CAPÍTULO 35
Es sábado, el día que Raya y Drew celebran su fiesta de compromiso. Mientras agito el agua para hacer burbujas en la bañera, repaso de nuevo mi plan, de principio a fin. Cada parte de él gira en torno a mimar a mi mujer hasta más no poder. Colmarla de afecto y atenciones. Hacer que se sienta como lo que es para mí: una reina.
Cuando la bañera tiene la cantidad perfecta de agua y burbujas, cierro el grifo y me desnudo. Después voy al dormitorio sin hacer ruido y observo cómo duerme la siesta apaciblemente sobre la colcha. Me sabe mal despertarla, pero tengo que poner mi plan en acción o llegaremos tarde a la fiesta. Me arrodillo junto a la cama, cojo la única cala del jarrón que descansa en la mesilla de noche y pego mi boca a la suya. Ava se estira y gime, y me agarra los desnudos hombros. Sus manos generan llamas instantáneas en mi piel. Abre los ojos adormilada, sonríe al ver la flor, la coge y la huele con indolencia antes de dejarla en la mesilla.
—La hora del baño, nena —musito, y la saco de la cama en brazos.
Ella se acurruca mientras la llevo a la bañera, amodorrada y caliente en mis brazos. Parece que pesa menos y, ahora que lo pienso, en el tiempo que hace desde que la traje a casa del hospital, no se ha terminado ni una sola comida. De hecho, lo que hace casi siempre es pasear la comida por el plato. Mierda, tenemos que solucionar esto. Debería haberme puesto más firme.
La dejo en el suelo y empiezo a desvestirla, lo bastante despacio para que tenga tiempo de despertarse del todo antes de que la meta en el agua. Mis ojos escudriñan cada centímetro de piel que queda al descubierto, en busca de señales de huesos que sobresalen. Ahí. Justo ahí. Extiendo el brazo y le paso la mano por la cadera, frunciendo el ceño.
—¿Qué pasa?
—Has perdido demasiado peso.
Sigue estando guapa, es la cosa más guapa que he visto en mi vida, pero no cabe duda de que está más delgada. ¿Cómo he podido permitirlo?
—Tengo que darte de comer.
Me aparto de ella para coger su albornoz y se lo tiendo para que meta los brazos. Haciendo caso omiso de la prenda que sostengo en las manos, Ava me mira.
—Es que no tengo hambre.
—Me da lo mismo. Tienes que comer.
Le echo el albornoz por los hombros, pero ella se retira y me lanza una mirada de advertencia.
—Ya basta.
—Ya basta ¿qué?
—De preocuparte. Si tengo hambre, comeré.
Me quita el albornoz y lo tira al suelo, sin apartar su firme mirada de mis ofendidos ojos.
—Y no me pongas esa cara, Jesse Ward.
Levanta un dedo y me señala la boca, y yo reculo, intentando controlar mi cara larga. No puedo. Le cojo la mano y se la bajo, y ahora soy yo quien la señala con un dedo. Con esto no va a salirse con la suya. Ni hablar.
—Vas a comer y punto.
Me inclino y me la echo al hombro, a la mierda el albornoz. Comerá desnuda. No seré yo quien se queje de eso.
—¡Jesse!
Su piel desnuda rozando mi piel desnuda no contribuye precisamente a que me centre en lo que tengo que hacer. Y lo que tengo que hacer es darle de comer. Comida. Mucha comida. Aunque mi verga no está de acuerdo conmigo, a todas luces hambrienta. Ahora mi ceño fruncido va dirigido al paquete, al que exijo que se comporte, mientras saco a Ava del cuarto de baño.
—¡Bájame!
Me clava las uñas en el culo.
—¡Eres un puto animal!
Aúllo de dolor mientras la oigo reírse, las uñas avanzando hacia el centro, hundiéndose más.
—¡Ava!
Me veo obligado a soltarla para frotarme la zona dolorida, con ella riendo tontamente delante de mí, echándose el pelo hacia atrás.
—No tengo hambre —afirma, y me deja donde estoy y vuelve al cuarto de baño.
—¡Ava!
—Que te den, Jesse. Te estoy diciendo que no tengo hambre, coño.
Dejo de frotarme el culo, la polla ahora completamente floja. Salgo tras ella cabreado, enfurecido al ver lo poco en serio que se toma su salud y lo mal que habla, entro en el cuarto de baño y veo que tiene un pie en la bañera y los ojos clavados en mí, en la puerta. Frunzo más el ceño, y su sonrisa se hace más grande. Es encantadora y exasperante a la vez.
—Vigila esa puta boca.
La sonrisa crece más aún y mi ira pierde un poco más de fuerza al verla.
—Que te den —musita; está jugando, provocándome, la muy boba.
—Tres… —me sale sin más, ahora yo también sonrío.
—Que te den —susurra nuevamente.
Doy un paso adelante, ahora demasiado entusiasmado con su gesto juguetón para que me importe mucho su lenguaje.
—Dos…
Saca el pie del agua y cruza los brazos, estrujándose las tetas bien arriba y abriendo un canalillo que ejerce la misma fuerza que un imán. Mi mirada baja, de pronto la boca se me hace agua, la polla se me pone dura.
—¿Y?
—Uno —contesto, sin dejar de mirarle el pecho.
—¿Y?
Baja los brazos y se lleva las manos a las tetas.
Enarco una ceja y la miro a la cara. Mi sonrisa, la que reservo únicamente para mi chica, se agranda, y ella la disfruta, lanzándome una mirada radiante. Cómo quiero a esta mujer, coño. Tiene la capacidad de distraerme con tan solo una sonrisa. Y ahora lo único que quiero es comérmela.
Es la reina absoluta. Es mi mundo. Mi vida. Mi día, mi noche, mi aire, agua y fuego. Joder, ¿qué haría sin ella? Se me partiría el corazón y moriría de pena, lo sé. Me convertiría en polvo. No sería nada. Mi puñetero corazón late más despacio solo de pensar en ello, y en un breve instante de pánico, la sensación de lo más real, avanzo y le robo un beso, aunque solo sea para asegurarme de que todavía la tengo. Y mantengo los ojos abiertos, como ella, que me mira fijamente. Es un beso sereno. Un beso indolente, tierno, inquisitivo. Es la unión de dos personas que están en sintonía, y luego Ava habla y confirma que es así.
—Estoy aquí —me asegura, y me alegro cuando me estruja, sin interrumpir el intenso beso.
—Deja que te cuide —le pido, bajando el ritmo hasta que nuestros labios simplemente se tocan, el calor aún presente—. Deja que te mime y te quiera con todas mis fuerzas.
—Es que no tengo hambre —suspira, y me acaricia la espalda cuando la miro haciendo un mohín, mostrándole lo decepcionado que estoy—. Al menos no de comida. Cuando la tenga, comeré, te lo prometo.
—Ava…
Me pone un dedo en la boca para que no siga hablando.
—Pero de ti siempre tengo hambre. De tu voz, de tus palabras, de tu necesidad de cuidarme.
Sonríe un poco, casi con timidez. Yo mantengo la boca cerrada, desesperado por saber más de esta hambre suya.
—Sé exactamente por qué me enamoré de ti, aunque no lo recuerde. Porque está volviendo a pasar.
Hay un temblor en su voz, y estoy seguro de que también lo habría en la mía si hablase. Se está enamorando de mí. Trago de golpe la emoción de alivio que me sube por la garganta.
—Eres el hombre más apasionado que he conocido en mi vida, y todo lo haces por mí y por los niños. Lo veo. Todo lo que haces lo haces con tanta intensidad. Tanto si te enfadas como si estás jugando o haciéndome el amor. O simplemente queriéndome. Todo es apasionado, y me encanta. Me encanta que los niños y yo seamos el centro de tu mundo. Que nos quieras con tanta fuerza aunque a veces abrume un poco. ¿Qué mujer no querría que la amaran con esa intensidad?
Me pone las manos en las mejillas, el pulgar atrapando una única lágrima al caer. Noto que la felicidad que siento me ahoga, porque por primera vez veo que hay verdadera esperanza aunque Ava no recuperase la memoria. Se puede volver a enamorar de mí. Nuestro amor floreció porque debía ser así. Porque estábamos hechos para encontrarnos. Y eso es algo que no ha cambiado.
—Eres el hombre de mis sueños, Jesse Ward. —Me besa en la comisura de la boca—. Y me imagino que también serás el hombre de los sueños de muchas otras mujeres.
—Pero ellas no pueden tenerme —prometo, como si esa fuese una preocupación para Ava—. Soy tuyo, igual que tú eres mía. Así son las cosas.
Sus dientes se hunden en mi rasposa mejilla, sus brazos rodeando mi cuello.
—Ahora que hemos aclarado esto, ¿piensas mimarme como has prometido?
—Sí —aseguro, y me aparto—. Justo después de que te hayas dado un baño relajante.
La llevo a la bañera y la deposito en ella con suavidad, luego le doy un beso en la frente y la dejo para que se prepare. No me puedo bañar con ella, o no llegaríamos a la fiesta.
—Ponte el vestido de encaje y reúnete conmigo en la entrada a las siete y media.
Cierro la puerta al salir, satisfecho, porque sé que no me decepcionará.