CAPÍTULO 27

Tal y como era de esperar, cuando llegamos ya están todos, sentados alrededor de una mesa en un rincón, con dos sitios libres para Ava y para mí.

Nada más vernos, Kate se levanta y va a abrazar a Ava, acercándose todo lo que le permite el barrigón.

—Cuánto me alegro de verte.

—En mi cabeza todavía somos jóvenes —suspira Ava, y Kate se ríe.

—¿Qué tal estás?

—Muy bien. Conocí a una chica, Zara, encantadora, y me comentó que la empresa para la que trabaja siempre está buscando interioristas. Puede que me lo plantee.

Frunzo el ceño. Por encima de mi cadáver.

—Es estupendo —comenta Kate, que me dirige una mirada cauta cuando mi mujer se separa de ella y se tira del ridículo vestidito para bajárselo un poco.

Vuelvo a fruncir el entrecejo, esta vez la mirada va dirigida a la atrevida prenda roja, preguntándome en qué estaría pensando al dejar que se lo pusiera, y le retiro la silla a Ava.

—Siéntate —ordeno, y recibo una colección de miradas incrédulas desde todos los ángulos de la mesa—. Por favor —añado, la mandíbula temblorosa.

Ava se acomoda y la tensión podría cortarse con un cuchillo, y no por las pestes que echo del vestido ni porque Ava esté hablando de un empleo al que no va a acceder. No, es la primera vez que los chicos ven a Ava desde el accidente. Sam, Drew y Raya parecen algo inquietos, es evidente que ninguno de ellos sabe qué decirle.

Sin duda Ava se da cuenta, porque me lanza una mirada nerviosa, suspira y centra su atención en nuestros callados amigos.

—Encantada de conoceros —saluda.

Los chicos se ríen y la tensión disminuye gracias a su broma.

—¿Pedimos las bebidas? —Levanto un brazo para llamar a un camarero.

Todo el mundo pide algo con alcohol, exceptuando a Kate pero incluyendo a mi mujer. Pero de eso nada.

—Agua, por favor —digo al camarero mientras señalo a Kate y a Ava—. Y para mí también. Y vino para Raya. —La señalo con la cabeza.

—Que sea una botella —puntualiza bajito Drew.

Ava se inclina, me pone la mano en el antebrazo y me dice en voz baja:

—Quiero vino.

Cree que no la he oído, y la he oído perfectamente, más que al resto, que prácticamente me ha dicho lo que quiere a gritos.

Mirando con una sonrisa tirante al camarero, que ha dejado de escribir en su libreta y me observa, me vuelvo hacia mi mujer.

—Vino no.

Mi tono es de advertencia, y haría bien en darse cuenta. Mientras me giro despacio de nuevo hacia el camarero, veo la cara que están poniendo nuestros amigos, todos ellos en silencio. Observando. Nerviosos.

—Agua —repito, y cojo la servilleta y me la pongo en el regazo.

Silencio. Todo el mundo evita mirarnos a Ava y a mí. Las vibraciones son raras. Me muerdo el labio y miro con el rabillo del ojo: la mirada de absoluta indignación de mi mujer me hace estremecer. Mierda, está que echa chispas.

—Será mejor que me pidas una copa de vino, Ward.

Se acerca, los ojos encendidos, y ello hace que me eche despacio hacia atrás. Oigo que Sam tose y se ríe y Drew resopla. Capullos. Deberían apoyarme. Ava acaba de superar un terrible accidente de coche y no está completamente recuperada. Beber alcohol sería una estupidez; y dejar que lo haga, una tremenda irresponsabilidad por mi parte.

—Ahora —añade con un gruñido que rivaliza con el mío.

—No es buena idea —alego sin alterarme—. Solo te falta que el alcohol te ponga patas arriba el cacao mental que ya tienes.

—¿Cacao mental? —Tose al oír mi pobre elección de palabras—. No tengo ningún cacao mental, Jesse. Pídeme una copa de vino o por Dios que…

—Por Dios que ¿qué?

—No… no lo sé. —Se le traba un poco la lengua antes de dar con la palabra que busca—. Divorcio —suelta mordaz.

La mesa entera profiere un grito ahogado, el mío el más sonoro, y Ava mira sorprendida a nuestros amigos.

—¿Qué?

Kate menea la cabeza a modo de advertencia y Sam infla las mejillas.

—Peligro. Toro suelto. Es todo lo que pienso decir.

Mi amigo se centra en su copa mientras yo hago un esfuerzo para no estallar y perder los papeles en el restaurante. ¿Divorcio? Esa puta palabra está desterrada de nuestra vida.

—A ver. —Ava se encoge de hombros con indiferencia, aunque me doy perfecta cuenta de que intenta disimular su cautela—. Solo quiero una copa de vino.

Noto que la presión se me acumula en la cabeza, el cuerpo me tiembla en la silla.

—Madre mía, allá vamos —observa Drew en voz queda mientras coge su copa, como si eso pudiera protegerlo de la inminente explosión.

Me echo hacia delante en la silla.

—Retira eso —exijo.

Ella también se inclina con el mismo aire amenazador, rebelde por naturaleza.

—Pídeme una copa de vino.

—No.

Me agarra deprisa por el mentón y aprieta con fuerza.

—Pídemela.

Nos quedamos mirándonos a los ojos, en un punto muerto que hace desmerecer a todos los que ya hemos vivido, durante lo que parece una eternidad. Estoy que echo humo, que echo puto humo, pero en el fondo, dejando a un lado el cabreo, me siento feliz. Ava siempre ha sabido cuándo tenía que dejarme ganar, y este no es uno de esos momentos. Empieza a cobrar confianza. A conocernos. Cuesta mucho. Cuesta muchísimo, pero…

—De acuerdo. Puedes tomarte una copa. —Me ablando, pensando que va por el buen camino y que espero que lo sepa apreciar.

—Ya veremos.

—Sí, ya veremos —convengo, y le quito los dedos de mi barbilla sin apartar la mirada asesina.

—¿Habéis terminado? —pregunta Kate.

Lanza un suspiro y dice que sí a la botella de vino blanco que trae el camarero. Después se da prisa en servir a Raya y luego a Ava, antes de que yo cambie de opinión. No se le escapa que no pierdo de vista la copa de mi mujer, para ver hasta dónde se la llena.

—Aunque debo decir —continúa Kate, que hace una señal afirmativa con la cabeza a Ava para que coja la copa antes de que se la arrebate el loco que tiene al lado— que me alegra ver que seguís siendo los mismos.

Brinda con nosotros desde el otro lado de la mesa y bebe un sorbo de agua.

—Por cierto, ¿cuándo es la boda? —pregunta Ava a Raya, haciendo que en la mesa vuelva a entablarse una conversación ligera.

Mi mirada se endurece cuando Ava coge su copa y me mira de soslayo, disimulando una sonrisa, mientras da el primer sorbo. Pagará por esto.

Me sumo a la conversación pero sin dejar de controlar su copa de vino. Hace semanas que no bebe, y debemos tener cuidado, no sea que el alcohol reaccione con los medicamentos que está tomando. Unos sorbos equivaldrán a unas botellas.

—Perdonadme —pide Ava, al tiempo que se levanta—, tengo que ir al aseo.

Me yergo en la silla, sopesando la posibilidad de acompañarla cuando se aleja. ¿Cojea? ¿O es que ya está borracha? No lo sé, y necesito asegurarme. Sea lo que sea, le vendrá bien mi ayuda. Me pongo de pie.

—Jesse —dice Kate—. Déjala.

—Es que…

—Que la dejes.

Su orden es casi una advertencia. Como si alguna vez hiciera caso. Salvo esta. No sé por qué lo hago, pero lo hago. Miro unas cuantas veces a Ava a medida que se aleja de mí. Tengo sentimientos contradictorios.

—Yo le haría caso —apunta Sam, y señala el barrigón de su novia con la cerveza—. En serio, tío, yo le haría caso.

—¿Y si tropieza? —le digo a Kate, ya que tengo un flashback vívido del delicado estado en que se encuentra su cabeza. Y veo sangre. Mucha sangre. Hago una mueca de dolor.

—Se ha tomado una copa de vino. Siéntate, anda.

—Vamos, Jesse. —Drew se une al resto para convencerme—. Tienes que saber cuándo parar, tío.

Me dejo caer de golpe en la silla.

—Ya no sé una puta mierda —admito, apoyando la cabeza en las manos—. No sé si volverá a acordarse de mí, de los niños, de la vida que teníamos. No sé nada, y eso me está jodiendo vivo.

Hago un esfuerzo para no llorar, lo intento con todas mis putas fuerzas, pero una lágrima traicionera cae en la mesa, estrepitosamente, o a mí me lo parece. Cada vez me siento menos fuerte, y al final me desmorono delante de todos. Kate está junto a mí a la velocidad del rayo, seguida deprisa de Raya, que se sitúa al otro lado. Dos mujeres consolando al niño grande.

—No dejes que la frustración te pueda —aconseja Raya, y me da con la nariz en el hombro en un gesto juguetón—. Es imposible que se le olvide lo que tenéis. Imposible.

—¿Te estás pasando? —inquiere Kate, lo que hace que los que se supone que son mis mejores amigos se rían—. Atosigándola, me refiero.

—No —le aseguro—. Por Dios, si estoy durmiendo en la habitación de invitados. Y hasta he dejado que se ponga esa mierda de vestido. Y ahora está bebiendo vino cuando en realidad creo que no debería. Así que no me digáis que la estoy agobiando.

Omito cómo me puse el otro día cuando no la localizaba. No hace falta que lo sepan. Me sorbo la nariz y cojo el agua; ojalá pudiese cambiarla por algo más fuerte. Mucho más fuerte.

—Lo conseguirá. No te desesperes —opina Sam, y añade una excepcional sonrisa de apoyo.

—Ya.

Intento desechar la frustración que siento y me yergo. Pero ¿qué coño me pasa? Lloriqueando como un niño pequeño delante de mis amigos.

—Ya viene —anuncio, y me froto los ojos rápidamente y Kate y Raya vuelven a sus respectivos sitios.

—No te preocupes —dice Drew—. No le diremos que has estado llorando.

—Que te den —escupo—. Anda que no berreaste tú aquella vez que creíste que cierta rubia se había largado a Australia y pasaba de tu sádico culo.

Drew empequeñece en el acto, y Raya suelta una risita:

—Qué mono.

Le ofrezco la silla a Ava, que acepta elegantemente y me mira al sentarse.

—¿Estás bien?

Me la acerco y ella se inclina hacia mí con naturalidad, hasta que mis labios rozan su mejilla.

—Lo siento —me disculpo, sin despegarme—. Es solo que me preocupo.

Ava se aparta, sonríe con suavidad y me acaricia la cara.

—Estás conmigo, así que no me pasará nada, ¿vale?

Esas palabras nunca me han parecido más reconfortantes. Si lo dice porque, una vez más, aprende deprisa que necesito oírlas, es algo que no tiene importancia.

—Vale —contesto—. Hagamos las paces. Bésame.

No cuestiona mi orden, y sé que lo hace instintivamente, no es que actúe así por sensatez o porque esté intentando apaciguarme. Me da un piquito, nada más, pero al fin y al cabo es un beso. Me abstraigo por completo, atrapado en el momento, hasta que una tos interrumpe mi dicha. Miro a la mesa y me doy cuenta de que todos nos observan. Esperando, risueños.

Ava empieza a juguetear con su servilleta y yo vuelvo a mi silla, sonriendo al ver que se ha puesto roja de pronto.

—Lo siento —musita, los ojos mirando a todas partes menos a nuestros amigos.

Nadie está sorprendido. Nadie salvo ella. Todos nos conocen. Puede que no seamos completamente nosotros en este momento en concreto de nuestra vida, pero sé que nuestros amigos están encantados de ver las pequeñas señales que indican que en el fondo somos los Jesse y Ava de siempre.

Pedimos a la carta, la conversación ahora es fluida. Observar a Ava mientras Kate le cuenta historias de los últimos años es más placentero de lo que pensaba. Cuando llega la comida, me paso la siguiente media hora viendo que Ava la pasea por el plato, y que bebe mucho más de lo que está comiendo.

—¿Más vino? —pregunta Kate mientras da buena cuenta de su plato, algo con chile, lo más picante de la carta, y señala la copa de Ava.

¿Soy yo el único al que le preocupa la cantidad de alcohol que está tragándose mi mujer? Frunciendo un tanto el ceño para mis adentros, me acerco a ella.

—Con calma, nena. Aún estás delicada.

Pone los ojos en blanco y me da unas palmaditas en la mano. Un puto gesto de lo más condescendiente.

—Estoy bien —me asegura.

Una hora después no está tan bien, y yo estoy hecho una puta furia conmigo mismo por haber cedido. No me pongo como un energúmeno porque sí, siempre hay razones perfectamente buenas cuando insisto en algo. Y la razón de que no quisiera que Ava bebiese es evidente cuando veo que se levanta de la silla tambaleándose. Más le vale a Kate que no intente detenerme esta vez. Mirando ceñudo a mis amigos para que sepan que los considero responsables a todos y cada uno de ellos, agarro a Ava por el codo y la acompaño al servicio.

—No estoy borracha. —Hipa y se ríe tontamente—. Bueno, no mucho.

—Cállate, anda —refunfuño, y entro en el servicio con ella y abro la puerta de uno de los cubículos—. Adentro.

Me planto en la puerta en lugar de dejarla sola, dándole una mano mientras ella se baja las bragas con la otra.

—¿Se puede saber por qué sonríes? —pregunta, y se agacha mientras me mira radiante, entornando los ojos de borracha.

—Es solo que me extraña que no me hayas echado.

Se para a pensar un instante.

—Ni siquiera me lo he planteado. Además, tenemos hijos en común. Me figuro que estarías en el parto.

Tengo las mejillas encendidas y una sonrisa de oreja a oreja, me vienen a la memoria recuerdos del día que nacieron mis hijos, como si fuera ayer. Cómo vuela el tiempo.

—Fue el día más bonito de mi vida.

Y estresante. Cojo un poco de papel, se lo paso y la ayudo a levantarse cuando termina.

—Creo que es hora de irnos a casa —anuncio.

—Pero si está siendo una noche estupenda —se queja, y deja que la lleve al lavamanos—. Escuchando todas esas historias…

Sí, ha sido estupenda, pero ni una sola vez ha dado la impresión de que se acordaba de algo, y yo he estado muy atento por si la asaltaba algún recuerdo. Cualquiera. Un rayo de esperanza.

—Es tarde.

Abro el grifo y le meto las manos debajo.

—Y tú has bebido más que suficiente —añado.

—Eres muy mandón.

Suelta una risita, y yo pongo los ojos en blanco y le seco las manos.

—¿Me puedo tomar otra copita antes de irnos?

—No.

Le paso un brazo por la cintura y salimos del servicio para volver a la mesa.

—Nosotros nos vamos.

Sujeto a Ava con una mano mientras cojo la cartera con la otra y saco unos billetes con los dientes.

Ava me los quita de la boca antes de que pueda soltarlos.

—No me deja tomar otra copa —refunfuña, y tira el dinero en la mesa—. Es un coñazo.

—La última, Jesse —suplica Kate, poniendo ojitos—. Solo está un poco achispada.

—Un poco achispada es demasiado achispada.

—Me lo estoy pasando bien —replica, indignada, Ava—. Y ahora mismo no es que tenga muchos motivos para ser feliz. Estoy casada con un hombre al que no conozco, no reconozco a mis hijos y me faltan dieciséis años de mi vida.

En la mesa todos se quedan helados. No hago ni caso, tampoco a mi mujer; la cojo por los hombros y me muerdo la lengua.

—Despídete —suelto.

—¡Adiós!

La obligo a dar media vuelta con firmeza y empiezo a sacar a la borrachina del restaurante. Tengo que cambiar el cariz que está tomando esto antes de perder los estribos. Y estoy a punto de perderlos.

—Te estás ganando un polvo de represalia, señorita.

Abro la puerta y la miro serio a más no poder cuando levanta la vista, los ojos entornados. Lo está viendo: yo follándola duro y ella esposada a la cama.

—¿Qué más te estás imaginando? —pregunto envalentonado, pues quiero que sepa que me doy perfecta cuenta de lo que está pasando por su ebrio cerebro.

—Nada —asegura.

Franquea la puerta, no contoneándose como acostumbra, sino más bien dando tumbos. La cojera está empeorando. Cuando lleguemos a casa le escondo todos los tacones. Y debería comentárselo a su médico.

Estoy a punto de cogerla en brazos cuando frena en seco, haciendo que me choque contra ella y la empuje un poco. La cojo por el codo y me cabreo.

—Joder, Ava.

Pasa por alto mi irritación, sigue mirando al frente.

—¿Matt? —dice.

Estiro el cuello a la vez que levanto la cabeza y mi mano baja automáticamente del codo de Ava a la cintura. Acto seguido doy un paso adelante y salvo los escasos centímetros que separan su espalda de mi pecho. Me pongo rojo de ira, algo que solo empeora el hecho de que reconozca al capullo con el que salía antes de conocerme a mí. Es como recibir una puta patada en la boca. O un bate de béisbol en el estómago. Y ello no hace sino inflamar mi ira.

El tiempo ha causado estragos en el ex novio de Ava. Muchos estragos, aunque por su forma de mirar a mi mujer deduzco que él no piensa lo mismo de ella. Joder, que alguien me contenga.

—¿Ava?

Se adelanta, sin darse cuenta de que yo estoy detrás. Le saco la puta cabeza y los hombros a Ava, es imposible que no me vea, a menos que algo más agradable acapare toda su atención, y mi mujer, especialmente con esa mierda roja ridículamente corta, sin duda resulta bastante más agradable a la vista que yo. Tuerzo el gesto, consciente de que estoy gruñendo, refunfuñando y lanzando miradas asesinas.

—Vaya, estás estupenda.

Ella se mueve. ¿Acaso intenta zafarse de mí? ¿O es que está nerviosa? No lo sé, y no me gusta ninguna de las dos cosas, así que le aferro con más firmeza la cintura: no se irá a ninguna parte. Pero Matt sí, como no se largue de una puta vez. Al espacio exterior, del puñetazo que le voy a dar.

—Gracias, Matt.

Ava me mira, pero no sé si la mirada es cautelosa o de advertencia. Estoy demasiado ocupado fulminando con los ojos al soplapollas de su ex. Ya solo oír a Ava pronunciar su nombre hace que me ponga malo.

—Leí en el periódico que habías tenido un accidente. No sonaba muy bien. —Matt sigue mirando a Ava—. Aunque debo decir que yo te veo perfecta.

—Estoy en ello. Tú también tienes buen aspecto. ¿Cómo te van las cosas?

¿En serio? ¿Se supone que tengo que quedarme aquí pasmado como si sobrase mientras mi mujer y su ex novio celebran su bonito reencuentro? De eso nada. Por encima de mi puto cadáver. O puede que por encima del de Matt, porque juro que me lo cargo.

—Nos vamos.

Tiro de Ava para que se mueva, sin dejar de lanzar una mirada asesina a Matt mientras me la llevo. Cuando por fin el idiota me mira, lo invito a que recuerde lo que pasó la última vez que se acercó demasiado a mi mujer.

—Has sido un maleducado, Jesse —arguye Ava en vano camino del coche.

La hago parar y me agacho para poder mirarla a los ojos.

—Tú no recuerdas lo que te hizo, pero yo sí.

Veo la amargura reflejada en su rostro en el acto, y tengo miedo de que esa amargura no vaya dirigida a su ex, sino a mí.

—¿Qué hizo? —pregunta con chulería.

—Te puso los cuernos. Vivías con él, Ava, y te fuiste de casa cuando te enteraste de que te había puesto los cuernos. Es un cabrón.

Veo su cara de sorpresa, y también que está dolida. ¿Por él?

—Así que él me puso los cuernos y tú me pusiste los cuernos. —Suelta una risotada cruel—. ¿Qué coño pasa conmigo? Y, puesto que se supone que te amo con locura, tus ofensas me hacen más daño. Así que ahora mismo al único puto cabrón al que veo es a ti, Jesse. ¡A ti y solo a ti! Y que sepas que te odio.

Veo que lamenta lo que ha dicho nada más decirlo por cómo aprieta los labios y da un pasito atrás, apartándose de mí. Pero no creo que llegue a saber nunca lo mucho que me duelen sus palabras. Creo que preferiría que me dieran otra puñalada en el estómago. ¿Me odia?

—Quiero pensar que esa crueldad se debe a que has bebido demasiado. Sube al coche. Ahora. —Parezco poseído, y me importa una puta mierda.

Sin decir más, Ava se acomoda en el asiento del copiloto y se abrocha el cinturón sin apartar los cautelosos ojos de mí cuando le cierro de un portazo y doy la vuelta al coche. Me siento a lo bruto, arranco y salgo disparado, conduciendo temerariamente en un intento de aplacar la ira ciega que siento. Ya es bastante malo que haya reconocido a ese tipejo, bastante malo que el último hombre de su vida al que recuerda sea ese cerdo, pero ¿que haya dicho eso?

Me miro las manos, la tensión reflejada en ellas al apretar el volante, pero a pesar de la fuerza que hago, el tembleque no para. Estoy que me subo por las putas paredes. Que haya dicho que me odia ha despertado al psicópata que hay en mí. Hacía años que no estaba de tan mal humor, hacía años que no perdía los nervios y me acometía una furia destructiva. Tengo la sensación de que toda esta mierda está llegando a un punto crítico. Estoy al rojo vivo.

Y ella lo sabe.