CAPÍTULO 3
—¡Feliz cumpleaños, querido Jesse! ¡Feliz cumpleaños!
El canturreo de mi familia cercana y mis amigos me basta para desear volverme loco y buscar la fuente de la eterna juventud. Ni siquiera puedo ver mi puto pastel de cumpleaños entre tantas velas que lleva encima. Cincuenta. ¿Cómo coño es posible? ¡Cincuenta! Tal vez podría olvidarlo (Dios, me encantaría olvidarlo), pero mi querida esposa no me lo permitiría, y además de la fogata que arde en mi pastel, hay globos y pancartas empapelando la casa entera y el jardín, no sea que se me pase que soy un viejo cabrón.
—¿Alguien con un extintor a mano? —pregunto, aspirando todo el aire que mis pulmones pueden soportar. Lo voy a necesitar.
—Ay, no —dice Maddie por lo bajo—. Va a destrozar el pastel.
Pongo los ojos en blanco y soplo las velas mientras todo el mundo se ríe a mi costa. Sam me da una palmada en la espalda y sonríe.
—Ni una palabra —le advierto antes de que me suelte cualquier ocurrencia sarcástica—. Ni que tú fueras un polluelo.
Se ríe y ladea la cabeza. Ojalá yo aceptara tan bien mi edad.
—Voy unos años por detrás de ti, amigo. No me metas en el mismo saco.
—Que te jodan.
—¡Jesse Ward! —grita la madre de Ava, le tapa las orejas a Maddie y con un gesto de la cabeza le indica a su marido que tape las de Jacob.
Mi suegro ni se molesta y, en su lugar, atusa el pelo de mi hijo y sonríe orgulloso. Maddie se libera de su abuela y empieza a quitar las velas de mi pastel, contándolas a medida que lo hace, para echar sal a mis heridas. Cuando ya ha llegado a treinta, una embarazadísima Kate interviene. La mejor amiga de Ava le sonríe a mi hija, que la mira interrogante.
—Vamos a dejar de chinchar a tu padre —dice Kate bajito, pero no lo bastante como para que yo no pueda oírlo.
Sus ojos me buscan, pero la sonrisa que yo le estaba dirigiendo a su abultada barriga desaparece cuando entiendo que se está burlando de mí.
—Es la peor fiesta de todos los tiempos.
Me abro camino hasta la cocina para pillar una Bud, considerando las ventajas de emborracharme como una cuba. Pero inmediatamente me riño por haber pensado eso. Jamás. Abro la nevera y con un movimiento rápido abro una botella.
—Iba a preguntarte si querías algo más fuerte, pero ya imagino que no —dice Sam, que ha entrado en la cocina cuando yo cerraba de golpe la nevera.
—No me tientes.
Le doy otro trago a la Bud mientras Drew se une a nosotros. Su traje es tan impecable que no habrá podido sentarse, inclinarse o incluso moverse desde que se lo haya puesto.
—¿No es demasiado para una barbacoa? —le pregunto.
—Tengo que ir a un sitio muy especial en cuanto termine de regodearme en tu miseria.
Pasa a mi lado de camino a la nevera y se sirve una cerveza, ignorando mi mirada de sorpresa. Observo a Sam y veo que su expresión coincide con la mía. ¿Un sitio muy especial?
—¿Qué puede ser más especial que estar con tu colega en su cincuenta cumpleaños? —Me llevo la botella a los labios y veo que Drew le quita el tapón a la suya.
—Voy a pedirle a Raya que se case conmigo. —Apenas ha susurrado las palabras.
Mi resoplido de sorpresa hace que la cerveza salga disparada de mi boca y rocíe las paredes de la cocina. Y Drew no consigue esquivarlo. Toso, me atraganto e intento respirar por la nariz mientras Sam se ríe y Drew me mira como si quisiera arrancarme la cabe za. Sin duda le gustaría. Le he manchado el traje. Estampa la botella contra la encimera, los orificios nasales ensanchándose, aunque el resto de su cara permanece impasible. ¿Casado? ¿Drew? Está claro que ha encontrado en Raya a su mujer ideal, nunca lo había visto tan centrado y feliz, pero… ¿matrimonio? Jamás pensé que fuera a embarcarse en esa aventura.
—¡Jesse! —suelta, sacudiéndose con la mano el líquido de la chaqueta del traje—. ¡Joder, tío! ¡Mira!
—Lo siento. —Agarro un trapo de cocina y se lo lanzo.
—¿Qué está pasando aquí? —Kate entra en la cocina con bandejas vacías, Ava la sigue.
—Drew le va a pedir matrimonio a Raya —decimos Sam y yo al unísono, provocando que las chicas paren en seco antes de contener una exclamación, taparse la boca con las manos y revolotear alrededor de él.
—No gritéis tanto, que os va a oír —murmura Drew, y me tira el trapo con fuerza e intenta apartar a las chicas. Me golpea en la cara antes de que pueda cogerlo.
—¿Oír el qué? —pregunta Raya apareciendo en la cocina con un plato en una mano y una copa de vino en la otra.
—¡Nada! —canturreamos todos sonrientes.
Drew pone los ojos en blanco y coge a su chica.
—Nos vamos.
—¿Ah, sí? —Raya deja el plato en la encimera, un poco sorprendida, mientras él le quita la copa de vino de la otra mano y la conduce a la puerta.
—¿Qué pasa con Georgia?
Drew me lanza una sonrisilla por encima del hombro.
—El tío Jesse dice que puede quedarse.
—¿Eso he dicho?
—Eso hemos dicho —afirma Ava—. ¡Divertíos! —le dice a la pareja antes de acercarse a Kate—. ¿Crees que sigue teniendo el piercing en la polla? —le susurra al oído.
¿Pero qué coño? Miro incrédulo a mi mujer, cuya boca se ha cerrado de golpe, la espalda tensa al mirarme, los labios juntos y apretados. La miro, expectante, y se encoge de hombros, apartando los ojos, culpable.
—Eso he oído.
Se muerde el labio y mira a Kate, que se ríe acariciándose la barriga.
—Para, por favor, que me voy a hacer pis encima.
Miro fijamente a Ava.
—¿Cómo sabes que Drew tiene un piercing en la polla?
Se encoge de hombros, como si nada.
—Ya te he dicho que es lo que he oído.
—Imagino de quién vendrá —murmura Sam, echándole una mirada acusadora a Kate mientras se dirige a ella y se le acerca todo lo que permite su abultada tripa. Tiene que inclinarse hacia delante para acercar su cara a la de ella—. Cuéntame.
—En aquel entonces me sorprendió mucho, solo eso. Y tuve que contárselo a alguien.
Sam le planta un sonoro beso en la mejilla y luego baja y posa los labios en la parte superior de la barriga para besarla también.
—No escuches esto, mi vida —susurra, y mira a Kate.
Ella sonríe. Sam no.
—Me alegra saber que, de todo lo que podías haber retenido de aquella noche, te hayas quedado con la polla de mi colega.
Empiezo a reírme de nuevo y me apoyo en un taburete para estar cómodo y disfrutar del espectáculo. Al final la fiesta no está saliendo tan mal. Cruzo los brazos y mi mirada va de la cara incrédula de Sam a la desdeñosa de Kate.
—Eso, Kate —la provoco justo cuando John asoma la cabeza por la puerta.
—Los niños han convencido a sus abuelos para jugar al Twister. Yo que tú iría llamando a una ambulancia.
—Vamos. —Ava me arranca del taburete y me arrastra fuera de la cocina—. Tenemos que rescatar a nuestros padres antes de que se hagan daño.
—Pero yo quiero mirar —me quejo, y echo un vistazo por encima del hombro y veo que Sam coge a Kate por los hombros y la toma de nuevo entre sus brazos.
Ella suelta un chillido que es más de placer que de miedo.
—Oh, mierda —se ríe Kate—, creo que me he meado encima.
—He cambiado de opinión —digo.
Dejo que Ava me saque a la fuerza de la cocina hasta el jardín, donde vemos a nuestros padres entrelazados en todo tipo de posturas imposibles. Me vuelvo a reír, con más ganas cuando to dos caen de golpe formando una montaña de abuelos sobre el césped.
—Estoy demasiado mayor para estas cosas. —Mi padre se levanta a duras penas antes de ayudar a mi madre.
Doy una palmada y avanzo por el césped hasta el tentador tapete de puntos.
—Atención, amigos —digo haciendo crujir los nudillos y echando una mirada traviesa a los mellizos—. El campeón está aquí para defender su título.
—Vamos allá —suspira Jacob, apartando a un lado su pelota de fútbol.
—Yo ya he tenido bastante —declara Maddie.
—Es mi cumpleaños.
Me agacho y tiro de las esquinas del tapete para alisar las arrugas antes de quitarme los zapatos.
—Tenéis que hacer lo que yo diga. —Me levanto el cuello de mi polo Ralph Lauren—. ¿Va a jugar, señora Ward?
—¿Quiere perder, señor Ward?
Suelto una carcajada.
—Siempre gano, nena. Ya deberías saberlo.
Ava se recoge el pelo en una coleta y pone morritos.
—Las cosas están a punto de cambiar.
Sale otra risotada del fondo de mi estómago, acompañada de las risitas de los invitados. Me alegra que piensen que su afirmación es tan absurda como yo la veo.
—Soy el azul —anuncio, y los demás se retiran para dejarnos espacio—. Ava es el rojo, Jacob el verde y Maddie el amarillo. ¿Quién empieza?
—El más joven primero —dice Jacob—. Y ese soy yo.
—¡Solo por dos minutos! —protesta Maddie.
Levanto una mano para detener la inminente pelea.
—Dos minutos o dos años, Jacob es el más joven.
—Empieza Jacob. —Ava se acerca y entorna los ojos, desafiante—. Maddie segunda, yo tercera y tú, mi querido marido, a tus flamantes cincuenta, serás el último.
—No creas que vas a distraerme burlándote de mí —le advierto, y le hago señales a Jacob para que empiece ya.
Me concentro en el juego y, especialmente, en ganar. John, Sam y Kate se unen al corrillo con la hija de Drew, Georgia, y nosotros hacemos nuestro primer movimiento. Todo es muy directo, nos mantenemos estables y nos sentimos confiados.
Diez minutos después, mi mujer, yo y los niños somos un enredo de piernas y brazos y nuestro público se está riendo.
—¡Papá! —se queja Maddie—. ¡Tu pedazo de pierna no me deja moverme!
—¡Bien! —me río, sin perder ni una pizca de concentración.
—Por ahí, Maddie. —Sam se agacha junto a mi hija y le muestra cómo llegar a la ruleta.
—¡Sin ayuda! —grito girando la cara y tragándome el pelo de Ava.
La miro a los ojos y olvido mi queja. También olvido mi concentración, sus tetas tan cerca que podría lamerlas.
—Ni se te ocurra, Ward —susurra.
—Cuando quiera y donde quiera, nena.
—No mientras jugamos al Twister con nuestros hijos delante de nuestros padres.
Me tiemblan los brazos de la fuerza que hago por mantenerme en mi sitio. No ayuda que tanto Maddie como Jacob estén apoyados en alguna parte de mi cuerpo y que Ava esté prácticamente colgando sobre mi torso. Todos están siendo estratégicos, me acosan, pero no voy a flaquear. Ni hablar.
—Estás haciéndolo a propósito —la acuso.
Cierro los ojos y me concentro. Escucho aplausos y vítores de todo el mundo, lo que significa que Maddie acaba de moverse y sigue jugando.
—Te toca, mamá —canturrean los mellizos.
—Ay, si pudiera estirarme para llegar a la ruleta. —El cuerpo de Ava se apoya con más fuerza sobre el mío.
«Concéntrate, concéntrate, concéntrate». Algo suave y blandito se pega a mi boca. Algo que reconozco. Abro los ojos y me encuentro cara a cara con sus tetas. No puedo evitarlo. Abro la boca y muerdo.
—¡Aaau! ¡Jesse! —Ava se cae encima de mí llevándose a los niños por delante.
—¡Eres un tramposo!
Me río rodando y atrapando a Ava bajo mi cuerpo. Ella resopla de forma melodramática un momento, haciendo un patético esfuerzo por sacárseme de encima. Los niños murmuran disgustados, nuestros padres refunfuñan y Kate y Sam se ríen junto a Georgia y John. Pero quien tiene toda mi atención es la mujer sobre la que estoy tumbado.
—Has perdido —susurro, y le doy un beso suave en la nariz.
Su sonrisa es instantánea, igual que la aceleración de mi pulso.
—No, he ganado yo.
Me agarra del pelo y me atrae a su boca y yo la hago rodar fuera del tapete hasta el césped.
—Esta noche tendremos sexo adormilado —le digo.
—¡Oh, Dios! —grita Maddie—. ¡Mamá! ¡Papá! ¡Por favor!
Ambos reímos separando nuestros labios, pero no aflojamos. Ni ahora. Ni nunca.