Herbert Marcuse, Hegels Ontologie und die Grundlegung einer Theorie der Geschichtlichkeit

[La ontología de Hegel y la fundamentación de una teoría de la historicidad], Frankfurt A. M., Vittorio Klostermann, 1932

El trabajo de Marcuse, centrado en el Borrador sobre el ser de Hegel, ha sido inspirado por la prehistoria filosófica de Hegel. Desde los estudios de Dilthey y la edición por Nohl de los escritos teológicos de juventud no queda duda sobre la prioridad del concepto de vida en Hegel como concepto a la vez unificado y dividido, al que se junta la reinterpretación dialéctica de la problemática kantiana de la relación entre sujeto y objeto como expresión sistemática de la experiencia filosófica fundamental. Marcuse trata ahora de desligar este concepto de vida del ámbito de la facticidad, del cual ha sido obtenido, y comprenderlo como «sentido» no tanto del ente cuanto del ser mismo, sentido que es antepuesto en cuanto pura posibilidad a toda facticidad, aunque esté necesariamente referido al ente existente. «El sentido fundamental de ser, que determina el contenido del concepto de ser, es la unidad originaria de los opuestos “subjetividad” y “objetividad” […]. Al entender Hegel esta unidad como unidad unificadora y como el acontecer del ente mismo, la movilidad es reconocida como carácter fundamental del ser» (p. 5); por eso Hegel ya no es interpretado de la manera habitual, partiendo del «espíritu» fáctico, ya cosificado, que domina en las posteriores producciones sistemáticas materialistas, sino del «pleno concepto del ser de la vida» (p. 7). El «ser más propio» de la vida es «el ser concipiente»: el «concepto» (p. 6); «movilidad sapiente». – El libro se articula en torno a la interpretación ontológica del ser como movilidad sapiente y al intento de fundamentación de una teoría existencial de la «historicidad». Ésta no sólo daría cuenta de la transformación de las preguntas ontológicas iniciales de Hegel en interpretaciones de la facticidad, sino que la haría inteligible desde la problemática de la Fenomenología: como «transformación del concepto de vida en el concepto del ser del espíritu» y como «transformación de la movilidad sapiente en la movilidad del saber absoluto». Marcuse parece, así, apartarse esencialmente del dogma público de Heidegger, que fuera de esto defiende con la determinación del discípulo: aquí tiende a pasar del «sentido del ser» al descubrimiento del ente; de la ontología fundamental a la filosofía de la historia; de la historicidad a la historia. Ello es lo que hace importante a la obra, a la vez que la abre a la crítica. Si Marcuse pretende no tanto interpretar ontológicamente la posibilidad del ser fáctico cuanto más bien derivar la interpretación del ser fáctico de la estructura ontológica, sería lógico preguntarse por qué la cuestión «ontológica» de la interpretación de los hechos históricos reales es filosóficamente anterior cuando Marcuse quisiera cerrar la ruptura entre facticidad y ontología. ¿Es la «totalidad» constitutiva misma la estructura fundamental ontológica, prefáctica, o remite a la facticidad históricamente determinada: al mismo «sujeto» en el que no en vano Marcuse ve el «ser más propio» de la movilidad hegeliana? Luego, la pregunta por el sentido hegeliano del ser como posibilidad se convierte en pregunta por el sentido de la subjetividad como realidad. ¿No tiene precisamente la «totalidad» del proyecto hegeliano, en cuanto totalidad del «sistema», como presupuesto la pretensión histórico-fáctica de la subjetividad absoluta? ¿No remite la pretensión de fundamentación de la nueva ontología, justamente como pretensión de «totalidad», en su contenido de verdad, al idealismo y, por tanto, a un «punto de vista» filosófico intrahistórico, relacionado con una determinada pragmática?

1932