Richmond Laurin Hawkins, Positivism in the United States 1853-1861, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1938

Por historia del positivismo se entiende en el estudio de Hawkins la del sistema de Comte: en el periodo que considera, el nombre se limitaba a la escuela de Comte, cuya influencia en América en el lapso entre la aparición de la traducción del Cours de philosophie positive por Harriet Martineau y el estallido de la guerra civil americana fue escasa. Hawkins investiga los motivos de que lo fuera. Entre ellos es notable el de la incompatibilidad de la doctrina de Comte con el protestantismo americano. Comte considera al protestante «with his ingrained ideas of free inquiry and freedom of conscience, as a natural foe of positivism». El culto de lo «positivo», la desconfianza hacia el pensamiento discrepante, la inclinación a las disposiciones autoritarias y la incesante formación de sectas eran factores concurrentes ya en tiempos de Comte. El libro tiene particular interés porque describe aquellas constelaciones en su agitada prehistoria. Se hace datar la idea de la ciencia unificada de los días de los pioneros. Al principio encontramos una colección de extractos de críticos americanos de Comte y de su traductora. Se trataba generalmente de denuncias clericales, que muestran bien a las claras en qué consistía el liberalismo filosófico del Nuevo Mundo a mediados del siglo. Por eso resulta chocante que los partidarios de Comte, tachado de materialista y ateo, aparezcan como más antiliberales, si cabe, que sus detractores. De los primeros trata la segunda parte del libro. En Long Island existía una colonia anarquista-utopista llamada Modern Times en cuyos principios podemos imaginar una mezcla de Owen, Fourier y Stirner. A esta comunidad llegó en 1851 un inglés llamado Henry Edger. Edger se convirtió del fourierismo al positivismo comtiano, cuya causa defendió con el fanatismo propio de un adepto, y quiso levantar edificios en la colonia Modern Times para transformarla en una ciudad santa del positivismo. El libro contiene casi toda la correspondencia entre maestro y discípulo. El estridente bizantinismo de Edger y el huero paternalismo de Comte nos hacen oír juntos un insufrible campanilleo. Y la fraseología se hizo carne; la subordinación cúltica al mundo de los hechos dejó fácilmente atrás a los jesuitas, con los que Comte habría hecho buena amistad de haber sido admitidos. En las cartas del maestro hay también holgada cabida para las advertencias contra las tendencias subversivas. Pero ya en la primera carta, del «19 Aristotle 66» (16 de marzo de 1854), se muestra indulgente: «I am pleased that you, although led astray by anarchical utopias, are submissive to the regenerating positive priesthood». Los positivistas supieron muy pronto escenificar ensayos utópicos para engañar a su propio contenido utópico.

Pero a cambio se permitieron otra cosa. Edger sometió a la consideración del primer «sumo sacerdote de la Humanidad» propuestas de usos sacros de la religión de la Humanidad. Comte le contestó el «26 Descartes 67» (2 de noviembre de 1855): «You must give up your astrolatric prayers until I promulgate more definite instructions concerning the incorporation of fetichism into positivism». Y uno se pone a pensar si, a pesar de la escasa influencia de Comte, esta síntesis no la habrán realizado entre tanto los neopositivistas.

1939