23
Cuando la ingeniera se levantó, el inglés miró a ambos lados de la mesa y se aseguró de que nadie le estuviera observando.
Comprobó la cantidad de vino que quedaba en la botella, suficiente para compartir entre los dos sin llenar las copas.
Con naturalidad, metió la mano en el interior de la chaqueta azul marino y sacó una pequeña probeta alargada de plástico, del tamaño de una muestra de perfume.
Acercó la copa de Marlena, destapó el tubo y derramó en ella el líquido transparente que había en la probeta. Volvió a comprobar que nadie lo hubiera visto y fingió continuar disfrutando de los diferentes platos que tenía frente a él.
Con suerte, llegarían a los postres cuando el efecto del narcótico se mezclara con la sangre. Para entonces, ella estaría inconsciente y con aspecto de haber bebido más de la cuenta. Una buena propina, una disculpa, un taxi y saldría de allí airoso hasta el apartamento de ella.
Después, la haría hablar hasta que le contara todo lo que sabía de Don y de El Escorpión.
Con Marlena aún ausente, el metre se acercó a la mesa para comprobar cómo iba la noche.
—¿Todo en orden señor? —preguntó agarrándose las muñecas con una expresión jovial en el rostro—. ¿Están disfrutando de la cena?
—Ya lo creo, gracias… Está siendo una velada estupenda —dijo el inglés satisfecho—. Me temo que será una de esas noches inolvidables.