilados colmillos. - No existe palabra en nuestra lengua que defina lo que vosotros llamáis miedo.
- Lo sé y os respeto por ello. Ahora, si me permites el consejo, deberíamos dejárselo claro a aquellos que han osado subestimar tu poder y el de los tuyos - Lédesnald miraba con fijeza a la bestia, cuya potente respiración se proyectaba contra su rostro. - Acabemos con ellos.
Izhkad, con el pecho henchido, asintió lentamente con la testa. Levantó su enorme maza y bramó con potencia. Todos los krulls se le unieron, creando un canto tenebroso e impío que parecía querer acobardar a la misma tierra que hollaban.
-¡Que comience la cacería, muchachos! - la voz del líder krull era una tormenta de ira y crueldad.
Lédesnald suspiró y esbozó una nerviosa sonrisa. Había estado muy cerca, pero había conseguido solventar aquel contratiempo. Ahora vio claro que podría lograr aquello que se propusiera.