4
Las ventajas de un vínculo
Y eso es todo —acabó Pevara, que estaba sentada contra la pared.
Androl percibía sus emociones. Se encontraban sentados en el almacén, donde habían luchado contra los hombres de Taim y esperaban a Emarin, el cual afirmaba ser capaz de hacer hablar a Dobser. Androl no tenía experiencia en llevar a cabo un interrogatorio. El olor a grano había cambiado a un hedor rancio. A veces se estropeaba de repente.
Pevara había recobrado la tranquilidad, tanto por fuera como por dentro, conforme hablaba del asesinato de su familia a manos de unos viejos conocidos.
—Aún los odio —dijo—. Soy capaz de pensar en mi familia sin sentir dolor, pero a los Amigos Siniestros… los detesto. Al menos he tenido la satisfacción de una pequeña venganza, ya que el Oscuro no los preservó. Se pasaron toda la vida siguiéndolo con la esperanza de tener un sitio en su nuevo mundo, y todo para que la Última Batalla llegara mucho después de que hubieran muerto. Supongo que los que siguen vivos no van a obtener mucho más. Una vez que ganemos la Última Batalla, él tomará sus almas. Espero que los atormente por los siglos de los siglos.
—¿Tan segura estáis de que vamos a vencer? —preguntó Androl.
—Pues claro que venceremos. No es una incógnita, Androl. No podemos permitirnos hacer del resultado algo incierto.
—Tenéis razón —dijo él, que asintió con la cabeza—. Continuad.
—No hay más que decir. Qué raro se me hace haber contado lo ocurrido al cabo de todos estos años. Pasó bastante tiempo hasta que pude hablar de ello.
El silencio se adueñó del cuarto. Dobser colgaba de las ataduras, de cara a la pared, con los oídos taponados con los tejidos de Pevara. Los otros dos seguían inconscientes. Androl les había atizado con fuerza, y se proponía no dejar que volvieran en sí en mucho tiempo.
Pevara los había escudado, pero no podía mantener tres escudos a la vez si los hombres trataban de liberarse. Por lo general, para mantener escudado a un hombre las Aes Sedai usaban más de una hermana, así que mantener a tres sería imposible para una única encauzadora, tanto si era fuerte como si no. Podía atar los escudos, pero Taim había hecho que los Asha’man practicaran la forma de librarse de un escudo atado.
Sí, era mejor asegurarse de que los otros dos no se despertaran. Por muy conveniente que fuera degollarlos sin más, Androl no tenía estómago para hacerlo. En cambio, dirigió un minúsculo hilo de Energía y Aire para tocar los párpados de ambos. Tuvo que valerse de un único tejido, y muy débil, pero se las arregló para tocar todos los ojos. Si los párpados se entreabrían una mínima rendija, lo notaría. Eso sería suficiente para ponerlo sobre aviso.
Pevara seguía pensando en su familia. Lo que había dicho era verdad: odiaba a los Amigos Siniestros. A todos ellos. Era un odio controlado, no desenfrenado, pero seguía siendo intenso después de tantos años.
Androl jamás lo habría imaginado en esa mujer que parecía tener una sonrisa pronta. Notaba que sufría. Y que, por extraño que pareciera, se sentía… sola.
—Mi padre se suicidó —dijo Androl, sin tener intención de hacerlo.
Ella lo miró.
—Mi madre fingió durante años que había sido un accidente —prosiguió Androl—. Fue en el bosque. Saltó al vacío desde un risco. La noche anterior se había sentado a hablar con ella para explicarle lo que iba a hacer.
—¿Y no intentó detenerlo? —preguntó Pevara, horrorizada.
—No. Sólo unos pocos años antes de que encontrara el último abrazo de la madre, conseguí sonsacarle algunos detalles. Ella le tenía miedo. Fue un golpe terrible para mí, porque él siempre había sido tan afable… ¿Qué cambió en esos últimos años para que ella lo temiera? —Androl se volvió hacia Pevara—. Me contó que mi padre veía cosas en las sombras. Que había empezado a volverse loco.
—Ah…
—Me preguntasteis por qué había venido a la Torre Negra. Queríais saber por qué pedí que me hicieran la prueba. Bien, pues, esto que soy responde a una de mis preguntas. Me dice quién fue mi padre y por qué hizo lo que creía que tenía que hacer.
»Ahora es cuando comprendo las señales. El negocio iba muy bien. Padre descubría canteras de piedra y vetas metalíferas donde nadie más daba con ellas. Los hombres lo contrataban para que encontrara depósitos valiosos para ellos. Era el mejor. Extraordinariamente bueno. Al final yo veía… eso en él, Pevara. Sólo tenía diez años, pero lo recuerdo. El miedo en sus ojos. Ahora sé lo que temía. —Vaciló antes de seguir—. Mi padre saltó por aquel precipicio para salvar la vida a su familia.
—Lo siento —susurró Pevara.
—Saber lo que soy, lo que él era, me ayuda.
Había empezado a llover otra vez y las gotas, gruesas, golpeaban las ventanas como chinarros. La puerta que daba a la tienda se abrió y Emarin se asomó, por fin. Vio a Dobser colgado en el aire y pareció aliviado. Entonces vio a los otros y se llevó un sobresalto.
—¿Qué habéis hecho vosotros dos?
—Lo que hubo de hacerse —repuso Androl mientras se ponía de pie—. ¿Por qué has tardado tanto?
—Ha faltado poco para que me enfrentara otra vez con Coteren —dijo Emarin sin quitar la vista de los dos Asha’man cautivos—. Creo que apenas nos queda tiempo, Androl. No hemos hecho caso de sus provocaciones, pero Coteren parecía irritado, más de lo que es normal en él. No creo que vaya a soportarnos mucho más.
—De todos modos, estos cautivos han puesto en marcha la cuenta atrás —comentó Pevara, que apartó a Dobser para hacerle hueco a Emarin—. ¿Estáis seguro de que podéis hacer hablar a este hombre? Yo he intentado interrogar a Amigos Siniestros en otras ocasiones, y suele ser difícil quebrantarlos.
—Ah, pero él no es un Amigo Siniestro —contestó Emarin—. Es Dobser.
—No creo que sea realmente él —intervino Androl mientras observaba al hombre que flotaba sostenido por las ataduras—. No acepto que se pueda obligar a alguien a servir al Oscuro.
Percibió que Pevara estaba en desacuerdo con él; creía de verdad que era eso lo que había ocurrido, que era factible Trasmutar a cualquiera con capacidad de encauzar, según le había explicado. Los textos antiguos lo mencionaban.
La idea le provocó a Androl ganas de vomitar. ¿Forzar a alguien a ser malvado? Eso no podía ser posible. El destino llevaba a las personas de un lado para otro, las ponía en posiciones terribles que a veces les costaba la vida y a veces la cordura. Pero la elección de servir al Oscuro o a la Luz… Sin duda ésa era una opción que no podía quitársele a una persona.
La sombra que vio en el fondo de los ojos de Dobser fue prueba suficiente para Androl. El hombre al que había conocido ya no estaba, había perecido, y en el cuerpo habían metido a algún otro ser, algo perverso. Un alma nueva. Tenía que ser eso.
—Sea lo que sea —dijo Pevara—, soy escéptica en cuanto a que seas capaz de obligarlo a hablar.
—La mejor persuasión —contestó Emarin, con las manos enlazadas a la espalda— es aquella que no es forzada. Pevara Sedai, si sois tan amable de soltar los tejidos que le tapan los oídos… Pero quitad sólo el mínimo, como si el tejido se hubiese soltado y estuviera cayéndose. Quiero que «escuche a hurtadillas» lo que estoy a punto de decir.
Ella accedió a hacer lo que le pedía. O eso al menos fue lo que supuso Androl. Estar vinculados por partida doble no significaba que pudieran ver los tejidos del otro. Sin embargo, sí percibía la ansiedad de la mujer. Pensaba en los Amigos Siniestros a los que había interrogado, y anhelaba… algo. ¿Una herramienta que podría utilizar contra ellos?
—Creo que podremos ocultarnos en mi heredad —comentó Emarin en un tono altanero.
Androl parpadeó. El hombre se mostraba más pagado de sí mismo, más orgulloso, más… autoritario. La voz sonaba potente, displicente. Así, de golpe y sopetón, se había convertido en un noble.
—A nadie se le pasará por la cabeza buscarnos allí —prosiguió Emarin—. Os aceptaré como mis asociados. En cuanto a los inferiores a nosotros, como el joven Evin, por ejemplo, puedo emplearlos como sirvientes. Si jugamos bien nuestras cartas, levantaremos otra torre que rivalice con la Torre Negra.
—Yo… no sé hasta qué punto sería aconsejable hacer tal cosa —le siguió el juego Androl.
—A callar —espetó Emarin—. Te pediré tu opinión cuando lo crea oportuno. Aes Sedai, la única forma de rivalizar con la Torre Blanca y la Torre Negra es crear un lugar donde hombres y mujeres encauzadores trabajen juntos. Una… Torre Gris, por así decirlo.
—Qué idea tan interesante.
—Simple sentido común —remató Emarin, que se volvió hacia el cautivo—. ¿No puede oír lo que hablamos?
—Ya os lo he dicho —respondió Pevara, que añadió para sus adentros «que puede».
—Entonces, liberadlo. Quiero hablar con él.
Pevara hizo lo que le pedía, aunque con cierta vacilación. Dobser cayó al suelo, y logró mantenerse de pie a duras penas. Se tambaleó un instante, inestable, y de inmediato echó una ojeada hacia la salida.
Emarin se llevó una mano hacia la espalda, sacó algo del cinturón y lo tiró al suelo. Era una bolsa pequeña. Al caer tintineó.
—Maese Dobser —dijo Emarin.
—¿Qué es? —preguntó el otro, que se agachó con cautela y recogió la bolsa. Miró dentro y los ojos se le abrieron de par en par.
—La remuneración —contestó Emarin.
—¿Por hacer qué? —inquirió Dobser, entrecerrando los ojos.
—Me habéis malinterpretado, maese Dobser —dijo Emarin—. No os estoy pidiendo nada, os lo doy como disculpa. Mandé a Androl aquí para pediros ayuda, y parece que se ha… excedido con las instrucciones que recibió. Simplemente deseo hablar con vos. No era mi intención veros envuelto en Aire y atormentado.
Dobser miró en derredor con desconfianza.
—¿De dónde has sacado un dinero así, Emarin? ¿Qué te hace pensar que puedes empezar a dar órdenes? Sólo eres un soldado… —Miró de nuevo el contenido de la bolsa.
—Veo que nos entendemos —repuso Emarin sonriente—. ¿Mantendréis en secreto mi tapadera, entonces?
—Yo… —Dobser frunció el entrecejo y miró a Welyn y a Leems, que yacían inconscientes en el suelo.
—Sí —dijo Emarin—. Lo de ésos va a ser un problema, ¿verdad? ¿Qué os parece si entregamos a Androl a Taim y le echamos la culpa de esto?
—¿Androl? —repitió Dobser con un resoplido desdeñoso—. ¿El paje? ¿Dejar fuera de combate a dos Asha’man? Nadie se lo tragaría. Nadie.
—Muy cierto, maese Dobser —convino Emarin.
—Entrégale a la Aes Sedai —dijo Dobser, señalando con el dedo hacia ella.
—Lamentablemente, la necesito. Un desastre, eso es lo que tenemos aquí. Una pura chapuza.
—Bueno, tal vez podría hablar al M’Hael en tu favor —propuso Dobser—. Ya sabes, aclararlo.
—Sería un gesto muy de agradecer —contestó Emarin, que acercó una silla que había junto a la pared y a continuación puso otra enfrente. Se sentó e hizo un gesto con la mano para que Dobser hiciera lo propio—. Androl, haz algo útil. Encuentra algo de beber para maese Dobser y para mí. Té. ¿Te gusta con azúcar?
—No. De hecho, oí decir que aquí había vino por alguna parte… —dijo Dobser.
—Vino, Androl. —Emarin chasqueó los dedos.
«En fin —pensó Androl—, será mejor que interprete mi papel». Hizo una reverencia, lanzó una bien calculada mirada feroz a Dobser, y fue a buscar unas copas y vino del almacén. Cuando regresó, Dobser y Emarin charlaban de forma amistosa.
—Entiendo —decía Emarin—. Me ha costado tanto trabajo encontrar la ayuda adecuada dentro de la Torre Negra… La necesidad de preservar mi identidad es imperativa, ¿sabes?
—Me doy cuenta, milord —contestó Dobser—. Vaya, si cualquier otro supiera que hay un Gran Señor de Tear en nuestras filas, el peloteo no tendría fin, eso puedo asegurarlo. Y al M’Hael, bueno, no le haría gracia que hubiera alguien con tanta autoridad aquí. ¡Ni pizca!
—Entonces, es comprensible que haya de mantener las distancias —explicó Emarin, que alargó una mano y aceptó la copa de vino que Androl le sirvió.
«¿Un Gran Señor de Tear?», pensó Androl, divertido. Dobser parecía que se lo estaba tragando igual que tragaba un licor fuerte.
—¡Y todos nosotros pensando que lisonjeabais a Logain porque erais estúpido! —dijo Dobser.
—Ay, qué carga he de llevar. Si hubiera pasado mucho tiempo cerca de él, Taim no habría tardado ni un momento en darse cuenta de quién soy. Así que me vi forzado a ir con Logain. Él y ese tipo, el Dragón, salta a la vista que ambos son granjeros y no reconocerían a un hombre de alta cuna.
—Os diré, milord, que yo sospechaba algo —afirmó Dobser.
—Como yo imaginaba —contestó Emarin, que tomó un sorbito de vino—. Para demostrar que no está envenenado —explicó antes de pasarle la copa a Dobser.
—No hacía falta, milord —protestó Dobser—. Confío en vos. —Vació de un trago la copa—. Si uno no puede fiarse de todo un Gran Señor, entonces, ¿en quién puede uno confiar?
—Muy cierto.
—Os diré una cosa —empezó Dobser mientras alargaba la copa y la meneaba para que Androl se la llenara otra vez—. Necesitaréis otra excusa mejor para manteneros alejado de Taim. Lo de seguir a Logain ya no va a funcionar.
Emarin dio un largo trago de su copa de vino con aire pensativo.
—Taim lo tiene en su poder. Entiendo —dijo luego—. El hecho de que Welyn y los otros hayan aparecido habla por sí mismo.
—Sí. —Dobser dejó que Androl le llenara la copa—. Pero Logain es uno de los fuertes. Cuesta mucho esfuerzo y tiempo Trasmutar a un hombre como él. Cuestión de fuerza de voluntad, ¿comprendéis? Se tardará un día o dos en Trasmutarlo. Sea como sea, también podríais presentaros a Taim como quien sois, explicarle lo que os proponéis. Él lo entenderá. No deja de repetir que los hombres son más útiles para él si no tiene que someterlos a la Trasmutación. Sin embargo, con Logain no hay vuelta de hoja, hay que Trasmutarlo. Un proceso horroroso. —Dobser se estremeció con un escalofrío.
—Entonces iré a hablar con él, maese Dobser. ¿Por casualidad no querrías responder por mí? Te… resarciré por el esfuerzo.
—Claro, claro, ¿por qué no? —Apuró el vino y luego, tambaleándose, se puso de pie—. Habrá ido a comprobar cómo va Logain. Siempre lo hace a esta hora de la noche.
—¿Y dónde tiene a Logain? —preguntó Emarin.
—En los cuartos secretos —repuso Dobser—. En los cimientos que estamos construyendo. ¿Sabéis el sector oriental, donde el derrumbamiento hizo toda esa excavación adicional? Bueno, no hubo tal derrumbe, sólo fue una excusa para ocultar el trabajo extra que se estaba haciendo. Y… —Dobser se calló, vacilante.
—Y vale ya —intervino Pevara, que volvió a atar al hombre con Aire y le tapó los oídos. Se cruzó de brazos y miró a Emarin—. Estoy impresionada.
Emarin abrió los brazos en un gesto de humildad y concretó:
—Siempre he tenido el don de hacer que los hombres se sientan a gusto. A decir verdad, no sugerí elegir a Dobser porque creyera que era fácil sobornarlo. Lo elegí por sus… en fin, sus limitados poderes cognitivos.
—Claro. Que alguien haya sido Trasmutado para que sirva a la Sombra no hace que sea menos estúpido —dijo Androl—. Pero, si podías hacer esto, ¿por qué tuvimos que reducirlo, para empezar?
—Es cuestión de controlar la situación, Androl —contestó Emarin—. A un hombre como Dobser uno no debe hacerle frente en su elemento, rodeado de amigos más inteligentes que él. Hay que asustarlo, hacer que se estremezca, y después ofrecerle un modo de zafarse de la situación apurada. —Emarin vaciló y miró a Dobser—. Además, no creo que quisiéramos correr el riesgo de que fuera a Taim, que sin duda sería lo que habría hecho si lo hubiésemos abordado en privado, sin la amenaza de la violencia.
—¿Y ahora? —preguntó Pevara.
—Ahora —contestó Androl—, les damos algo a los tres que los mantenga dormidos hasta Bel Tine. Vamos a buscar a Nalaam, a Canler, a Evin y a Jonneth. Esperamos a que Taim acabe su visita para ver cómo va Logain, entramos a la fuerza, lo rescatamos y libramos a la Torre del dominio de la Sombra.
Se quedaron callados un momento. El cuarto estaba alumbrado por una única lámpara titilante. La lluvia salpicaba la ventana.
—En fin —rompió el silencio Pevara—, mientras no sea muy difícil la tarea que nos propones, Androl…
Rand abrió los ojos en el sueño, sorprendido de algún modo por haberse quedado dormido. Por fin Aviendha lo había dejado dar una cabezada. En realidad, lo más probable era que ella también estuviera echando un sueño. Parecía estar tan cansada como él. Más, quizá.
Se levantó y se puso de pie en un prado de hierba muerta. Había sentido su preocupación, y no sólo a través del vínculo, sino por el modo en que se había aferrado a él. Aviendha era una luchadora, una guerrera, pero hasta un guerrero necesitaba algo a lo que asirse de vez en cuando. La Luz sabía que a él también le pasaba.
Miró en derredor. Aquello no se parecía al Tel’aran’rhiod; no del todo. El campo muerto se extendía a lo lejos en todas direcciones; hasta el infinito, presumiblemente. Aquél no era el verdadero Mundo de los Sueños. Era un fragmento de sueño, un mundo creado por un Soñador o un caminante de sueños poderoso.
Rand echó a andar y, aunque no había árboles, las hojas muertas crujieron al pisarlas. Seguramente habría podido impulsarse de vuelta a sus propios sueños. Aunque nunca había sido tan bueno como muchos de los Renegados en caminar por los sueños, eso sí era capaz de hacerlo. La curiosidad lo empujó a seguir adelante.
«No tendría que encontrarme aquí —pensó—. Puse salvaguardias». ¿Cómo había llegado a ese lugar y quién lo había creado? Sospechaba de alguien. Había una persona que utilizaba los fragmentos de sueño a menudo.
Rand percibió una presencia cercana. Siguió adelante, sin volverse, pero sabía que alguien caminaba a su lado ahora.
—Elan —saludó Rand.
—Lews Therin. —Elan aún llevaba su cuerpo más reciente, el hombre alto y apuesto que vestía de negro y rojo—. Esto se muere, y el polvo sofocará todo muy pronto. El polvo… y luego, nada.
—¿Cómo has eludido mis salvaguardias?
—Lo ignoro —admitió Moridin—. Sabía que, si creaba este sitio, te reunirías aquí conmigo. No puedes mantenerte alejado de mí. El Entramado no lo permitirá. Nos atraemos el uno al otro, tú y yo. Una y otra y otra vez. Dos barcos amarrados en la misma playa que se golpean entre sí con cada nueva marea.
—Poético —comentó Rand—. Por fin has soltado a Mierin de su correa, por lo que he visto.
Moridin se paró y Rand hizo una pausa y lo miró. La ira del hombre parecía irradiar de él en oleadas de calor.
—¿Acudió a ti? —demandó Moridin.
Rand no contestó.
—No finjas que sabías que aún vivía. No lo sabías, no podías saberlo.
Rand siguió callado. Sus sentimientos respecto a Lanfear —o comoquiera que se llamara ahora— eran complicados. Lews Therin la había despreciado, pero Rand la había conocido primero como Selene, y le había caído bien; al menos hasta que intentó matar a Egwene y a Aviendha.
Pensar en ella lo llevó a pensar en Moraine y le hizo albergar esperanzas que no debería alentar.
«Si Lanfear vive todavía… ¿Estará viva también Moraine?»
Se volvió a mirar a Moridin con tranquila confianza.
—Liberarla ahora no tiene sentido —dijo—. Ya no tiene poder alguno sobre mí.
—Sí, te creo —contestó Moridin—. No lo tiene, pero creo que siente cierto… rencor hacia la mujer que elegiste. ¿Cómo se llama? La que se considera Aiel pero lleva armas encima…
Rand no reaccionó al intento de irritarlo.
—De todos modos, Mierin te odia ahora —continuó Moridin—. Creo que te culpa por lo que le ha ocurrido. Deberías llamarla Cyndane. Se le ha prohibido utilizar el nombre que eligió para sí misma.
—Cyndane… —repitió Rand, como si probara la palabra—. ¿«Última oportunidad»? Veo que el humor de tu señor va en aumento.
—No se pretendía que resultara humorístico —dijo Moridin.
—No, supongo que no. —Rand contempló el infinito paisaje de hierba y hojas muertas—. Me cuesta trabajo pensar que te tenía tanto miedo en esos primeros días. ¿Invadías mis sueños por entonces, o me llevabas a uno de estos fragmentos de sueño? Nunca llegué a imaginarlo.
Moridin no dijo nada.
—Recuerdo una vez… —agregó Rand—. Sentado junto al fuego, rodeado de pesadillas que recordaban el Tel’aran’rhiod. No habrías podido arrastrar del todo a alguien al Mundo de los Sueños y, sin embargo, no soy caminante de sueños, con capacidad para entrar por mí mismo.
Moridin, como muchos de los Renegados, por lo general había entrado al Tel’aran’rhiod en persona, lo cual era peligroso. Algunos decían que entrar en persona era un acto perverso, un acto que te hacía perder parte de tu humanidad. También te hacía más poderoso.
Moridin no dio ninguna pista sobre lo que había ocurrido esa noche. Rand guardaba un recuerdo borroso de aquellos días del viaje a Tear. Recordaba tener visiones por la noche; visiones de sus amigos o de su familia que intentaban matarlo. Moridin… Es decir, Ishamael, había tirado de él contra su voluntad hacia sueños que se entrecruzaban en el Tel’aran’rhiod.
—Estabas loco aquellos días —susurró Rand, que miró a Moridin a los ojos. Casi podía ver el fuego ardiendo en ellos—. Aún lo estás, ¿no es cierto? Sólo que lo controlas. Nadie puede servirle sin estar, al menos, un poco trastornado.
—Mófate cuanto quieras, Lews Therin. —Moridin adelantó un paso—. El fin asoma por el horizonte. Todo se entregará a la gran asfixia de la Sombra para que sea aplastado, despedazado, estrangulado.
Rand también adelantó un paso y los dos se encontraron frente a frente. Eran igual de altos.
—Te odias a ti mismo —susurró Rand—. Lo percibo dentro de ti, Elan. Otrora lo servías por el poder; ahora lo haces porque su victoria, y con ella el final de todas las cosas, es la única liberación que tendrás jamás. Prefieres no existir a continuar siendo tú. Has de saber que él no te soltará. Jamás. A ti no.
Moridin hizo un gesto de desprecio y mofa.
—Me dejará que te mate antes de que esto acabe, Lews Therin. A ti y a la del cabello rubio, y a la Aiel, y a la pequeña de cabello moreno.
—Te comportas como si esto fuera una contienda entre tú y yo, Elan —lo interrumpió Rand.
Moridin echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas.
—¡Pues claro que lo es! ¿Es que todavía no te has dado cuenta? ¡Por toda la sangre derramada, Lews Therin! Se trata de nosotros dos. Igual que en eras pasadas, una y otra vez, luchamos uno contra el otro. Tú y yo.
—No. Esta vez no. No me enfrentaré a ti. Tengo una batalla más importante que librar.
—No intentes…
La luz del sol irrumpió cegadoramente entre las nubes en lo alto. En el Mundo de los Sueños casi nunca había sol, pero ahora bañó el espacio que rodeaba a Rand.
Moridin reculó a trompicones. Alzó la vista hacia la luz y después miró a Rand y estrechó los ojos.
—No creas que… No creas que voy a dejarme embaucar con tus sencillos trucos, Lews Therin. Weiramon estaba trastornado por lo que le hiciste, pero no es algo difícil, asiendo el Saidin, escuchar cómo se aceleran los latidos del corazón de la gente.
Rand forzó su voluntad. Las resecas hojas muertas empezaron a transformarse a sus pies, verdearon de nuevo, y los brotes de hierba se abrieron paso entre las hojas. El verdor se fue extendiendo a partir de él como pintura derramada, y las nubes en lo alto se evaporaron.
Los ojos de Moridin se desorbitaron más aún. Se tambaleó al contemplar el cielo a medida que las nubes se batían en retirada… Rand sentía su estupor… Porque estaban en el fragmento de sueño de Moridin.
Sin embargo, para introducir a otra persona en él, tenía que colocarlo cerca del Tel’aran’rhiod. Esas reglas se aplicaban. También había algo más, algo relacionado con la conexión entre ellos dos…
Rand caminó hacia adelante con los brazos alzados a los costados. La hierba se extendió en oleadas, flores rojas brotaron en el suelo y pareció que la tierra se ponía colorada. La tormenta encalmó, las nubes oscuras se evaporaron con el calor de la luz.
—¡Cuéntaselo a tu señor! —ordenó Rand—. Dile que esta batalla no es como las otras. Dile que estoy cansado de secuaces, que se acabaron para mí los triviales movimientos de peones. ¡Dile que voy por ÉL!
—Esto no es posible. —Moridin temblaba de manera evidente—. Esto no… —Miró a Rand un instante, de pie bajo el sol cegador, y después desapareció.
Rand soltó la respiración contenida. La hierba murió a su alrededor, las nubes volvieron con rapidez, la luz del sol se apagó. Aunque Moridin se había marchado, mantener la transformación del paisaje era difícil. Rand se encorvó, jadeante, y empezó a recuperarse del esfuerzo.
Allí, algo podía hacerse real a fuerza de desearlo. Ojalá las cosas fueran tan sencillas en el mundo real.
Cerró los ojos y se sacó de allí para dormir el poco tiempo que quedaba antes de que tuviera que levantarse. Levantarse y salvar el mundo. Si podía.
Pevara se acuclilló al lado de Androl bajo la noche lluviosa. Tenía la capa completamente empapada. Sabía un par de tejidos que habrían sido útiles para eso, pero no se atrevía a encauzar. Los otros y ella se verían abocados a un enfrentamiento con Aes Sedai Trasmutadas y mujeres del Ajah Negro, porque, si ella encauzaba, lo percibirían.
—Definitivamente tienen vigilada la zona —susurró Androl.
Un poco más adelante, el terreno se fragmentaba en una amplia secuencia de zanjas y obras de albañilería que semejaba un laberinto. Ésos eran los cimientos de los sótanos de lo que acabaría convirtiéndose en la Torre Negra propiamente dicha. Si Dobser tenía razón, otros cuartos subterráneos se habían construido en los sótanos, cámaras ocultas —ya— terminadas, que seguirían siendo secretas mientras la Torre se construía.
Un par de Asha’man de Taim charlaban a poca distancia. Aunque intentaban aparentar despreocupación, el mal tiempo frustraba su empeño. ¿Quién querría estar fuera en una noche como ésa? A despecho del brasero que ardía y daba luz, así como un tejido de Aire que los protegía para que la lluvia no los tocara, su presencia era sospechosa.
Guardias. Pevara intentó comunicar el pensamiento a Androl.
Funcionó. Notó la sorpresa del hombre cuando la idea se entrometió en las suyas.
Algo le llegó de vuelta, poco claro. Deberíamos aprovechar nuestra ventaja.
Sí, contestó ella. La siguiente idea era demasiado compleja, sin embargo, así que la transmitió en un quedo susurro:
—¿Cómo no os habíais percatado antes de que Taim dejaba vigilancia en las obras de los cimientos por la noche? Si en realidad existen esos cuartos secretos, entonces lo que se hace en ellos también se llevaría a cabo por la noche.
—Taim decretó el toque de queda —susurró Androl—. Permite que lo pasemos por alto sólo cuando le conviene a él, como para el regreso de Welyn esta noche. Además, este sector es peligroso, con esas zanjas y esos agujeros. Sería una buena razón para poner guardias, salvo…
—Salvo porque Taim no es exactamente el tipo de hombre al que le importe que un niño o dos se rompan el cuello mientras curiosean —acabó Pevara.
Androl asintió con la cabeza.
Los dos esperaron bajo la lluvia al tiempo que contaban cada respiración, hasta que tres llamaradas salieron de la noche y golpearon a los guardias directamente en la cabeza. Los dos Asha’man se desplomaron como sacos de grano. Nalaam, Emarin y Jonneth habían hecho su trabajo a la perfección. Rapidez al encauzar; con suerte, no se habría percatado nadie o se pensaría que era obra de los hombres de Taim que hacían guardia.
«Luz —se dijo para sus adentros Pevara—. Androl y los otros realmente son armas». No se había parado a pensar que Emarin y los otros llevarían a cabo ataques letales. Eso se salía por completo de su experiencia como Aes Sedai. Las Aes Sedai ni siquiera mataban a falsos Dragones si podían evitarlo.
—Amansar mata —dijo Androl sin dejar de mirar al frente—. Aunque lo haga despacio.
Luz. Sí, puede que su vinculación les diera ventaja, pero también era muy inconveniente. Tendría que practicar escudar sus pensamientos.
Emarin y los otros salieron de las sombras y se reunieron con Pevara y Androl junto al brasero. Canler se quedó atrás con los otros chicos de Dos Ríos, listo para dirigirlos desde la Torre Negra en un intento de escapar si algo salía mal esa noche. Era lógico dejarlo a él, a despecho de sus protestas. Tenía familia.
Arrastraron los cadáveres hacia la oscuridad, pero dejaron encendido el brasero. Alguien que buscara a los guardias vería que la luz seguía allí, si bien la noche era tan neblinosa y lluviosa que tendría que acercarse más para darse cuenta de que los guardias habían desaparecido.
Aunque protestaba con frecuencia porque los otros lo seguían, Androl tomó la iniciativa de inmediato y mandó a Nalaam y a Jonneth a vigilar en el perímetro de los cimientos. Jonneth llevaba su arco, aunque sin encordar debido a la humedad de la noche. Esperaban que dejara de llover y que él pudiera utilizarlo cuando no fuera posible correr el riesgo de encauzar.
Androl, Pevara y Emarin se deslizaron por una de las cuestas embarradas hasta los huecos de los cimientos que se habían excavado. El barro salpicó a Pevara cuando llegó al final, pero ya estaba empapada, y la lluvia arrastró la suciedad.
Habían hecho los cimientos con piedras colocadas para formar muros entre estancias y pasillos; ahí abajo, el sitio se convertía en un laberinto que recibía un continuo flujo de agua caída del cielo. Por la mañana, a los soldados Asha’man los pondrían a drenar los cimientos.
¿Cómo encontramos la entrada?, transmitió Pevara.
Androl se arrodilló con una minúscula esfera de luz flotando sobre la mano. Gotas de lluvia pasaban a través de la luz a semejanza de meteoritos que destellaran durante un instante y se desvanecieran. El hombre metió los dedos en el agua embalsada en el suelo. Alzó la cabeza y señaló.
—Fluye hacia allí —susurró—. Va hacia algún sitio. Ahí es donde encontraremos a Taim.
Emarin emitió un quedo gruñido de apreciación. Androl alzó una mano indicando a Jonneth y a Nalaam que bajaran a los cimientos con ellos, y luego se puso en cabeza y avanzó pisando con suavidad.
Tú. Mueves. Bien. Silencio, transmitió Pevara.
Entrenado para explorar, transmitió él a su vez. En bosques. Montañas de la Niebla.
Pero ¿cuántos oficios había tenido ese hombre en su vida? A Pevara le preocupaba. Una vida como la que él había llevado indicaba insatisfacción con el mundo, impaciencia. La forma en que hablaba sobre la Torre Negra, sin embargo… La pasión con la que estaba dispuesto a luchar… Eso indicaba algo diferente. No era sólo por lealtad a Logain. Sí, Androl y los otros respetaban a Logain, pero para ellos representaba algo mucho más grande. Un lugar donde hombres como ellos fueran respetados.
Una vida como la de Androl podría indicar un hombre que no se comprometía ni estaría satisfecho nunca, pero también podía indicar otra cosa: un hombre que buscaba. Un hombre que sabía que la vida que quería para él existía en alguna parte. Sólo tenía que encontrar ese lugar.
—¿Os enseñan a analizar así a la gente en la Torre Blanca? —le preguntó Androl en un susurro cuando se detuvo junto a un umbral y desplazó la luz hacia adentro y luego indicó a los otros que los siguieran con un gesto de la mano.
No, transmitió Pevara, que procuraba practicar ese método de comunicación para hacer más sencillas las ideas. Es algo que una mujer aprende tras su primer siglo de vida.
Él transmitió un regocijo tenso. Entraron en una serie de estancias sin acabar, ninguna de ellas techada, antes de llegar a un sector de tierra en el que no se había hecho ningún tipo de trabajo. Había algunos barriles que contenían brea, pero los habían movido a un lado y habían retirado los tablones sobre los que solían descansar. Allí se abría un agujero en el suelo. El agua corría por el borde del agujero y caía en la oscuridad. Androl se arrodilló y escuchó, tras lo cual hizo un asentimiento de cabeza a los demás antes de deslizarse por el agujero. El ruido de un chapoteo llegó un segundo después.
Pevara fue tras él y cayó a corta distancia del hombre. Sentía la frialdad del agua en los pies, pero ya estaba empapada. Androl se encorvó, los condujo por debajo de un saliente de tierra y al llegar al otro lado se puso erguido. Allí habían abierto una zanja para contener el agua de lluvia. Pevara calculó que habían estado directamente encima de ese punto cuando se deshicieron de los guardias.
Dobser tenía razón, transmitió mientras los demás avanzaban chapoteando a su espalda. Taim construye cámaras y túneles secretos.
Cruzaron la zanja y siguieron adelante. Un poco más abajo en el túnel, el grupo llegó a una intersección donde las paredes de tierra estaban apuntaladas como los pozos mineros. Los cinco se reunieron allí para mirar en una y otra dirección. Dos caminos.
—Ese camino va hacia arriba —susurró Emarin, señalado a la izquierda—. ¿Quizás a otra entrada de estos túneles?
—Probablemente tendríamos que bajar más —opinó Nalaam—. ¿No os parece?
—Sí —convino Androl, que se chupó el dedo y luego lo levantó—. El viento sopla hacia la derecha. Iremos hacia allí primero. Tened cuidado. Habrá otros guardias.
El grupo descendió por los túneles. ¿Cuánto tiempo llevaba Taim trabajando en ese complejo subterráneo? No parecía ser muy extenso —no habían pasado por otras bifurcaciones—, pero aun así era impresionante.
Androl se paró de repente y los demás se detuvieron enseguida. Una voz gruñona resonaba en el túnel, aunque demasiado bajo para entender lo que decía; al sonido lo acompañaba el parpadeo de una luz en las paredes. Pevara abrazó la Fuente y preparó tejidos. Si encauzaba, ¿lo notaría alguien de los que estaban en el subterráneo? Era obvio que también Androl dudaba; encauzar arriba para matar a los guardias ya había sido algo más que sospechoso. Si los hombres de Taim que se encontraban allí abajo percibían que alguien usaba el Poder Único…
La figura se aproximaba y la luz la iluminó.
Al lado de Pevara sonó un leve crujido cuando Jonneth tensó su arco de Dos Ríos, ahora encordado. Apenas había espacio en el túnel para el arco. Jonneth disparó con un seco chasquido y el aire silbó. El refunfuño se cortó y la luz cayó.
El grupo avanzó con dificultad y encontró a Coteren desplomado en el suelo, con una mirada vidriosa en los ojos y la flecha clavada en el pecho. La linterna parpadeaba en el suelo, a su lado. Jonneth recobró su flecha y la limpió en la ropa del hombre muerto.
—Por eso sigo llevando el arco, maldito hijo de cabra.
—Mirad —dijo Emarin al tiempo que señalaba una puerta maciza—. Coteren estaba de guardia.
—Preparaos —susurró Androl, que abrió la puerta de un empujón.
Detrás encontraron una fila de burdas celdas construidas en la pared de tierra, todas ellas más pequeñas que un tabuco techado y excavado en la tierra, con una puerta encajada en la abertura del hueco. Pevara se asomó a una, pero se hallaba vacía. En el cubículo no había espacio suficiente para que un hombre se pusiera de pie dentro; tampoco había luz. Estar encerrado en esas celdas significaba encontrarse atrapado en la oscuridad, comprimido en un espacio semejante a una tumba.
—¡Luz! —exclamó Nalaam—. ¡Androl, está aquí! ¡Es Logain!
Los otros se apresuraron a reunirse con él, y Androl forzó la cerradura con una habilidad sorprendente. Abrieron la puerta de la celda y Logain salió rodando con un gemido. Tenía un aspecto horrible, cubierto de mugre. Antes, ese cabello rizoso y oscuro y el rostro firme debían de haberlo hecho parecer apuesto, pero ahora se lo veía tan débil como un mendigo enfermo.
Tosió y luego se incorporó de rodillas con ayuda de Nalaam. Androl se arrodilló de inmediato, pero no por reverencia. Miró a Logain a los ojos mientras Emarin le daba al cabecilla Asha’man su petaca para que bebiera.
¿Y bien?, transmitió Pevara.
Es él, respondió Androl con una oleada de alivio que se transmitió a través del vínculo. Aún es él.
Lo habrían dejado marchar si lo hubiesen Trasmutado, razonó Pevara por la misma vía. Cada vez se sentía más cómoda con ese método de comunicación.
Quizá. A menos que esto sea una trampa, repuso Androl antes de hablar en voz alta:
—Milord Logain.
—Androl. —La voz de Logain sonaba raposa—. Jonneth. Nalaam. ¿Y una Aes Sedai? —Observó a Pevara. Para tratarse de un hombre que, por lo visto, llevaba padeciendo días o tal vez semanas de encarcelamiento, parecía estar muy lúcido—. Os recuerdo. ¿A qué Ajah pertenecéis, mujer?
—¿Acaso importa? —respondió ella.
—Mucho. —Logain intentó ponerse de pie. Estaba demasiado debilitado y Nalaam tuvo que sostenerlo—. ¿Cómo me habéis encontrado?
—Ésa es una historia para contar una vez que estéis a salvo, milord —dijo Androl. Se asomó a la puerta—. Pongámonos en marcha. Aún tenemos por delante una noche difícil. Yo…
Androl se quedó inmóvil, y luego cerró la puerta.
—¿Qué ocurre? —preguntó Pevara.
—Alguien encauza —dijo Jonneth—. Con mucha fuerza.
Fuera, en el túnel, sonaron gritos amortiguados por la puerta y las paredes de tierra.
—Alguien ha debido de encontrar a los guardias —dijo Emarin—. Milord Logain, ¿podéis luchar?
Logain intentó sostenerse por sí solo y enseguida se le doblaron las piernas. Su gesto era determinado, pero Pevara percibió la decepción de Androl. A Logain le habían dado horcaria; o eso, o simplemente estaba demasiado agotado para encauzar. No era de sorprender. Pevara había visto mujeres en mejor estado que el de Logain e incapaces de alcanzar la Fuente por sentirse demasiado exhaustas.
—¡Atrás! —gritó Androl, que se apartó a un lado de la puerta, contra la pared de tierra. La puerta explotó con una oleada de fuego y destrucción.
Pevara no esperó a que los escombros y el polvo se asentaran; tejió Fuego y lanzó una columna demoledora hacia el corredor. Sabía que se enfrentaba a Amigos Siniestros o algo peor. Los Tres Juramentos no impedían actuar en semejante situación.
Oyó gritos, pero algo desvió el fuego. De inmediato, un escudo trató de interponerse entre ella y la Fuente. Lo rechazó, aunque por poco, y se agachó hacia un lado al tiempo que tomaba aire con ansiedad.
—Quienesquiera que sean, son fuertes —dijo.
Una voz impartió órdenes a lo lejos y levantó eco en los túneles.
Jonneth se arrodilló al lado de Pevara, apartándose, y exclamó:
—¡Luz, es la voz de Taim!
—No podemos aguantar aquí —dijo Logain—. Androl, un acceso.
—Lo estoy intentando. ¡Luz, lo estoy intentando! —se desesperó Androl.
—¡Bah, me he visto en peores sitios! —manifestó Nalaam mientras dejaba a Logain sentado contra la pared. Se unió a los otros en el umbral y lanzó tejidos corredor abajo. Las paredes laterales se sacudieron con explosiones y se desprendió tierra suelta del techo.
Pevara se plantó de un salto en el umbral al tiempo que lanzaba un tejido, y a continuación se arrodilló junto a Androl. El hombre miraba al frente, sin ver, el rostro convertido en una máscara de concentración. Pevara notó la determinación y la frustración palpitando a través del vínculo. Lo asió de la mano.
—Podéis hacerlo —susurró.
El umbral saltó en pedazos y Jonneth se echó hacia atrás con el brazo quemado. El suelo tembló, las paredes empezaron a desmoronarse.
El sudor le goteaba a Androl por las sienes. El hombre apretó los dientes, la cara se le puso roja y los ojos se le desorbitaron. Por el umbral entraba un humo tan denso que hizo toser a Emarin en tanto que Nalaam Curaba a Jonneth.
Androl gritó y Pevara lo percibió casi en lo alto de aquel muro que había en su mente. ¡Casi estaba allí! Podía…
Un tejido golpeó con violencia el cuarto. Se produjo una ondulación en la tierra, y el techo, sometido a tanta tensión, acabó por ceder. Llovió tierra sobre ellos y todo se volvió negro.