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—Bueno, ¿nos vamos a quedar aquí sentados, o qué? —dijo Zaphod, enfadado—. ¿Qué es lo que quieren esos tipos de ahí fuera?
—A ti, Beeblebrox —dijo Roosta—. Van a llevarte a la Ranestrella, el mundo más enteramente diabólico de la Galaxia.
—¿Ah, sí? —repuso Zaphod—. Primero tendrán que venir y cogerme.
—Ya han venido y te han cogido —advirtió Roosta—. Mira por la ventana.
Zaphod miró y quedó boquiabierto.
—¡El suelo se va! —jadeó. —¿Adónde se llevan el suelo?
—Se están llevando el edificio, estamos volando —le informó Roosta.
Las nubes pasaban velozmente por la ventana del despacho.
Zaphod volvió a ver en el aire el anillo verde oscuro de los Cazas Ranestelares en torno a la torre desarraigada del edificio. Una red de haces de energía irradiaban de ellos y tenían firmemente sujeto el inmueble.
Zaphod meneó las cabezas, perplejo.
—¿Qué he hecho yo para merecer esto? —se lamentó—. Me meto en un edificio, y se lo llevan.
—No les preocupa lo que has hecho —dijo Roosta—, sino lo que vas a hacer.
—¿Y yo no tengo nada que decir al respecto?
—Ya lo hiciste, hace años. Será mejor que te agarres, vamos a hacer un viaje rápido y agitado.
—Si alguna vez me encuentro conmigo mismo —dijo Zaphod—, me sacudiré tan fuerte, que no sabré con qué me han golpeado.
Marvin entró pesadamente por la puerta, lanzó a Zaphod una mirada acusadora, se dejó caer en un rincón y se desconectó.
En el puente del Corazón de Oro todo estaba en silencio. Arthur miró al pequeño atril que tenía delante y se puso a meditar. Se cruzó con la mirada inquisitiva de Trillian. Desvió la vista y volvió a mirar al atril.
Por fin lo vio.
Cogió cinco cuadraditos de plástico y los dispuso en el tablero que estaba justo delante de la rejilla.
Los cinco cuadrados tenían las letras E, X, Q, U e I. Los puso junto a las letras S, I, T, O.
—Exquisito —dijo—, y completo tres palabras. Me parece que va a sumar un montón.
La nave se balanceó y algunas letras se desperdigaron por enésima vez.
Trillian suspiró y empezó a colocarlas de nuevo.
Por los pasillos silenciosos resonaban los pasos de Ford Prefect, que acechaba los enormes instrumentos inactivos de la nave.
¿Por qué seguía estremeciéndose la nave?, pensó.
¿Por qué se balanceaba y sacudía?
¿Por qué no podía averiguar dónde estaban? Y sobre todo, ¿Dónde estaban?
La torre izquierda de las oficinas de la Guía del autoestopista galáctico surcaba el espacio interestelar a una velocidad jamás igualada, antes o después, por ningún otro edificio de oficinas del Universo.
A media altura de la torre, Zaphod Beeblebrox paseaba colérico por un despacho.
Roosta estaba sentado en el borde del escritorio haciendo unos remiendos rutinarios en la toalla.
—Oye, ¿adonde dijiste que llevaban este edificio? —preguntó Zaphod.
—A la Ranestrella —dijo Roosta—, el lugar más enteramente diabólico del Universo.
—¿Hay comida aquí? —preguntó Zaphod.
—¿Comida? ¿Vas a la Ranestrella y te preocupa si hay comida?
—Sin comida quizá no llegue a la Ranestrella.
Por la ventana no podían ver nada, aparte de la luz parpadeante del haz de energía y de vagas manchas grises que presumiblemente eran las formas distorsionadas de los Cazas Ranestelares. A aquella velocidad el espacio mismo era invisible, y desde luego irreal.
—Toma, chupa esto —dijo Roosta, ofreciendo su toalla a Zaphod.
Zaphod lo miró con fijeza, como si esperara que un cuco saliera de un muellecito por su frente.
—Está empapada en sustancias nutritivas —explicó Roosta.
—¿Es que eres de esos que comen porquerías, o algo así? —inquirió Zaphod.
—Las franjas amarillas son ricas en proteínas, las verdes tienen complejos de vitamina B y C, las florecitas rosas contienen extracto de germen de trigo.
Zaphod la cogió y la miró estupefacto.
—¿Qué son las manchas marrones? —preguntó.
—Salsa Bar-B-Coa —dijo Roosta—, para cuando me harto de germen de trigo.
Zaphod lo olió con aire de duda.
Con más dudas aún, chupó una esquina. Escupió.
—¡Uf! —declaró.
—Sí —admitió Roosta—. Cuando tengo que chupar ese extremo, también necesito sorber un poco el otro.
—¿Por qué? ¿Qué tiene? —inquirió Zaphod, receloso.
—Antidepresivos —dijo Roosta.
—Mira, ya he tenido bastante de esta toalla —dijo Zaphod, devolviéndosela.
Roosta la cogió, bajó del escritorio, lo rodeó, se sentó en el sillón y puso los pies encima de la mesa.
—Beeblebrox —dijo, poniéndose las manos en la nuca—, ¿tienes idea de lo que va a pasarte en la Ranestrella?
—¿Van a darme de comer? —aventuró Zaphod, esperanzado.
—Van a darte de comer —dijo Roosta— en el Vórtice de la Perspectiva Total.
Zaphod nunca había oído hablar de eso. Creía conocer todas las cosas divertidas de la Galaxia, de manera que supuso que el Vórtice de la Perspectiva Total no era agradable. Preguntó a Roosta qué era.
—No es sino la tortura más cruel que puede soportar un ser consciente —explicó Roosta.
Zaphod asintió resignadamente con las cabezas.
—De modo que no hay comida, ¿eh? —dijo.
—¡Escucha —exclamó Roosta en tono apremiante—, se puede matar a un hombre, destruir su cuerpo, doblegar su espíritu, pero el Vórtice de la Perspectiva Total puede aniquilar su alma ¡El tratamiento es cuestión de segundos, pero sus efectos duran toda la vida!
—¿Has tomado alguna vez un detonador gargárico pangaláctico? —preguntó bruscamente Zaphod.
—Eso es aún peor.
—¡Vaya! —admitió Zaphod, muy impresionado.
—¿Tienes alguna idea de por qué quieren esos tipos hacerme eso? —añadió un momento después.
—Creen que es la mejor manera de aniquilarte para siempre. Saben lo que te propones.
—¿Podrías pasarme una nota para que yo lo supiera también?
—Lo sabes, Beeblebrox —dijo Roosta—, lo sabes. Quieres ver al hombre que rige el Universo.
—¿Sabe guisar? —inquirió Zaphod.
Tras un momento de reflexión, añadió como para sí mismo:
—Lo dudo. Si supiera preparar una buena comida, no se preocuparía del resto del Universo. ¡Quiero ver a un cocinero!
Roosta respiró fuerte.
—De todos modos, ¿qué estás haciendo tú aquí? —preguntó Zaphod—. ¿Qué tiene que ver contigo todo esto?
—Yo soy uno de los que planearon este asunto, junto con Zarniwoop, Yooden Vranx, tu bisabuelo y tú mismo, Beeblebrox.
—¿Yo?
—Sí, tú. Me dijeron que habías cambiado, pero no me imaginaba cuánto...
—Pero...
—Estoy aquí para cumplir una misión. La llevaré a cabo antes de separarme de ti.
—¿Qué misión, hombre, de qué estás hablando?
—La cumpliré antes de separarme de ti.
Roosta se sumió en un silencio impenetrable. Zaphod se sentía tremendamente contento.