24
Apoyada en el lavabo de mármol, frente al espejo, esperó varios minutos hasta que el desasosiego que la había invadido se marchara.
Se preguntó qué le estaba pasando, por qué se comportaba así. ¿Estaba traumatizada?, pensó en silencio mientras veía a las mujeres que entraban y salían del baño.
Sacó de nuevo el teléfono y lo encendió.
De pronto, recibió cinco mensajes de Miguel. La pena se convirtió en asco. No entendía cómo algunos hombres podían provocar tales sensaciones. Miguel era un despechado y se arrepintió, por un instante, de haberle dado falsas esperanzas.
Guardó el terminal de nuevo en su bolso y comprobó que el maquillaje no se le hubiera corrido. La mujer que miraba al móvil mientras su marido fijaba la atención en la comida, ahora estaba a su lado compartiendo el espacio que las unía. Sacó un lápiz de labios de un minúsculo monedero y se perfiló la boca con profesionalidad mientras observaba a la ingeniera.
—Tienes mala cara. ¿Es por ese hombre? —preguntó interesada en el estado de la ingeniera.
Marlena dudó en responder, pero se sintió arropada por ella. Quizá, ambas conocían lo que era la incomodidad.
—No. Es por otro.
—Ajá. Entonces, olvídalo. Bebe algo fuerte, déjale que hable. No es tan difícil —dijo y terminó de perfilarse el labio superior—. Si no lo haces, terminará notándolo, por mucho que finjas, y te quedarás sola. No hay nada más doloroso para un hombre que saber que estás pensando en otro.
—Tienes razón.
—Hazme caso, sé de lo que hablo —dijo y, de repente, cambió radicalmente su expresión facial hacia una más relajada y tranquila—. Suerte.
Confundida, Marlena vio cómo la desconocida abandonaba el baño sin mirar atrás.
Reflexionó acerca de sus palabras.
No le faltaba razón y se prometió que no volvería a permitir que el arquitecto interviniera en sus emociones.
Abandonó el servicio de señoras con la actitud adecuada para devolverle a Woodward el interés que había mostrado en ella.
No iba a desaprovechar la oportunidad. Puede que no fuera el hombre de su vida, si es que este existía, pero se había cansado de esperar a que las cosas sucedieran, ya que nunca lo hacían. Se había hartado de buscar la perfección en los hombres con los que se relacionaba, porque nunca terminaba satisfecha.
Con paso firme y sensual, vislumbró su espalda descansando en la silla y caminó hacia él.
Al acercarse, le acarició los hombros del traje y la espalda, y percibió lo agradable que era el tejido de la chaqueta. Después regresó a su asiento cargada de esperanza.
—Disculpa, de nuevo. Había cola… —dijo con una risa traviesa—. Cosas de mujeres. ¿Te has aburrido mucho?
—Oh, no… —contestó él mostrándose comprensivo—. Es siempre interesante observar a la gente y ver cómo se comporta, sobre todo a las parejas. En cuestión de segundos, puedes saber en qué fase de su vida están. Es increíble. A veces, temo que un día nos aburriremos todos de todo.
Marlena miró hacia su derecha y entabló contacto visual con la mujer del teléfono. Su marido seguía ocupado en sus pensamientos. La mujer le sonrió asintiendo con la cabeza y Marlena hizo lo mismo.
Puede que ella fuera quien salvó su noche.
—¿Has tenido alguna vez pareja, James? —dijo ella acariciando la copa. El inglés la observó y esperó a que bebiera, pero no iba a obligarla a hacerlo. Tarde o temprano, tendría que refrescarse los labios—. Una relación seria, quiero decir.
Él puso cara de travieso y mostró los dientes como si hubiera roto un plato. Después chasqueó la lengua.
—Digamos que nunca he sido muy bueno con las relaciones a largo plazo —explicó rondando con la mirada—. Tal vez sea mi educación. Mi familia siempre ha sido muy fría. Pero también puede ser el trabajo. Ninguna mujer viviría con alguien que pasa su vida viajando. Tiene sentido, ¿no?
Marlena frunció el ceño.
—Sí. Lo tiene.
—¿He vuelto a decir algo impropio?
—¡No! Para nada —contestó ella con rapidez—. Solo reflexionaba acerca de lo que has dicho. ¿Cuánta gente es capaz de mantener una relación durante años, cuando solo han compartido juntos una fracción muy pequeña de estos?
—Se llama vida moderna, Marlena.
—¿Y estás a favor de ella?
—No del todo. Pero quiero pensar que es la manera de permitir un estilo de vida como el que tengo. Los riesgos siempre han existido… No podemos pasarnos los días huyendo de los problemas. Tarde o temprano, topamos con un callejón sin salida… y tenemos que decidir.
—Interesante eso que dices.
—Toda mi vida he crecido creyendo que no somos tan diferentes a nuestros antepasados…
—¿A qué te refieres?
—A que estamos aquí para sobrevivir.
Marlena frunció el ceño.
—Empiezas a hablar como alguien que conocía.
—Y me estoy poniendo demasiado filosófico, así que… —dijo y, antes de terminar, sirvió el resto de vino que quedaba en las copas—, brindemos. ¿No te parece?
Ella volvió a responderle con una mueca.
Agarró su copa y la levantó.
—Por nosotros —dijo la ingeniera devorando su mirada.
Cuando se acercó la copa a los labios y el líquido estaba a punto de rozar los bordes de su piel, se oyó un forcejeo en la entrada. Alguien irrumpía en el restaurante como un tornado. Marlena miró hacia el interior y posó la copa en el mantel. El inglés se mordió la lengua.
Miguel apareció desquiciado en el restaurante, en busca de la ingeniera. Pese a la intervención de los empleados, que trataron de calmarlo para que no creara más alboroto, el abogado se escurrió entre las mesas hasta llegar a la pareja. Estaba celoso. Sus premoniciones se habían cumplido. Marlena estaba con otro hombre y esa era la realidad más dura de aceptar. Tenía los ojos vacíos y la expresión descompuesta. Había estado llorando y las lágrimas aún humedecían su piel. Marlena, sobrecogida, no supo qué decir.
Su acompañante, expectante, se quedó quieto en la mesa.
—¡Déjame, coño! —bramó al metre que los había atendido—. ¿Así que era esto? ¿Eh? ¿Con él?
—Miguel… —dijo ella, pero el letrado no entraba en razón.
—Eres una mala persona, Marlena. Te lo he dado todo y me tratas como a un muñeco de trapo. ¡Bruja!
—¡Miguel! —exclamó ella.
—Tenía que verlo con mis propios ojos, tenía que asegurarme de lo que ya pensaba de ti, que te irías con el primer mierda que pasara por la oficina y te invitara a cenar…
—No te consiento que hables así —dijo ella. Woodward estaba molesto, aunque se limitó a guardar silencio. Mientras que Marlena pensaba que era a causa de su presencia, él no podía entender que ese cretino le hubiese arruinado el plan—. No tengo por qué darte explicaciones de con quién voy o dejo de ir. Nunca hemos tenido nada, ¿te enteras?
Los comensales asistían al drama de la mesa.
Los empleados solo esperaban que la tragicomedia llegara a su fin. Todos sabían cómo terminaría y quién acabaría mal parado en esa historia.
—Te mereces lo peor, te mereces que te ocurra de nuevo —dijo el abogado. El desamor lo desgarraba por dentro y provocaba un fuerte desazón en ella. Marlena le propinó una bofetada que dejó boquiabierta a más de una persona. Pasmado, se calló, aún cargado de ira, y apretó los puños—. ¡No vuelvas a llamarme en tu vida, zorra!
—¡No tienes derecho!
De repente, cuando los empleados del restaurante agarraban al abogado para sacarlo de allí, James Woodward dio un golpe en la mesa para que el silencio se formara de una vez por todas y señaló a la ingeniera con total acusación.
—¡¿Por qué sigues hablando con ese perdedor?! ¡Joder! —exclamó en un inesperado arranque de agresividad y bravura. La ingeniera se quedó sin palabras y los comensales regresaron a sus mesas con un murmullo imposible de acallar. Abrumada, Marlena no estaba dispuesta a que ese desconocido le gritara. Se sentía mal por Miguel, se sentía mal por haber cometido el error de ir hasta allí. Cuando el inglés se dio cuenta de lo que había provocado, se acercó a ella con una actitud diferente—. Marlena, disculpa, he perdido el control. No tendría que haberte levantado la voz.
Ella lo miró fijamente y supo que nunca más podría confiar en él. Conocía esos ojos, conocía esa frase y sabía lo que traía con ella.
—Está bien, no te preocupes —dijo con voz fría y tensa. Después agarró el bolso y se puso en pie—. Eh… James, me temo que la noche no ha ido como ninguno de los dos había imaginado… Lo siento, tengo que marcharme. Gracias por la cena y buenas noches.
Y antes de que él respondiera, Marlena Lafuente abandonó el restaurante para subirse en un taxi de vuelta a casa.