CAPÍTULO 9
PARA la cena de bienvenida de los seguidores de Pascal a Annalía le dieron un recatado pero a la vez lujoso vestido. Para esa noche en cambio Pascal le había mandado un vestido rojo con un escote ridículamente exagerado. Mientras todos iban a la feria del pueblo, ella y Pascal iban a cenar a solas. Solos ellos dos. Con un vestido como ése, Annalía sabía perfectamente cuáles eran sus intenciones.
Estaba haciendo esfuerzos por mantener sus pechos bajo la tela cuando Olivia entró en la habitación sin llamar a la puerta. La bruja caminó hacia el vestidor para inspeccionar la ropa de Annalía. Aquella misma mañana sus joyas habían corrido la misma suerte.
—¿Qué quieres?
—Cuéntame por qué no está casado —dijo Olivia de un modo casual, mientras descolgaba un vestido.
En ese instante, Annalía se volvió y cogió a Olivia por los brazos.
—¿Has visto a Aleix? —Sabía que su reacción la había sorprendido—. ¿Le has visto?
Olivia se soltó.
—¿Por qué no está casado? —volvió a preguntar ella insistente.
¿Esa curiosidad significaba que estaba interesada por Aleix? Todas las mujeres del pueblo creían que era muy guapo, tan alto y con aquellos tristes ojos dorados. Mare de Déu, ¿sería posible que la hija de Pascal sintiera algo por él? ¿Cómo podía usar Annalía esos sentimientos para salvarlos?
—Es viudo —admitió, a pesar de tener la sensación de que estaba desnudándose delante de una serpiente—. Su mujer murió al dar a luz.
Olivia se mantenía impasible. Annalía no tenía modo de averiguar lo que estaba pensando.
—¿Tiene un hijo?
—No, su hija también murió.
Olivia se encogió de hombros. Annalía hizo un esfuerzo por convencerse de que Olivia hacia ese gesto cuando algo la preocupaba; eso o le daba una bofetada.
—¿Por qué lo preguntas?
La chica se acercó a la ventana y recorrió la colcha de la cama con un dedo.
—Sentía curiosidad por el prisionero de mi padre.
—Deja que te cuente más cosas —dijo Annalía mientras se sentaba en el borde de la cama. Olivia se volvió para mirar por la ventana, pero no dijo que no.
—Aleix es un buen hombre, un hombre fuerte. Vive en una casa maravillosa, encima de unos prados en los que se crían los mejores caballos. Él cada día mira cómo corren y, aunque nunca dice nada, yo sé lo mucho que le gustan.
¿Estaba consiguiendo que se relajara?
—Es muy inteligente e instruido. Estudió en el extranjero, en Cambridge. Ahora es muy serio, pero no siempre ha sido así. —Annalía decidió confesar algo muy privado—. Es porque está muy solo en esa montaña.
Olivia volvió a encogerse de hombros.
—Ya no puedo soportar más esta charla —dijo y se encaminó hacia la puerta.
—¿Él está aquí, no es así? —preguntó Annalía—. Yo estoy en este extremo de la casa porque él está en el otro.
Olivia se dio la vuelta y la estudió. Annalía sabía que intentaba decidir cómo contestar a su pregunta, y estaba segura de que no diría nada que a ella no le interesara.
—Pascal quiere que te reúnas con él abajo dentro de cinco minutos. No le disgustes. Ambos sufriríais por ello.
¡Ella no había negado que Aleix estuviera allí! Y aunque tampoco le había confirmado que lo estuviera, Annalía estaba convencida de que así era.
—Gracias por el consejo. A cambio, yo también te daré uno. Van a casarte, Olivia. Y con uno de los asquerosos hombres que había aquí anoche.
—¡Muérdete la lengua! ¿Cómo puedes saber eso?
—En lo que se refiere a crueldades y asesinatos tú eres la experta, pero yo entiendo de matrimonios. Pascal está en una posición delicada y la cena con sus seguidores no fue ninguna casualidad. Como tampoco lo es que todos ellos tengan importantes contactos políticos, estén bien considerados en España... y además sean solteros.
Un coche de seis caballos. Un padre visitaba por sorpresa la escuela de su hija, y cuando ella entrara en el salón, él le presentaría a su futuro, rico e influyente prometido. El carácter y la apariencia del hombre no tenían ninguna importancia, y rara vez cumplían las expectativas, pero el matrimonio por conveniencia estaría ya pactado antes de que la chica supiera siquiera que tenía que abandonar la escuela. Con un apretón de manos, los dos hombres tomaban el control de su vida.
Annalía sabía que ni siquiera Olivia se merecía a uno de esos hombres.
La chica la miró a los ojos.
—No vas a conseguir que me lo crea. Se lo preguntaré directamente a Pascal. —Caminó hacia la puerta de nuevo.
—Y estoy convencida de que te dirá la verdad —gritó a la espalda de Olivia antes de volver a pelearse con el corpiño por última vez. Al ver que no quedaba como ella quería, se aseguró de que su gargantilla, o su collar, como solía decir el odioso escocés, estaba en su sitio. Con suerte, sus antiguas joyas, que Pascal había insistido en que se pusiera, brillarían lo suficiente como para que él apartara la mirada de sus pechos.
Por mucho que odiara ir vestida de aquel modo, no quería llegar tarde y hacer enfadar al general. El tratamiento que recibía su hermano dependía de cómo se portara ella.
Annalía sabía que Aleix estaba en aquella casa, y tenía intención de persuadir a Olivia para que los ayudara. Pascal había dicho que mataría a cualquier sirviente que lo hiciera, pero dudaba que perjudicase a su propia hija.
Annalía frunció el cejo al acordarse del modo tan encantador en que Pascal le había sonreído la noche anterior. Ella sabía sin ninguna duda que su fuerza, su orgullo y su atractivo eran proporcionales a su maldad. Al recordar el carisma y sus bellas facciones iluminadas por las velas, llegó a la conclusión de que sí, él era capaz de hacerle daño a su propia hija.
Pero a la vez que salía corriendo de la habitación para ir a su encuentro, Annalía se dio cuenta de que estaba dispuesta a correr ese riesgo.
Superado el suplicio de la cena, Pascal la escoltó hacia su habitación pues Annalía le pidió permiso para descansar una hora. El le sugirió que aprovechara bien ese descanso, ya que aquel fin de semana iba a necesitarlo, él «tenía que enseñarle muchas cosas», y luego se inclinó para besarla.
Cuando ella se atrevió a apartarlo con un leve empujón en el pecho y a ofrecerle la mejilla antes de entrar en la habitación, él se echó a reír.
—Ah, Annalía —suspiró al ver como se apartaba de él.
A solas en su habitación, ella colocó una silla contra el pomo de la puerta. Se lavó la cara con agua y se sentó delante del espejo del tocador con la mirada perdida. Bajo la «tutela» de Pascal se convertiría en un caparazón vacío.
Annalía había dicho que el escocés y él eran iguales, pero ahora que conocía a Pascal, si tenía que entregar su inocencia a uno de ellos, preferiría que fuera a MacCarrick. Al menos no sabía de primera mano qué atrocidades había cometido.
El general era más guapo que el escocés, más guapo que cualquier hombre que ella hubiese conocido, pero eso no tenía importancia. Al lado de la encantadora sonrisa de Pascal, de sus suaves manos y sus impulsos asesinos, la cara llena de cicatrices del escocés, su manera descarada de hablar y sus modales agresivos eran casi seductores.
Y aun así, las horas seguían pasando y su boda se acercaba sigilosamente.
«Mi boda.»
La gente se preguntaba cómo había podido convivir con Aleix y Mariette, que estaban tan enamorados, y no desear su propio matrimonio. Era precisamente a causa de ese amor por lo que ella no lo deseaba. Annalía había visto lo que Dios había planeado para un hombre y una mujer, había visto lo que era la fidelidad, y no deseaba nada menos para ella, no quería un matrimonio sin amor.
En especial uno como el que estaba a punto de contraer. ¡No debía pensar esas cosas! Tenía la posibilidad de ayudar a Aleix. Ahora tenía algo de valor con lo que negociar.
Se asustó al oír unos disparos. Aquellos incultos desertores se divertían bebiendo hasta caer borrachos, gritando y disparando tiros al aire. Encima, el pelo se le estaba rizando y los rizos empezaban a escaparse de las horquillas. Cogió el cepillo. Le gustaba el tintineo que hacía su brazalete cada vez que levantaba el brazo, y peinarse la relajaba.
Volvió a pensar en el escocés. «Lo único que aceptaré a cambio de trabajar para ti es tu cuerpo», eso era lo que él había dicho con aquella voz tan bronca. Qué hombre tan desagradable. Annalía confiaba en que Vitale hubiera hecho caso de la última orden que le dio antes de irse; que se mantuviera alejado de él. Tendría que haber... Se quedó paralizada, el cepillo detenido a medio camino.
Aquella noche en el estudio, ¿MacCarrick había dicho que había visto su pelo? ¡Eso había dicho! Su pelo y los otros tesoros que escondía. Dejó el cepillo de golpe. El único sitio donde llevaba el pelo suelto era en su dormitorio. ¡MacCarrick la había espiado mientras dormía! ¿Qué otra cosa cabía esperar de un ogro mal educado como él? Él siempre hacía lo que le venía en gana sin considerar los deseos de los demás, sin importarle sus sentimientos.
Annalía estaba harta de que los hombres abusaran de ella. ¿Qué pasaba con lo que ella quería? Odiaba no tener el control. Se recogió el pelo más tirante que de costumbre y se colocó la gargantilla, apretándola, estaba furiosa.
Algo estaba arañando la fachada. Se seguían oyendo música y disparos, pero creía haber percibido un ruido por debajo del marco de la ventana. Tal vez la brisa había tirado algo.
Una enorme bota apareció por la ventana, seguida por un enorme hombre. Ella se puso de pie al instante.
—¡Yo te conozco! ¡Tú estabas con MacCarrick! —Era el que parecía el mayor—. ¡Dime por qué estás aquí o gritaré!
Le seguía otro hombre que también entró en la habitación. ¡Oh, no, el cachorro!
—Hemos venido para salvarte, pequeña —dijo el primero, y se acercó a ella—. Y ya sabes que aunque grites ellos no pueden oírte.
—¡Iros al infierno! —Mercenarios, malditos mercenarios. ¡Iban a salvarla! Eso tenía gracia. Cuando el más joven la cogió de la muñeca, ella se defendió—. ¿Por qué no os limitáis a dejarme en paz? —Entonces se abalanzó sobre él con uñas y dientes.
—¡Ach, Gavin! —exclamó él y la soltó—. Me ha mordido. Creo que deberíamos amordazar a esta pequeña bruja.
—No, no, hijo, deja que yo me encargue. ¡Maldita sea! ¡También me ha mordido! ¿Y Court nos ha encargado a nosotros esta tarea para evitar la pelea? —dijo Gavin enfadado a la vez que volvía a acercarse a ella—. Pequeña, no vamos a hacerte daño, ¿lo entiendes? Te estamos salvando.
—¡Si me voy de aquí, condenaréis a muerte a mi hermano! —Ella seguía dándoles patadas, pero la falda le estorbaba—. ¡Así que no me voy!
Gavin le cogió las muñecas y ella siguió luchando, pero era sólo cuestión de tiempo. Se enfadó aún más al ver que él le había atado las manos.
—Escúchame, en este instante MacCarrick está inspeccionando la cárcel buscándole. Si él está allí, os liberaremos a los dos y os llevaremos a un lugar seguro.
El estómago de Annalía dio un vuelco.
—Pero ¡él no está en la cárcel!
Gavin frunció el cejo.
—¿En serio? —le preguntó a la vez que la amordazaba—. Bien, bien, veamos cómo sale Court de ésta.
Annalía gritó contra la mordaza e intentó golpearlo con las manos atadas, pero él esquivó el golpe.
—¡Liam! —Señaló con la mandíbula las bolsas de viaje—. Coge eso y llénalo con algo de ropa.
Liam se puso a trabajar y las llenó con vestidos y ropa interior sin ningún tipo de miramientos.
Ella no dejaba de mover la cabeza con fuerza e intentaba hablar a través de la mordaza. ¡Idiotas! ¡Pascal mataría a Aleix!
—Tranquila, niña, no vamos a hacerte nada. Todo va a salir bien —le aseguró Gavin y se la echó al hombro.
Ella le clavó las uñas en la espalda con toda la frustración que sentía. Él se tensó pero siguió adelante, Annalía gritó llena de furia, pero lo único que se oyó fue un lamentable y apagado sonido.