CAPÍTULO 51

Ava

Cuando Jesse aparca junto al bordillo, me desabrocha el cinturón y se vuelve para verme.

—Ten cuidado —advierte—. Te recojo en este mismo sitio dentro de un par de horas.

—Vale. Hasta luego.

Me cuesta no poner los ojos en blanco mientras me inclino para darle un besito en la mejilla. Cierro la puerta del coche y cruzo la calle a la carrera.

—¡No corras! —me grita, y me vuelvo ya en el otro lado—. No vayas a agitar al niño.

Me río. Este tío está como un cencerro. Veo a Zara más arriba, cerca de Elsie’s, y la saludo con la mano mientras voy a su encuentro. Me abraza con fuerza.

—¿Se va a quedar tu marido esperando?

Me separo de ella y, al girar la cabeza, veo que Jesse sigue aparcado.

—Probablemente se esté asegurando de que entro en el edificio sin que me pase nada —bromeo, y centro mi atención en Zara cuando por fin Jesse se marcha—. Se preocupa por mí, y ahora se preocupará todavía más.

—¿Por qué?

—Venimos del hospital.

Me saco una imagen de la ecografía del bolso y se la enseño. Clava sus ojos azules en ellas. No es la reacción que esperaba, en su mirada hay cierta tristeza. Mi sonrisa de orgullo se esfuma.

—¿Zara?

Oh, mierda.

Me mira un tanto ausente.

—Lo siento.

Menea la cabeza y vuelve conmigo.

—¿Qué pasa?

Guardo la imagen deprisa, preocupada.

—Me estoy comportando como una boba. Es solo que yo no puedo tener hijos.

—Dios mío.

Me doy de tortas, me acerco para abrazarla.

—Cuánto lo siento.

—No es culpa tuya. Y la verdad es que mía tampoco. Un rollo genético raro para el que no encuentran explicación.

Acepta mi consuelo y me abraza también.

—Mi ex me echaba la culpa, de ahí los puñetazos que me soltaba tan alegremente.

Hago un gesto de dolor.

—Menudo cabrón.

Me separo, le quito un mechón de pelo húmedo de la mejilla, y ella sonríe con tristeza.

—Estás mejor sin él, ¿no?

—Claro. En el trabajo me va genial, y he oído que quizá me asciendan. La verdad es que las cosas no podrían irme mejor.

—Qué bien.

—Oye, por cierto, luego tengo una cita —me cuenta, en los ojos un brillo que denota su entusiasmo—. Necesito un vestido. ¿Te vienes conmigo de tiendas un rato después de yoga y me ayudas a elegir?

—Claro.

No vacilo; me necesita. Llamaré a Jesse y se lo diré. No le importará.

—Enhorabuena por el niño, Ava.

Zara me da un golpecito en el hombro y me dedica una sonrisa genuina.

—Se te ve muy feliz.

—En el séptimo cielo de Jesse —digo sin pensar, y frunzo el ceño.

—Parece un muy buen sitio.

—No te imaginas cuánto.