Leopold von Wiese en su 75.º aniversario
Me alegra sobremanera poder transmitirle, querido y admirado señor Von Wiese, las felicitaciones de nuestro Instituto y de Horkheimer, a quien desgraciadamente no le es posible estar hoy con nosotros, aunque Spektabilis Sauermann ya le ha felicitado como rector en su nombre.
Aunque desearía robarle el menor tiempo posible, no puedo contentarme con una referencia agradecida a las estrechas y fecundas relaciones entre el señor Von Wiese y nosotros. Al menos quisiera señalar lo que la obra del señor Von Wiese significa para nosotros, sociólogos y filósofos sociales más jóvenes. Quisiera recordar primero que él posee una cualidad que comparte con la gran generación de sociólogos a la que pertenece: la vasta capacidad receptiva, la «receptividad productiva» que ninguno de nosotros la posee igual. Acaso esto mismo pueda fundarse sociológicamente en la diferencia de la forma de vida del profesor, que él aún encarna, y la actual, incesantemente sometida a los requerimientos de la vida activa. Pero aún más importante me parece que el señor Von Wiese haya deslindado tan claramente la sociología como ciencia de las relaciones humanas de otras disciplinas, particularmente de la psicología. Sólo hoy podemos acabar de comprender que no se trata aquí de un interés formalista en asegurar la independencia de un nuevo sector científico, sino de un impulso que tendrá un gran alcance objetivo. En él anida el conocimiento de que los fenómenos sociales no se dejan disolver en la conciencia, en el «espíritu» de un grupo o de una sociedad. Si recordamos que en la época en que Wiese desarrolló la «ciencia de las relaciones» dominaba en la sociología alemana la tendencia a concebir esta disciplina como una de las ciencias del espíritu, comprenderemos que dicha ciencia no sólo suponía una visión más penetrante, sino que también hubo de tener una gran capacidad de resistencia para lograr implantar aquel motivo como él lo hizo. También en esto demostró poseer una mente abierta al mundo, cualidad ésta que distingue a su actitud y ha hecho de él el único alemán que sustentó ideas tan originales como las que al otro lado del Rin hizo valer Émile Durkheim. Tal vez sea ésta la razón de la afinidad del gran teórico con la investigación social empírica. No sólo nos sentimos agradecidos por lo que él nos ha enseñado, sino también obligados a poner todo nuestro esfuerzo en seguir avanzando en el conocimiento de aquellas leyes sociales objetivas en las que él tanto insistió. Y tenemos también el deseo egoísta de que él mismo pueda sentir aún durante largos y fructíferos años este afán.
Escrito en 1951; inédito