El pesimista responde

Séame permitido hacer algunos comentarios sobre el artículo «El caleidoscopio televisivo», de Erich Beurmann[43].

Para empezar, y dicho sea pro domo: considero irrelevantes para Alemania los estudios americanos sobre la televisión. La diferencia de «mentalidad» en que Beurmann se basa oculta, si no ando confundido, el verdadero problema, que es el de si la evolución americana de la industria cultural no desecha el modelo de la europea, y si aquí la tendencia evolutiva no va en la dirección que en América ya ha quedado establecida. Quien observe cómo los consumidores europeos de los productos de la industria cultural generalmente reaccionan, por ejemplo en el ámbito cinematográfico, a los técnicamente muy perfeccionados productos americanos, o compare revistas de tema cinematográfico de ambos continentes, apenas podrá creerse que, frente a los procesos económicos y psicológico-sociales, la denominada mentalidad decida en algo lo que hoy le acontece a la humanidad en todo el globo. Sería fatal confiar en una herencia cultural de cuya incómoda obligación incontables individuos no tardaban en desprenderse cuando la poseían. Por eso no me parece superfluo remitirse en «Radio y televisión»[44] a estudios americanos antes de que el sistema acabe de implantarse en Alemania.

Por otra parte, sería una ilusión suponer que en la retransmisión de acontecimientos de actualidad no sean posibles el falseamiento y la supresión. Dejando a un lado el tema de los cortes, existe la posibilidad de manejar de una determinada manera, sólo con la forma de tomar las imágenes, análoga a los encuadres de la cámara en el cine, eventos de la actualidad; de retransmitir, por ejemplo, declaraciones judiciales de forma que los acusados aparezcan de antemano como culpables sin cambiar una palabra de lo que digan ni ningún otro dato relevante. Uno de los aspectos más alarmantes de la industria cultural es que en todas partes produce la impresión de realidad inmediata, protocolar, a costa del momento estético, cuando la verdad es que, incluso en el ejemplo anterior, considerando el efecto que pueda causar en el espectador, la realidad está previamente modelada. La resistencia a lo que la industria cultural hace a las poblaciones de todos los países no en último lugar exige que se esclarezca esta situación y se dé a conocer a todo el mundo.

Por último, quisiera advertir de que las predicciones sobre el futuro de la televisión no son una prerrogativa académica. No puedo estar de acuerdo con el Dr. Beurmann cuando dice que una «íntima relación» con un sector de la cultura sólo puede establecerse a través de «un aprendizaje académico que dura años». Aunque comparto la opinión de que los responsables de los medios de masas deberían saber algo de sociología seria, no debemos confiar en que el privilegio del estudio cualifique a alguien suficientemente para trabajar en un dominio en el que lo más importante es la espontaneidad, la fantasía y la capacidad de resistencia. El peligro reside precisamente en la primacía de la administración. Tipos que tiren hacia el aparato se encontrarían presumiblemente entre especialistas preparados en seminarios sobre la televisión. Sólo hay que imaginar lo que sucedería si se quisiera sujetar la composición y el cultivo de la música al estudio de la musicología. Los sociólogos deberían guardarse ante todo de derivar apresuradamente de las condiciones fácticas del consumo de masas, que desde luego hay que conocer, reglas para la producción. El consumo no es un dato último al que haya que atenerse, sino en gran medida una función de la situación general. Probablemente haya que modificarlo sustancialmente por el lado de la producción, suponiendo que realmente pueda comprobarse que la modificación es acertada.

La advertencia de Beurmann del «peligro de embotamiento, idiotización y estandarización de la fantasía» debe tomarse muy en serio. No debe quedarse en una concesión que se dirija contra «abusos», sino que debe apuntar a la norma y estar presente en todo momento del proceso de producción. La reflexión sociológica sobre la televisión debe orientarse, en el espíritu de esta advertencia, de modo crítico a lo fundamental y no conformarse con registrar opiniones.

1954