CAPÍTULO 36

—¡DEJA de lloriquear! —soltó Court—. A tu hermana la hirieron igual y siguió mirándome llena de odio cada segundo. No derramó ni una sola lágrima.

A decir verdad, la herida de Llorente era un poco más grave. La bala le había atravesado y le había dejado un agujero importante. Court también tenía muchas heridas por culpa de los cristales, y como la peor era un enorme cristal que se le había clavado en la pantorrilla, sentarse le parecía mejor idea que caminar, aunque tuviera que estar con Llorente. Hugh los encontró a ambos apoyados en dos paredes distintas, bebiendo whisky e insultándose el uno al otro. Mandó a Liam a buscar un médico y se quedó con ellos.

—¿De verdad no lloró? —preguntó Hugh mientras se pasaba la camisa por la cara para limpiarse los cortes causados por las piedras que habían salido por los aires. A pesar de haber tenido éxito, Hugh volvió sacudiendo la cabeza y farfullando entre dientes:

—Pizarra. Quién lo habría imaginado.

Court contestó lleno de orgullo:

—Es la chica más valiente que he conocido nunca.

Por supuesto que estaba orgulloso, pero ahora ya no podía demostrarlo. Ella ya no era suya. Apoyó la cabeza en la pared y miró hacia el techo.

—Maldita sea, Court. —Hugh le dio una patada en la pierna que no tenía herida—. No volveré a repetirte que mantengas apretada la herida que tienes en el hombro.

—¿Cómo pudiste hacer eso? —preguntó Llorente por enésima vez—. ¿Dejaste que me disparara?

—Sabía que mi puntería era mejor que la suya. Al parecer tenía razón.

—¡Ese animal me disparó!

—Si tú hubieras matado a los otros, ahora no estaríamos hablando de esto.

—Ése tenía un enorme agujero en el estómago. ¿Cómo podía seguir vivo? —Llorente dejó su botella como si acabara de darse cuenta de algo.

—Ya has hecho todo lo que estaba en tu mano para arruinarme la vida.

Court dio un trago y respondió:

—Te lo aseguro, Anna no es la que debería llevar las faldas en tu familia.

Por fin, Llorente se puso furioso.

—Hugh, dile qué habría hecho Pascal si yo no hubiera disparado cuando lo hice.

—Habría logrado que tú dispararas, él te estaba provocando, y así él habría disparado luego más tranquilo.

—¿Oíste lo que dijo de Olivia? —Llorente empezaba a arrastrar las palabras—. Siempre me había preguntado dónde estaba su lealtad. No acababa de entender por qué le hacía eso a su padre —añadió para sí mismo—. Ella siempre fue leal a su madre. —Luego frunció el cejo—. Creo que la amo. —Hizo una mueca de dolor cuando intentó moverse.

Court sacudió la cabeza al ver la herida de Llorente. Ésa sí necesitaba que la cosieran.

Podía oír a Niall y a los otros riéndose en la distancia, y cada vez se oían menos disparos. Esa noche iban a ponerlo todo patas arriba buscando el alijo de oro y de dinero de Pascal.

Court dedujo que les gustaba jugar a ser héroes, pues ya habían decidido que iban a devolverlo todo a sus propietarios antes de que el frío invierno volviera a instalarse en Andorra. Los botines lucrativos hacían más fácil ser un héroe.

—Ahora voy a ponerme en contacto con Ethan —dijo Llorente—. Le pediré que las mande de vuelta a casa con una escolta.

—¿Por qué?

—Tu hermano me dijo que, llegado el momento, él se encargaría de todo, no tú. Ahora que hemos ganado, ¿hay alguna razón por la que no debería traer aquí a mi hermana y a Olivia?

Tanto Hugh como Llorente esperaron a que Court contestara.

—No. Ninguna. Ethan se asegurará de que están a salvo.

—¿Te irás antes de que lleguen?

Court sintió cómo empezaba a temblarle un músculo de la mejilla.

En el viaje de regreso, cada hora que pasaba era como una agonía, pero al menos Annalía había dejado de vomitar todo lo que comía. Con cada kilómetro que recorrían en ese carruaje, ella y Oliva seguían discutiendo como niñas.

—En lo que se refiere a herederas mal criadas, no estás tan mal —dijo Olivia.

—En lo que se refiere a brujas retorcidas, las he conocido peores —respondió Annalía.

Tampoco tenían otra cosa que hacer. Y a pesar de que a Olivia pareció no afectarle la noticia de la muerte de su padre, Annalía intentó mantenerla ocupada.

—No puedo dejar de imaginarme lo que pasará cuando lleguemos —dijo Annalía—. Yo correré hacia MacCarrick y Aleix te tirará al lago. Será perfecto.

—Sigue burlándote. No me importa —respondió Olivia—. Pero cuando le haya contado a Aleix lo mal que te has portado conmigo, ¿qué incentivos tendrá para portarse civilizadamente con tu tan poco apropiado pretendiente?

Ella tenía razón, pero por suerte sabía que Olivia no iba a contarle nada a Aleix.

Y ahora, por fin, habían llegado. Cuando el carruaje se detuvo y los hombres de Ethan creyeron que era seguro dejarlas salir, Annalía corrió hacia la casa. Entró a toda prisa y, sin aliento, abrazó a Aleix, que había salido a recibirlas.

Él le sonrió y luego, al verla entrar, sonrió a Olivia. Una sonrisa especial para Olivia. ¿Una sonrisa de enamorado? Annalía nunca los había visto juntos. Oh, ¿Olivia se estaba sonrojando?

Annalía sacudió una mano delante de él para captar su atención.

—¿Dónde está MacCarrick?

Él la miró y se puso serio.

—Annalía, él... bueno, él se fue. Creo que hacia el norte.

Ella dejó escapar el aire entre los dientes y se sentó en el sofá.

—No lo entiendo. ¿Por qué iba a hacer eso? ¿No sabía que regresábamos?

Olivia se colocó tras ella.

—¿Dijo algo?

—Me dijo que le deseaba a Annalía todo lo mejor.

—¿Que me deseaba lo mejor? —Su voz sonó estridente. Ella aún no había dejado de vomitar del todo. Creía que en ese mismo instante iba hacerlo.

—Él no es un hombre de muchas palabras, como bien sabes. Annalía, ambos decidimos que era lo mejor. No era el hombre adecuado para ti.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Tú y él lo decidisteis? ¿Los dos decidisteis mi futuro? ¡Un coche de seis caballos! —gritó ella y se puso de pie—. ¡Tú... tú me has metido en un coche de seis caballos!

Él la miraba como si se hubiera vuelto loca. Annalía sintió cómo empezaba a marearse, le temblaron las piernas y tuvo que volver a sentarse.

Aleix corrió a su lado y la cogió por los hombros.

—¿Te encuentras mal? ¿Qué he hecho?

Ella apenas vio cómo una mano surgía tras ella y daba un golpe a la de él para que la soltara.

—Annalía, esto es lo mejor. Él pertenece a otra cultura y no tiene la riqueza necesaria para mantenerte como te mereces. Y, no sé si te lo dijo o no, pero no puede tener hijos.

Ella lo miró a los ojos con lágrimas resbalando por sus mejillas.

—Lamento tener que llevarte la contraria.

—¿Court, estás bien? —preguntó Hugh tras chasquear los dedos delante de él.

—Mmm, sí, ¿por qué?

—Porque si tu caballo no se hubiera apartado, esa rama de allí atrás te habría decapitado.

Court se dio la vuelta. No la había visto. Estaba ausente, tratando de imaginarse qué estaría haciendo Annalía en ese instante, dónde estaría, pensando que ella estaría más feliz que él. Tenía que estarlo. Volvió a mirar hacia adelante y se sorprendió al ver que ya habían llegado al hostal de Groot, aunque eso no debería sorprenderle. Ellos habían viajado muy rápido, Hugh lo había apartado del camino principal y lo había llevado a través de rutas secundarias que sólo utilizaban los caballos. Hugh no quería arriesgarse a que Court se cruzara con Annalía mientras ella regresaba a su casa.

—Estaba pensando en ella —dijo Court—. La echo de menos.

—Sí, lo sé.

—La echo tanto de menos que es como...

—¿Un dolor? —preguntó Hugh, y saltó de la silla.

Él afirmó despacio con la cabeza.

—Court, ojala pudiera decirte que se te pasará. —Hugh lo miró resignado—. Pero no es así.

Si no lograba superarlo, si todo seguía recordándole a ella...

—¿Dónde está esa bonita andorrana? —preguntó Groot tan pronto como entraron en la casa de postas.

—A salvo en su casa —contestó Hugh al ver que Court sólo podía fruncir el cejo.

—Me alegro —dijo él ausente al ver que su mujer le pedía ayuda con unos clientes. Volvían a estar al completo. Court se sentó en el banco porque la pierna le dolía mucho, y pensó que tampoco era que fuese demasiado cómodo. Pero antes que aceptar la habitación que él y Anna habían compartido preferiría pasar allí toda la noche.

Hugh caminó hasta la barra y él mismo sirvió dos whiskys.

—Hugh, tengo una carta para ti —dijo Groot, y acercándose a él añadió—. De Weyland en persona.

Hugh juntó las cejas y golpeó la barra con la botella.

—Tráemela ahora mismo, Groot.

Hugh abrió el sobre y leyó el mensaje, su cuerpo se tensó al instante y su cara se contrajo aún más, marcándosele las arrugas. Las nuevas cicatrices de su frente y de su mejilla palidecieron.

—¿Qué demonios pasa? —Court había visto a Hugh furioso y capaz de matar una sola vez; y era una imagen que nunca olvidaría. La salvaje expresión que Hugh mostraba ahora era algo más, helaba la sangre. Court se levantó y cojeó hasta coger la carta de entre sus dedos, que empezaban a estar blancos de tanto apretarlos.

MacCarrick:

La vida de Jane corre grave peligro. Ven rápido.

Weyland

—Salimos ahora mismo —dijo Court, y se dio la vuelta hacia la puerta.

—No, Court. —Cuando él se volvió a mirarle, Hugh sacudió la cabeza con fuerza—. Tengo que ir solo.

Como si Court no supiera ya lo que él era capaz de hacer.

—Te debo mucho más de lo que jamás lograrás entender. Y ahora voy a devolverte el favor.

—Maldita sea, Court, no. Estás herido, y yo necesito los dos caballos, lo que significa que también me llevaré el tuyo.

—Claro, pero...

Apenas un minuto más tarde, Court estaba fuera, de pie, con el viento soplando a su alrededor y mirando cómo Hugh cabalgaba como el rayo. Court sabía que llegaría a tiempo, y casi sentía lástima por quien fuera que se hubiera atrevido a poner en peligro a la Jane de Hugh. De hecho, su única preocupación era si Hugh sería lo bastante fuerte como para resistir los sentimientos que tenía por ella. Por el bien de su hermano, esperaba que ahora que se había hecho mayor, esa chica dejara de atormentarle.

Court se pasó la mano por la nuca, y pensó en su situación. Maldita sea, Hugh era lo único que lo había mantenido alejado de Andorra. Si su hermano no hubiera estado allí advirtiéndole, animándolo, Court dudaba que hubiese sido capaz de irse. Ahora la tentación de regresar y volver a buscar a Annalía era imposible de soportar.

Miró cómo se ponía el sol, cómo cubría las hojas con su velo, pero a él todo le daba igual, los colores se apagaban. No tenía ningún plan, no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Podría ir al este para reunirse con los otros y juntarse con Otto, o podría ir hacia el norte, hacia su casa. También hacia el sur...

Anna estaba mejor sin él. Eso ya lo sabía. Pero ¿era feliz? ¿O se sentía tan desgraciada como él? ¿Tenía miedo de ir a Castilla?

El le había jurado a Llorente que no volvería a verla. Le había dado su palabra de que no volvería a acercarse a ella.

Y Llorente había demostrado ser un hombre decente. Le había regalado a Hugh un caballo precioso a cambio de su ayuda. A Court le había dado un apretón de manos, lo que le había «costado mucho, mucho más».

A cambio, Court le dio su palabra.

Hugh y Ethan se habían resignado a su destino. Pero Court había osado desafiarlo durante un tiempo, y habían sido los únicos días de su vida en que había merecido la pena vivir.

Pensó en aquellas diez líneas que tenía grabadas en la memoria desde el primer día que vio el Leabhar, y entrecerró los ojos. El viento volvió a soplar, a silbar entre los árboles, y se dio la vuelta hacia el sur.

Court le había dado su palabra de caballero a Llorente.

Lo que era muy, muy conveniente, pues él no era un maldito caballero.

El otoño llegó a la montaña y, puntual como un reloj, el prado se llenó de flores color índigo. Annalía se sentó entre las flores para ver cómo se ponía el sol y para alejarse de Aleix y Olivia, que trataban en vano de ocultar los sentimientos que sentían el uno hacia el otro. Annalía quería gritarles a la cara que estaba embarazada, no volviéndose estúpida.

Cogió una flor y se soltó el pelo. ¿Por qué no dejarlo suelto? ¿Hablaría la gente? Por el modo en que estaba engordando, en el próximo mes sí que tendrían algo de que hablar...

Al enterarse de su estado, Aleix había querido matar al escocés, arrastrarlo de vuelta y obligarlo a casarse con ella. Otra opción horrible que le había planteado era ir a Castilla con su familia.

—¿Crees que debería llevarla allí? —le preguntó a Olivia. ¡A Olivia!

Annalía le respondía una y otra vez:

—No quiero casarme con alguien a quien tengas que llevar a rastras hasta al altar, ni con nadie a quien no conozca.

Annalía no quería ir a Castilla, no sólo porque seguía enamoradísima de MacCarrick, sino también porque ahora era igual que su madre, e iba a dar a luz a un hijo ilegítimo.

¿La solución de Olivia? No hacer nada hasta encontrar a MacCarrick.

—Su madre le dirá que Annalía está embarazada. Se dará cuenta de que el libro se equivoca, y luego irá a buscarla dondequiera que esté. Si ella está casada, matará al desafortunado marido por haber osado tocarla, y se la llevará de todos modos.

—Pero pueden pasar meses hasta que él regrese a Londres o hasta que reciba nuestras cartas —señaló Aleix—. Incluso años, si ha ido a reunirse con sus hombres en el este. Su hijo será un bastardo si no la casamos en los próximos siete meses. —Pero por suerte, decidió hacer caso a Olivia. Ella solía dar buenos consejos.

Desde su llegada, Olivia se había instalado allí con ellos, lo que no había sido difícil, pues todos le estaban muy agradecidos por haber liberado a Aleix. Incluso le gustaba a Vítale. Annalía supuso que era porque la veía dura como él, una superviviente, y la respetaba por ello.

—Empieza a hacer frío —dijo Aleix tras ella, y le colocó un chal en los hombros.

La nieve no tardaría en llegar, y los aislaría del resto del mundo.

—Sólo quiero ver cómo se pone el sol.

—A los guardas no les gusta que estés fuera después de que anochezca. —Aleix había contratado a los hombres que Ethan había mandado con ellas, tal como habían acordado, hasta que el país se tranquilizara y todo volviera a la normalidad. Solían quedarse en el valle de la montaña, en el pasaje estrecho cerca del prado.

—¿Qué tal vas? —preguntó él.

Ella intentó sonar divertida al responder:

—Bueno, aparte de estar soltera, embarazada y abandonada, estoy espléndida —dijo un poco tosca—. Creo que he superado los pecados de nuestra madre.

—¿A qué te refieres?

—A sus aventuras. —Ella movió la mano como si no le importara—. Todo el mundo dice siempre que me parezco mucho a ella, que soy igual que ella.

—¿Aventuras? —A él le costó pronunciar la palabra.

Annalía lo miró con el cejo fruncido.

—He oído los rumores. Sé que abandonó a su familia por culpa de... la pasión.

—¿Crees que es por eso por lo que mamá no estaba aquí? —preguntó él incrédulo—. Ella tuvo una aventura con un hombre, un buen hombre llamado Nicolás Beltrán, de quien estuvo enamorada toda su vida. —Cuando Annalía sacudió confusa la cabeza, su hermano continuó—: Los pillaron cuando se estaban escapando para casarse, y su familia la mandó fuera. Es como si alguien hubiera obligado a Mariette a casarse con un viejo extraño en el exilio la noche antes de nuestra boda. Mariette habría querido que yo fuera a buscarla, y a mí nada me habría detenido.

—Pero ¿por qué tardó tanto? —preguntó ella, absorta con la historia.

—Después de que nuestra familia se encargara de él, estaba arruinado y en muy mal estado de salud. Él no tenía ni idea de adonde se la habían llevado, y tardó años en encontrarla.

Ella le sonrió con amargura.

—Sí, pero cuando lo hizo, ella me dejó, a mí, a su hija, por él. A ti no te afectó tanto como a mí. Tú ya eras mayor, pero a mí me destrozó.

—Annalía, ella no se fue por voluntad propia. Cuando Llorente los encontró juntos, la desheredó y le prohibió que se acercara a ti. Beltrán se la llevó a Francia. Desde allí, ella escribía a Llorente cada día, suplicándole poder verte. Venía aquí una y otra vez, pero él siempre se lo impedía. No dejó de intentarlo hasta que murió, un año más tarde.

—Pero... pero yo siempre creí que ella me había dejado por un hombre. Creí que le había escogido a él por encima de su propia familia. Que nunca había vuelto a mirar atrás y que había destrozado a papá con su indiferencia.

—En el funeral de mamá, hablé con Beltrán. Cuando Llorente los encontró juntos, ella le estaba diciendo que nunca iba a abandonar a sus hijos para irse con él.

Annalía se levantó y empezó a caminar.

—¡Bastardo! ¿Cómo pudo mi padre mantener a mamá lejos de mí? ¿Por qué dejó que creyera que ella había tenido muchos amantes? ¡Aleix, él me reñía y me decía que yo haría lo mismo!

—No le justifico, pero él estaba destrozado. Creía que ella había llegado a amarle. Annalía, yo nunca sospeché que Llorente te estaba envenenando los recuerdos de ese modo, si lo hubiera sabido te habría llevado conmigo.

Al ver que ella empezaba a caminar más rápido, él dijo:

—Creo que deberíamos dejar el tema para más tarde. Para cuando estés más tranquila.

—¡He esperado dieciséis años a oír esto! ¿Ella le dijo a Beltrán que no? —Annalía seguía sacudiendo la cabeza, incapaz de creer que todo lo que sabía era mentira—. ¿Ella no me dejó porque quiso? —Cogió el collar entre su dedo anular e índice y acarició la piedra.

—Yo era lo suficientemente mayor como para saber que no existía una madre que quisiera más a su hija...

Annalía se sentó y, cuando empezó a llorar, no hizo nada para detener las lágrimas.

—¡No fui a su funeral! ¡Nunca he llevado flores a su tumba! —Lo miró con los ojos anegados—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—No tenía ni idea. —Él estaba atónito—. Eras tan joven cuando pasó, y como nunca me preguntabas por ella, yo creía que era porque apenas te acordabas.

—Tengo que visitar su tumba. Tengo que mostrarle mis respetos.

—Tú sabes que yo no puedo irme de aquí hasta que haya vuelto la calma. Ya veremos qué pasa cuando haya nacido el bebé.

Ella se secó las lágrimas.

—Yo siempre había querido ir, pero estaba tan enfadada y tenía tanto miedo de hacer algo como lo que ella había hecho... Bueno, lo que creía que había hecho.

—Mamá era una mujer buena, con un corazón muy grande. Y tú eres igual que ella. Cada día que pasa el parecido es más evidente. Mañana por la tarde, cuando vuelva de la reunión del consejo del pueblo, te contaré todo lo que sé sobre ella. Pero ahora tienes que entrar. Ahora, tú también vas a ser madre.

Ella, vacilante, soltó el aliento.

—Aleix, ¿qué voy a hacer?

—Vas a tener un niño al que querremos mucho. Nosotros nos ocupamos de los nuestros.

—¿Y luego qué? ¿Me haré vieja aquí, en las montañas, esperando a que él regrese?

—Annalía, vayamos paso a paso. Lo único que sé es que la decisión es tuya. Y que yo no voy a repetir la historia casándote con alguien a quien no ames.

—Gracias por decir eso —murmuró ella.

—Ahora tenemos que concentrarnos en tu salud. En cuidar a tu pequeño.

Él se levantó y le ofreció la mano, pero ella dijo:

—Sólo unos minutos más.

Aleix le acarició la cabeza y caminó hacia la casa.

Cuando ella se quedó a solas, y los últimos rayos de luz se reflejaron en el lago, se frotó la barriga que ya empezaba a redondearse. «Mi pequeño», dijo en voz alta. «Mío», pensó. Había pasado demasiado tiempo sintiendo pena de sí misma y pensando en que su nuevo estado era una especie de enfermedad, una especie de desgracia.

Ahora que sabía que su madre la había querido, que nunca había querido abandonarla, Annalía lo veía todo distinto, como si lo hubiera estado mirando todo a través de un cristal empañado que acababa de romperse en sus narices. Ella podía ser una buena madre. Ella iba a ser una buena madre, y amaría del mismo modo que, al parecer, había amado Elisabet.

—Voy a tener un bebé —susurró ella, y vio la verdad por primera vez.

Si el escocés no podía disfrutar de eso porque estaba lejos luchando durante años, o porque por sus fuertes y equivocadas creencias ignoraba lo que había dentro de su corazón, pues que así fuera.

Él no estaría en sus vidas. Él se lo perdía.

Porque ella y su bebé iban a pasarlo muy bien.