CAPÍTULO 24

—Tres.

Estoy acechando a mi víctima, rodeándola, viendo cómo retrocede con una sonrisa burlona en la boca.

—Dos —gruño, ganando velocidad, riendo por dentro cuando se vuelve lanzando un gritito y sube la escalera a toda pastilla.

—Uno —grito, subiendo los escalones de tres en tres e irrumpiendo en nuestro dormitorio.

Ella está de pie en el extremo opuesto, con un bote de nata montada en una mano y un tarro de crema de chocolate en la otra. Y está esplendorosamente desnuda, a excepción de la sonrisa seductora que luce.

—A ver qué es lo peor que puedes hacer, señor Ward.

—Cero, nena.

Me sobresalto y me despierto de golpe, mirando como un loco alrededor.

—¿Jesse?

Veo a Ava a los pies de la cama, en bata.

—Debo de haberme vuelto a quedar frito.

Me restriego la cara con las manos, preguntándome cómo es posible que esté tan cansado después de haber dormido tan bien esta noche.

—Acabo de hablar con Kate. Quiere que salgamos a cenar con ellos mañana por la noche.

No se me ocurre nada peor que tener que estar con gente e intentar sonreír. Lo único que quiero es esconderme en nuestra pequeña mansión hasta que todo vuelva a la normalidad. Estoy a punto de sugerir que hagamos exactamente eso, pero Ava se me adelanta.

—Tengo muchas ganas de verla.

Es lógico. La mejor amiga de Ava es una de las pocas personas a las que reconoce. Y eso es algo que hace el mismo puto daño que la picadura de una puta carabela portuguesa gigante.

—Genial. —Sonrío fingiendo entusiasmo.

—Me voy a dar una ducha. —De camino al cuarto de baño me señala el teléfono, en la cama—. Los niños han llamado mientras dormías.

—¿Lo has cogido?

La idea de verla mirando desconcertada mi móvil mientras sonaba, con la cara de nuestros hijos en la pantalla, se me hace insoportable.

—Claro. —Casi parece ofendida—. Hoy han ido de pesca. Mi padre ha pescado un besugo que pesaba casi cinco kilos. Jacob ha mandado fotos.

Cojo el teléfono para verlos y lanzo una risotada al ver a Jacob con un pez enorme en la mano y una sonrisa mayor aún en el rostro. Luego veo a Maddie, con los ojos como platos, mirando el besugo como si fuese un tiburón blanco.

—Míralos.

El corazón se me alegra cuando me vuelvo hacia Ava, su sonrisa tan radiante como la mía.

—Jacob se parece tanto a ti en esa foto.

El comentario de Ava hace que me vuelva a fijar en mi hijo. Tiene razón: se parece más de lo habitual.

—Qué guapo es —añade.

La miro y se encoge de hombros con cierta timidez.

—Y Maddie es igualita a ti. Preciosa.

Se pone un tanto seria. Como si lo pusiera en duda.

—Asusta un poco, ¿no crees?

—¿Qué? ¿Lo parecidos que son a nosotros?

—Sí.

Se acerca a mirar la pantalla conmigo.

—No asusta nada —replico, mirándola risueño—. Son unos putos niños con suerte.

Se ríe con una risa genuina, que hace que se doble por la mitad y apriete el estómago. Me gusta verla así, hace que yo sonría de oreja a oreja.

—Eres un cabezón.

—Eso dicen. Y ahora mueve ese precioso culo y vete a la ducha. Después de terapia, te llevaré a un sitio especial.

—Si te digo la verdad, estaba pensando en llamar a Elsie por lo que me dijo. Puede que el yoga sea lo que necesito. La terapia no me sirve de nada. La odio. Solo me hace sentir como una mierda y me desespera.

La entiendo perfectamente. Odio verla tan desanimada cada vez que sale de allí. Pero…

—En el gimnasio hay clases de yoga —le recuerdo—. Si quieres, te puedo apuntar. —De esa forma la tendré cerca.

—¿Hacer yoga en una clase con treinta personas más? —Me mira arrugando la nariz—. Lo que tengo en mente no es tanto relajarme. Las clases de Elsie parecen mucho más terapéuticas. Son individuales. ¿Tú qué opinas?

—Creo que el yoga es yoga.

Pone los ojos en blanco y va al cuarto de baño.

—Pero Elsie tiene un algo espiritual.

Tuerzo el gesto mientras me levanto y voy detrás de ella.

—No irás ahora a dártelas de hippie conmigo, ¿no? —Sonrío cuando chasquea la lengua en señal de desaprobación—. Aunque si quieres dejar de llevar sujetador por el día, por mí perfecto. —La cojo donde está, delante del espejo, y le doy una vuelta, el enérgico grito de sorpresa que pega es música celestial para mis oídos.

—Lo digo en serio. —Intenta zafarse de mí, y ello hace que me sienta un poco ofendido.

—Yo también. —Tiro de ella para acercarla a mí—. Si quieres hacer yoga, tenemos un gimnasio estupendo donde puedes hacerlo. Lo lógico es que vayas allí. —Es lo puto lógico.

—Para que puedas vigilarme.

—Exacto.

Amusga los ojos, mosqueada.

—Me imagino que tenía una vida aparte de ti antes del accidente —dice con un mohín—. ¿O es que siempre me tenías atada a tu lado?

—Más quisiera —respondo en tono burlón.

—Voy a ir a yoga al centro de Elsie, y no podrás impedírmelo.

Espero que no quiera apostar. ¿Qué tiene de malo nuestro gimnasio si quiere practicar yoga? ¿Y si recupera la memoria cuando no estoy con ella? Sabe Dios que, si llegara a recordarlo todo de pronto, podría sufrir un ataque de ansiedad. Cuando estoy a punto de reiterar mi negativa a que vaya, me contengo, recordándome que en la balanza prácticamente está mi vida. No podré hacer que recuerde si no me habla, y eso es lo que pasará si le niego esto. Así que mano blanda. Paciencia.

—Está bien —pronuncio las palabras con fuerza—. Pero te llevo y te voy a buscar.

—Me gustaría conducir yo.

Suelto una risotada estridente. Me está poniendo a prueba.

—No te pases, Ava. He accedido a lo del yoga, y eso es todo lo que vas a sacar. —Me pongo delante de ella y la abrazo con fuerza—. Y punto.

—Conduzco yo. —Me clava la pelvis en la entrepierna—. Y punto.