CAPÍTULO 37
El vestíbulo del Café Royal está de lo más animado, la majestuosidad impresionante.
Entramos en el pequeño y recargado ascensor, ambos en silencio mientras nos lleva arriba. Ava me mira de soslayo unas cuantas veces, sin soltarme la mano. Cuando la puerta se abre, nos asalta una sinfonía de sonidos: música, parloteo, risas. Doy un paso adelante, pero noto la resistencia de Ava.
—Todos tienen ganas de verte —digo, para que se sienta segura—. Y no te dejaré sola en ningún momento.
—¿Y si necesito ir al servicio?
—Iré contigo —digo como si tal cosa, porque es lo que pienso hacer. Me sonríe, a sabiendas de que lo haré, y sale del ascensor—. Si hay demasiado ruido, me lo dices. —No quiero que se le despierte el dolor de cabeza.
—¿Qué harás? ¿Pedir a todo el mundo que se calle y ordenar a Drew que apague la música?
Le sonrío, no es preciso que conteste. Sabe que también haría eso.
—Ya, una pregunta tonta —dice sacudiendo la cabeza—. Claro que lo harías.
Cruzamos el umbral de la sala y noto que Ava me aprieta la mano; la otra sube y me agarra el bíceps.
—Relájate —le digo tranquilamente mientras cojo una copa de champán de una bandeja que me ofrecen y le quito la mano. Le doy el champán—. A sorbitos.
—Vale.
Se bebe la copa de golpe, echándose hacia atrás con sigilo cuando voy a cogerla.
—Demasiado lento, Ward —musita, y deja la copa en la bandeja.
Con esta mujer no hay quien pueda.
—Pagarás por esto.
—Me muero de ganas.
Sube la mano y saluda, y no tarda en sumarse a nosotros Raya.
—Enhorabuena, Raya. Estás preciosa —le dice Ava, cogiéndola de las manos y haciendo que extienda los brazos para admirar el vestido de Raya en todo su esplendor.
—¿Este trapito viejo? —Raya pone los ojos en blanco y se acerca a Ava para darle un beso en la mejilla—. Gracias por venir. Significa mucho para Drew y para mí.
—No me lo perdería por nada del mundo. —Ava me mira de reojo y menea ligeramente la cabeza para darme a entender que le dedique algo de atención a la protagonista de la velada.
—Impresionante, de verdad —gruño prácticamente, apartando los ojos de mi taimada mujer justo cuando Drew se une a nosotros.
El traje impecable, como era de esperar. Da a su prometida un cariñoso beso en la mejilla y después se centra en Ava. No quiero que le dé mucha importancia a su presencia. Que todo el mundo comente que ha venido no será de mucha ayuda.
—Ava, estás espectacular. —Drew la besa tiernamente en la mejilla antes de volver con Raya—. Gracias por venir. Y ahora, si no os importa que os robe a mi preciosa novia.
—Claro que no, vete. —Ava los echa y se aprovecha del camarero que pasa por su lado mientras yo le estrecho la mano a Drew.
—Despacio —advierto cuando se lleva la copa a los labios.
El cristal descansa en su labio inferior unos instantes mientras ella sopesa mis formas, cada vez más bruscas. Después hace alarde de dar el más leve, mínimo de los sorbos.
—No me provoques, señorita.
Le cojo la mano y me abro paso entre el gentío, asegurándome de despejar el camino mientras tiro de mi mujer.
—Ahí está John —dice Ava, señalando el bar—. Y Elsie.
¿Ha venido con alguien? Cambio de rumbo deprisa, dirigiéndome hacia ellos. El grandullón sonríe, probablemente más de lo que yo le haya visto nunca, y ha hecho un verdadero esfuerzo: el traje negro que lleva es nuevo, eso seguro, la camisa blanca almidonada, y la calva superbrillante, sin duda le ha estado sacando brillo. En cuanto me ve, la viva sonrisa se vuelve una mirada ofensiva. Una mirada que podría hacer que se contrajera cada uno de mis músculos, y tengo muchos. Pero, claro está, no hago ni caso de su repentina pose amenazadora y me estiro cuan largo soy.
—No lo provoques —me advierte Ava.
Hago un gesto de burla. Llevo mucho tiempo esperando esto.
—John. —Apoyo la mano con firmeza en su compacto hombro. No se mueve ni un centímetro—. Parece que quieres impresionar a alguien.
Sus ojos se tornan sombríos, lo que hace que yo sonría más. A continuación miro a Elsie, y la ciego con mi mirada.
—Y tú estás deslumbrante. Espero que John te lo haya dicho. —No lo veo haciendo un cumplido.
—Pues me lo ha dicho, sí. —La mano de Elsie busca la de John—. Y unas cuantas veces, a decir verdad.
John me sigue fulminando con la mirada y yo sigo sin hacerle ni caso.
—Qué romántico.
Sus ojos me dicen que me vaya de una puta vez si no quiero que me parta esa cara de creído que tengo, pero jamás me lo diría delante de su nueva amiga.
—Entonces ¿lo vuestro es oficial?
—Jesse. —Ava suspira, parece cansada de mi juego. ¿Cansada? Si no he hecho más que empezar—. Vamos a buscar a Kate y Sam.
—Buena idea —refunfuña John mientras Ava tira de mí, pero yo no puedo borrar la sonrisa de mi cara—. Pasadlo bien —dice John, todo menos sincero.
—Igualmente —contesta Ava, los tirones de mi brazo cada vez más fuertes—. Jesse, por el amor de Dios, ¿quieres comportarte?
—Esto es mucho, nena.
Transijo y me vuelvo, dejando que Ava me guíe a través de la multitud.
—Solo he visto que se le caiga la baba con sus bonsáis.
—¿Tiene bonsáis? —exclama.
Su asombro está justificado teniendo en cuenta que hablamos del hombre descomunal, con pinta de agresivo, al que quiero con toda mi alma.
—Si presta a Elsie la misma atención que a esos arbolitos, se sentirá muy especial.
Veo a Sam con Kate, que se está metiendo un canapé en la boca.
—¿Tienes hambre, Kate? —pregunto, alarmado al ver que acto seguido se come otro.
—Por favor —farfulla con la boca llena, cerrando los ojos como si fuese un bocado del paraíso—. No puedo parar de comer. —Coge otro y lo sostiene en la mano mientras se acerca a Ava para darle un abrazo—. Comida. Dame comida y seré feliz.
Ava se ríe mientras Sam menea la cabeza, risueño.
—¿Vamos a sentarnos? —pregunto, pensando en el barrigón de Kate y la pierna mala de mi mujer.
—No. —Sam cabecea mientras señala con la cerveza a un camarero que pasa—. Kate ha descubierto el camino que lleva a la cocina, y este es el mejor sitio para pillar lo bueno antes que los demás. Nos pasaremos aquí toda la noche.
—Tienes que sentarte, Kate —dice Ava, y le toca la barriga y se la acaricia un instante—. ¿Cómo estás?
—Hambrienta —contesta Kate al tiempo que coge otro canapé y se lo mete entero en la boca.
Sam parece exasperado a más no poder. Coge uno para él.
—Y yo como por solidarizarme con ella. Es preciso que este niño salga pronto, antes de que su madre y su padre se queden sin comida y se coman el uno al otro.
Ava se ríe, parece relajada mientras observa a nuestros amigos, que van devorando canapé tras canapé. Pero yo no me pienso estar de pie en ese sitio toda la noche. Y Ava necesita sentarse. Veo que una camarera entra en la sala y viene hacia nosotros. En cuanto la tengo al alcance de la mano, le quito la bandeja.
—Es una emergencia —afirmo al ver su cara de sorpresa.
—Madre mía. —Kate se me echa encima como si me necesitara para respirar, metiéndose comida en la boca.
—Vamos. —Los empujo a todos hacia la terraza, siguiéndolos con la bandeja.
El tráfico en Regent Street es escaso, las luces brillan, el bullicio de Londres un telón de fondo perfecto. Unas columnas de piedra nos flanquean, prismas calefactores caldeando el aire nocturno. Este pequeño refugio privado que descuella sobre las bulliciosas calles de Londres es de una belleza idílica.
En cuanto Kate se sienta, le pongo la bandeja delante, sonriendo a Sam cuando lo veo poner los ojos en blanco.
—Sorbitos —le digo al oído a Ava cuando se acomoda en una silla. Para mí cojo agua—. ¿Tienes hambre?
—Aunque la tuviera, no creo que me atreviese a quitarle un canapé —comenta, haciendo que Kate deje de masticar.
—Uyyy… ohhh… brddd.
Le ofrece la bandeja con un gesto mientras farfulla cosas sin sentido, y Ava se inclina y coge uno de los panecitos mientras Kate sigue profiriendo gemidos de satisfacción.
—No sé qué tienen —dice—, pero no me canso.
Me encanta ver que Ava se come uno sin que yo la presione. Sin embargo, no le dura mucho en la boca. Tose, coge una servilleta y se la lleva a los labios.
—Joder —espeta, y vacía en la servilleta lo que tenía en la boca.
—¡Ava!
Mi ladrido la sobresalta, aunque no se disculpa por el taco que ha soltado.
—Lo sé. —Kate echa mano de otro y se lo come—. Piii… piiii… caaa… mucho.
—¡Necesito agua! —Ava empieza a abanicarse la boca, buscando agua como una loca a su alrededor—. ¡Deprisa! Por Dios, la boca me arde.
Le doy mi vaso mientras Sam, al otro lado de la mesa, se parte de risa, y Ava coge el vaso y se lo bebe entero con ansia.
—¿Picante? —aventuro, sonriendo mientras ella asiente sin soltar el vaso.
—Delicioso —corrige Kate.
—No te gusta nada la comida picante.
Ava tiene la cara roja y la piel sudorosa. Mira la bandeja con cara de asco.
—Ah, es que a Kate le ha dado por ahí.
Sam coge un canapé y se lo ofrece a Kate, cuya boca se abre como si suplicara una golosina.
—Está dejando seco el restaurante indio del barrio.
Le mete el canapé en la boca y le quita de la comisura de los labios un poquito de salsa con una sonrisa cariñosa.
—No echaré de menos que me pida un curry a medianoche, pero a estas sí las echaré de menos.
Le pone la mano en uno de los hinchados pechos y sonríe. Ava, sin saber dónde mirar, clava la vista en el champán; yo, en cambio, me río. Con los años se había acostumbrado a las burradas de Sam. Ahora tiene que volver a empezar.
—¿Alguien quiere algo de beber? —pregunta Sam, que le suelta la teta a Kate y se levanta.
—Para mí un zumo de pomelo —pide Kate con esa boca siempre llena—. Con una pizca de zumo de tomate y un poco de salsa Worcester.
—Por Dios, Kate —suelta Ava, risueña—. El embarazo está haciendo estragos con tu apetito.
—A mí me lo vas a decir —apunta Sam—. ¿Jesse?
—Para mí agua.
—Vete —sugiere Ava, asintiendo cuando la miro con cara de interrogación. ¿Qué ha sido de lo de no moverme de su lado?—. No pasa nada. Está Kate.
Intuyo que quiere estar un rato a solas con su amiga, y la verdad es que no estoy seguro de si me parece bien. ¿Qué se dirán? No lo sé, y eso me mata. Pero atosigarla cuando me ha pedido que le dé algo de espacio me hará un flaco favor.
—Cinco minutos —accedo de mala gana, y me inclino para besarla en la mejilla—. Vais a hablar de mí, ¿no?
—No seas tan creído.
Ava sonríe, una sonrisa cariñosa que no me hace sentir mejor. La escudriño unos instantes, tratando de leerle el pensamiento.
—Largo —me ordena, tirándome de la manga—. Y tráete algún canapé que no me vuele la cabeza.
Es como si supiera que la promesa de que comerá conseguirá que me marche. Y odio que tenga razón.
—De acuerdo.
—Y más de estos —añade Kate, al tiempo que se echa otro a la boca—. Me estoy quedando sin.
Me levanto deprisa, y río mientras me alejo con Sam.
—Eh, mira eso.
Le doy un golpecito en el hombro y mira hacia el bar conmigo, donde John está cortejando a su amiga.
—Te plantará ese pedazo de puño que tiene en la nariz si no lo dejas en paz —ríe Sam, y llama al camarero.
—Valdría la pena. —Pido agua—. Y un zumo de pomelo con…
Intento recordar la asquerosidad que quiere Kate. Miro a Sam, que se hace con el control y recita la bebida.
—Hola, muchachos.
Drew se une a nosotros, poniéndonos una mano en el hombro a cada uno mientras mete la cabeza en medio.
—¿Qué coño es eso? —inquiere al ver el vaso de Dios sabe qué.
—No preguntes —contesto.
Me aparto de la barra y me apoyo en la madera.
—Bueno, ya falta poco para que te anillen a ti también. ¿Nervioso?
—La verdad es que sí. Sé que te sorprenderá.
No me sorprende. Nada más verla, se enamoró de la preciosa Raya. Puede que fuera una sorpresa en el momento, pero no hay más que verlos juntos para entenderlo. ¿Quién habría pensado entonces que estaríamos donde estamos? Sam preparándose para la inminente llegada de su primer hijo. Drew listo para subir al altar. Y yo con mellizos y una mujer que no sabe quién soy. Me estremezco, anonadado con las deprimentes ideas que me están asaltando, y los chicos se dan cuenta. Trago saliva y me sacudo la melancolía.
—Oye, ¿cómo va todo? —pregunta Sam.
Miro a Ava y veo que se ha pasado al otro lado de la mesa para sentarse con Kate. Debe de presentir que la observo, porque levanta la vista al coger la copa y da un sorbo descarado, muy comedido. Sin embargo, ahora mismo lo que más me preocupa no es la cantidad de alcohol que está ingiriendo, sino qué le estará contando a su amiga.