Rodolphe Loewenstein, Psychanalyse de l’Antisémitisme, París, Presses Universitaires de France, 1952

El libro se presenta como una obra de orientación psicoanalítica que trata directamente su temática, pero que al mismo tiempo ofrece una interpretación de determinados aspectos sociopsicológicos e históricos del antisemitismo. Pese a su brevedad, constituye, en verdad, una suerte de compendio de las investigaciones realizadas sobre el prejuicio racial. Una obra que hasta hoy se echaba en falta en Europa. El libro de Loewenstein cumpliría una importante función sobre todo en Alemania, donde hay quien cree que ha superado el psicoanálisis, pero, como siempre ocurre, le falta un conocimiento suficiente de la teoría de Freud. Sólo cabe desear que pronto encuentre un traductor.

No parece que haya en él muchos enfoques nuevos, pero el autor no merece por ello el menor reproche. Una vez que la teoría ha aislado la hasta cierto punto rígida y limitada ontología del antisemitismo, no le queda mucho que añadir: el empobrecimiento psíquico, la inmutabilidad y la estrechez de la conciencia son elementos del síndrome antisemita. Se podría decir que el esfuerzo por lograr una «comprensión» más profunda acaso honra demasiado al tema. Pero el autor documenta la teoría con observaciones iluminadoras ligadas a una experiencia clínica específica.

Sólo sorprende que en un libro de estas características el material utilizado muestre considerables lagunas. Apenas menciona los «Studies in Prejudice», no obstante haber tenido el autor acceso a algunos fragmentos, o las investigaciones, totalmente independientes de dichos estudios, realizadas paralelamente, de E. Hartley. Como el autor se interesa por los tipos, también hay que recordarle que ya en 1941 el Instituto de Investigación Social había publicado una tipología del antisemitismo que luego fue ampliada en distintas dimensiones en los «Studies in Prejudice». Tampoco se comenta nada de «Great Hatred», de Maurice Samuel.

Las peculiaridades psicológicas de los judíos desempeñan un importante papel en el libro. No se discute si tales peculiaridades existen. Sí se discute, en cambio, si de algún modo ayudan a comprender el antisemitismo moderno —es decir: el antisemitismo totalitario—. Pues éste apenas tiene relación con la experiencia primaria del enemigo principal. Constantemente aparece la idea de que los antisemitas excluyen del prejuicio a los judíos que conocen y atacan al resto; y la de que en regiones en las que no viven judíos el antisemitismo parece ser menor que en centros de población judía. Es dudoso que el antisemitismo alguna vez haya tenido que ver con el modo de ser psíquico de los judíos. Hoy, desde luego, no. Durante mucho tiempo se instrumentó como medio de dominación ideológico, manipulable. El arte de los agitadores, desde siempre vinculados al antisemitismo, consiste en estimular de manera enteramente racional momentos irracionales en aquellos a los que se dirige. Es absolutamente necesario distinguir el antisemitismo «secundario», ya no espontáneo y, por lo mismo, doblemente implacable, del antiguo, aún no organizado, si no se quiere oponer al horror de hoy conceptos demasiado cándidos. La concepción psicológica, «alentadora», tiene, frente al asesinato administrativamente ejecutado, algo de esa candidez.

Ca. 1952