La URSS y la paz[49]
La «junta organizadora del Comité por la Paz de la Universidad Johann Wolfgang von Goethe de Frankfurt/Main» nos remitió una carta abierta que «estudiantes pacifistas han redactado en una Conferencia de Paz de las universidades de Alemania Occidental celebrada en Heidelberg el 30 de julio de 1950» y nos pidió que le diéramos nuestra opinión sobre el contenido de la misma. Se trata de una llamada a la prohibición absoluta de las armas atómicas que amenaza con tratar cual criminal de guerra a cualquier gobierno que sea «el primero» en utilizar esas armas contra cualquier país. Esta llamada se basa en la declaración del «Comité Permanente por la Paz de Estocolmo». Nos creemos obligados a comunicar nuestra opinión no sólo a quienes hacen esa llamada, sino a toda la opinión pública.
Es indiscutible que el mayor deseo que todo el mundo hoy tiene es el de mantener la paz, y que las nuevas armas podrían ocasionar la catástrofe definitiva. Pero hay algo que expresa la enmarañada y confusa situación que podría llevar a ese horror absoluto, y es que hasta la verdad amenaza con tornarse mentira si ella la pone al servicio de la mentira. La llamada a la paz y la proscripción de las armas atómicas son un tema de la propaganda soviética, cuyo objetivo es utilizar en todas partes las emociones humanas para vencer la oposición a la violencia en la misma Unión Soviética, y que no vacilará en desencadenar la guerra si los déspotas de Moscú creen que pueden ganarla. El anhelo de paz que los pueblos de todos los países comparten es utilizado con el fin de ganar tiempo para la nueva empresa totalitaria.
Lo que la propaganda hace con el concepto de la paz es sintomático de las transformaciones que hoy sufre el concepto de la política en general. Una vez se llamó política al esfuerzo consciente, independiente y crítico por instituir mediante las ideas y la acción relaciones sociales más dignas y no más indignas. Hoy, la política ha degenerado en mera fachada. Ya no significa voluntad de realización de la humanidad, sino lucha entre Estados por el poder. Quienes ahora más alto pregonan las metas de la humanidad son los mismos que quieren apoderarse de las riendas de la humanidad y expulsar de dichas metas el espíritu de la crítica y la libertad, que es lo único que podría permitir al hombre existir en condiciones dignas. Quien ingenuamente llama con el lenguaje tradicional del pacifismo a impedir la guerra, exceptúa tácitamente al ejército rojo y sus condecorados generales; quien pinta los horrores de la guerra atómica, al mismo tiempo encubre voluntaria o involuntariamente a los capitostes y torturadores que mantienen en la esclavitud a millones y millones de esclavos en campos de concentración y asesinan a intelectuales que no comulgan con la barbarie cultural oficial, como Meyerhold. En un mundo en el que las ideas se hallan como nunca antes entrelazadas con oscuros objetivos, no basta con hablar de paz. Hay que preguntarse quién habla de paz, en nombre de quién y con qué finalidad.
Siempre hemos intentado mantener, en la medida de nuestras limitadas fuerzas, el espíritu de la independencia crítica en nuestro trabajo teórico y sociológico, pues sólo él nos da esperanzas de poder conjurar los males. El espíritu de la crítica no puede detenerse ante aquella Rusia que de hecho encarnó aquella esperanza del fin de la guerra y que hoy degrada a mera fraseología. Quien es fiel a esa esperanza, necesariamente se opondrá al imperialismo de la dictadura de Stalin.
La esencia del pensamiento crítico, en el que siempre nos mantendremos, consiste en no someterse a ninguna autoridad, sino en preservar el elemento de la experiencia viva y la libertad de crítica frente a las ideas más influyentes. Pues ningún pensamiento está a salvo de la obcecación cuando, arrancado de aquella experiencia viva, se instala como ídolo. Esto es lo que hoy le sucede a la concepción marxista. Cuanto más se repiten maquinalmente sus principios, tanto más probable es la inversión de su sentido. Cuando se hace de la teoría de Marx un sistema positivo, una fórmula universal, el resultado es un empobrecimiento indecible de todo conocimiento y toda praxis, y al cabo una imagen engañosa de la realidad. Ni la formación de la conciencia consiste sólo en Marx, ni éste es toda la verdad, y quien busque seriamente la verdad no debe permitir que los conocimientos alcanzados por Marx le cierren el camino de su propio conocimiento. Una y otra vez se ha puesto de manifiesto que precisamente quienes bebieron de Marx como si éste no fuese el crítico de la economía política, sino el inventor de una fórmula universal, son los que más dispuestos se muestran a «desertar» en cuanto descubren que la existencia no se agota en sus categorías. La rigidez dogmática, la mala conciencia y la disposición a sustituir un cliché por otro detrás del cual está el poder van siempre juntas. De ello son también culpables los grupos de oposición divididos, y hoy impotentes, que dicen a los déspotas de Moscú verdades molestas, pero que hablan igual y piensan lo mismo que ellos, rivales como son en la aspiración a la misma posición totalitaria que reprochan al Kremlin. En fases como la actual se conserva más cantidad de verdad en la existencia privada, que no se embriaga con imágenes colectivistas, que en la maquinaria de la gran política. La invocación a la solidaridad internacional, que es lo que menos agrada a aquellos en cuya patria adoptiva el cosmopolitismo es la peor blasfemia, se convierte en pretexto para las quintas columnas agentes del nacionalismo ruso en los países en que la humanidad aún puede respirar. Ayudar con lealtad a los países libres cuando hay que defender la libertad es hoy más noble que poner el internacionalismo en el propio país en sintonía con la patria soviética.
En el momento de refundar el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt, al cual representamos, nos vemos en la obligación, ahora que algunos trabajos del Instituto han sido reimprimidos en el Este, de declarar expresamente que nuestras investigaciones y publicaciones se oponen frontalmente a la política y a la doctrina procedentes de la Unión Soviética. El temor a que con ello se lleve agua al molino de la reacción ha perdido ya el último resto de fundamento desde que la reacción rusa incluye en sus cálculos ese temor. El potencial de una sociedad mejor se conserva, más que en otro lugar, allí donde puede analizarse sin cortapisas la sociedad existente que donde la idea de una sociedad mejor es pervertida para defender la mala sociedad existente. Tal es el fundamento de nuestra existencia y de nuestro trabajo, del cual asumimos toda nuestra común responsabilidad.
1950