CAPÍTULO 8

CUANDO ANNALÍA llegó al pueblo de Ordino lo único que oyó fue el ladrido de unos perros. Aún era pronto y las calles estaban desiertas.

Ella y Lambe siguieron el curso del río hasta el edificio más alto, una casa enorme construida en piedra. Ella la había visto en sus anteriores visitas y se preguntó qué habría pasado con la gente que vivía allí.

Llegó a la entrada y un hombre salió de su interior. Abrió los ojos sorprendida. Era un Rechazado, lo sabía por la cruz tatuada en uno de sus brazos desnudos. Annalía había oído hablar de esos asesinos legendarios, sabía que eran tan feroces como los escoceses, pero más crueles. La bajó de la silla de montar sin decir nada y la dejó en el suelo.

Mientras él se encargaba de su equipaje, apareció un desaliñado desertor español para ocuparse de Lambe. Annalía quería asegurarse de que se ocupaba de Lambe como era debido, pero el Rechazado chasqueó los dedos y le indicó que se acercara a él. Ella tuvo que recurrir a todo su valor para hacerlo, toda la persona del hombre proclamaba que era una amenaza.

Las mujeres del pueblo le habían dicho que esos fantásticos nunca mostraban ninguna emoción que pudiera indicar por dónde iban a salir. Una le había dicho que su hermana no supo que iban a violarla hasta que la tumbaron en el suelo.

El Rechazado la cogió del brazo y la arrastró hacia la casa. Annalía se decía a sí misma que los Rechazados eran famosos por cumplir las órdenes recibidas al pie de la letra. Hasta el punto de desafiar a la muerte para llevar a cabo su misión, y seguro que Pascal les había ordenado que no la tocaran.

Subieron por una escalera de caracol hasta una habitación muy oscura. Parecía ser la que estaba en la esquina más alejada de la casa. Una vez dentro, él vació sus bolsas encima de la cama e inspeccionó su ropa. Con una mirada malévola salió, sin embargo no la encerró dentro. Claro que tampoco creería que ella se fuese a escapar.

Annalía soltó un suspiro e inspeccionó su entorno. Se sorprendió al ver que la habitación era amplia y confortable y que tenía una alfombra, velas encendidas, y una cama limpia y bastante cómoda. La ventana estaba abierta y desde ella podía verse un prado iluminado por antorchas. ¿Acaso esperaba una celda? Sí, porque ella se veía a sí misma como a una prisionera.

Annalía se lavó la suciedad del viaje lo mejor que pudo con el agua que le habían dejado, y se cambió las ropas llenas de polvo. Se peinó de nuevo, volvió a guardar sus cosas en las bolsas, colgó los vestidos en perchas, y luego hizo lo único que podía hacer: sentarse y esperar, sin la menor idea de lo que iba a pasar.

Pasó una hora, durante la cual rememoró todo lo que había pasado esa mañana. Estaba intentando imaginarse otro final en el que ella hubiera logrado dejar a MacCarrick boquiabierto, cuando la puerta se abrió de golpe. Una preciosa chica de más o menos su edad entró, y a Annalía le dio un vuelco el corazón. ¿También estaba allí retenida por la fuerza? ¡Ellas dos podrían ser aliadas!

—Así que tú vas a ser mi madrastra —soltó la chica haciendo una mueca.

En el instante en que abrió la boca dejó de ser preciosa.

Annalía no se había imaginado nada parecido, pero tenía sentido que Pascal, siendo tan mayor, tuviera hijos.

—Si tú eres la hija de Pascal, entonces supongo que sí. ¿Cómo te llamas?

—Olivia.

—¿Y cuántos hijastros más se supone que voy a tener?

—Sólo yo, los otros han sido desheredados o han huido de él. —Ladeó la cabeza y miró a Annalía—. Pareces preocupada. ¿No estás contenta con la boda? —Olivia se estaba burlando de ella.

—¿Lo estarías tú en mi lugar?

Ella se encogió de hombros y caminó hacia la ventana, haciendo caso omiso de la pregunta de Annalía.

—Olivia, ¿sabes si mi hermano está bien?

Ella esperó durante mucho rato y luego se dio la vuelta y estudió a Annalía, como si tratara de determinar si merecía o no su amabilidad.

—Llorente vive.

—Si estuviera muerto, ¿me mentirías?

—Sí —contestó sin dudarlo—. Ven conmigo. Tu nuevo amo te espera.

Annalía la siguió, pero sólo porque quería dar por acabado aquel encuentro. No podía imaginarse qué aspecto tendría el general. Lo más probable era que su cara reflejase crueldad, con ángulos marcados, como los de MacCarrick. Tal vez era una tontería desear que se pareciera un poco al escocés.

—Él está ahí dentro. —Olivia señaló la puerta con la barbilla. Al ver que Annalía no se movía, añadió gritando—. ¡Vamos!

Annalía empujó la puerta, decidida, y se quedó de piedra cuando Pascal se volvió para mirarla.

Annalía no había visto a un hombre tan atractivo en toda su vida.

Court seguía mirando la copa que acababa de servirse, se recostó en la silla y apoyó las botas en la mesa para intentar relajarse después de un día que había empezado mal... y había ido a peor. En la mesa de al lado, Liam, Niall y Fergus jugaban a las cartas, aunque Fergus no paraba de bostezar, Gavin fumaba una pipa que había llenado de un tabaco muy caro y MacTiernay cerraba los ojos, bueno su único ojo, para recordar alguna batalla pasada.

Cuando a Court se le pasó por fin el mal humor tras el incidente de la botella, y después de dejar atrás lo que quedaba de su borrachera, Niall le dijo que debería hacer un esfuerzo para entender a Annalía. Después de todo, ellos habían invadido su casa como si fueran una plaga de langostas, y Court le había hablado de un modo en el que era obvio que ningún hombre le había hablado antes. Court también sospechaba que las atenciones con que la habían agasajado los miembros de su tropa la habían puesto a la defensiva. Y cuando un animal se pone a la defensiva, siempre acaba refugiándose en una esquina y mordiendo a quien se le acerca; y eso era lo que ella había hecho.

Así que decidió seguir el consejo de Niall y dejarla a solas durante todo el día. Él quería verla más tarde, pero Vítale le dijo que él y la otra gente del lugar les daban de tiempo hasta el día siguiente para largarse, y que como «mademoiselle» estaba muy dolida «por la vil proposición de MacCarrick», iba a pasar la noche al otro lado de la montaña.

Court estaba convencido que aquella mujer había venido a la Tierra con el único propósito de hacerlo sentir culpable. O al menos intentarlo. Por suerte, él no solía tener esos sentimientos.

En noches como ésa, en las que no tenían que trabajar, Court solía sentarse y soñar con Beinn a'Chaorainn, su destrozada finca en Escocia. Se imaginaba todas las posibilidades que esa finca ofrecía y que nadie parecía ver, y contaba los días que faltaban hasta poder pagarla por completo; todos aquellos árboles, colinas, campos y viejas piedras acabarían por ser suyos.

Él era un hombre condenado a no tener nada, y Beinn a'Chaorainn le daba motivos para seguir viviendo. Pero ahora pensamientos sobre Annalía interrumpían los sueños sobre su tierra. Maldita sea, él la había tratado mal. Al día siguiente por la noche sin falta iría a buscar a su hermano; si Llorente seguía con vida.

Unos fuertes golpes en la puerta principal interrumpieron sus pensamientos.

—Liam, abre la maldita puerta.

Liam dejó sus cartas y salió de la habitación. Unos minutos más tarde gritó aburrido:

—¡Court, una rebelión de granjeros ha venido a verte!

—¿Qué?

—Un montón de ancianos armados con antorchas y herramientas de granja están aquí. Temo por nuestra seguridad y sugiero que salgamos corriendo.

Court suspiró cansado y se levantó de la silla. Cuando Gavin enarcó las cejas, y MacTiernay y Niall llevaron sus manos a las pistolas, él negó con la cabeza.

—Yo me ocupo de esto.

En la puerta principal encontró a Vítale y media docena de hombres detrás de él esparcidos como cacharros. Se asustaron sólo de ver la expresión de Court, y estaba seguro de que oía cómo les temblaban las rodillas.

—Ya estamos hartos de ver cómo maltratas a mademoiselle y cómo robas las pertenencias del señor, queremos que os vayáis —dijo Vítale en un tono moderado—. No tenéis ningún derecho a estar aquí.

Él estuvo a punto de contestar «la necesidad me da derecho» y cerrar de un portazo. Pero en vez de eso, preguntó:

—¿Sabe ella que estáis haciendo esto? ¿Os ha convencido para que lo hicierais?

—¡Por supuesto que no! Annalía les ha dicho a todos que se mantuvieran alejados de ti, temía lo que pudierais hacerles.

¿Ella lo creía capaz de hacer daño a aquella gente? ¿Annalía le tenía miedo? ¿Era por eso por lo que lo evitaba mientras estaban solos en la casa? Court había creído que era una especie de juego entre ellos dos.

—Vítale, si os vais ahora, no os haremos ningún daño. Tú sabes que no podéis luchar contra nosotros.

—Tal vez no, pero reuniremos más hombres y entonces te arrepentirás.

Liam sacó la cabeza por encima del hombro de Court.

—Estamos temblando de miedo.

Court lo miró tan mal que en seguida se metió para adentro. Cuando Vítale abrió la boca para volver a hablar, Court sintió que se le acababa la paciencia.

—Vítale, no me obligues a matarte. —Al ver cómo los ojos del anciano se llenaban de terror, se sintió como el matón que era. Por primera vez en muchos años ese sentimiento lo ahogó.

Al cerrar la puerta, oyó cómo Vítale seguía hablando en francés. Court entrecerró los ojos. Su francés no era demasiado bueno, pero creyó que Vítale había dicho «le mariage».

¿La boda?

—Lady Annalía —dijo Pascal con una voz profunda—. Bienvenida a mi hogar. —La luz de la habitación se reflejaba en sus pulidas medallas y en su oscuro y lustroso pelo.

Se acercó a Annalía y cogió las manos de ella entre las suyas, perfectamente manicuradas. Iba tan elegante, tenía una sonrisa tan devastadora que ella casi aceptó de buen grado sus caricias, pero entonces se acordó de que aquel hombre era un asesino, y se apartó de golpe.

Él volvió a cogerle las manos, a pesar de que ella dio un paso atrás.

—Mi querida Annalía. —Dejó a un lado la educación y utilizó directamente su nombre, como si su compromiso fuera real y no fruto de la coacción.

—Pascal. —El tono de ella fue cortante.

Él se apartó y la soltó para estudiarla mejor.

—Me negaba a creer que fueras tan guapa como decían, pero así es.

Annalía miró al techo y el chasqueó la lengua.

—¿No vas a darme las gracias? ¿Dónde has dejado tus famosos buenos modales?

—¿Famosos?

—Sí. A los andorranos les encanta hablar de la princesa que se esconde entre sus nieblas. ¿Cómo crees que te he encontrado?

Ella lo miró displicente.

—También dicen otras cosas sobre tu caliente sangre castellana —murmuró él, acercándose más a ella—. Estoy impaciente por descubrir si esos rumores son ciertos.

—¿Mis buenos modales? —le cortó ella de golpe—. ¿Por eso me has elegido?

Pascal se apartó un poco, lo suficiente para cumplir con las normas de protocolo, y la miró de un modo que Annalía supo al instante que se estaba burlando de ella.

—No, me casaré contigo porque es un paso estratégico; tú eres la hija de la familia más antigua del lugar.

—¿Por qué te tomas tantas molestias por la diminuta Andorra? Puedo entender que alguien como tú tenga aspiraciones muy limitadas, pero ¿por qué no Mónaco, por ejemplo? —Ella se golpeó la mejilla con los dedos—. ¿El Vaticano es un país?

Él se rió. Ella no pretendía divertirle, quería dejar claro lo que pensaba.

Pascal se sentó tras el escritorio y le indicó que también se sentara. Ella no lo hizo. Él volvió a insistir y algo inquietante se reflejó en sus ojos.

Annalía apretó los dientes y se sentó.

—Lo que quieres es España, ¿no es así? Ése es el rumor que circula.

—Sí. Una vez mi posición aquí sea más sólida.

Ella se burló.

—Qué original. Déjame pensar, ¿serás el sexto general que lo intenta en las últimas dos décadas?

Él volvió a reírse, al parecer estaba encantado con ella, y el suave sonido de esa risa la ponía de los nervios.

—Seré el sexto general que triunfará en los últimos quince años. Pero a diferencia de mis predecesores tendré algo que ellos no tenían. —Se levantó y se acercó a ella de nuevo, le tocó la cara y Annalía supo que todo lo que había oído acerca de él era verdad.

La reina y su general no eran buenos monarcas, pero seguro que eran mejores que Pascal. Si Annalía pudiera mandar un mensaje a Aleix, él podría avisarles.

—En la carta que me mandaste decías que liberarías a mi hermano y a sus hombres tan pronto como nos casáramos. ¿Cómo puedo confiar en tu palabra?

—Porque mi primera prioridad será tu felicidad —dijo él con voz melosa.

Ella levantó la mano para detenerle.

—He aceptado toda esta farsa, pero me niego a mantenerla cuando tú y yo estemos a solas.

Él inclinó la cabeza.

—Muy bien. Llorente me dará su apoyo. Él desciende de reyes y será un buen reclamo para esa gente.

—Nunca.

—¿Igual que tú nunca ibas a casarte conmigo? —Él sonrió—. He descubierto que, con el necesario incentivo, la gente hace lo que yo quiero. —Cuando le acarició el labio con aquel dedo tan suave, a ella le recorrió toda la espalda un escalofrío—. Hay un vestido preparado para ti en la habitación. Ve arriba y prepárate para la cena de esta noche. Tenemos invitados.

Órdenes. Otro cretino que también le ordenaba cosas. Ella se levantó, lo miró con toda la arrogancia de que era capaz y se dio la vuelta para irse.

—¿Annalía? —Ella quedó petrificada y tensó los hombros—. Cualquier sirviente que te ayude a comunicarte con tu hermano, será descuartizado en la plaza del pueblo.

Ahora se dio la vuelta para mirarlo con la boca abierta a causa de la impresión. Él seguía sonriendo y parecía sincero. El uniforme hacia destacar sus anchos hombros y las medallas resplandecían orgullosas. Su futuro marido era perfecto.

Era un perfecto monstruo.

Bien entrada la noche, Aleixandre Mateo Llorente seguía golpeando la puerta de su celda y gritando hasta que su garganta no pudo más y sus puños quedaron maltrechos. Pascal le había comunicado que iban a convertirse en hermanos.

Annalía iba a casarse con un asesino para salvarle, pero Aleix sabía que nunca saldría con vida de aquella oscura habitación.

También sabía que no podía hacer nada para evitarlo y eso lo estaba devorando por dentro. Ese matrimonio sólo serviría para condenarlos a ambos. Cómo desearía poder estar sólo un minuto a solas con ella para convencerla de que no se sacrificase, en especial por una causa tan perdida como aquélla, cómo desearía poder inculcarle un poco de sentido común.

—¡Malditos seáis! —gritó—. ¡Abrid la puerta!

Y entonces alguien lo hizo, pero después de tantos días de oscuridad la luz le cegó por completo. Cuando sus doloridos ojos se acostumbraron, vio que una chica estaba allí de pie, con la melena suelta y vestida sólo con un camisón. Él se quedó sin aliento. Era preciosa, incluso ahora que parecía aún medio dormida. E incluso con la pistola que sujetaba, apuntándole.

—Si no te callas —dijo ella—, yo misma te mataré.

Eso sí que no lo esperaba.

—Lamento si mis ansias de libertad y mis deseos de no morir no te dejan dormir.

Ella se encogió de hombros.

—Duermo justo encima de ti. Deja de golpear la puerta.

—¿Quién eres?

Ella frunció el cejo.

—¿Y a ti qué te importa?

—¿La última voluntad de un condenado a muerte?

Ella volvió a encogerse de hombros.

—Soy Olivia.

No podía ser su hija.

—¿Olivia Pascal? —preguntó él en voz baja.

—Sí. —Ella levantó la barbilla, orgullosa y a la defensiva al mismo tiempo.

—Entonces debería tomar en serio tu amenaza. Si tu sangre indica algo es que eres capaz de cometer cualquier atrocidad.

—Muy capaz. —Ella esbozó una cruel sonrisa—. También soy capaz de llamar a los guardias y pedirles que te den una paliza sólo por capricho.

Él se le acercó como el rayo, pero ella dio un paso atrás y amartilló la pistola sin temblarle el pulso.

—No seas estúpido —dijo seria y con rostro impenetrable—. Soy capaz de hacerlo sólo para poder dormir un rato.

Aleix estaba seguro de que decía la verdad, de modo que retrocedió hasta la pared y se cruzó de brazos.

—Nunca había oído algo parecido. Alguien que es capaz de dormir después de haber matado a otra persona.

—¿Quién ha dicho que te mataría? Lo único que tengo permitido hacerte hasta el día de la boda es mutilarte. —Ella empezó a cerrar la puerta—. Pero te prometo que transmitiré tus mejores deseos a los novios.

Court salió disparado para atrapar a Vítale en la puerta.

—¿Qué has dicho? —le exigió tras dar un portazo.

Los otros levantaron las cejas al ver cómo Court arrastraba a Vítale hasta el salón y lo sentaba de malas maneras en una silla.

—He dicho que eres un cerdo y un ingrato. Mi señora te salvó la vida...

—Has dicho algo sobre una boda.

El hombre se negó a contestar así que Court le dio pequeños empujones hasta que dijo:

—¡Ahí es a donde ha ido! —Levantó las manos como exclamación— A salvar a su hermano. El general lo tiene prisionero para obligarla a hacerlo.

—¿Ella ha ido a casarse con él?

Cuando Vítale afirmó con la cabeza, Niall dijo:

—Tienes razón Court, es de verdad una malcriada, una mujer muy calculadora. Mira que casarse con Pascal para salvar a su hermano. Es horrible.

—Esto no puede ser verdad. Los rumores decían que él se casaba con un miembro de la realeza española, no de la nobleza andorrana. ¿Cómo explicas eso? —Court se acordó entonces de que ella, en una discusión, le había dicho que era castellana, pero ¿miembro de la realeza?

Vitale dudó un momento.

—¿Por qué debería decírtelo?

—Porque si lo haces, a lo mejor decido ir a buscarla.

Vitale abrió los ojos de golpe y empezó a contárselo todo.

—Ella y su hermano son los últimos descendientes directos de la antigua Casa de Castilla. Son quienes ostentan los últimos títulos.

—Eso es imposible. Su padre no era de Castilla.

—Heredaron los títulos de su madre.

Court parecía no acabar de creérselo, pero Niall intervino:

—Algunos títulos se heredan a través de la línea materna.

—Esto es una locura. Eso la convertiría en... Eso significaría que ella es... —Court apenas podía creer todo lo que estaba escuchando, a pesar de que eso explicaba por qué Annalía era tan arrogante—. ¿Por qué no pidió ayuda a su familia?

—Lo hizo. Como te he dicho antes, ella y su hermano fueron desheredados por su familia y apartados de sus vidas, pero aun así, mademoiselle se tragó su orgullo e intentó contactar con ellos. Creemos que el mensaje no consiguió salir de Andorra.

Niall silbó y dijo:

—Pascal es un bastardo muy inteligente. Él persigue la corona de Isabel.

—Pero eso quiere decir que Annalía no tiene ninguna utilidad mientras su hermano siga con vida. Tan pronto como él la tenga a ella, Llorente está muerto.

—No, no puede ser —dijo Vitale con énfasis—. Pascal quiere utilizar al señor Llorente como cabeza visible.

—Te equivocas. —Court negó con la cabeza y miró al anciano del mismo modo en que lo hacían sus cinco hombres—. Tu señor está a punto de morir, si es que no lo ha hecho ya.

—Y tú te has asegurado de que ella acepte —murmuró Niall a sus espaldas—. Bien hecho, Court.

Él se pasó la mano por el pelo.

—¡Maldita sea! ¿Por qué no volvió a pedírmelo, por qué no me lo explicó todo?

Vitale lo miró sarcástico.

—Antes de irse a buscar a Pascal, ella me dijo que prefería ser la esposa de un asesino y así poder liberar a Llorente, que ser la puta de un mercenario y confiar la vida de su hermano a un canalla como ése. También dijo que Pascal y tú erais iguales, o sea que igual le daba uno que otro.

Cuando Court se la imaginó, sola y asustada, en la oscura casa de Pascal, sintió una extraña sensación, como si tuviera un peso en el pecho y le costara respirar.

—¡Por todos los santos, Vitale! Deberías habérmelo dicho antes.

—¿Iguales? —Niall maldijo por lo bajo—. Court, de verdad una maldición pende sobre tu cabeza.