Walter Ehrenstein, Einführung in die Gestaltpsychologie
[Introducción a la psicología de la Gestalt], Leipzig, J. A. Barth, 1934
No se trata de una exposición general de la teoría de la Gestalt propiamente dicha, de la que aún hoy carecemos, sino de un compendio sobre el empleo del concepto de totalidad en la psicología, sea cual sea el trasfondo filosófico que lo acompañe. Comienza con el viejo descubrimiento, que Ehrenfels fue el primero en formular, de las «cualidades gestálticas»; continúa con la ampliación del mismo en el concepto de cualidad compleja y su aplicación por Cornelius y Krüger a los «sentimientos»; pasa a tratar de los fenómenos cinéticos totalistas; toca el problema figura-fondo, desembocando en consideraciones sobre la eidética de Jaensch y sobre la teoría de los tipos de Kretschmer; y termina en el esquema de una caracterología según el canon del concepto de totalidad. El trabajo prescinde en todo este panorama teórico de una definición exacta de la doctrina, y compensa esta carencia con la abundancia de los materiales presentados y una cierta circunspección e imparcialidad que al menos tienen presente la problemática dependencia entre el todo y la parte y nada deja al albur de la opción irracionalista. Queda perfectamente claro que su punto de partida es la psicología experimental, y, por ende, el positivismo, esto es, la posición exactamente contraria a ese irracionalismo: por eso, alguno de los conceptos hoy dominantes podría hacernos penosamente recordar su procedencia. La posición científica general puede compararse ante todo con las de Driesch y Cornelius: es una «fenomenología psicológica». Por ello, las explicaciones más fecundas son las pertenecientes al dominio de la percepción; muy convincentes y respaldadas por un material gráfico excelente y categórico en su función ilustradora, especialmente en el apartado de los fenómenos de ilusión óptica de origen psicológico. Las consideraciones sobre lo que Ehrenstein denomina «vida anímica superior» son, en cambio, tan abstractas y vagas como este método tiene en parte que serlo. La división de los seres humanos en un tipo «G» (totalista) y otro «A» (analítico) demuestra que el celebrado concepto de totalidad, aplicado a los seres humanos reales, no produce más banalidades de las que la vieja psicología asociacionista habría sido capaz. Estas banalidades no se salvan con la arriesgada afirmación de que en la producción de tipos «la naturaleza busca la pureza de estilo». – Para los fines de la investigación social merecen señalarse aquí dos cosas. Una es el extraño cuidado con que se evita toda referencia al psicoanálisis y sus descubrimientos concretos, incluso cuando el término «complejo» los evoca directamente. Casos que de por sí reclaman la interpretación analítica (como el deseo inconsciente de la muerte de una persona, cfr. p. 112), quedan explicados y despachados tan prolijamente como sólo la psicología asociacionista habría podido hacerlo a base de totalidades, de «actitud expectante (tensa) con sentimientos acentuados», etc. —sólo para no tener que mirarle a la cara al fenómeno del impulso, del que una fenomenología debería también tomar nota—. Y la otra cosa es que el camino del conocimiento a la utilización del conocimiento con el fin de embaucar a la sociedad se ha reducido tanto, que incluso en manos de un investigador cauteloso las tesis se independizan ideológicamente de una manera automática:
Antes era frecuente oír a los adversarios de la ciencia de las razas la pregunta de cómo se distingue a los judíos de los arios (europeos), pues todas las características aducidas, por ejemplo la dolicocefalia, la nariz recta y el cabello y los ojos claros, se encuentran tanto en los representantes de una como en los de otra raza. Es seguramente cierto en lo que se refiere a los individuos —aunque la media racial demuestra un indudable predominio de la mayoría de las características señaladas en los arios—. Pero en lo que nunca coinciden judíos y arios (europeos) es en cualidad compleja. Para aquellos que saben ver las cualidades complejas, la cualidad compleja del rostro es un criterio casi infalible y seguramente el más sutil de distinción de las razas. Naturalmente, no todo el mundo es capaz de ver cualidades complejas.
Huelga preguntar qué criterios de verdad y falsedad le quedan aún a las aplicaciones de Ehrenstein del concepto de totalidad. En cualquier caso, en ese sentido de las cualidades complejas es poco lo que se dice sobre las razas y la vida anímica superior, y más sobre una ciencia que se sirve cándidamente de aquél.
1934