43

Un campo de cristal

Logain se encontraba en el centro de un campo de cristal, con las manos enlazadas a la espalda. La batalla proseguía con furia en los Altos. Parecía que los sharaníes estaban retrocediendo ante la arremetida de los ejércitos de Cauthon, y sus exploradores acababan de informar que la Sombra había recibido un duro castigo por todo Campo de Merrilor.

—Supongo que no te necesitarán —le dijo Gabrelle cuando los exploradores se marcharon—. Así que tenías razón.

El vínculo transmitía insatisfacción e incluso desilusión.

—He de mirar por el futuro de la Torre Negra —repuso Logain.

—No miras por su futuro —replicó ella en tono suave, casi amenazador—. Lo que buscas es asegurarte de ser alguien poderoso en estas tierras, Logain. A mí no puedes ocultarme tus emociones.

Logain controló la ira. No volvería a estar sometido al poder de otros. No lo permitiría. Primero, la Torre Blanca; luego, M’Hael y sus hombres.

Días de tortura. Semanas.

«Seré más fuerte que cualquier otro —pensó. Era la única salida que tenía, ¿cierto?—. Me temerán».

Luz. Había resistido a los intentos de corromperlo, de alinearlo con la Sombra… Pero no podía evitar preguntarse si no habrían roto algo dentro de él. Algo profundo. Recorrió el campo de cristal con mirada penetrante.

De abajo llegó otro retumbo y algunos de los cristales se rompieron. Toda esa zona no tardaría en derrumbarse. Y con ella, el cetro…

«Poder».

—Te lo advierto, hombre de tierra firme —dijo cerca una voz sosegada—. He de entregar un mensaje. Si para entregarlo tengo que romperte un brazo, lo haré.

«Ese acento es seanchan», pensó Logain, que se dio la vuelta, ceñudo. Una seanchan, acompañada de un illiano corpulento, discutía con uno de sus guardias. La mujer sabía cómo hacerse oír sin necesidad de alzar la voz. Irradiaba un autodominio que a Logain le resultó curioso.

Se acercó, y la seanchan alzó la mirada hacia él.

—Tenéis un aire de autoridad —le dijo ella—. ¿Sois vos al que llaman Logain?

Él asintió.

—La Amyrlin os envía sus últimas palabras —anunció la seanchan—. Debéis entregar los sellos a la Torre Blanca para romperlos. ¡La señal es la llegada de la luz! Dice que lo sabremos cuando llegue.

Logain enarcó una ceja. Hizo una especie de asentimiento de cabeza a la mujer, principalmente para desconcertarla, y luego echó a andar de vuelta hacia donde había estado.

—No tienes intención de hacerlo —dijo Gabrelle—. Necio. Esos sellos pertenecen a…

—A mí —la cortó él.

—Logain —empezó Gabrelle con suavidad—, sé que te han hecho daño, pero no es momento de juegos.

—¿Por qué no? ¿El trato que me dio la Torre Blanca no fue lo mismo que un gran juego, un juego prolongado?

—Logain. —Ella le tocó el brazo.

¡La Luz abrasara el vínculo! Ojalá nunca la hubiera forzado a ello. Atado a ella como estaba, percibía su sinceridad. Su vida sería mucho más fácil si pudiera seguir mirando a todas las Aes Sedai con desconfianza.

Sinceridad. ¿Sería ésa su perdición?

—¡Lord Logain! —llamó Desautel desde cerca; el Dedicado era tan corpulento como un herrero—. ¡Lord Logain, creo que lo he encontrado!

Logain destrabó la mirada de la de Gabrelle y volvió la vista hacia Desautel. El Asha’man se encontraba al lado de un gran cristal.

—Está aquí —dijo y empezó a limpiar el cristal mientras Logain se acercaba—. ¿Veis?

Logain se arrodilló y tejió un globo de luz. Sí… ahí, dentro del cristal. Parecía una mano, hecha de un tipo de cristal ligeramente distinto, que resplandecía con la luz. Esa mano sostenía un cetro dorado, con la cabeza ligeramente parecida a una copa.

Con una amplia sonrisa, Logain asió el Poder Único. Dejó que el Saidin fluyera de él al interior del cristal usando un tejido para romperlo como haría con una piedra.

El suelo tembló. El cristal, fuera lo que fuera, resistía. Cuanto más fuerte empujaba, más violento se volvía el temblor.

—Logain… —llamó Gabrelle.

—Échate atrás —le ordenó él—. Creo que tendré que usar fuego compacto.

El pánico surgió impetuosamente por el vínculo. Por suerte, Gabrelle no intentó decirle lo que estaba prohibido y lo que no. Los Asha’man no tenían que obedecer la ley de la Torre Blanca.

—¡Logain!

Otra voz. ¿Es que no iban a dejarlo en paz? Preparó su tejido.

—¡Logain! —Androl jadeaba cuando llegó. Cayó de rodillas, con el rostro rojo y quemado. Su aspecto era peor que la propia muerte—. Logain..., los refugiados de Caemlyn... La Sombra ha enviado trollocs para matarlos en las ruinas. ¡Luz! Los están masacrando.

Logain tejió fuego compacto, pero retuvo el tejido, casi terminado, mientras miraba el cristal y su dorado premio.

—Logain… —prosiguió Androl con voz dolida—. Los que me acompañaban se quedaron para luchar, pero están demasiado cansados. No encuentro a Cauthon, y los soldados a los que acudí estaban demasiado enzarzados en el combate para ayudar. No creo que ninguno de los comandantes sepa que los trollocs se encuentran río arriba. Luz.

Logain mantuvo el tejido en suspenso, sintiendo palpitar el Poder Único dentro de sí. Poder. Miedo.

—Por favor —susurró Androl con un hilo de voz—. Hay niños, Logain. Están matando niños…

Logain cerró los ojos.

Mat cabalgaba junto con los héroes del Cuerno. Al parecer, el hecho de haber sido una vez el Tocador del Cuerno le otorgaba un lugar especial entre ellos. Se le unieron, lo llamaron, hablaron con él como si se conocieran. Su aspecto resultaba tan… En fin, tan heroico, imponentes en sus monturas y rodeados de una niebla que brillaba contra la luz del alba.

En medio de la lucha, por fin hizo la pregunta que lo había estado acosando largo rato ya.

—Yo no soy… bueno, uno de vosotros, ¿verdad? —le preguntó a Hend el Perforador—. Ya sabes, me refiero a que los héroes nacen a veces y luego mueren y… hacen lo que quiera que hagáis.

El hombretón rompió a reír. Montaba un bayo que casi habría podido equipararse con el mastodonte seanchan.

—¡Sabía que preguntarías eso, Jugador!

—Bueno, entonces deberías tener preparada la jodida respuesta. —Mat notó que la cara le enrojecía por la respuesta que esperaba.

—No, no eres uno de nosotros —contestó Hend—. Puedes estar tranquilo. Aunque has hecho más que suficiente para ganarte un sitio, no has sido elegido. Ignoro por qué.

—Quizá porque no me gusta la idea de tener que salir corriendo cada vez que alguien toca ese puñetero instrumento.

—¡Quizá!

Hend sonrió y galopó hacia una línea de lanceros sharaníes.

Mat ya no dirigía el movimiento de las tropas en el campo de batalla. Si la Luz quería, había dispuesto las cosas lo bastante bien para que no hiciera falta un control directo. Cabalgó a través de la cumbre de los Altos luchando y gritando junto a los héroes.

Elayne había vuelto y había reagrupado a sus tropas. Mat vio el estandarte de Elayne, creado con el Poder Único, resplandecer por encima de los soldados en el cielo, y atisbó a alguien que parecía ella cabalgando entre sus hombres, el pelo brillando como si algo lo alumbrara desde atrás. Parecía una jodida heroína del Cuerno.

Mat soltó un grito de alegría al ver al ejército seanchan marchar hacia el norte, a punto de incorporarse al ejército de Elayne, y siguió cabalgando a lo largo de la ladera oriental de los Altos. Poco después, sofrenó a Puntos, que acababa de pisotear a un trolloc. Ese sonido estruendoso… Mat miró abajo al tiempo que el río regresaba en un veloz aluvión de agua cenagosa. Hendió en dos al ejército trolloc y arrastró a muchas de las bestias cuando entró en tromba de vuelta a su cauce.

El canoso Rogosh observó la corriente de agua y luego movió la cabeza en un gesto de respetuoso asentimiento hacia Mat.

—Bien hecho, Jugador —dijo.

El regreso del río había dividido a las fuerzas de la Sombra.

Mat se reincorporó a la batalla. Mientras cabalgaba, reparó a través de la cumbre de la loma que los sharaníes —lo que quedaba de ellos— huían a través de accesos. Que se fueran, sí.

Cuando los trollocs situados en la cumbre de los Altos vieron huir a los sharaníes, su resistencia se vino abajo y fueron presas del pánico. Encajonados —y viendo que pronto acabarían barridos a través de la loma por los ejércitos combinados de Mat— no les quedaba otra opción que huir hacia la larga vertiente del suroeste.

Mientras, la zona al pie de los Altos se había convertido en un completo caos. El ejército seanchan se había unido al de Elayne y ambos ejércitos atacaron con saña a los trollocs. Formaron un cordón alrededor de las bestias y avanzaron deprisa, para que no escapara ni uno. En poco tiempo, el suelo se convirtió en un barrizal rojo y profundo a medida que los trollocs caían a millares.

Pero el combate en el lado shienariano del Mora no era nada comparado con la contienda que tenía lugar al otro lado del río. La cañada entre las ciénagas y los Altos de Polov estaba atestada de trollocs que trataban de escapar de los seanchan que los atacaban desde el extremo más lejano de la cañada, al oeste.

Las tropas que entraron primero a enfrentarse a los trollocs en la cañada no estaban compuestas por soldados de infantería seanchan, sino por escuadrones de lopar con sus morat’lopar. Erguidas en las patas traseras, las criaturas no eran más altas que los trollocs, pero los superaban de forma considerable en volumen y peso. Llegaron hasta los trollocs, se irguieron y empezaron a arremeter con las garras afiladas como cuchillas. Una vez que uno de ellos debilitaba a su presa, la asía por el cuello con las zarpas y arrancaba de un mordisco la cabeza del trolloc, cosa que le producía un gran placer.

A los lopar los retiraron cuando los cadáveres de trollocs empezaron a amontonarse en la otra punta de la cañada. Los siguientes en entrar en esa trampa mortífera fueron bandadas de corlm, unas criaturas grandes, sin alas pero con plumas, y largos picos curvos diseñados para desgarrar carne. Esos carnívoros corrieron con facilidad por encima de los montones de cadáveres hacia los trollocs que seguían luchando, para separar la carne de los huesos a las bestias. Los soldados seanchan apenas participaron en esos procedimientos, sólo se situaron con las picas para asegurarse de que no escapaba ningún trolloc por la cañada o por el lado oeste de los Altos. Las criaturas que los atacaban pusieron tan nerviosos a los trollocs que a pocos se les ocurrió la idea de correr hacia las tropas seanchan.

En la ladera, dominados por el terror, los trollocs que huían del ejército de Mat que cargaba tras ellos se lanzaron sobre los que estaban en la cañada. Los monstruos chocaron y tropezaron unos contra otros y empezaron a luchar entre ellos en un intento de ser los que se subían encima de las montoneras de cuerpos para seguir respirando un poco más.

Talmanes y Aludra habían situado los dragones a través de la cañada y comenzaron a disparar huevos de dragón contra las masas agitadas de aterrorizados trollocs.

Todo acabó enseguida. El número de trollocs vivos disminuyó de muchos miles a centenares. Los que quedaban, viendo que la muerte se les venía encima desde tres frentes, huyeron a las ciénagas, donde muchos de ellos se hundieron en las aguas pantanosas. Fueron muertes menos violentas, pero igual de horribles. Los restantes tuvieron un fin más compasivo con flechas, lanzas y virotes de ballestas mientras caminaban con gran esfuerzo a través del cieno hacia el dulce olor de la libertad.

Mat bajó la ensangrentada ashandarei y alzó la vista al cielo. El sol se escondía allí arriba, en alguna parte; no estaba seguro de cuánto tiempo llevaba cabalgando con los héroes.

Tendría que darle las gracias a Tuon por regresar. Sin embargo, no fue a buscarla. Tenía la sensación de que ella esperaría que cumpliera con sus deberes principescos, cualesquiera que fueran.

Sólo que… sentía ese extraño tirón dentro de sí. Y cada vez era más y más fuerte.

«Rayos y centellas, Rand —pensó—. He cumplido con mi parte. Cumple tú con la tuya».

Recordó entonces que Amaresu le había dicho que cada aliento que respiraba era gracias a la paciencia y benevolencia de Rand…

Él había sido un buen amigo cuando Rand lo había necesitado, ¿verdad que sí? Casi siempre. Maldición, nadie podía esperar que un tipo no se preocupara, incluso que mantuviera un poco las distancias cuando… estaba implicado un demente, ¿cierto?

—¡Hawkwing! —llamó mientras cabalgaba hacia el hombre—. La batalla… —Inhaló hondo—. Ha acabado, ¿verdad?

—Has arreglado esto sin dejar un cabo suelto, Jugador —dijo Hawkwing, erguido en su montura con aire regio—. Ah, qué no daría yo por enfrentarme a ti en un campo de batalla. Qué gran contienda sería.

—Fantástico. Maravilloso. Pero no me refería a esta batalla. Me refería a la Última Batalla. Se ha terminado, ¿correcto?

—¿Preguntas eso bajo un cielo de sombras, sobre una tierra que tiembla de miedo? ¿Qué te dice tu alma, Jugador?

Esos dados seguían rodando dentro de su cabeza.

—Mi alma me dice que soy tonto —gruñó Mat—. Tonto y un jodido estafermo de prácticas montado para que lo ataquen. —Se volvió hacia el norte—. Tengo que ir con Rand. Hawkwing, ¿querrás hacerme un favor?

—Pídelo, Tocador del Cuerno.

—¿Sabes quiénes son los seanchan?

—Tengo… una ligera idea, sí.

—Creo que a su emperatriz le gustaría muchísimo conocerte —dijo Mat—. Si vas y hablas con ella, te lo agradecería. Y, si lo haces, ten la bondad de decirle que te envío yo.

¿CREES QUE VOY A RETROCEDER?, preguntó el Oscuro.

Lo que pronunciaba esas palabras era algo que Rand no podría concebir nunca. Ni siquiera ver el universo en su totalidad le permitía entender al Mal.

EN NINGÚN MOMENTO ESPERÉ QUE TE RETIRARAS, dijo Rand. NO TE CREO CAPAZ DE HACERLO. QUERRÍA QUE PUDIERAS APREHENDER, QUE PUDIERAS COMPRENDER POR QUÉ ERES TÚ EL QUE SIGUE PERDIENDO.

Bajo ellos, en el campo de batalla, los trollocs habían caído derrotados por un joven jugador de Dos Ríos. La Sombra no tendría que haber perdido. No tenía… sentido. Los Engendros de la Sombra eran una fuerza mucho mayor.

No obstante, los trollocs luchaban sólo porque los Myrddraal los obligaban a hacerlo; por sí mismo, un trolloc no se enfrentaría a nada más fuerte que él de igual modo que un zorro no intentaría matar a un león.

Era una de las reglas más básicas entre los predadores. Comer lo que es más débil que tú. Huir de los que son más fuertes que tú.

El Oscuro hervía de rabia porque Rand se sintiera en ese lugar como una fuerza física.

LA DERROTA NO DEBERÍA SORPRENDERTE, dijo Rand. ¿CUÁNDO HAS INSPIRADO TÚ ALGUNA VEZ A LOS HOMBRES QUE DEN LO MEJOR DE SÍ MISMOS? NO PUEDES. ESTÁ FUERA DE TU ALCANCE, SHAI’TAN. TUS ESBIRROS JAMÁS SEGUIRÁN LUCHANDO CUANDO NO HAYA ESPERANZA. JAMÁS RESISTIRÁN POR EL MERO HECHO DE QUE HACERLO SEA LO CORRECTO. NO HA SIDO LA FUERZA LO QUE TE HA VENCIDO. HA SIDO LA NOBLEZA.

¡DESTRUIRÉ! ¡DESGARRARÉ Y QUEMARÉ! ¡LLEVARÉ LA OSCURIDAD A TODOS, Y LA MUERTE SERÁ LA TROMPETA QUE SONARÁ ANTES DE MI LLEGADA! Y TÚ, ADVERSARIO… OTROS PODRÁN ESCAPAR, PERO TÚ MORIRÁS. TIENES QUE SABER QUE SERÁ ASÍ.

OH, LO SÉ, SHAI’TAN, dijo Rand con suavidad. ABRAZO MI MUERTE, PORQUE ES —Y SIEMPRE HA SIDO— MÁS LIGERA QUE UNA PLUMA. LA MUERTE LLEGA EN UN INSTANTE, TAN POCO TANGIBLE COMO UN PARPADEO DE LA LUZ. NO TIENE PESO NI SUSTANCIA...

Rand adelantó unos pasos y habló más alto:

LA MUERTE NO PUEDE ACORRALARME, NI PUEDE DIRIGIRME. TODO SE REDUCE A ESO, PADRE DE LAS MENTIRAS. ¿CUÁNDO HAS INSPIRADO TÚ A UNA PERSONA PARA QUE DÉ LA VIDA POR TI? NO POR LAS PROMESAS QUE HACES, NO POR LAS RIQUEZAS QUE BUSCAN O LAS POSICIONES QUE TENDRÍAN, SINO POR TI. ¿ALGUNA VEZ HA OCURRIDO ESO?

La oscuridad enmudeció.

¡TRAE MI MUERTE, SHAI’TAN, PORQUE YO TRAIGO LA TUYA!, bramó Rand mientras se arrojaba a la negrura.

Aviendha cayó en un saliente rocoso muy por encima del valle de Thakan’dar. Intentó incorporarse, pero las piernas y los pies destrozados no aguantaban su peso. Se derrumbó en el saliente, y la lanza de fuego y luz que sostenía entre los dedos desapareció. El dolor le subía por las piernas como si estuvieran abrasándose en el fuego.

Graendal se apartó de ella dando traspiés, inhalando aire entre jadeos y sujetándose el costado. Aviendha tejió de inmediato un ataque, llamas de fuego, pero Graendal lo cortó con sus propios tejidos.

—¡Tú! —espetó la Renegada—. ¡Tú, sabandija! ¡Tú, criatura detestable! —Aunque herida, la mujer seguía siendo fuerte.

Aviendha necesitaba ayuda. Amys, Cadsuane, las otras. Desesperada, aferrada al Poder Único a pesar del horrible dolor, empezó a tejer un acceso de vuelta a donde había estado. Era lo bastante cerca para no necesitar conocer bien el área.

Graendal dejó pasar ese tejido. La sangre manaba entre los dedos de la Renegada. Mientras Aviendha seguía en ello, Graendal tejió un fino hilillo de Aire y restañó la herida con él. Entonces señaló a Aviendha con los dedos manchados de sangre.

—¿Intentas escapar?

La Renegada empezó a tejer un escudo.

Frenética, notando que perdía las fuerzas, Aviendha ató el tejido y dejó el acceso abierto.

«¡Por favor, Amys, fíjate en él!», pensó mientras rechazaba el escudo de Graendal.

Lo consiguió por poco, pues estaba muy debilitada. Graendal había estado usando Poder prestado durante toda la lucha, en tanto que ella había usado sólo el suyo. Incluso con el angreal, en su estado actual no podía enfrentarse a la Renegada.

Graendal se irguió, aunque su rostro reflejó un gesto de dolor. Aviendha le escupió a los pies y después se alejó dejando un rastro de sangre tras de sí.

Nadie salió del acceso. ¿Lo habría abierto en el sitio equivocado?

Llegó al borde del saliente que se asomaba al campo de batalla de Thakan’dar, allá abajo. Si se arrastraba más, caería.

«Mejor eso que convertirme en otra de sus marionetas…»

Hilos de Aire se le enroscaron alrededor de las piernas y tiraron de ella hacia atrás. Gritó, con los dientes apretados, y luego se volvió; los pies parecían poco más que muñones en carne viva. La invadió una oleada de dolor y la vista se le oscureció. Se esforzó para asir el Poder Único.

Graendal la frenó, pero flaqueó y emitió un gruñido; entonces se desplomó, jadeando. El tejido que le restañaba la herida seguía en su sitio, pero el rostro de la Renegada palideció. Parecía estar a punto de desmayarse.

El acceso abierto detrás de ella, la oportunidad de huir, parecía invitar a Aviendha; pero podría haber estado a una milla de distancia. Aturdida, sintiendo un dolor abrasador en las piernas, Aviendha sacó su cuchillo de la vaina.

El arma resbaló entre los dedos temblorosos. Estaba demasiado débil para sujetarlo.