7
Planes de batalla
Elayne salió del pabellón una vez acabada la reunión y se encontró en medio de una docena de árboles, más o menos. No eran simples árboles: eran altísimos, saludables, de enorme ramaje. Unos árboles bellísimos de centenares de pies de alto, con troncos imponentes. Se quedó paralizada y boquiabierta, y la situación habría resultado embarazosa de no ser porque todos los demás estaban haciendo lo mismo. Miró a un lado, donde Egwene se había quedado parada y con la boca abierta de par en par mirando los gigantescos árboles. El sol aún brillaba en el cielo, pero la sombra proyectada sobre la zona por las verdes hojas explicaba la razón de que la luz hubiera menguado dentro del pabellón.
—Estos árboles… —empezó Perrin mientras avanzaba un paso y apoyaba la mano en la gruesa corteza estriada—. He visto antes Grandes Árboles como éstos. Dentro de un stedding.
Elayne abrazó la Fuente. El brillo del Saidar estaba allí, otra fuente cálida junto con la del sol. Absorbió el Poder y le hizo gracia constatar que la mayoría de las mujeres que encauzaban habían hecho lo mismo que ella en el momento en que se mencionó la palabra stedding.
—Bien, pues dondequiera que Rand se encuentre ahora —dijo Egwene, cruzada de brazos—, no puede hacer aparecer un stedding así como así. —Por lo visto la idea le resultaba confortante.
—¿Adónde ha ido? —preguntó Elayne.
—Se dirigió hacia allí —dijo Perrin, que movió la mano hacia los árboles—. Y desapareció.
La gente caminaba entre los enormes troncos; soldados de varios campamentos doblaban el cuello hacia atrás para contemplarlos. Elayne oyó a un shienariano hablar con lord Agelmar a poca distancia:
—Los vimos crecer, milord. Brotaron del suelo; tardaron menos de cinco minutos en hacerse así de grandes. Lo juro, milord. Que jamás vuelva a empuñar la espada si lo que digo no es cierto.
—Muy bien —dijo Elayne, que soltó la Fuente—. Pongámonos a ello. Hay naciones en llamas. ¡Mapas! ¡Necesitamos mapas!
Los otros gobernantes se volvieron hacia ella. En la reunión, estando Rand allí, pocos habían hecho objeciones a su elección para que los dirigiera Elayne. Así era como ocurrían las cosas estando él cerca; una persona se veía arrastrada en la corriente de la voluntad de Rand.
Ahora muchos parecían disgustados de que estuviera por encima de ellos. Lo mejor sería no dejar que empezaran a darle vueltas al tema.
—¿Dónde está maese Norry? —preguntó a Dyelin—. ¿Podríamos…?
—Yo tengo mapas, majestad. —Gareth Bryne salió del pabellón con Siuan a su lado.
Parecía estar más canoso de lo que ella recordaba; vestía uniforme blanco de corte severo, con el símbolo de la Llama de Tar Valon en el pecho. Le dedicó una respetuosa reverencia, pero no se acercó demasiado a ella. Ese uniforme dejaba claro a quién debía lealtad; lo mismo que ocurría con la mano protectora de Siuan, posada en el brazo del hombre.
Elayne lo recordaba de pie, con la misma expresión tranquila, detrás de su madre. Sin ir nunca más allá de sus competencias, siempre protegiendo a la reina. La misma reina que lo había excluido. Aquello no había sido culpa de Elayne, pero en el rostro de Bryne captaba la brecha abierta en la confianza del hombre.
Lo pasado, pasado estaba, y ella no podía remediar lo ocurrido. Mirar al futuro era lo que tenía a su alcance.
—Si disponéis de mapas de esta zona y de los campos de batalla potenciales y nos los podéis entregar, lord Bryne, nos encantaría verlos. Me interesan mapas del área entre esta posición y Caemlyn, un mapa detallado de Kandor y vuestros mejores mapas de las otras naciones de las Tierras Fronterizas. —Dirigido a los gobernantes, añadió—: ¡Llamad a vuestros comandantes y consejeros! Hemos de reunirnos de inmediato con los otros grandes capitanes para hablar de las actuaciones que hemos de emprender a continuación.
No tardaron mucho, aunque la confusión era generalizada cuando dos docenas de facciones diferentes se ponían a trabajar. Los criados abrieron los laterales del pabellón y Elayne ordenó a Sumeko que reuniera a las Allegadas y a los guardias para recoger mesas y algunas sillas de su campamento a través de un acceso. También ordenó que les llevaran informes específicos de lo que estaba ocurriendo en el desfiladero de Tarwin, lugar al que Rand había pedido que acudiera el grueso de los ejércitos fronterizos para rescatar a Lan. Los dirigentes y los grandes capitanes se habían quedado atrás para encargarse de la planificación.
Poco después, Elayne y Egwene estaban examinando los detallados mapas de Bryne, que tenían extendidos encima de cuatro mesas. Los dirigentes se quedaron detrás para que las cabecillas deliberaran.
—Es un gran trabajo esto, Bryne —dijo lord Agelmar.
El shienariano era uno de los cuatro grandes capitanes que quedaban. Bryne era otro de ellos. Los dos restantes —Davram Bashere y Rodel Ituralde— se encontraban al final de otra mesa a fin de hacer correcciones en un mapa de la parte occidental de las Tierras Fronterizas. Ituralde tenía bolsas en los ojos, y las manos le temblaban a veces. Por lo que Elayne había oído, Ituralde había pasado por una experiencia terrible en Maradon de la que había sido rescatado hacía muy poco tiempo. De hecho, a Elayne le sorprendía que estuviera allí.
—Muy bien —se dirigió a la asamblea—. Hemos de luchar. Pero ¿cómo? ¿Dónde?
—Tres grandes fuerzas de Engendros de la Sombra han invadido tres lugares: Caemlyn, Kandor y el desfiladero de Tarwin —dijo Bryne—. El desfiladero no debería quedar desprotegido, dando por hecho que nuestros ejércitos sean suficientes para ayudar a lord Mandragoran a estabilizar la zona. La consecuencia más probable de nuestro ataque de hoy allí será que los Engendros de la Sombra se retiren al otro lado del paso. Mantener al enemigo inmovilizado allí es una tarea poco idónea para encomendárselo sólo a la caballería pesada malkieri. Quizá sería conveniente enviarle algunas compañías de piqueros. Si sigue manteniendo cerrada esa brecha, podemos dedicar la mayoría de nuestras fuerzas a combatir en Andor y Kandor.
—Sí —asintió Agelmar—. Sería viable si le diéramos al Dai Shan el apoyo adecuado. Pero no podemos correr el riesgo de dejar que Shienar acabe invadido como ha ocurrido con Kandor. Si lanzan una ofensiva a través de la Llaga…
—Estamos preparados para una batalla prolongada —intervino el rey Easar—. La resistencia de Kandor y la oposición de Lan en el desfiladero nos han dado el tiempo que necesitábamos. Los nuestros se están retirando a las fortalezas. Podemos aguantar, incluso si perdemos el desfiladero.
—Palabras valerosas, majestad —dijo Bryne—. Pero sería mejor si no tuviéramos que poner a prueba a los shienarianos con eso. Planeemos mantener el desfiladero con las fuerzas que hagan falta.
—¿Y Caemlyn? —preguntó Elayne.
Ituralde asintió con la cabeza.
—Una fuerza enemiga tan adentrada tras nuestras líneas, con una puerta de los Atajos como vía para recibir refuerzos… —dijo—. Eso es un problema.
—Los informes de esta mañana temprano indican que, de momento, no se han movido —les comunicó Elayne— Han incendiado extensas zonas de la ciudad, pero otras ni siquiera las han tocado. Y, ahora que han tomado la ciudad, han puesto a los trollocs a apagar los incendios.
—Al final tendrán que marcharse —opinó Bryne—. Pero sería aconsejable que los desalojáramos, mejor antes que después.
—¿Y por qué no plantearnos un asedio? —sugirió Agelmar—. Creo que el grueso de nuestros ejércitos debería ir a Kandor. No permitiré que el Trono de las Nubes y las Tres Cámaras de Comercio caigan como ocurrió con las Siete Torres.
—Kandor ha caído ya —dijo con suavidad el príncipe Antol.
Los grandes capitanes miraron al primogénito de la reina kandoresa. Era un hombre alto que solía guardar silencio, pero ahora habló con audacia.
—Mi madre combate por nuestro país —prosiguió—, pero es una lucha de represalia y vindicación. Kandor arde, y me parte el corazón saberlo, pero eso no podemos evitarlo. Prestad a Andor la máxima atención; es demasiado importante tácticamente para pasarlo por alto, y no querría ver caer otra nación como ha ocurrido con la mía.
Los demás asintieron con la cabeza.
—Sabio consejo, alteza —alabó Bashere—. Gracias.
—Y tampoco olvidéis Shayol Ghul —apuntó Rhuarc desde el perímetro, donde se había quedado junto a Perrin, algunas Aes Sedai y otros cuantos jefes Aiel.
Los grandes capitanes se volvieron hacia Rhuarc, como si se hubieran olvidado de que estaba allí.
—El Car’a’carn atacará pronto Shayol Ghul —continuó Rhuarc—. Necesitará lanzas a su espalda cuando lo haga.
—Las tendrá —afirmó Elayne—. Aunque eso significa tener cuatro frentes de batalla. Shayol Ghul, el desfiladero de Tarwin, Kandor y Caemlyn.
—Centrémonos primero en Caemlyn —opinó Ituralde—. No me gusta la idea de poner cerco allí. Hemos de expulsar a los trollocs. Si nos limitamos a sitiarlos, les proporcionará más tiempo para reforzar sus efectivos a través de la puerta de los Atajos. Tenemos que sacarlos ya, pero como más nos convenga a nosotros.
Agelmar asintió con un gruñido, sin apartar la vista del mapa de Caemlyn que un ayudante había puesto en la mesa.
—¿Podemos cortar esa entrada? —preguntó luego—. ¿Reconquistar la puerta de los Atajos?
—Lo he intentado —contestó Elayne—. Esta mañana enviamos tres fuerzas por separado a través de un acceso hasta el sótano donde está la puerta, pero la Sombra está alerta y atrincherada. Ninguna de las fuerzas ha regresado. No sé si podemos volver a tomar esa puerta de los Atajos, o siquiera destruirla.
—¿Y si lo intentamos desde el otro lado? —sugirió Agelmar.
—¿El otro lado? ¿Os referís desde dentro de los Atajos? —preguntó Elayne.
Agelmar asintió con la cabeza.
—Nadie viaja por los Atajos —comentó Ituralde, horrorizado.
—Los trollocs lo hacen —argumentó Agelmar.
—Yo he estado dentro —intervino Perrin, que se acercó a la mesa—. Y lo siento, milores, pero no creo que tomar la puerta de los Atajos desde el otro lado pueda hacerse. Por lo que he entendido, no podemos destruirla, ni siquiera con el Poder Único. Ni podríamos protegerla desde dentro, con el Viento Negro allí. Nuestra mejor opción es hacer, de algún modo, que esos trollocs salgan de Caemlyn y después defender este lado de la puerta. Si está debidamente protegida, la Sombra nunca podrá utilizarla contra nosotros.
—Muy bien. Se considerarán otras opciones —dijo Elayne—. Sin embargo, se me ocurre que podríamos mandar aviso a la Torre Negra para que vengan sus Asha’man. ¿Cuántos hay?
Perrin se aclaró la garganta antes de hablar:
—Creo que sería aconsejable que tuvieseis cuidado con ese lugar, majestad. Algo raro pasa allí.
—¿Qué «algo»? —preguntó Elayne, fruncido el entrecejo.
—Lo ignoro —contestó Perrin—. Hablé con Rand de ello, y estaba preocupado. Me dijo que iba a investigar. Sea como sea… tened cuidado.
—Siempre lo tengo —repuso Elayne, absorta—. Bien, pues, ¿cómo podemos hacer salir a esos trollocs de Caemlyn?
—A lo mejor podemos ocultar una numerosa fuerza de asalto en Bosque de Braem; está aquí, a unas cincuenta leguas al norte de Caemlyn. —Bryne lo señaló en el mapa—. Si una pequeña compañía de soldados llegara a las puertas de la ciudad y lograra que los trollocs salieran en su persecución de vuelta al bosque, como carnada en la trampa… Siempre me preocupó que un ejército invasor utilizara Bosque de Braem como cobertura de una base para atacar la ciudad. Jamás imaginé que consideraría la idea desde el otro lado.
—Interesante. —Agelmar examinó el mapa del terreno que rodeaba Caemlyn—. Parece un plan muy prometedor.
—¿Y qué pasa con Kandor? —preguntó Bashere—. El príncipe tiene razón en cuanto a que el país está perdido, pero no podemos dejar, sin más, que los trollocs penetren en otras tierras.
—Todo este asunto va a ser difícil —abundó Ituralde al tiempo que se rascaba la mejilla—. Tres ejércitos trollocs que dividen nuestra atención entre ellos. Sí, cada vez veo más claro que el movimiento correcto es centrarse en uno de ellos y mandar fuerzas con tácticas dilatorias contra los otros dos.
—El ejército de la Sombra en Caemlyn es, casi con toda probabilidad, el más pequeño, ya que el tamaño de la puerta de los Atajos ha restringido su entrada en la ciudad.
—Cierto —convino Bashere—. La oportunidad de obtener una victoria rápida en uno de los frentes de batalla es mayor en Caemlyn. Deberíamos atacar duramente, con la fuerza de asalto más numerosa que tengamos. Si conseguimos vencer en Andor, se reducirá el número de frentes en los que habremos de combatir, y eso sería muy ventajoso.
—Sí —convino Elayne—. Reforzaremos las tropas de Lan, pero decidle que su misión será mantener esa posición todo el tiempo que sea posible. Situaremos una segunda fuerza en la frontera de Kandor con el propósito de retrasar también los avances allí, y quizá que se haga una retirada paulatina, según requieran las circunstancias. Mientras se mantienen esos dos frentes, podemos centrar toda la atención y nuestro ejército más numeroso en vencer a los trollocs en Caemlyn.
—Bien, me gusta —dijo Agelmar—. Pero ¿qué fuerza situamos en Kandor? ¿Qué ejército puede frenar a los trollocs sin que requiera una gran participación de tropas?
—¿La Torre Blanca? —preguntó Elayne—. Si enviamos a las Aes Sedai a Kandor, pueden frenar el avance trolloc a través de la frontera. Eso nos dejará al resto de nosotros para concentrarnos en Caemlyn.
—Sí, me gusta —dijo Bryne.
—¿Y qué pasa con el cuarto frente de batalla? —inquirió Ituralde—. Con Shayol Ghul. ¿Sabe alguien lo que el lord Dragón planea allí?
Nadie respondió.
—Los Aiel se ocuparán de sus necesidades —intervino Amys desde detrás de los jefes de clan—. No tenéis que preocuparos por nosotros. Haced vuestros planes de guerra y nosotros haremos los nuestros.
—No —dijo Elayne.
—Elayne, nosotros… —empezó Aviendha.
—Esto es precisamente lo que Rand quería evitar que ocurriera —la interrumpió con firmeza—. Los Aiel colaborarán con el resto de la coalición. La batalla de Shayol Ghul podría ser la más importante de todas. No permitiré que haya un grupo que se permita el lujo de mantenerse aislado de los demás y combatir solo. Aceptaréis nuestra ayuda.
«Y nuestra dirección», añadió para sus adentros Elayne. Los Aiel eran excelente guerreros, pero había ciertas cosas que no querrían admitir. Como la utilidad de la caballería, por ejemplo.
Era obvio que a los Aiel no les gustaba la perspectiva de tener un comandante de las tierras húmedas. Estaban encrespados, con los ojos entrecerrados.
—Los Aiel son excelentes tropas irregulares —intervino Bryne, mirándolos—. Luché contra vosotros en la Nieve Sangrienta, y sé lo mortíferos que podéis ser. Sin embargo, si el lord Dragón ataca Shayol Ghul, es muy probable que necesitemos tomar el valle y después conservarlo durante el tiempo que le lleve a él luchar contra el Oscuro. No sé cuánto tardará, pero podría durar horas. Días. Decidme, ¿alguna vez habéis consolidado y combatido en una prolongada guerra defensiva?
—Haremos lo que sea preciso hacer —contestó Rhuarc.
—Rhuarc, vosotros mismos insististeis en firmar la Paz del Dragón —le recordó Elayne—. Insististeis en formar parte de la coalición. Espero que estéis a la altura y cumpláis la palabra dada. Haréis lo que se os ordene.
Las preguntas de Bryne y de Ituralde los habían enfurecido, pero que se les dijera de forma directa lo que tenían que hacer no les dejó otra que dar marcha atrás. Rhuarc asintió con la cabeza.
—Por supuesto —dijo el jefe Aiel—. Tengo toh.
—Cúmplelo prestando atención y ofreciendo tu opinión —contestó Elayne—. Si vamos a luchar en cuatro frentes distintos a la vez, va a hacer falta mucha coordinación. —Miró a los generales reunidos—. Se me ocurre algo. Tenemos cuatro frentes de batalla y cuatro grandes capitanes.
—Lo que no es por casualidad —asintió Bashere.
—Bueno, podría serlo.
—No existen las casualidades, alteza —argumentó Bashere—. Si he aprendido algo viajando con el lord Dragón, ha sido eso. Nosotros somos cuatro, y cuatro los frentes de batalla. Cada uno de nosotros se encargará de un frente, con la reina Elayne coordinándonos y supervisando la marcha de la guerra en su conjunto.
—Yo iré a Malkier —decidió Agelmar—. Casi todos los fronterizos luchan allí ahora.
—¿Y Kandor? —preguntó Elayne.
—Si las Aes Sedai van a combatir allí, también lo haré yo —anunció Bryne—. Mi deber es para con la Torre Blanca.
«No quiere combatir en Andor —pensó Elayne—. No quiere luchar a mi lado. Quiere dejar clara la ruptura».
—Entonces, ¿quién viene a Andor conmigo? —preguntó.
—Iré yo —se ofreció Bashere.
—Así pues, yo iré a Shayol Ghul —dijo Ituralde a la par que asentía con la cabeza—. Luchar junto a los Aiel. Algo que, a decir verdad, jamás imaginé que llegaría a ver.
—Bien. —Elayne acercó una silla—. Metámonos a fondo con ello y pongámonos con los detalles. Necesitamos un centro estratégico donde yo pueda trabajar, y Caemlyn está perdida. De momento, utilizaré Merrilor. Es un lugar céntrico y hay espacio de sobra para mover tropas y suministros por todo el campo. Perrin, ¿crees que podrías ocuparte de la logística de este campamento? ¿Establecer una zona de Viaje y organizar a los encauzadores para que ayuden con las comunicaciones y operaciones de suministro?
Perrin asintió con la cabeza.
—Los demás —continuó Elayne— pongámonos a dividir detalladamente las fuerzas y a desarrollar los planes. Hemos de discurrir un planteamiento sólido para sacar a esos trollocs de Caemlyn a fin de combatirlos en terreno abierto.
Horas más tarde, Elayne salió del pabellón; en la mente le daban vueltas detalles de tácticas, necesidades de suministro y emplazamientos de tropas. Cuando parpadeaba, todavía veía mentalmente mapas cubiertos con las apretadas acotaciones de Gareth Bryne.
Los otros asistentes a la reunión empezaron a alejarse hacia sus respectivos campamentos a fin de poner en marcha los planes de batalla. El cielo había ido oscureciéndose, y hubo que encender faroles alrededor del pabellón. Elayne recordaba de forma vaga que les habían llevado comida y también cena durante la reunión. No había comido nada, ¿verdad? Había muchas cosas que hacer, simplemente.
Saludó con un gesto de la cabeza a los dirigentes que pasaron a su lado diciéndole adiós. La mayoría de los planes preliminares se habían desarrollado. Al día siguiente, Elayne conduciría a sus tropas a Andor y empezaría la primera etapa del contraataque contra la Sombra.
El suelo era suave y mullido por la espesa y verde hierba. La influencia de Rand permanecía allí a pesar de que él se hubiera marchado. Mientras Elayne examinaba aquellos imponentes árboles, Gareth Bryne salió del pabellón y se detuvo a su lado.
Ella se volvió, sorprendida de que el hombre no se hubiera marchado ya. Los únicos que quedaban eran los criados y la guardia de Elayne.
—Lord Bryne…
—Sólo quería deciros que me siento orgulloso —manifestó él en voz baja—. Lo habéis hecho bien ahí dentro.
—Casi no he tenido nada que agregar.
—Habéis agregado liderazgo. No sois un general, Elayne, y nadie espera que lo seáis. Pero cuando Tenobia ha protestado sobre dejar expuesta Saldaea, vos habéis desviado su atención de vuelta a lo que era importante. Había mucha tensión, pero nos habéis mantenido unidos, suavizando resentimientos, evitando que nos enzarzáramos unos con otros. Buen trabajo, majestad. Muy buen trabajo.
Ella sonrió. Luz, era muy difícil no esbozar una sonrisa radiante con esas palabras. No era su padre, pero, en muchos sentidos, era lo más parecido a uno que había tenido.
—Gracias. Y, Bryne, la corona se disculpa por…
—Ni una palabra de eso —la interrumpió él—. La Rueda gira según sus designios. No culparé a Andor por lo que me ocurrió. —Hubo una ligera vacilación—. Pero voy a quedarme con la Torre Blanca, Elayne.
—Lo comprendo.
Bryne le hizo una reverencia y se encaminó al sector del campamento de Egwene. Birgitte se acercó por detrás de Elayne.
—¿Volvemos a nuestro campamento, pues? —preguntó la mujer.
—Yo…
Elayne se calló al oír algo. Era un sonido débil, aunque de algún modo resultaba profundo y poderoso. Frunció el entrecejo y caminó hacia él, con la mano levantada para que Birgitte se callara cuando empezó a preguntarle qué ocurría.
Cruzando por hierba verde y campanillas florecidas, las dos dieron la vuelta al pabellón siguiendo el sonido, que se hacía más y más fuerte. Una canción. Una bellísima canción, distinta de cuantas Elayne había oído y que la hizo temblar con su impresionante sonoridad.
La bañaba, la envolvía, vibraba a través de ella. Un canto gozoso, un canto de temor reverencial y asombro, aunque no entendía las palabras. Se acercó a un grupo de seres altísimos —a semejanza de los propios árboles— que estaban de pie, con los ojos cerrados y las manos en los troncos nudosos de los árboles que Rand había hecho crecer.
Había tres docenas de Ogier de diversas edades, desde aquellos con cejas tan blancas como nieve recién caída, hasta otros tan jóvenes como Loial. Él se encontraba entre los demás, con una sonrisa curvándole los labios mientras cantaba.
Perrin, cruzado de brazos, estaba cerca con su esposa.
—Lo que habéis dicho de ir a buscar a los Asha’man me ha dado que pensar… Si necesitamos aliados, ¿qué tal los Ogier? Iba a ver si conseguía dar con Loial; pero, antes de que tuviera tiempo de ponerme en marcha, los encontré entre estos árboles.
Elayne asintió con la cabeza. El canto de los Ogier alcanzó el crescendo final y después se apagó; los Ogier inclinaron la cabeza. Durante unos instantes, todo fue paz.
Por fin, un anciano Ogier abrió los ojos y se volvió hacia Elayne. La barba blanca, que colgaba hasta muy abajo del pecho, nacía debajo del albo bigote caído a ambos lados de la boca. Se adelantó, seguido por otros ancianos de ambos sexos. Loial iba entre ellos.
—Sois la reina —dijo el anciano Ogier, que le hizo una reverencia—. La que dirige esta andadura. Yo soy Haman, hijo de Dal, nieto de Morel. Hemos venido para que nuestras hachas colaboren en vuestra lucha.
—Me alegra esa noticia —contestó Elayne, que respondió al saludo haciendo una ligera inclinación de cabeza—. Tres docenas de Ogier agregarán fortaleza a nuestras tropas.
—¿Tres docenas, joven? —Haman soltó una risa retumbante—. El Gran Tocón no se ha reunido ni ha estado debatiendo durante tanto tiempo para mandaros tres docenas de los nuestros. Los Ogier combatirán junto a los humanos. Todos nosotros. Hasta el último que está capacitado para sostener un hacha o un cuchillo largo.
—¡Maravilloso! —exclamó Elayne—. Sacaré un gran partido de vosotros.
Una Ogier de avanzada edad sacudió la cabeza antes de comentar:
—Cuánta precipitación. Cuánta prisa. Sabed esto, joven: había algunos que os habrían dejado, a vosotros y al mundo, solos ante la Sombra.
—¿De verdad lo habríais hecho? —Elayne parpadeó, conmocionada—. ¿Dejarnos… solos? ¿Para combatir?
—Algunos abogaron por tomar esa decisión —confirmó Haman.
—Yo misma adopté esa postura —aclaró la mujer—. Planteé el argumento en contra, aunque en realidad no creía que fuera acertado.
—¿Qué? —exclamó Loial, que se adelantó dando trompicones. Aquello parecía nuevo para él—. ¿De verdad no lo creías?
—Los árboles no crecerán si el Oscuro se apodera de este mundo —le respondió la mujer mientras se volvía a mirarlo.
—Pero ¿por qué lo…? —empezó a preguntar Loial, perplejo.
—Una argumentación ha de tener oposición para demostrar su validez, hijo mío —explicó ella—. Quien debate de verdad, aprende la profundidad de su compromiso merced al antagonismo. ¿Acaso no aprendiste que los árboles desarrollan raíces más fuertes cuando los vientos soplan entre sus ramas? —La Ogier meneó la cabeza, aunque parecía cariñosa—. Lo cual no significa que tuvieras que abandonar el stedding cuando lo hiciste. Solo, no. Por fortuna, eso ya se ha arreglado.
—¿Arreglado? —preguntó Perrin.
—Bueno, verás, Perrin —empezó Loial, que se había puesto colorado—. Ahora estoy casado.
—¡Pero si nunca hablaste de ello!
—Todo ha ocurrido muy deprisa. Pero me he casado con Erith, ¿sabes? Está allí. ¿Has oído cómo canta? ¿No es preciosa su canción? Estar casado no es tan malo, Perrin. ¿Por qué no me lo dijiste? Creo que estoy encantado con ello.
—Me alegro por ti, Loial —los interrumpió Elayne. Los Ogier eran capaces de hablar largo y tendido andándose por las ramas si uno no tenía cuidado—. Y gracias, a todos vosotros, por uniros a nosotros.
—Quizás haya valido la pena sólo por estos árboles —comentó Haman—. A lo largo de toda mi vida, los hombres únicamente han cortado Grandes Árboles. Ver en cambio que alguien los hace crecer… Tomamos la decisión correcta. Sí, sí, lo hicimos. Los otros tendrán que ver esto…
Loial le hizo una señal a Perrin con la mano, al parecer con intención de ponerse al día.
—Permíteme que hable con él un momento, Loial —dijo Elayne mientras conducía a Perrin hacia el centro del bosquecillo.
Faile y Birgitte se unieron a ellos y Loial esperó donde estaba; parecía distraído con los imponentes árboles.
—Tengo una tarea que quiero asignarte —dijo en voz baja Elayne—. La pérdida de Caemlyn amenaza con poner a nuestros ejércitos en una crisis de abastecimiento. A pesar de las protestas por el precio de los víveres, hemos estado alimentando a todo el mundo, al igual que hemos ido estableciendo almacenes para la batalla inminente. Esos almacenes ya no existen.
—¿Y qué hay de Cairhien? —preguntó Perrin.
—Todavía tiene algo de comida. Igual que la Torre Blanca y Tear. Baerlon está bien aprovisionado de metales y pólvora. Tengo que saber qué podemos obtener de las otras naciones y descubrir cuál es su situación en cuanto a víveres. Será una tarea enorme coordinar almacenes y raciones para todos los ejércitos. Me gustaría que hubiera una persona encargada de la totalidad.
—¿Y habéis pensado en mí? —dijo Perrin.
—Sí.
—Lo siento, Elayne, pero Rand me necesita.
—Rand nos necesita a todos.
—A mí más —insistió Perrin—. Él me dijo que Min lo había visto. Sin mí en la Última Batalla, morirá. Además, tengo pendientes algunas luchas que debo acabar.
—Me ocuparé yo —se ofreció Faile.
Elayne se volvió hacia ella, fruncido el entrecejo.
—Mi deber es encargarme de los asuntos del ejército de mi esposo —explicó Faile—. Sois su señora, majestad, de modo que vuestras necesidades son las suyas. Facilitadme accesos lo bastante grandes para que pasen carretas, dadme tropas que protejan mis movimientos, y proporcionadme acceso a los registros del intendente general que yo os pida de cualquiera de los grupos de la coalición. Me ocuparé de llevar a cabo la tarea.
Era lógico y racional, pero no era lo que Elayne necesitaba. ¿Hasta dónde podía confiar en esa mujer? Faile había demostrado lo hábil que era en cuestiones políticas. Eso era my útil, pero ¿se consideraba realmente parte de Andor? Elayne la miró con intensidad.
—No hay nadie mejor a quien podáis confiar esta tarea, Elayne —dijo Perrin—. Faile se encargará de que se lleve a cabo.
—Perrin, en esto hay implicado un tema distinto —argumentó Elayne—. ¿Podemos hablar en privado un momento?
—Se lo contaré a ella en cuanto hayamos acabado, majestad —adelantó Perrin—. Yo no le oculto nada a mi esposa.
Faile sonrió.
Elayne los miró a los dos y luego soltó un quedo suspiro.
—Egwene acudió a mí durante los preparativos para la contienda. Hay cierto… objeto importante para la Última Batalla que es necesario llevar a su destino.
—El Cuerno de Valere —adivinó Perrin—. Aún lo tenéis, espero.
—Sí, en efecto. Oculto en la Torre. Lo sacamos de la bóveda de seguridad justo a tiempo. Anoche, alguien forzó la entrada de esa bóveda. Sólo lo sé porque colocamos algunas salvaguardias. La Sombra sabe que tenemos el Cuerno, Perrin, y los esbirros del Oscuro lo buscan. No pueden utilizarlo; está vinculado a Mat hasta que él muera. Pero, si los seguidores consiguen apoderarse de él, el Oscuro podrá impedir que Mat lo use. O, lo que es peor, hacer que lo maten y entonces podrían tocarlo ellos.
—Lo que queréis es encubrir su traslado valiéndoos de los envíos de suministros a fin de ocultar adónde lo mandáis.
—Preferiríamos entregárselo a Mat de inmediato —dijo Elayne—. Pero a veces Mat puede ser… difícil. Albergaba la esperanza de que estuviera aquí, en la reunión.
—Está en Ebou Dar —informó Perrin—. Haciendo algo relacionado con los seanchan.
—¿Te lo dijo él? —inquirió Elayne.
—No exactamente. —Perrin parecía sentirse incómodo—. Nosotros tenemos… cierta clase de conexión. A veces veo dónde se encuentra y lo que está haciendo.
—Ese hombre no está nunca donde se lo necesita —rezongó Elayne.
—Y, sin embargo, siempre acaba llegando a dondequiera que haga falta —comentó Perrin.
—Los seanchan son el enemigo —dijo Elayne—. Mat no parece entender eso, a juzgar por lo que ha hecho. Luz, espero que ese hombre no se busque problemas…
—Haré una cosa —propuso Faile—. Me haré cargo del Cuerno de Valere. Me ocuparé de que le llegue a Mat, descuidad.
—No es mi intención ofenderos a ninguno de los dos —dijo Elayne—, pero no acabo de decidirme a confiarle esto a alguien a quien no conozco bien. Es por lo que acudí a ti, Perrin.
—Pues va a ser un problema, Elayne. Si realmente están vigilantes para dar con el Cuerno, lo que esperarán es que Egwene y tú se lo entreguéis a alguien a quien conocéis bien. Elegid a Faile. No existe ninguna persona en el mundo en quien confíe más, pero no sospecharán de ella puesto que no tiene una relación directa con la Torre Blanca.
Elayne asintió lentamente con la cabeza.
—De acuerdo —dijo luego—. Os avisaré del modo en que se enviará. De momento, empezad con los envíos de suministros para establecer precedente. Hay demasiada gente que sabe lo del Cuerno. Después de que os lo entreguemos, haremos seis envíos sospechosos desde la Torre Blanca y sembraremos los rumores oportunos. Esperaremos que la Sombra dé por hecho que el Cuerno va en uno de esos envíos. Quiero que esté donde nadie lo espere, al menos hasta que podamos ponerlo en manos de Matrim.
—Cuatro frentes de batalla, lord Mandragoran —repitió Bulen—. Eso es lo que dicen los mensajeros: Caemlyn, Shayol Ghul, Kandor y aquí. Quieren que se intente frenar a los trollocs aquí y en Kandor mientras tratan de derrotar primero a los que están en Andor.
Lan respondió con un gruñido mientras conducía a Mandarb alrededor de un apestoso cúmulo de trollocs muertos. Los cadáveres hacían las veces de parapetos ahora que sus cinco Asha’man los habían amontonado como oscuras y sangrientas lomas delante de la Llaga, donde se agrupaban los Engendros de la Sombra.
La peste era horrible, por supuesto. Muchos de los guardias junto a los que pasaba en sus rondas habían echado ramitos de matas aromáticas en las hogueras para soportar el hedor.
El crepúsculo se avecinaba llevando consigo las horas más peligrosas de la jornada. Por suerte, las nubes negras que cubrían el cielo hacían tan oscuras las noches que los trollocs tenían problemas para ver algo. Sin embargo, un momento favorable para ellos era el anochecer, esas horas en las que la visibilidad para los humanos era deficiente, pero no ocurría lo mismo con la de los Engendros de la Sombra.
La enérgica arremetida fronteriza había empujado a los trollocs de vuelta a la boca del desfiladero. Lan recibía refuerzos de manera continua con piqueros y otras ayudas de tropas de a pie para mantener la posición. En conjunto, las perspectivas ahora eran mucho mejores que el día anterior.
Aunque aún eran sombrías, no obstante. Si lo que Bulen había dicho era cierto, su ejército estaría estacionado allí como una fuerza dilatoria. Lo cual significaba menos tropas para él de las que le habría gustado tener. Aun así, comprendía las tácticas adoptadas.
Lan pasó a la zona donde los lanceros shienarianos cuidaban de sus caballos. Una figura apareció entre ellos y se acercó hacia Lan a caballo. El rey Easar era un hombre de complexión compacta, con un mechón de cabello blanco atado en la coronilla; acababa de llegar de Campo de Merrilor tras un largo día de desarrollar planes de batalla. Lan inició una reverencia a caballo, pero se detuvo cuando el rey Easar se la hizo a él.
—Majestad… —dijo Lan, extrañado.
—Agelmar ha traído sus planes para este frente de batalla, Dai Shan —explicó Easar, que se puso al trote a su lado—. Le gustaría repasarlos con nosotros. Es importante que estéis aquí; combatiremos bajo la bandera de Malkier. Todos hemos estado de acuerdo en hacerlo así.
—¿Y Tenobia? —preguntó Lan, genuinamente sorprendido.
—En su caso, hizo falta un poco de estímulo. Se amoldó a nuestra opinión. También me han avisado que la reina Ethenielle dejará Kandor y vendrá aquí. Las Tierras Fronterizas luchan juntas en esta batalla, y lo hacemos con vos al frente.
Siguieron cabalgando bajo la luz menguante; hilera tras hilera de lanceros saludaban a Easar. Los shienarianos eran la mejor caballería pesada del mundo, y habían luchado —y muerto— sobre esas rocas incontables veces en defensa de las tierras exuberantes del sur.
—Iré —accedió Lan—. El peso de lo que me habéis confiado iguala al de tres montañas.
—Lo sé —contesto Easar—. Pero os seguiremos, Dai San. Hasta que el cielo se desgarre en pedazos, hasta que las rocas se escindan bajo los pies, y hasta que la propia Rueda deje de girar. O, así lo quiera la Luz, hasta que a la última espada le sea concedida la paz.
—¿Y qué pasa con Kandor? Si la reina viene aquí, ¿quién dirigirá esa batalla?
—La Torre Blanca cabalga para luchar contra los Engendros de la Sombra que hay allí —informó Easar—. Enarbolasteis la Grulla Dorada. Nosotros juramos venir en vuestra ayuda, y así lo hemos hecho. —Vaciló y el timbre de su voz se hizo más sombrío—. Kandor ya no tiene salvación, Dai Shan. La reina lo ha admitido. El trabajo de la Torre Blanca no es recuperar el país, sino contener a los Engendros de la Sombra para que no ocupen más territorio.
Dieron media vuelta y cabalgaron entre las filas de lanceros. A los hombres se les exigía pasar las horas crepusculares a pocos pasos de sus monturas, y se mantenían ocupados cuidando de la armadura, las armas y los caballos. Todos los hombres llevaban una espada larga, a veces dos, envainada a la espalda, y todos sujetaban al cinto mazas y dagas. Los shienarianos no contaban únicamente con sus lanzas; un enemigo que pensara inmovilizarlos al no dejarles espacio para cargar, enseguida descubriría que podían ser muy peligrosos en la lucha a corta distancia.
La mayoría de los hombres vestían tabardos amarillos encima de la armadura, adornados con el Halcón Negro. Saludaron, recta la espalda y serios los rostros. En verdad, los shienarianos eran gente circunspecta. Era lo que pasaba si se vivía en las Tierras Fronterizas.
Lan vaciló, aunque enseguida habló alzando la voz:
—¿Por qué nos lamentamos?
Los soldados que estaban cerca se volvieron hacia él.
—¿No es esto para lo que nos hemos adiestrado? —gritó Lan—. ¿No es éste nuestro propósito, el de nuestras propias vidas? Esta guerra no es motivo de pesar. Otros hombres tal vez hayan sido indulgentes consigo mismos, pero no es nuestro caso. Estamos preparados, y por ello éste es un momento de gloria.
»¡Que haya risas! ¡Que haya gozo! Aclamemos a los caídos y brindemos por nuestros antepasados porque nos enseñaron bien. Si morís mañana, a la espera de vuestro renacimiento, sentíos orgullosos. ¡Tenemos encima la Última Batalla y nosotros estamos preparados!
Lan no sabía muy bien qué lo había hecho decir aquello, pero sus palabras desencadenaron una salva de vítores.
—¡Dai Shan! ¡Dai Shan! ¡La Grulla Dorada!
Vio que algunos de los hombres escribían la breve arenga a fin de pasársela a los demás.
—Tenéis alma de líder, Dai Shan —dijo Easar mientras cabalgaban.
—No es eso —argumentó Lan, con la vista al frente—. Es que no soporto la autocompasión. Hay demasiados hombres que actúan como si estuvieran preparándose la mortaja.
—Un tambor sin la membrana —empezó Easar en voz queda al tiempo que sacudía las riendas—. Una bomba sin palanca. Y sin voz una canción. Aun así me pertenece. Aun así.
Lan se volvió, fruncido el entrecejo, pero el rey no dio explicación por la poesía. Si sus súbditos eran circunspectos, el monarca lo era más. Easar tenía profundas heridas que no quería compartir. Lan lo entendía; él había hecho lo mismo.
Esa noche, sin embargo, sorprendió a Easar sonriendo mientras pensaba lo que quiera que le hubiera hecho evocar la poesía.
—¿Eso era de Anasai de Ryddingwood? —preguntó Lan.
—¿Conocéis la obra de Anasai? —Easar parecía sorprendido.
—Era una de las preferidas de Moraine Sedai. Sonaba como si fuera de ella.
—Todas las poesías las escribió como elegías —expuso Easar—. Ésta era para su padre. Anasai dejó instrucciones de que se podía leer, pero no en voz alta, excepto cuando fuera indicado hacerlo así. Aunque no explicó lo que consideraba indicado.
Llegaron a las tiendas de mando y desmontaron. Pero, no bien acababan de poner los pies en el suelo, cuando los cuernos empezaron a dar el toque de alarma. Los dos hombres reaccionaron y Lan se llevó la mano a la espada en un gesto automático.
—¡Vayamos con lord Agelmar! —gritó Lan mientras los hombres empezaban a chillar y sonaba el tintineo del equipamiento—. Si vais a combatir bajo mi bandera, entonces aceptaré de buen grado el papel de cabecilla.
—¿Sin albergar duda alguna? —preguntó Easar.
—¿Qué soy yo? —preguntó Lan mientras subía a la silla—. ¿Un pastor de algún pueblo olvidado? Cumpliré con mi deber. Si los hombres son tan necios de darme la responsabilidad del mando, yo también les explicaré qué responsabilidades tienen ellos.
Easar asintió con la cabeza y saludó mientras las comisuras de los labios se le curvaban con otra sonrisa. Lan le devolvió el saludo y después taconeó a Mandarb a través del centro del campamento. Los hombres apostados en el perímetro encendían hogueras; los Asha’man habían creado accesos a uno de los muchos bosques moribundos del sur para que los soldados recogieran leña. Si al final las cosas se hacían a su modo, Lan estaba decidido a que esos cinco encauzadores nunca malgastarían su fuerza matando trollocs. Eran mucho más útiles en otras cosas.
Narishma saludó a Lan al pasar a su lado. Lan no sabía con certeza que los grandes capitanes hubieran elegido a propósito Asha’man fronterizos para que estuvieran a sus órdenes, pero no creía que fuera pura casualidad. Tenía al menos uno de cada nación fronteriza, incluso uno nacido de padres malkieri.
«Luchamos juntos».