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A diez años luz de distancia, Gag Mediotroncho aumentó la sonrisa en varios grados. Mientras contemplaba la imagen en su pantalla, transmitida mediante el sub-éter desde el puente de la nave vogona, vio cómo se desprendían las últimas capas del escudo protector del Corazón de Oro mientras la nave misma desaparecía en un soplo de humo.

Bien, pensó.

Aquel era el fin de los últimos supervivientes perdidos de la demolición del planeta Tierra, ordenada por él, pensó.

El fin de aquel experimento peligroso (para la profesión de la psiquiatría) y subversivo (también para la profesión de la psiquiatría) que pretendía averiguar la Pregunta de la Cuestión Última de la Vida, del Universo y de Todo lo demás, pensó.

Aquella noche tenía que celebrarlo con sus compañeros, y por la mañana volverían a recibir a sus pacientes infelices, perplejos y altamente rentables, con la plena seguridad de que el Sentido de la Vida quedaba soslayado para siempre, pensó.

—La familia siempre es algo molesta, ¿no es cierto? —dijo Ford a Zaphod cuando el humo empezó a clarear. Hizo una pausa y miró en torno suyo—. ¿Dónde está Zaphod? —preguntó.

Arthur y Trillian miraron alrededor con los ojos en blanco. Estaban pálidos, temblaban y no sabían dónde estaba Zaphod.

—¿Dónde está Zaphod, Marvin? —preguntó Ford. Un momento después añadió—: ¿Dónde está Marvin?

El rincón del robot estaba vacío.

La nave se encontraba en completo silencio. Pendía en la densa negrura del espacio. De vez en cuando se balanceaba y estremecía. Todos los instrumentos estaban desconectados; todas las pantallas, apagadas. Consultaron al ordenador, que dijo:

—Lamento hallarme temporalmente cerrado a toda comunicación. Mientras, ahí va un poco de música ligera.

Apagaron la música ligera.

Registraron todos los rincones de la nave con alarma y perplejidad crecientes. Todo estaba apagado y silencioso. En ninguna parte había rastro de Zaphod o de Marvin.

Una de las últimas zonas que registraron fue el pequeño espacio donde se encontraba la Nutrimática.

En la rampa de salida del Sintetizador Nutrimático de Bebidas había una bandeja pequeña que sostenía tres tazas de porcelana fina con sus platillos, una jarra de leche también de porcelana, una tetera de plata llena del mejor té que Arthur hubiera probado jamás, y una pequeña nota impresa que decía: «Esperad.»