30

El método del depredador

Consternados, Perrin y Gaul hicieron otra ronda por el campamento de Egwene; al menos, lo poco que de él se reflejaba en el Sueño del Lobo. Su ejército se había visto obligado a retroceder hacia el este, lejos, y las tiendas no llevaban puestas tiempo suficiente junto al río para reflejarse con fuerza en el Sueño del Lobo. Los lobos habían visto a Graendal allí, pero Perrin no había conseguido sorprenderla en lo que quiera que estuviese haciendo.

Ya eran tres veces las que Verdugo había intentado atacar en la Perforación, y los lobos le habían advertido a Perrin. Todas esas veces, Verdugo se había retirado antes de que él llegara. Ese hombre los estaba poniendo a prueba. Era el método del depredador, observar al rebaño para encontrar a los débiles.

Al menos su plan con los lobos había funcionado. El tiempo pasaba muy despacio en la Perforación y en consecuencia —necesariamente— se movía con mayor lentitud a medida que se acercaba a Rand. Eso le daba a Perrin una oportunidad de llegar a tiempo hasta él.

—Hemos de poner sobre aviso a los demás sobre Graendal —dijo Perrin, parado en el centro del campamento—. Debe de estar comunicándose con Amigos Siniestros en nuestros campamentos.

—¿Y si fuéramos a la Perforación? Allí conseguiste hablar con Nynaeve Sedai.

—Tal vez —dijo Perrin—. No sé si sería buena idea distraer a Nynaeve otra vez, si tenemos en cuenta lo que está haciendo.

Perrin se dio la vuelta y observó los petates que aparecían y desaparecían en el Sueño del Lobo. Gaul y él habían comprobado si en Merrilor estaba el acceso, pero no vieron ninguno. Si quería volver al mundo de vigilia tendría que acampar allí y esperar durante horas. Eso le parecía una gran pérdida de tiempo.

Ojalá supiera cómo realizar el cambio para volver al mundo real por sí mismo. Lanfear había dado a entender que tendría que ser capaz de averiguar cómo hacerlo, pero la única pista que tenía para descubrirlo residía en Verdugo. Perrin intentó recordar el momento en que el hombre había desaparecido con un cambio. ¿Había percibido él algo especial? ¿Un indicio de cómo hacía lo que hacía Verdugo?

Meneó la cabeza. Lo había pensado una y otra vez sin llegar a ninguna conclusión. Con un suspiro, lanzó una pregunta a los lobos.

¿Alguna señal de La que busca corazones?, proyectó esperanzado.

Los lobos le hicieron llegar su regocijo. Les había estado preguntando con demasiada frecuencia.

Entonces, ¿habéis visto campamentos de dos patas?, transmitió.

A eso recibió una respuesta vaga. Los lobos prestaban atención a los hombres sólo para evitarlos; en el Sueño del Lobo eso no tenía mucha importancia. Con todo, donde se congregaban hombres a veces las pesadillas campaban por sus respetos, por lo que los lobos habían aprendido a mantenerse a distancia.

A Perrin le habría gustado saber cómo iban las otras batallas. ¿Qué pasaba con el ejército de Elayne, con sus hombres, con lord y lady Bashere? Perrin se llevó a Gaul de allí; corrían con veloces zancadas, más que saltar de inmediato a un sitio. Perrin quería pensar.

Cuanto más tiempo permanecía en persona en el Sueño del Lobo, más tenía la sensación de que debería saber cómo regresar con un cambio. Su cuerpo parecía comprender que ese lugar no era natural para él. No había dormido allí a pesar de… ¿Cuánto tiempo había pasado? No tenía ni idea. Casi habían acabado con las raciones, aunque su impresión era que Gaul y él sólo llevaban unas cuantas horas en el Sueño del Lobo. Parte de esa sensación se debía a los frecuentes acercamientos a la Perforación para comprobar el clavo de sueños, pero en general era muy fácil perder la noción del tiempo.

También notaba un molesto cansancio que iba en aumento. No sabía si podría dormir en ese lugar. Su cuerpo quería descanso, pero había olvidado cómo encontrarlo. Le recordaba un poco cuando Moraine les había borrado la fatiga mientras huían de Dos Ríos, todo ese tiempo atrás. Dos años, ahora.

Dos años muy largos.

Lo siguiente que hicieron Perrin y Gaul fue inspeccionar el campamento de Lan. Era incluso más efímero que el de Egwene; utilizar el Sueño del Lobo para vigilancia no tenía sentido. Lan se movía con mucha caballería y los repliegues eran rápidos. Sus hombres y él no permanecían en un lugar el tiempo suficiente para que se reflejara en el Sueño del Lobo salvo de un modo muy, muy efímero. No había ni rastro de Graendal.

Aan’allein también se bate en retirada —dedujo Gaul mientras examinaba el rocoso terreno donde creían que estaba el campamento de Lan.

No había tiendas allí, sólo alguna aparición fugaz de círculos para dormir, marcados por un poste en el centro, donde los jinetes manearían los caballos. Gaul alzó la cabeza y recorrió el paisaje con la mirada, hacia el oeste.

—Si siguen retrocediendo desde aquí —comentó luego—, acabarán llegando de nuevo a Campo de Merrilor. Quizá sea ésa su meta.

—Quizá —dijo Perrin— Quiero visitar el frente de batalla de Elayne y…

Joven Toro, llamó un lobo. A Perrin le resultó de algún modo familiar la «voz». Ella está aquí.

¿Aquí?, preguntó. ¿La que busca corazones?

Ven.

Perrin agarró a Gaul por el brazo. Cambio. Aparecieron lejos, al norte. ¿Graendal estaba en Shayol Ghul? ¿Intentaba irrumpir en la caverna y matar a Rand?

Llegaron al saliente que se asomaba al valle. Gaul y él se tiraron de inmediato al suelo y se asomaron con cautela por el borde para inspeccionar el valle. Un viejo lobo canoso apareció al lado de Perrin. Conocía a ese lobo, estaba seguro; el olor le era familiar, pero no lograba ponerle nombre, y el lobo no había proyectado ninguno.

—¿Dónde? —susurró Perrin—. ¿Está ella dentro de la caverna?

No. Allí.

El lobo canoso proyectó una imagen de tiendas apiñadas en el valle, justo debajo de la entrada de la caverna. No la había vuelto a ver en ese valle desde la primera vez que Perrin la había sorprendido allí.

Las tropas de Ituralde habían permanecido en Thakan’dar el tiempo suficiente para que las tiendas se volvieran más y más estables en el Sueño del Lobo. Cambio. Con cuidado, Perrin se trasladó abajo. Gaul y el lobo se reunieron con él mientras Perrin avanzaba a hurtadillas dejándose conducir por la proyección del lobo.

Allí, proyectó el lobo señalando con el hocico una tienda grande que había en el centro. Perrin ya había visto a Graendal antes en esa tienda, la de Rodel Ituralde.

Perrin se quedó inmóvil cuando el faldón de la entrada se movió con un quedo susurro. Graendal salió. Su aspecto era como la vez anterior, con un gesto pétreo en el feo semblante.

Perrin creó un muro fino y pintado para que lo ocultara, pero no tendría que haberse molestado, pues Graendal creó de inmediato un acceso y salió al mundo de vigilia. Allí era de noche aunque, estando cerca de la Perforación, el tiempo transcurría a un ritmo tan extraño que podría no significar gran cosa para el resto del mundo.

Perrin veía la misma tienda, al otro lado del acceso, en la oscuridad, con dos guardias domani apostados delante. Graendal movió una mano y los dos se pusieron más firmes y la saludaron.

El acceso empezó a cerrarse a la par que Graendal se metía en la tienda. Perrin vaciló. Cambio. Se trasladó justo delante del acceso. Tenía un instante para tomar una decisión. ¿La seguía?

No. Debía mantenerse alerta a la aparición de Verdugo. Sin embargo, al estar tan cerca, notó algo… una conciencia. Pasar a través de ese acceso sería como…

Como despertar.

El acceso se cerró. Perrin sintió una punzada de pesar, pero sabía que su obligación era permanecer en el Sueño del Lobo. Podía decirse que allí Rand estaba indefenso contra Verdugo; necesitaría su ayuda.

—Tengo que mandar aviso —dijo Perrin.

Supongo que yo podría llevar ese mensaje de tu parte, Joven Lobo, proyectó el lobo sin nombre.

Perrin se quedó paralizado y luego giró sobre sí mismo con rapidez.

—¡Elyas! —señaló.

Aquí soy Diente Largo, Joven Lobo, proyectó Elyas con regocijo.

—Creí oírte decir que no venías aquí.

Dije que evitaba venir. Este lugar es extraño y peligroso. Ya tengo cosas extrañas y peligros de sobra en el otro mundo, pero alguien tenía que vigilarte, estúpido cachorro. El lobo se sentó en las patas traseras.

Perrin sonrió. Los pensamientos de Elyas eran una extraña mezcla de lobo y humano. Su modo de proyectar era muy lobuno, pero el modo en que pensaba en sí mismo era demasiado personal, demasiado humano.

—¿Cómo va la lucha? —preguntó con ansiedad Perrin.

Gaul se situó cerca para vigilar, alerta, por si aparecían Graendal o Verdugo. El campo de batalla ante ellos —el área del valle— estaba tranquilo por una vez. Los vientos habían encalmado, el polvo del arenoso piso se agitaba en pequeños remolinos y ondas. Como agua.

No sé nada de los otros campos de batalla, proyectó Elyas. Y nosotros, los lobos, nos mantenemos apartados de los dos patas. Luchamos aquí y allí, en la periferia de la batalla. Sobre todo, hemos atacado a los Degenerados y a los Nonacidos al otro lado del cañón, donde no hay dos patas excepto esos extraños Aiel.

Es una lucha durísima. Exterminador de la Sombra debe hacer deprisa su trabajo. Hemos aguantado cinco días, pero es posible que no duremos mucho más.

Cinco días allí, en el norte. Tenía que haber pasado mucho más tiempo en el resto del mundo desde que Rand había entrado para enfrentarse con el Oscuro. El propio Rand estaba tan cerca de la Perforación que era probable que para él hubiesen pasado sólo horas, tal vez minutos. Perrin notaba cómo cambiaba el discurrir del tiempo cuando él se aproximaba a donde Rand combatía.

—Ituralde —dijo Perrin, al tiempo que se rascaba la barba—. Es uno de los grandes capitanes.

. Algunos lo llaman «Pequeño Lobo», proyectó Elyas con un efluvio divertido.

—Bashere está con el ejército de Elayne —continuó Perrin—. Y Gareth Bryne está con Egwene. Agelmar se encuentra con los fronterizos y Lan.

No lo sé.

—Yo sí. Cuatro frentes de batalla. Cuatro grandes capitanes. Eso es lo que está haciendo esa mujer.

—¿Graendal? —preguntó Gaul.

—Sí —afirmó Perrin con creciente ira—. Les está haciendo algo, les cambia la mente, los pervierte. Le oí decir algo… Sí. Eso es, estoy seguro. En lugar de que sus propios ejércitos combatan contra los nuestros, planea hundir a los grandes capitanes. Elyas, ¿sabes cómo puede un hombre entrar y salir en persona del Sueño del Lobo?

Aun en el caso de que lo supiera, que no lo sé, no te enseñaría. ¿Nadie te ha dicho que es algo terrible, peligroso, lo que haces?, dijo Elyas con un gruñido.

—Muchos. ¡Luz! Tengo que poner sobre aviso a Bashere. Tengo…

—¡Perrin Aybara! —llamó Gaul, que señaló—. ¡Él está aquí!

Perrin giró sobre sus talones para ver un manchón oscuro desplazarse como el rayo hacia la entrada de la Fosa de la Perdición. Unos lobos gimieron y murieron. Otros aullaron e iniciaron la caza. Esta vez, Verdugo no retrocedió.

El método del depredador. Dos o tres arremetidas rápidas para determinar los puntos débiles y después un ataque total.

—¡Despierta! —llamó Perrin a Elyas mientras remontaba la cuesta—. ¡Advierte a Elayne, a cualquiera que puedas! Y, si no puedes, detén a Ituralde de algún modo. Los grandes capitanes están corrompidos. ¡Una de las Renegadas les controla la mente y no hay que fiarse de sus tácticas!

Lo haré, Joven Lobo, proyectó Elyas, y desapareció.

—¡Ve con Rand, Gaul! —bramó Perrin—. ¡Protege el camino que lleva hasta él! ¡No dejes que ninguno de esos velos rojos pase!

Perrin hizo aparecer el martillo en sus manos y, sin esperar respuesta —cambio—, se lanzó a enfrentarse con Verdugo.

Rand luchaba con Moridin, espada contra espada, delante de la negrura que era la esencia del Oscuro. De algún modo, la fría extensión era algo infinito y vacuo a la vez.

Rand estaba tan henchido de Poder Único que casi reventaba. Necesitaría esa fuerza en la lucha ulterior. De momento resistía en el combate de espada contra espada con Moridin. Manejaba Callandor como un arma física, luchaba como si lo hiciera con una espada hecha de luz parando y desviando las arremetidas de Moridin.

Cada paso que daba dejaba una huella de sangre en el suelo. Nynaeve y Moraine se aferraban a las estalagmitas como si algo las zarandeara, un viento que Rand no sentía. Nynaeve cerró los ojos. Moraine miraba fijamente al frente, como si estuviera decidida a no apartar la vista, costara lo que costara.

Rand desvió el último golpe de Moridin y las armas soltaron chispas. Durante la Era de Leyenda, él siempre había sido el mejor espadachín de los dos.

Ahora había perdido una mano, pero gracias a Tam eso ya no importaba, como anteriormente lo había hecho. Y también estaba herido. Ese sitio… Ese sitio cambiaba las cosas. Las rocas del suelo parecían moverse, y a menudo lo hacían tropezar. El aire olía a cerrado y era seco, y a continuación era húmedo y con olor a moho. El tiempo se deslizaba alrededor de ellos como una corriente. Rand tenía la impresión de que podía verlo. Allí, cada golpe se alargaba instantes, mientras que fuera pasaban las horas.

Alcanzó a Moridin en el brazo y la sangre salpicó la pared.

—Mi sangre y la tuya —dijo Rand—. A ti te debo esta herida del costado, Elan. Creías ser el Oscuro, ¿no es verdad? ¿Te ha castigado por eso?

—Sí —gruñó Moridin—. Me hizo volver a la vida.

Moridin se lanzó arremetiendo con un violento golpe a dos manos. Rand retrocedió y detuvo el impacto con Callandor, pero había calculado mal la inclinación del suelo. O había sido eso, o la pendiente había cambiado para él. Rand dio un traspié y el impacto lo obligó a hincar una rodilla en tierra.

Espada contra espada. La pierna de Rand resbaló hacia atrás y rozó la negrura que tenía a su espalda y que esperaba como un estanque de tinta.

Todo se volvió negro.

En la cumbre de la loma, justo al norte de Cairhien, el lejano canto Ogier le resultaba muy reconfortante a Elayne, que estaba hundida en la silla de montar.

Las mujeres que había a su alrededor no se encontraban en mejores condiciones físicas que ella. Había reunido a todas las Allegadas que podían mantener asido el Saidar —por débiles o cansadas que estuvieran— y había formado dos círculos con ellas. Tenía doce en su círculo, pero la fuerza colectiva en el Poder en ese momento era poco más que la de una única Aes Sedai.

Elayne había dejado de encauzar con intención de dar un respiro a las mujeres para que se recuperaran. La mayoría se dobló sobre las sillas o se sentó en el suelo. Al frente se extendía una línea de combate irregular. Hombres que luchaban con desesperación delante de las lomas cairhieninas tratando de resistir contra la marea de trollocs.

Su victoria sobre el ejército trolloc del norte había sido efímera, pues ahora estaban dispersos, exhaustos y en serio peligro de acabar rodeados por el que había llegado del sur.

—Casi lo conseguimos —dijo Arganda a su lado al tiempo que meneaba la cabeza—. Casi lo logramos.

En el yelmo llevaba una pluma que había pertenecido a Gallenne. Elayne no había estado allí cuando el comandante mayeniense había caído.

Ésa era la parte frustrante: habían estado muy, muy cerca. A pesar de la traición de Bashere, a pesar de la llegada inesperada de la fuerza del sur, casi lo habían logrado. Si hubiera tenido más tiempo para situar a sus hombres, si ellos hubieran podido tomarse un pequeño respiro entre derrotar al ejército septentrional y luego dar media vuelta para enfrentarse al meridional…

Pero no era ése el caso. Cerca, los orgullosos Ogier luchaban para proteger los dragones, pero también los iban desbordando poco a poco. Las antiguas criaturas habían empezado a desplomarse, derribados por los trollocs como árboles talados. Uno tras otro, sus cantos se cortaban.

Arganda se sujetaba el costado con la mano; tenía el semblante demacrado y apenas era capaz de hablar. A Elayne no le quedaban fuerzas para Curarlo.

—Esa Guardiana vuestra es una fiera en el campo de batalla, majestad. Sus flechas vuelan como la propia luz. Juraría que… —Arganda sacudió la cabeza—. Puede que nunca volviera a empuñar una espada, incluso si lo Curaban.

Habría que haberlo enviado con los otros heridos… a algún sitio. En realidad no había adónde llevarlo; las encauzadoras se hallaban demasiado agotadas para hacer accesos.

Los suyos se estaban desmoronando. Los Aiel combatían en grupos, los Capas Blancas se encontraban casi rodeados, y la situación de la Guardia del Lobo no era mucho mejor. La caballería pesada de la Legión del Dragón todavía luchaba, pero la traición de Bashere los había destrozado.

De vez en cuando, un dragón disparaba. Aludra había vuelto a subirlos a la cima de la loma más alta, pero les faltaba munición y las encauzadoras no tenían fuerza para abrir accesos a Baerlon para hacer acopio de más huevos de dragón. Aludra había disparado esquirlas metálicas de los trozos de armaduras hasta que la pólvora empezó a escasear. Ahora les quedaba sólo suficiente para alguno que otro disparo esporádico.

Los trollocs arremeterían contra sus líneas en cualquier momento como leones voraces y harían pedazos a su ejército. Elayne observaba desde la cima de una loma, protegida por diez mujeres de su guardia real. El resto había ido a combatir. Los trollocs abrieron brecha a través de los Aiel al este de su posición, cerca de la de los dragoneros. Las bestias cargaron loma arriba y mataron a los pocos Ogier defensores que había en ese lado, lanzando rugidos de victoria mientras los dragoneros desenvainaban sus sables y se disponían a defenderse con gesto sombrío.

Elayne no estaba dispuesta a dejar que le arrebataran los cañones. Hizo acopio de fuerza a través del círculo; a su alrededor las mujeres gimieron. Consiguió absorber sólo un hilillo de Poder, mucho menos de lo que esperaba, y dirigió Fuego a los trollocs que iban en cabeza.

Su ataque trazó un arco en el aire hacia los Engendros de la Sombra. Se sentía como si intentara detener una tormenta escupiendo al viento. Esa única bola de fuego alcanzó su meta.

La tierra explotó debajo, desgarrando la ladera y lanzando al aire docenas de trollocs.

Elayne dio un respingo, lo que causó que Sombra de Luna rebullera bajo ella. Arganda masculló una maldición.

Alguien cabalgó hacia ella en un gran caballo negro, como si hubiera surgido del humo. El hombre era alto y fornido y el oscuro cabello ondulado le caía hasta los hombros. Logain parecía estar más delgado de lo que ella recordaba de la última vez que lo había visto; tenía las mejillas hundidas, pero su rostro seguía siendo atractivo.

—Logain —dijo, sorprendida.

El Asha’man hizo un gesto brusco. Sonaron explosiones por todo el campo de batalla. Elayne se volvió para ver a más de un centenar de hombres de chaqueta negra que marchaban a través de un enorme acceso en lo alto de la loma donde se encontraba ella.

—Que esos Ogier retrocedan —dijo Logain. Su voz quebrada sonaba bronca. Esos ojos suyos ahora parecían más oscuros de lo que habían sido antaño—. Defenderemos esta posición.

Elayne parpadeó y después hizo un gesto de asentimiento a Arganda para que transmitiera la orden.

«Logain no debería darme órdenes a mí», pensó distraídamente. De momento, lo dejó estar.

Logain hizo dar la vuelta a su caballo y cabalgó al borde de la cumbre para observar al ejército. Sintiéndose entumecida, Elayne lo siguió. Los trollocs caían mientras los Asha’man organizaban ataques extraños, accesos que parecían trabados al suelo de algún modo. Salían en tromba y mataban Engendros de la Sombra.

—No estáis en buenas condiciones físicas —gruñó Logain.

Ella se obligó a hacer trabajar la mente. Los Asha’man estaban allí.

—¿Os ha enviado Rand?

—Nos hemos enviado nosotros solos —repuso Logain—. La Sombra ha estado planeando esta trampa desde hace mucho tiempo, según las notas que encontré en el estudio de Taim. Acabo de descifrarlas ahora mismo. —La miró—. Vinimos a vos primero. La Torre Negra está con el León de Andor.

—Tenemos que sacar a mi gente de ahí —dijo Elayne, obligando a su cerebro a pensar a través de la nube de fatiga. Su ejército necesitaba una reina—. ¡Por los pechos de una madre lactante! Esto va a pasarnos factura. —Probablemente perdería a la mitad de sus efectivos en la retirada. Mejor la mitad que todos ellos—. Empezaré a traer de vuelta a mis hombres en filas. ¿Podéis hacer suficientes accesos que nos conduzcan a un lugar seguro?

—Eso no será un problema —contestó Logain, absorto, con la mirada prendida en la zona baja de la ladera. Su rostro impasible habría impresionado a cualquier Guardián—. Pero será una matanza. No hay espacio para una buena retirada, y vuestras líneas se irán debilitando más y más a medida que las hagáis retroceder. Las últimas filas acabarán arrolladas y perecerán.

—No veo que haya otra opción —espetó Elayne, exhausta.

¡Luz! Había llegado en su ayuda y ahí estaba ella, hablándole con brusquedad. «Basta ya». Se serenó y se sentó más erguida antes de añadir:

—Me refiero a que vuestra llegada, aunque os estoy muy agradecida por venir, no puede cambiar una batalla que está perdida hace tiempo. Cien Asha’man no conseguirán detener a cien mil trollocs por sí solos. Si pudiéramos situar mejor a nuestras líneas de combate y tener aunque sólo fuera un corto descanso para mis hombres… Pero no. Eso es imposible. Hemos de replegarnos… A menos que vos seáis capaz de hacer un milagro, lord Logain.

El hombre sonrió, tal vez porque ella se había dirigido a él con el título de «lord».

—¡Androl! —voceó Logain.

Un Asha’man de mediana edad se acercó presuroso, seguido por una Aes Sedai rellenita.

«¿Pevara?», pensó Elayne, demasiado agotada para encontrarle sentido. ¿Una Roja?

—Milord… —dijo el hombre llamado Androl.

—Necesito retrasar a ese ejército de trollocs el tiempo suficiente para que el ejército se reagrupe y se alinee, Androl. ¿Qué nos costará un milagro?

—Bueno, milord, eso depende —repuso Androl mientras se frotaba el mentón—. ¿Cuántas de esas mujeres que están sentadas ahí atrás pueden encauzar?

Fue como algo salido de la Era de Leyenda.

Elayne había oído contar los grandiosos logros realizados por grandes círculos de hombres y mujeres. A todas las mujeres de la Torre Blanca les daban clase sobre esas hazañas del pasado, historias de otros tiempos, de tiempos mejores. Tiempos en los que una mitad del Poder Único no había sido algo que temer y en los que las dos mitades de un todo habían trabajado juntas para crear maravillas increíbles.

No estaba segura de que esos días de leyenda hubieran vuelto realmente. Desde luego, las Aes Sedai de aquella era no habían estado tan agobiadas, tan desesperadas. Pero lo que hicieron ahora dejó a Elayne impresionada.

Se unió al círculo, con lo que quedó compuesto por un total de catorce mujeres y doce hombres. A ella apenas le quedaba fuerza que dar, pero su hilillo se sumó a un caudal cada vez mayor. Y, lo que era más importante, en un círculo debía haber al menos una mujer más que los hombres que lo formaban, y, ahora que ella se había unido a él, Logain podía entrar el último de todos y añadir su considerable fuerza al flujo.

A la cabeza del círculo estaba Androl, una elección extraña. Al estar dentro del círculo, Elayne percibía su relativa fuerza. Era extremadamente débil, más que muchas mujeres a las que se rechazaba en la Torre y se les negaba el chal por su falta de talento innato.

Elayne y los demás se habían trasladado al otro extremo de la batalla. Los restantes Asha’man contenían la horda trolloc atacante mientras Androl se preparaba. Lo que quiera que hiciera, tendría que ser rápido. A Elayne todavía le costaba creer que pudiera hacerse algo. Incluso con todo ese poder, incluso con los trece hombres y las catorce mujeres trabajando juntos.

—Luz —susurró Androl, situado entre el caballo de Elayne y el de Logain—. ¿Es esto lo que se siente siendo uno de vosotros? ¿Cómo podéis manejar tanto Poder Único? ¿Cómo evitáis que os abrase, que os consuma?

Pevara apoyó la mano en su hombro en un gesto que era inequívocamente tierno. Elayne casi era incapaz de enlazar dos pensamientos en medio de su fatiga, pero aun así se quedó estupefacta. Nunca habría esperado ver en una Roja afecto por un hombre capaz de encauzar.

—Haced que los soldados retrocedan —dijo Androl en voz baja.

Elayne dio la orden, preocupada. El hombre que tenía al lado jamás había manejado este tipo de poder. Era algo que podía subírsele a alguien a la cabeza; ella había visto pasar eso. Quisiera la Luz que ese hombre supiera lo que hacía.

Los soldados y otros retrocedieron y pasaron junto al grupo de Elayne. Varios Ogier cansados hicieron una inclinación de cabeza a Elayne al pasar a su lado con los hombros encorvados, los brazos surcados de cortes. Los trollocs se lanzaron hacia adelante, pero los Asha’man que no estaban en el círculo rompieron el avance con tejidos del Poder Único.

No era suficiente. Aunque los Asha’man luchaban bien, los trollocs eran muchísimos. No podían contener esa marea. ¿Qué creía Logain que se podía hacer?

Androl sonrió abiertamente y sostuvo las manos delante de él, como si empujara contra una pared. Cerró los ojos.

—Hace tres mil años, el lord Dragón creó el Monte del Dragón para esconder su vergüenza. Su cólera todavía arde en él, abrasadora. Hoy… la traeré ante vos, majestad.

Un haz de luz que fácilmente tendría cien pies de alto hendió el aire. Sombra de Luna reculó, asustada, y Elayne frunció el entrecejo. ¿Por qué una columna de luz? ¿De qué iba a servir una…? El haz de luz empezó a retorcerse en el aire, rotando sobre sí mismo. Sólo entonces Elayne lo identificó como el inicio de un acceso. Un acceso gigantesco, lo bastante grande para tragarse edificios. ¡Podría haber trasladado toda un ala del palacio de Caemlyn a través de esa cosa!

El aire rieló delante de ellos, como ocurría siempre cuando se veía un acceso por detrás. Pero no veía adónde conducía. ¿Había un ejército esperando al otro lado?

Sí vio las expresiones en las babeantes caras trollocs cuando miraron la abertura. Absoluto terror. Echaron a correr y de repente Elayne sintió un calor intenso, casi asfixiante.

Algo irrumpió por el acceso como una explosión, como si lo empujara una fuerza increíble. Una columna de lava abrasadora, llameante, de cien pies de diámetro. La columna se rompió cuando la lava se desplomó en una rociada sobre el campo de batalla para después fluir a borbotones formando un río. Los Asha’man que se hallaban fuera del círculo utilizaron tejidos de Aire para impedir que el río de lava retrocediera hacia el círculo y lo condujeron en la dirección correcta.

La corriente de fuego pasó por encima de las primeras filas de trollocs y consumió a las bestias, destruyendo centenares en un abrir y cerrar de ojos. La lava estaba a presión al otro lado del acceso; era la única forma en que Elayne podía explicar la fuerza con la que manaba del gigantesco acceso, reduciendo trollocs a cenizas, arrasando una ancha franja a través de su ejército.

Androl mantuvo abierto el acceso largos minutos mientras el ejército de la Sombra retrocedía. Los Asha’man situados a los lados utilizaban golpes de viento para empujar a los Engendros de la Sombra de vuelta al río incesante y progresivamente ancho. Para cuando Androl acabó, había creado una barrera ígnea de muerte entre el ejército de Elayne y el grueso del ejército trolloc, que ahora tenía las murallas septentrionales de Cairhien a sus espaldas.

Androl respiró hondo, cerró el acceso y después giró sobre sí mismo y creó otros dos en rápida sucesión, uno apuntando al sureste y el otro al suroeste.

La segunda y la tercera columnas de lava salieron a borbotones, en esta ocasión más pequeñas, ya que era obvio que Androl estaba debilitado. Aquéllas corrieron con fuerza sobre la tierra al este y al oeste de Cairhien quemando hierbajos marchitos y arrojando humo al aire. Parte del ejército trolloc había retrocedido, pero muchos de ellos habían perecido, encajonados entre la ciudad amurallada a un lado y la lava por los demás. Pasaría tiempo antes de que los Fados pudieran organizar a los supervivientes para reanudar los ataques a las fuerzas de Elayne.

Androl dejó que los accesos se cerraran. Se encorvó a punto de desplomarse, pero Pevara lo sujetó.

—Un milagro, milord —dijo en voz queda Androl, como si incluso le costara esfuerzo hablar—. Servido como se pidió. Eso los tendrá entretenidos unas cuantas horas. ¿Es tiempo suficiente?

—Lo es —dio Elayne—. Podremos reagruparnos, traer munición para los dragones y reunir a tantas Aes Sedai de Mayene como podamos para Curar a nuestros hombres y librarlos de la fatiga. Después podemos comprobar quién tiene fuerza suficiente para continuar y reponer nuestras filas con vistas a una batalla mucho más efectiva.

—¿Os proponéis seguir luchando? —preguntó Androl, sorprendido.

—Sí. Apenas me tengo en pie, pero sí. No podemos permitirnos dejar a esa horda de trollocs aquí, intacta. Vos y vuestros hombres nos habéis dado una ventaja con este margen de tiempo, Logain. Haremos buen uso de ello y de todo lo que tenemos para destruirlos.