CAPÍTULO 31

COURT volvió a apretar a Anna junto a él, la espalda de ella contra su pecho, sus nalgas en su regazo. Escondió la cara entre su melena e inhaló, se acordó de la noche anterior y volvió a excitarse.

Entonces le asaltaron las dudas.

Él se había acercado a una mujer joven, inocente e impresionable antes de conocerlo, y había hecho que se inclinara, que separara las piernas y la había poseído con fuerza. Y sabía que volvería a hacerlo...

—Vas a preguntarme si me has hecho daño —dijo ella con voz lánguida, leyéndole el pensamiento. Cuando iba responder, ella rodeó su erección con la mano—. Vas a preguntarme si me siento avergonzada. —Lo acarició—. No me hiciste daño. —Ella lo guió hacia su interior—. No me siento avergonzada. —Movió las caderas hasta quedar mejor colocada y entonces, despacio, se deslizó encima de él.

¿Annalía estaba realmente haciendo eso? ¿Después de lo de la noche? Aunque estaba convencido de que seguía soñando, él fue a su encuentro y la penetró hasta lo más hondo.

Ella gimió y luego suspiró feliz.

—¿Lo ves? No tienes por qué preocuparte.

—¿De verdad no te he avergonzado?

—Tal vez al principio, pero luego ya no. En absoluto.

—Entonces a lo mejor no soy lo bastante atrevido para ti. —El le mordió la oreja y ella se rió. Él pudo sentirlo—. ¿Soy un anciano al que ya no le queda ningún as en la manga?

En ese instante, la rodeó con los brazos, la sujetó con fuerza y se tumbó de espaldas.

—¿Courtland? —gritó ella al ver que la había tumbado encima de él.

Él le separó las rodillas, colocó las piernas de ella una a cada lado de las suyas y empezó a acariciarle los pechos y el ombligo con las manos. Annalía gimió cuando él clavó los talones en el colchón y entró en ella a la vez que con los dedos seguía atormentándola. La tomó de este modo hasta que la mujer arqueó el cuerpo encima del suyo, llegando otra vez al límite, y cuando ella se derritió, él hizo lo mismo en su interior.

Después, él volvió a colocarla en la cama y, sin ganas, se retiró de su cálido cuerpo. Le apartó el pelo de la cara y le acarició los hombros hasta que ella volvió a dormirse, entonces le murmuró al oído:

—Anna, mi corazón está feliz.

Se levantó y se puso los pantalones para volver a su habitación. La miró otra vez antes de cerrar la puerta. Ella se había dado la vuelta y lo obsequió con la vista de sus deliciosos pechos. Court gimió. Sabía que no podría esperar hasta la tarde. Le llevaría el desayuno y a ver si podía tentarla. Sonrió. Ella siempre estaba tan a punto como él.

En su habitación, se aseó, se visitó y se dio cuenta de que estaba silbando. Él no solía silbar. Se encogió de hombros y bajó la escalera corriendo, pero se detuvo a medio camino; de golpe perdió el buen humor.

Ethan estaba en casa.

Su hermano parecía estar siempre furioso, pero esta vez era de verdad, su cicatriz estaba pálida. Maldita sea. Miró a Court y se dirigió al estudio. Court soltó un insulto y lo siguió.

—He oído ciertas cosas —empezó Ethan tan pronto como Court cerró la puerta—. ¿Durante cuánto tiempo piensas seguir así?

—Su hermano llegará pronto —se defendió él.

—Y entonces, ¿dejarás que se vaya con él? ¿A pesar de haberte acostado con ella?

—¿Te lo ha contado Hugh?

—Él no me ha dicho nada. Nuestra madre no es la única que recibe informes de lo que pasa en esta casa. Me lo habían dicho, y tu cara me lo ha confirmado.

Por supuesto que Ethan lo sabía. Ethan lo sabía todo.

—Tu castellana ha estado preguntando a los miembros del servicio lo que significa cierta frase en gaélico. —Fulminó a Court con la mirada—. Me han dicho que su pronunciación es excelente. Sería imposible que la repitiese tan bien si sólo la hubiera oído una vez.

De hecho, sí podría. Annalía era capaz de imitar el frío acento de Ethan a los cinco segundos de haberlo conocido.

—¿La has atado a ti?

—Sí. —Las palabras habían fluido de su interior. No había podido pararlas. Y sí, él se lo había dicho a Annalía más de una vez.

—¿Ella era inocente y de buena familia?

—Sí —contestó él cuadrándose de hombros. Se negaba a avergonzarse de lo que había hecho.

Ethan lo miró incrédulo.

—¿De verdad crees que vas a casarte con esa chica?

—Lo haré.

—Dime, hermano, ¿la odias?

Court entrecerró los ojos.

De una bolsa de piel que había al lado del escritorio, Ethan sacó un pesado tomo y lo dejó encima de la mesa.

Leabhar nan Süil-radharc. El libro del Destino.

Court retrocedió sin apartar la vista, y sintió cómo se tensaban todos los músculos de su cuerpo. La cubierta brillaba como las escamas de un pez y no mostraba ningún desperfecto pese a todas las veces que sus antepasados habían intentado destruirlo. Primero se le hizo un nudo en el estómago y luego se le revolvió. Lo único que había podido manchar el libro había sido la sangre.

No era tan grueso como podía haber sido, no se habían añadido más páginas. Pero ellos sabían que con ellos acabaría, pues no habría más descendientes a los que predecir el destino.

—Debes de odiarla. La has puesto en una situación en la que lo único que puede hacer es casarse contigo o perder su reputación por completo. Claro que tendría mucha más suerte si escogiera lo segundo. Eso es mucho mejor que la muerte y la desgracia, mucho mejor que casarse con un arruinado mercenario incapaz de darle hijos.

—¿Por qué has traído eso aquí? —Court miró alrededor sin poderse creer que Anna estuviese en la misma casa que aquella maldita cosa.

—Creí que necesitarías que te refrescara la memoria.

Court no intentó disimular la furia que sentía. Podría matar a Ethan por eso.

—Como si me hubiera olvidado.

—Pues lo has hecho. Y, al parecer, también te has olvidado de lo que le pasó a la última mujer que se prometió a uno de nosotros. A mí, para ser exactos.

—No es eso, Ethan. Siento que esta vez es distinto.

—Por supuesto que sientes eso. —Él soltó el aliento y miró a Court de un modo extraño, como si sintiera pena por él—. Lo deseas tanto que estás dispuesto a creer que es así, pero al final sólo conseguirás hacerle daño a ella.

Court negaba con la cabeza, y vio, destrozado, cómo Ethan abría el libro por la última página. Su página.

—Bien hecho, Court. ¿Por qué esperar a que lleguen «la muerte y la desgracia» cuando tú puedes salirles al encuentro a medio camino? Te has dedicado a matar por dinero, a seducir inocentes... Cuando llegues a mi edad, habrás superado mis maldades con creces.

Eso lo impactó. Ethan no era un buen hombre. A su lado, las maldades de Court solían parecer insignificantes.

—Es raro —dijo Ethan sonriendo—. Ahora que ya no soy el más malvado de los MacCarrick no me siento para nada distinto.

Court ignoró su lúgubre sentido del humor.

—Y cuando venga su hermano, ¿qué? Pareces tener todas las respuestas, ¿qué debería hacer entonces? Tú sabes que Hugh y yo podemos encontrar un sitio donde ella esté a salvo.

—Yo puedo cuidar de ella. Saldré y mataré a todos los Rechazados para protegerla.

—Pero aun así tienes que dejarla marchar. Si no lo haces, me demostrarás que no la quieres lo suficiente. Si de verdad la quisieras, nunca, en ninguna circunstancia, pondrías en peligro su vida. Fíjate en Hugh, él se niega a estar cerca de Jane, en cambio tú quieres casarte con tu mujer. —Ethan cerró la cubierta de golpe.

Court miró asqueado el libro por última vez y salió de la habitación hecho una furia. Se cruzó con Hugh.

—Cuida de Anna. Y no dejes que él o ese maldito libro se acerquen a ella.

En la calle no se dio cuenta de que la gente se apartaba de su camino.

—Ha salido a despejarse.

Ésa fue la críptica respuesta que Hugh le dio cuando Annalía le preguntó dónde estaba Court. Cuando se lo preguntó hacía dos horas. A ella no le gustaba que él saliera, no podía parar de pensar que lo atacaban, que eran demasiados contra él.

Empezó a pasearse por el recibidor, sin importarle que los miembros del servicio la miraran extrañados. Lo hacían de todos modos, porque todos sabían que se acostaba con MacCarrick cada día, a veces durante horas.

Por fin, él entró por la puerta y se sacudió el pelo mojado como si fuera un lobo. Seguro que había estado caminando bajo la lluvia todo ese rato.

—¿Dónde has estado? Estaba preocupada.

En la mirada de Court había una desolación que antes no estaba.

—¿Qué ha pasado? —preguntó él.

—Nada. Sólo que te echaba de menos, porque te has ido sin despedirte.

Él le puso las manos en los hombros y empezó a acariciarle el cuello con los pulgares, pero seguía ausente. Ella sabía que era un gesto que hacía inconsciente.

—Hoy me han hecho recordar algo —dijo él vacilante. Al parecer, entonces se dio cuenta de que la estaba tocando, porque la miró sorprendido y apartó las manos.

—¿Qué pasa? —preguntó ella; empezaba a estar asustada.

—Me he dado cuenta de ciertas cosas sobre nosotros, sobre cómo... cómo me siento, y yo no quiero hacerte daño. Voy a regresar a... —De repente se quedó en silencio y se tensó, luego se dio la vuelta hacia la puerta y se colocó delante de Annalía para protegerla. Deslizó la mano hacia el interior de su abrigo y la colocó encima de una pistola que ella ni siquiera sabía que llevaba.

La puerta principal se abrió y MacCarrick relajó la mano.

—¿Aleix? —¡Estaba bien! ¡Estaba allí! Ella corrió a abrazarle.

—¿Estás bien? —preguntó Aleix a la vez que la cogía por los hombros para observarla—. ¿Te han hecho daño?

—No, ningún daño. Estoy muy bien —le aseguró ella. Al parecer él no se convenció de que fuera así, y su atención se centró en MacCarrick. Aleix lo miraba como si quisiera matarlo—. Espera, Aleix, deja que te lo explique... —Una figura llamó la atención a Annalía y se volvió hacia la puerta—. ¿Olivia?

En ese momento, Aleix se lanzó encima de MacCarrick, quien le estaba esperando, y se pelearon como dos animales, cayendo encima de los jarrones, golpeándose el uno al otro. Oh, Dios, ella no quería que ninguno de los dos se hiciera daño.

—Tú, asqueroso escocés —gritó su hermano—. Tú me metiste en la prisión de Pascal y luego te llevaste a mi hermana. Vas a morir.

Un momento, ¿Court había metido a Aleix en prisión...? Él le había dicho que no, que nunca lo había atacado.

—¡Oh! —Annalía se llevó las manos a la boca.

Nunca había dicho que no hubiera luchado contra Aleix.

—¡Basta! —Todo el mundo se quedó quieto. Annalía se dio la vuelta despacio y vio a un hombre que era la versión de Court en mayor, con una enorme cicatriz que le cruzaba el rostro. Ése debía de ser Ethan. Parecía aún más temible que Court y Hugh.

Llegó también Hugh. Annalía oyó cómo Olivia murmuraba:

—Terroríficos, horrorosos, horripilantes.

—Court, no me importa contra quién te estás peleando ni porqué —dijo Ethan—. Pero hazlo fuera de casa.

Court movió la cabeza dándole la razón y miró a Aleix. Este caminó hacia la puerta.

Cuando los sonidos de pelea continuaron, ella y Olivia fueron tras ellos.

—Quietas. Ahora mismo —les dijo Ethan en voz baja y amenazante.

Ella se detuvo y vio que Olivia había hecho lo mismo; las dos se dieron la vuelta.

—Pero no podemos dejar que sigan así —dijo Olivia.

—¡Se matarán! —gritó Annalía.

—No, no lo harán. —Cuando Ethan habló, ella sintió que tenía que creerle. Se relajó un poco hasta que él añadió—: Aunque seguro que Court le dará una paliza.

Ambas se asustaron. Annalía se frotó la frente. Olivia estudió la habitación, seguro que la pequeña bruja buscaba alguna arma.

—¿Es que nadie se preocupa por mi hermano?

Annalía estaba convencida de que todo aquello divertía a Ethan, y no porque su petrificada expresión hubiera cambiado. Pero las arrugas de alrededor de sus ojos no estaban tan marcadas. Su mandíbula no estaba tan apretada.

—¡No! —respondieron ella y Olivia a la vez, y luego se miraron la una a la otra.

—Estoy impaciente por que alguien me cuente de qué va todo esto. ¿De verdad tengo que apartar a Court de vuestro amado...? —El no continuó, a la espera de que ellas respondieran.

—¡Aleix! Se llama Aleix y es mi hermano. Y sí, deberías hacerlo.

—Él es mi prometido, y sí, deberías hacerlo, pero no porque él lo necesite —añadió Olivia con rapidez.

—No, es cierto, él no lo necesita —presumió Annalía. Un momento; ¿prometido?

Mientras ella hacía esfuerzos por no sacarle los ojos a aquella bruja, el mayor de los MacCarrick salió afuera, con toda la calma.

Minutos más tarde, ambos hombres regresaron tras él, sudados por la pelea. A Aleix le sangraban el labio y la nariz, tenía los ojos y una mejilla hinchados. MacCarrick no tenía ninguna marca como ésa, pero claro, él era un asesino profesional...

—Entra en el carruaje, Annalía —dijo Aleix mientras intentaba recuperar el aliento—. Nos vamos de aquí. —Mirando a MacCarrick añadió—. Cuando la haya instalado en un lugar seguro, volveré para acabar esto. Prepárate.

Al ver que ella no se movía, Aleix la cogió de la mano. Annalía se soltó y se acercó a MacCarrick.

—Por favor, dime que tú no metiste a mi hermano en la prisión de Pascal.

Él la miró a los ojos.

—No puedo.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? Me aseguraste que no los habías atacado. Y yo te creí.

Después de un largo silencio, él respondió:

—Ellos... nos atacaron... a nosotros. —Fue como si cada palabra tuvieran que extraérsela por la fuerza.

—Eso no tiene importancia —dijo Aleix tras ellos—. Tú nos encarcelaste. Evitaste que pudiésemos matar a Pascal.

—Sí, os encarcelé. No os maté —gritó MacCarrick—. Tú trajiste granjeros y pastores a luchar contra nosotros. Habría sido una matanza. —Ella sabía que él no solía dar explicaciones, y le sorprendió que ahora estuviera dispuesto a hacerlo.

—Nos estábamos acercando a Pascal.

—Os estabais acercando a los Rechazados que protegían a Pascal. Meteros en prisión salvó vuestras vidas. Pregúntaselo a la hija de Pascal.

Era obvio que Olivia no quería hacerlo, pero aun así contestó:

—Tiene razón.

Aleix lo miró enfadado.

—Preferiría haberme arriesgado a eso antes que dejar que mi gente sufriera. —Volvió a ofrecerle la mano a Annalía—. Ven conmigo, antes de que él decida pedir un rescate por ti.

Annalía esperó a que MacCarrick interviniera. A que discutiera con él. Pero no lo hizo; se limitó a quedarse quieto, mirándola. A ella el corazón le latía tan fuerte que temía que todos pudiesen oírlo.

—Ahora, Annalía —dijo Aleix en catalán—. Deja aquí tus cosas y ven conmigo.

MacCarrick había jurado que la reuniría con su hermano. Su tarea había finalizado. Y aunque ella creía que existía una especie de compromiso entre los dos, él nunca le había pedido que se casara con él, nunca habían hablado del futuro. «Eres mía», había dicho sin embargo como si fuera un juramento.

Era obvio que él sabía cómo interpretar las palabras, lo mismo que había hecho con relación al enfrentamiento con su hermano. Eres mía. Por un tiempo.

Annalía irguió los hombros y caminó hacia él.

—Dijiste que me llevarías hasta mi hermano.

—Y eso he hecho.

—¿No tienes nada más que decir? —Cuando él se mantuvo en silencio, ella añadió—: Entonces, gracias. —«No llores, no llores.» Ella le ofreció la mano—. Gracias por... tu ayuda.

Court no le cogió la mano. No se la cogió ni tiró de ella para abrazarla contra su pecho y decirles a todos que se fueran al infierno. A Annalía le dolía el corazón como si la hubieran apuñalado. Los hermanos de él estaban a su lado, callados, serios. Ellos sabían lo que era ser despiadados, y seguro que le enseñarían a Court a serlo. Ella nunca había tenido ninguna oportunidad. Un hombre no podía luchar contra su forma de ser.

Annalía había perdido mucho tiempo pensando en qué sería lo mejor para ella, en qué decisión debía tomar. Pero en realidad nunca había existido ninguna opción. Él iba a dejarla marchar y ella estaba a punto de echarse a llorar.

—Está bien —murmuró ella, y se dio la vuelta hacia su hermano—. Estoy lista.