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El Vórtice de la Perspectiva Total obtiene la imagen de la totalidad del Universo mediante el principio de análisis de la extrapolación de la materia.

En otras palabras, como toda partícula de materia del Universo recibe cierta influencia de los demás fragmentos de materia del Universo, en teoría es posible extrapolar el conjunto de la creación: todos los soles, todos los planetas, sus órbitas, su composición, su economía y su historia social de, digamos, una pequeña porción de tarta.

El inventor del Vórtice de la Perspectiva Total ideó la máquina con la intención fundamental de molestar a su mujer.

Trin Trágula, que así se llamaba, era un soñador, un pensador, un filósofo especulativo o, tal como le definía su mujer, un idiota.

Su esposa le importunaba de continuo por la cantidad de tiempo absolutamente disparatada que dedicaba a mirar las estrellas, a meditar sobre el mecanismo de los imperdibles o a realizar análisis espectrográficos de porciones de tarta.

—¡Ten un poco de sentido de la proporción! —solía decirle, en ocasiones con una frecuencia de treinta y ocho veces al día.

Y por eso construyó el Vórtice de la Perspectiva Total, para darle una lección.

En un extremo conectó toda la realidad extrapolada de una porción de tarta, y en el otro conectó a su mujer. De manera que, cuando lo puso en funcionamiento, su mujer vio en un instante toda la creación infinita y a ella misma en relación con el Universo.

Para horror de Trin Trágula, la conmoción aniquiló totalmente el cerebro de su mujer; pero para su satisfacción, comprobó que había demostrado de manera concluyente que si la vida existe en un Universo de tales dimensiones, en ella no puede caber el sentido de la proporción.

La puerta del Vórtice se abrió de par en par.

Con su mente desprovista de cuerpo, Gargrabar observaba sombríamente. En cierta extraña manera, Zaphod le había gustado bastante. Estaba claro que se trataba de un hombre de cualidades, aunque en su mayor parte fueran malas.

Esperaba que se desplomase al salir del cajón, como solían hacer todos.

Sin embargo, salió andando.

—¡Qué hay! —dijo.

—¡Beeblebrox...! —jadeó estupefacta la mente de Gargrabar.

—¿Podría beber algo, por favor? —preguntó Zaphod.

—Tú..., tú..., ¿has estado en el Vórtice? —tartamudeó Gargrabar.

—Ya me has visto, muchacho.

—¿Y funcionaba?

—Claro que sí.

—¿Y has visto toda la creación infinita?

—Pues claro. ¿Sabes que es verdaderamente muy bonita?

La mente de Gargrabar daba vueltas de asombro. Si le hubiera acompañado su cuerpo, se habría sentado pesadamente con la boca abierta.

—¿Y te has visto en relación con ella? —inquirió Gargrabar.

—Ah, sí, sí.

—Pero... ¿qué has experimentado?

Zaphod se encogió de hombros con aire de presunción.

—No me ha dicho cosas que no supiera de siempre. Soy un tipo verdaderamente magnífico y formidable. ¿Es que no te he dicho, hombre, que soy Zaphod Beeblebrox?

Su mirada recorrió las máquinas que suministraban energía al Vórtice y se detuvo de repente, pasmada.

Respiró fuerte.

—Oye —dijo—, ¿es esto una verdadera porción de tarta?

Se precipitó sobre el pequeño trozo de pastel y lo apartó de los sensores que lo rodeaban.

—Si te contara cuánto lo necesito —dijo hambriento—, no tendría tiempo de comérmelo.

Se lo comió.