Sobre la Antropología negativa de Ulrich Sonnemann[30]
Mi relación con la Antropología negativa de Sonnemann es, si se me permite decirlo, del tipo más singular: la que crea una coincidencia del todo inesperada, pues el título de su libro era, sin que ambos lo supiéramos, como el del mío: Dialéctica negativa. Esto revela una proximidad de intenciones que me complace tanto como una confirmación.
En los años veinte, la antropología y la filosofía estaban hermanadas por obra de Scheler y su escuela, pero también de autores como Groethuysen. En concordancia con las tendencias ontológicas y existencialistas de aquella época, se creía haber hallado algo así como un fundamento ahistóricamente sustentador, a la vez que concreto, de todas las cuestiones filosóficamente esenciales, no sólo de la muy traída y llevada del ser humano. El trabajo de Horkheimer sobre la antropología filosófica fue una de las primeras críticas a aquella arraigada creencia. A raíz de dicho trabajo, la filosofía en él considerada se alejó de las declamaciones sobre el hombre tanto como, a la inversa, la antropología se retiró con enfática modestia a sus dominios, transformándose esencialmente en etnología positivista o en sociológica cultural anthropology.
El libro de Sonnemann refleja los procesos críticos que produjeron aquel efecto. En cierto modo retoma la discusión bruscamente interrumpida, rota, sobre la antropología no menos en el espíritu de la filosofía que en el de la crítica de las invariantes. La ciencia del hombre se le convierte en crítica de los productos de las relaciones humanas, en indagación de aquello en que los hombres se han convertido. Su tema es la cosificación de los seres humanos, no la norma de los mismos; la antropología crítica pide también una crítica del positivismo.
En el espíritu de esta concepción son tratadas las dos últimas grandes teorías que tuvieron algo que ver con el concepto del hombre, la marxiana y la freudiana. Entre los más importantes hallazgos del libro de Sonnemann se cuenta el de que estas teorías no pueden concebirse como dos instrumentos complementarios que juntamente, o de modo alternativo, puedan servir para clarificar algo. El autor las considera más bien dos teorías esencialmente opuestas, tanto que —y quizá en esto sea más apodíctico de lo que yo me atrevería a ser— fracasan una en otra. Sólo pueden corregirse recíprocamente por medio de una crítica que, como el autor dice, las «desfetichice», las saque del círculo de la construcción monista hecha conforme a un principio en el que únicamente se reproduce el círculo de lo existente. En esta concepción de la antropología, lo que el hombre es se convierte con razón en una determinación negativa; lo humano sólo puede estudiarse «desde su negación y su ausencia».
El lenguaje del nuevo libro de Sonnemann, punto culminante de una evolución muy intensa, y también marcada por la autocrítica, es de la máxima densidad, alérgico a lo banal, a lo que nada con la corriente. En interés de su tema, en todas partes se resiste a lo que la fraseología corriente llama comunicación. La fuerza de esta resistencia no es en este lenguaje menor que en el pensamiento, ambos verdaderos mediadores uno de otro. Para los especialistas positivistas, este lenguaje sería demasiado ensayístico, y para los periodistas, demasiado difícil y exigente: confirmación de su verdad.
1969